Benedicto XVI
Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo
Espasa Calpe S.A
172 págs.
Madrid, 2009.
“La Iglesia comenzó a constituirse cuando algunos pescadores de Galilea conocieron a Jesús, se dejaron conquistar por su mirada, por su voz, por su llamada cálida y fuerte: ‘¡Venid detrás de mí y haré que seáis pescadores de hombres!' (Mc 1,17; Mt 4,19)”.
Es lo que explica Benedicto XVI en las audiencias del año 2006 y enero y febrero de 2007 y que fueron recogidas en este libro. El Papa prescinde de las definiciones más eruditas sobre la Iglesia Católica y con una emoción contenida quiere contar esta historia que comenzó como una reunión de personas. “Rabí, ¿dónde habitas? –venid y lo veréis”. Explica las escenas del Evangelio que subrayan el sentido de comunión y tradición que forjan la Iglesia, para después detenerse en la personalidad de los actores de este drama. Los relatos evangélicos entregan pocos datos, porque los evangelistas no querían hacer psicología, pero Benedicto trabaja estos datos.
Aparece el oficio de pescadores de esos cuatro primeros, el carácter impulsivo y algo ingenuo de Pedro, el ambiente de los judíos espiritualmente inquietos que se habían reunido alrededor de Juan el Bautista.
Luego el llamado de cada uno de los doce, ¡qué confusión para algunos ver a Leví el publicano levantarse de su banco de recaudador de impuestos!, la displicencia de Bartolomé, el afecto de Juan.
Jesús los ama a cada uno, pero no les oculta la exigencia de su llamada, lo radical de su mensaje (“comer mi carne”), la sombra amenazante de la cruz.
Los apóstoles eran hombres de su tiempo y esperaban al Mesías, tenían cierta conciencia de su dimensión espiritual, quizás más que otros judíos, pero pertenecían también a este pueblo humillado por tantas invasiones y soñaban algún triunfo temporal.
Más allá de la Cruz y de la Resurrección, de la explosión de Pentecostés, el relato incursiona en la misión de los apóstoles hasta su martirio. Algunos datos aparecen en los Hechos, otros son primitivas tradiciones, pero la propagación del cristianismo resulta siempre increíble. ¿Cómo lo lograron?, ¿cómo pudo este puñado de hombres incultos, de un pueblo insignificante, expandirse por el mundo entero? Sufrieron una muerte violenta, es cierto, pero fueron el nacimiento de ese río de agua viva que ha llegado hasta nosotros y sigue corriendo.
El capítulo dedicado a Esteban, el primer mártir, es magnífico. Como diácono, encargado de la atención de las mujeres de los helenistas, Esteban pronuncia un discurso sobre Cristo “lleno de gracia y de poder”. Afirma que el culto al templo ha terminado y muere rezando por sus asesinos, víctima de una cruel lapidación. El muchacho que cuida las vestiduras de los que arrojan las piedras es Saulo, que se convierte en Pablo en su camino a Damasco, alcanzado por Jesús.
Las páginas finales están reservadas a Saulo - Pablo y a algunos de los primeros discípulos con una ref lexión sobre las mujeres al servicio del Evangelio. La lista es interminable, comenzando por la Virgen, “reflejo puro del rostro de Cristo”; María Magdalena, “apóstol de apóstoles” (ya Tomás de Aquino la había llamado así, el Papa Francisco también); Prisca o Priscila, quien junto con su marido Aquila eran los propietarios de ese taller que fue centro de operaciones del apóstol Pablo en Corinto y después en Éfeso.
Este es un libro iluminador, porque nos presenta detalles nuevos de una historia primitiva que llegó a ser universal.
Elena Vial