José Miguel Ibáñez Langlois

Ediciones UC

Santiago, 2022

254 págs.

 

La siguiente reseña corresponde a una adaptación de la presentación del libro realizada por la autora en la Universidad de los Andes, Chile, el día 7 de septiembre de 2022.

Este es un libro que, como reza el título, busca bosquejar la vida de María. Difícil apuesta pues, aunque disponemos, como el mismo autor señala, de abundantes ensayos o ficciones que buscan reconstruir noveladamente su historia, muy pocos textos lo hacen ateniéndose exclusivamente a los “datos de la Escritura”. Están todos llenos de fantasías sin arraigo en fuentes comprobables, según el autor, que entran en elucubraciones autónomas, poco fieles con aquello que se quiere reconstruir. Pero estas novelas llenas de ficción tienen una causa: esto ocurre porque disponemos de muy pocas fuentes sobre la Virgen. Su lugar retirado, su segundo plano, buscado por ella misma, es reproducido en los textos evangélicos, que tan poco dicen de ella. Frente a esa evidencia, uno se pregunta hasta qué punto nos hemos acostumbrado a esa presencia silenciosa, a tener a María como un dato, como un elemento más del entorno de Jesús. Acá aparece uno de los aportes o riquezas fundamentales de este texto: no solo narra la historia de María uniendo los pocos retazos que disponemos de sus pasos, sino que narra también la historia del propio Cristo, pero ahora desde el punto de vista de María, el del espectador por excelencia, de quien permitió o hizo posible toda la historia de salvación y por cuyo testimonio pudimos conocerla a través de los siglos. La propia historia de Jesús se nos abre de un modo inédito, completamente diferente, al mirarla desde los ojos de la Virgen; en ella nos perdemos lo mismo que ella se perdió; nos vemos sumidos en los mismos misterios que ella debió experimentar, las mismas dudas, temores, dolores y gozos.

Un segundo valor de este libro reside en el especial sentido que tiene hoy día reconstruir la vida de una mujer. Y qué mujer. En tiempos de feminismo, de búsqueda de mujeres que sirvan de referente, volcarse sobre la Virgen es una apuesta sin duda provocativa. Porque es una mujer, pero que poco se adecúa a las aspiraciones más o menos establecidas en la opinión dominante. María es maternidad, obediencia, renuncia, resignación, entrega; todas disposiciones que hoy generan ruido. La aproximación del feminismo a su f igura suele de hecho ser conflictiva: es como si en ella se confirmaran las razones del lugar históricamente relegado de la mujer. Y por momentos hemos sido también nosotros, los propios creyentes, los que hemos confirmado esa hipótesis, teniendo una aproximación edulcorada a ella y su historia, asumiendo allí puro sometimiento. El autor, sin embargo, no quiere resignarse al silencio de los textos evangélicos. O más bien, hay en él una cierta queja permanente a lo largo del libro por asumir ese silencio como uno que confirma el poco protagonismo de María. El misterio de su existencia, la dificultad para encasillarla, para comprenderla, nos conduce a evadirla, en lugar de intentar entrar en ese misterio. Eso es lo que mueve al autor. Quiere sacar provecho a esas pocas fuentes disponibles, profundizar en ellas, para encontrar en el mismo silencio del Evangelio y de su propia vida la confirmación de su santidad y su grandeza, modificando las conclusiones establecidas que tenemos sobre ella. Podemos así entrar, por este libro, a una revisión de su f igura, a una comprensión renovada de su papel. Y el dato más evidente de ello es que nada de la historia de la salvación que inicia Cristo puede siquiera tener lugar si no es por ella. Probablemente esa sea la hipótesis fundamental de este libro, y también la paradoja de su figura: alguien tan humilde, obediente, resignado, que se entiende como esclava, que acepta la partida de su hijo, la renuncia a sus lazos de sangre, su dolor y su muerte brutal, es la clave sin la cual nada de esta historia podría contarse.

