Verdaderamente estamos frente a un libro [*] muy iluminador y altamente recomendable, a cincuenta años del Concilio, guiados por el pensamiento del beato John Henry Newman.

El padre Ian Ker hace tiempo que es considerado, no solo en Inglaterra, uno de los referentes más importantes de la vida y obra de John Henry Newman, beatificado en 2010 por el Papa Benedicto XVI. Precisamente en esa ocasión eclesial, en el marco de un simposio que tuvo lugar el día antes de la beatificación, expuso algunas ideas sobre el pensamiento del cardenal inglés en relación al Concilio Vaticano II, que encontramos ahora desarrolladas en este libro. Ker afirma ya en la introducción cómo la teología de Newman anticipó la nouvelle théologie, que a su vez precedió al Concilio, donde muchos de sus documentos reflejan la influencia newmaniana, especialmente Dei Verbum, que reconoce el desarrollo dogmático, y Lumen gentium, sobre el misterio de la Iglesia. Por otra parte, el autor advierte sobre la incomprensión de aquellos que han tratado de identificar  a  Newman, sorprendentemente, o como un conservador tradicionalista o como un liberal disidente, tomando esta o aquella cita fuera del contexto de toda su obra. No fue ni una cosa ni la otra, sino “un pensador complejo y sutil que rehusó ver los asuntos según alternativas en blanco y negro”. De este modo, su teología “es a la vez innovadora y conservadora, y su propio  desarrollo teológico muestra a la vez cambio y continuidad”. De allí su vínculo con el Vaticano II. El primer capítulo, “El radical conservador”, trata de este perfil característico de Newman. Precisamente, su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana muestra la existencia, a lo largo de la historia de la Iglesia, de un desarrollo homogéneo que es continuidad con el origen, pero a la vez incluye cambios que no son ruptura con el mismo. El autor remite aquí a la lúcida advertencia de Benedicto XVI acerca de las dos hermenéuticas que se han dado acerca del Vaticano II, una de continuidad y otra de ruptura, afirmando la legitimidad de la primera. El capítulo segundo aborda este tema: “La hermenéutica del cambio en la continuidad”.

Ker presenta, además, lo que llama una “mini-teología de los concilios”, que descubre en las cartas que Newman escribió durante y después del primer Concilio Vaticano en 1870. Siguiendo este epistolario, se ve la conexión histórica que hubo entre los distintos concilios y “cómo un concilio modifica por adición lo que el previo concilio enseñó, y cómo entonces los concilios representan tanto el cambio como la continuidad”.

A este capítulo tercero, “Hacia una teología de los Concilios”, le sigue el cuarto, “La Iglesia carismática”, pues aquella teología permitiría, según el autor, una hermenéutica para comprender cómo han surgido, después del Concilio Vaticano II, cuestiones que el mismo Concilio no había tratado, tales como el tema de la evangelización y los movimientos y comunidades eclesiales. Newman ilumina esto en su Ensayo sobre el desarrollo, mostrando que “las ideas religiosas se hacen más claras con el correr del tiempo”. Esos movimientos, surgidos desde la eclesiología orgánica de los bautizados, que encontramos en los dos primeros capítulos de Lumen gentium, habían entusiasmado a Newman, líder del Movimiento de Oxford como anglicano, y fundador del Oratorio de San Felipe Neri, como católico, con la esperanza de hacer surgir con él un movimiento similar frente al anti-catolicismo de la época. El capítulo quinto, “Algunas consecuencias no intentadas por el Vaticano II”, hace un análisis muy agudo de las exageraciones que han distorsionado algunos documentos del mismo, y cómo lo que Newman anticipa de estas enseñanzas provee una hermenéutica correctiva.

En el sexto y último capítulo, “Secularización y nueva evangelización”, se pregunta si Newman puede ofrecer alguna contribución a estos problemas actuales. El autor muestra que, en efecto, “Newman anticipó el fenómeno de la secularización” en uno de sus últimos sermones católicos, y también propuso un tipo de evangelización basada en una catequesis personalista, que el padre Ker descubre en la novela “Callista”, donde Newman “apela al deseo humano universal de felicidad y plenitud, enfatizando la necesidad de responder a los afectos y aspiraciones encerradas en el corazón humano”. El Evangelio de Cristo es el que responde a esta necesidad. Para Newman la existencia de un Dios personal está implicada en la misma existencia de la persona humana, lo que él mismo experimentó en su primera juventud, y de lo cual da testimonio en la Apologia pro vita sua, como “el pensamiento de dos y solo dos seres absoluta y luminosamente autoevidentes, yo y mi Creador”. Por ello, presenta en la joven Callista esa búsqueda de “algo que no sabemos bien qué es, pero que estamos seguros que es algo que el mundo no nos ha dado”, “algún objeto que pueda poseerme”, “alguna cosa para descansar en ella”, “algo para amar”. “El alma del hombre está hecha para la contemplación de su Creador, y…su  felicidad no es sino esa alta contemplación”. El autor señala cómo Newman buscó en sus sermones “hacer real” la figura del Cristo de los evangelios, y cómo esto es lo que convierte a aquella joven del siglo IV. Y señala asimismo cómo Newman, lamentando la ignorancia de los evangelios entre los católicos de su tiempo, insistía en que el catolicismo no era nada sin la contemplación vívida de Cristo. Estaba preocupado en su tiempo con justificar la fe religiosa en una cultura y sociedad secularizadas, y proponía un tipo de apologética que tuviese en cuenta las disposiciones del sujeto, y que hubiera recomendado hoy a la Iglesia para la nueva evangelización de los post-cristianos.

El padre Ker recuerda en la conclusión que Newman rehusó participar en el Concilio Vaticano I al que había sido invitado, y que se puede suponer que habría hecho lo mismo si hubiese vivido en tiempos del Vaticano II. De hecho, se lo ha llamado el “cardenal ausente”. El autor afirma que Newman se habría encontrado del lado de los reformadores, pero no en la postura de discontinuidad con el pasado, sino en la visión moderada de grandes teólogos como Daniélou, De Lubac, del mismo joven obispo Karol Wojtyla, futuro Juan Pablo II, o el joven perito Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, y todos aquellos que interpretaron el Concilio de acuerdo a la hermenéutica de la reforma en la continuidad.

Verdaderamente estamos frente a un libro muy iluminador y altamente recomendable, a cincuenta años del Concilio, guiados por el pensamiento del beato John Henry Newman, el cardenal ausente y presente a la vez, que, de ser canonizado, el padre Ker asegura, será declarado Doctor de la Iglesia en relación al Concilio Vaticano II, de modo análogo a como es considerado San Roberto Bellarmino Doctor de la Iglesia en relación al Concilio de Trento. Interesante analogía.


 [*] Ian Ker, Newman on Vatican II, Oxford University Press, Oxford, 2014, 167 págs.

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