El relato arranca obviamente con la Anunciación a María, que es el gran hito donde no solo Dios a través del Ángel se le aparece a la Virgen para comunicarle sus designios, sino el momento en el que la Virgen acepta. Esa es la radical dramaticidad de la existencia: el relato del autor, de la experiencia que debe haber sido recibir ese llamado, esa invitación, nos recuerda la mendicidad de la realidad que, con toda su grandeza, su gracia, su sobreabundancia, necesita de alguien que se abra a reconocerla y recibirla. Eso hace María. Toda la historia de Jesús, de su salvación, depende de su conformidad, de su libre asentimiento; por más que todo estuviera preparado, era necesario que ella dijera que sí. ¿Qué misterio es este, de la contingencia total de la venida de Cristo, donde descansa el nudo dramático de nuestra propia existencia? ¿Qué grandeza reside en María sin la cual nada hubiera ocurrido? ¿Qué grandeza hay en el ser humano, en la posibilidad única, frente a cualquier otra especie, de poder responder libre y afirmativamente a la interpelación del ser? Eso resume María, su Sí total, como esclava. No es entonces pura obediencia y sometimiento, o no al menos en el sentido en que hoy esos términos suelen entenderse: es la disposición libre a abrirse a reconocer la positividad de una realidad, para que se te muestre tu destino, un destino bueno, que realice plenamente aquello que ya está contenido en ti. Se nos abre así también la propia Virgen como modelo de humanidad; no es solo Jesús desde donde podemos pensarnos, también desde esta mujer dispuesta a acoger el llamado suplicante de una realidad que, de no ser escuchada, se perdería para siempre.

Hay algo más que aparece en esta grandeza de María que da su conformidad a la solicitud de Dios. Y es que nos hace evidente cómo la historia siempre tiene un antecedente que nos lleva un poco más atrás, que nunca partimos de cero, ni el propio Cristo. El relato que hay en este libro, la reconstrucción de la vida de María, de su historia previa a la venida de Jesús, revela que toda novedad, incluso la más radical y santa de todas, nunca es pura irrupción, sino siempre diálogo y respuesta. Incluso la propia venida de Cristo es antecedida por otra historia a la cual debe remitirse siempre. Tanto así que la propia trayectoria adulta de Jesús, sus sermones, sus palabras, serán testimonio al mismo tiempo de quienes hicieron posible su existencia, a quienes debe su vida. En Jesús, dice el autor, encontramos más fuentes de la vida de María. Las analogías y ejemplos que utiliza están preñados de referencias a la cotidianidad con su madre y su padre terrenal. La radical y total novedad de Jesús es antecedida por una historia previa, él es también don, en el cual no solo participa Dios, sino la humanidad en la figura y la conformidad de la Virgen. A ratos nos rebelamos al hecho de que María solo fuera la madre. El autor quiere entrar en este misterio: la mujer no fue ni Dios ni Mesías, pero fue la que permitió que esa Trinidad se hiciera efectiva; Dios depende radicalmente de una persona, que fue mujer, y que estuvo dispuesta a recibirlo.

Ocupan un lugar importante en el libro, además del relato de cada hito biográfico, ciertas reflexiones, algunas de inspiración más devocional, otras propiamente teológicas. Entre estas últimas, aparece en más de una ocasión la relación entre María y Eva. Como su continuación, pero también su inversión, en una analogía que revela los dos modelos que encontramos allí: desobediencia y obediencia, pecado y santidad. Pero es curioso porque, aunque podría parecer un simple ejercicio de contraposición, en que María viene a reivindicar el error de Eva, a reivindicar el lugar y papel de la mujer, aparece algo más complejo. Y es que pareciera que, con ambas, más allá del rol particular de cada una, parte la agencia en el mundo. Ese dato fundamental del ser humano como inicio, como punto de partida, como posibilidad de algo totalmente inédito, nuevo y original, en lo que se funda el carácter irreductible de cada uno, así como su indisponibilidad, se revela con especial claridad en estas dos mujeres, en cuyos actos descansa el destino de la humanidad completa. No son simples modelos de feminidad; son actores que, en su libertad, echan a andar procesos irreversibles, en los cuales se manifiesta esa impredecibilidad del hombre, que arriesga el pecado, pero funda también su trascendencia y grandeza.

El centro de este libro es la reconstrucción y la narración de una cotidianidad que, sin embargo, se hace y nutre sobre todo a partir del silencio. No solo de lo explícito. El silencio de la Escritura dice algo, habla, no es vacío e irrelevancia. Hay que detenerse en él y llenarlo, porque si toda la vida de la Virgen y prácticamente toda la de Cristo son silencio, es porque la santidad, la grandeza, la gracia, reside, como bien dice el autor, en la cotidianidad y rutina más elemental, en las vidas comunes y corrientes, en la existencia de cada uno, como toque, con tal de que estemos abiertos, como María, a responder al llamado mendigo de la realidad, y poder así dar testimonio de su grandeza. Hacer el pan, construir una cuna, caminar en caravanas, conversar con los vecinos, habitar una nueva casa, crecer, aprender a leer, son tan protagonistas de esta historia como la Anunciación, la visita de Isabel, el nacimiento de Cristo, la adoración de pastores y reyes magos, o la pasión de Jesús. Y estos hitos fundamentales son al mismo tiempo situados en esa otra cotidianidad grande, que es la que engloba y reúne y da sentido a todo.

En ese relato de la cotidianidad, el autor no evade las ambivalencias propias de la existencia. La Virgen no es ajena a las emociones, a los temores, a los dolores, a la duda. Tan humana como cualquiera. Y es en los momentos de descripción de esas ambivalencias donde el texto adquiere mayor carga y fuerza: la incertidumbre de todo lo que implicaba aceptar ser madre de Dios hecho hombre, la incomprensión e incomunicación de los esposos cuando María vuelve embarazada, el temor ante las palabras y predicciones de Simeón que acompañarán como una sombra la vida de María; el dolor cuando se pierde Jesús y cuando les responde con dureza al encontrarlo en el templo; el dolor de la pasión que solo puede mirar; recibirlo muerto en sus brazos, desfigurado, ser entregada como madre a otro, a la humanidad entera. Es dura la vida de María, aunque sea también la más bendita de todas. Y el autor no evade esa dimensión. Y la dureza reside en la propia relación con su hijo, que irá desapegándose de a poco de su madre. Esa experiencia resulta un poco enojosa por momentos: por qué es tan frío Jesús, por qué le responde así, por qué pone siempre primero el lazo entre amigos sobre el de sus padres y por qué María acepta resignada esa distancia. Esto el autor no termina de resolverlo, no pretende hacerlo. Pero me pregunto, intentando llenar con él ese vacío, ese misterio, si no tiene que ver con la radical conciencia de María de que no le pertenece el destino de su hijo. Como a nadie. Solo que en ella la experiencia es más total, más profunda. Pero en alguna medida, todo aquel que es padre o madre sabe o entiende lo que está detrás de esa resignación: que el hijo viene por ti, pero no te pertenece. No puede responder la madre por ese hijo, no puede evitarle el dolor, las caídas, los miedos. Solo estar a su lado.

El autor nos deja entrar en la vida de María, de Jesús, de José, en los misterios más profundos de nuestra fe; en esos hitos tan conocidos como la visita a Isabel, la llegada de los pastores y los magos, o la huida a Egipto, pero de un modo distinto, renovado, repleto de la dramaticidad de la existencia, de la erudición de quien conoce los textos sagrados, pero también la historia de los pueblos y culturas a los que la Virgen y su mundo pertenecían. Y nos deja entrar también en su propia fe, en su devoción, en su admiración, en su total maravilla ante el misterio que se revela en la sencilla historia de María, donde arranca todo, en cuyo asentimiento se hace posible la salvación de la humanidad, la entrada de Jesús como Dios hecho hombre, a través de las entrañas de una mujer de la cual heredó todo. Qué misterio más grande al cual entramos no por medio de una reflexión teórica, sino de un relato, un cuento, una historia, como en toda la historia humana, donde es el relato junto al fuego el que nos permite entrar, desde lo conocido, a la inconmensurabilidad de lo sagrado que, sin embargo, nos rodea y sostiene. En eso reside parte del valor de un libro cuya lectura recomiendo especialmente.

Josefina Araos Bralic


* José Miguel Ibáñez Langlois; La Virgen María. Un bosquejo de su vida. Ediciones UC, Santiago, 2022, 254 págs.

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