Larry Yévenes SJ.
Centro de Espiritualidad Ignaciana
Santiago, 2021
38 págs.
“San Ignacio de Loyola ha dejado para la humanidad y para la Iglesia un gran regalo: un modo de caminar con otros(as) por medio del acompañamiento espiritual, un aporte muy valorado a través del tiempo. Se trata de un servicio noble y gratuito, en el que, al acompañar a otros(as), estamos pisando Tierra Sagrada” (p. 5, Presentación).
El jesuita Larry Yévenes, director del Diplomado en Acompañamiento Psicoespiritual de la Universidad Alberto Hurtado, ha publicado este manual de acompañamiento espiritual que forma parte de la colección “Ayudas para el espíritu”. A continuación, una reedición de la exposición realizada por la hermana Nelly León, quien trabaja en reinserción femenina, durante la presentación del libro en octubre de 2021.
El jesuita Larry Yévenes, director del Diplomado en Acompañamiento Psicoespiritual de la Universidad Alberto Hurtado, ha publicado este manual de acompañamiento espiritual que forma parte de la colección “Ayudas para el espíritu”. A continuación, una reedición de la exposición realizada por la hermana Nelly León, quien trabaja en reinserción femenina, durante la presentación del libro en octubre de 2021.
Me atrevo a decir que todos y todas las que hemos sentido el llamado a esta hermosa misión de acompañar hacemos nuestras las palabras de san Ignacio “en servir a los que son siervos de mi Señor, pienso servir al mismo Señor de todos”[1].
La primera actitud es poner todos nuestros sentidos en disposición para concentrarnos en la persona que tenemos al frente nuestro, esa fue una de las grandes enseñanzas que aprendí cuando hice el Magíster en Acompañamiento Psicoespiritual, por lo que se debe cumplir la tarea de facilitación para que el acompañado pueda identificar y nombrar lo que Dios va realizando en su vida. Es muy hermosa la experiencia vivida aquí en la cárcel cuando las internas se sienten escuchadas con todos los sentidos y no solo escuchadas, sino acogidas y abrazadas por Dios.
En el umbral de los Ejercicios Espirituales, Ignacio nos recuerda que la más importante tarea de todo ser humano consiste en “ordenar su vida” y “hacerse indiferente”, ser progresivamente libre, para conseguir el fin para el que fue creado (Ejercicios Espirituales 21 y 23). Entendido desde esa lógica, el acompañamiento es un ministerio, una práctica de diálogo que permite que la persona acompañada vaya introduciéndose en el Misterio insondable de un Dios personal, en el fondo, que se anime a “buscar y hallar la voluntad de Dios”, para después llevarla a la práctica en la vida cotidiana. La experiencia de ser acompañados nos ayuda a descubrir qué nos está diciendo Dios, aunque muchas veces pongamos resistencias. Esto lo digo desde mi propia experiencia de ser acompañada, valoro desde el corazón la paciencia de mi acompañante que hoy ya está en el cielo.
Otra expresión ignaciana que va en la misma línea es “salir de su propio amor, querer e interés” (Ejercicios Espirituales 189). En definitiva, que toda acción sea por el bien de las personas y para mayor gloria de Dios y qué difícil resulta, resuenan en mi corazón las palabras “oprobio”, anonadamiento, “nada es mío, todo es gracia”.
El acompañamiento, por mucho tiempo, se entendió como “dirección espiritual” y hoy lamentamos las consecuencias de las relaciones asimétricas de abuso de poder y de conciencia; gracias a Dios hoy entendemos el acompañamiento como hacernos compañeros y compañeras de camino del otro, para así transitar en libertad al encuentro de Jesús.
La relación acompañante-acompañado se fundamenta en una confianza recíproca, mutua, sin dejar paso a los prejuicios o dudas. El acompañante debe generar la confianza para que el acompañado se sienta con libertad para expresarse. Cuando la persona acompañada no se siente comprendida o aceptada, el acompañamiento se bloquea y difícilmente abrirá su conciencia y corazón para compartir lo que está experimentando.
El o la acompañante, debe ser una persona con capacidad de escuchar, captar lo hondo y sutil que habita en el relato de la persona que busca ayuda. Aquí no sirven las autorreferencias. Esta actitud supone un silencio interior que sabe esperar pacientemente, sobre todo cuando al acompañado le cuesta expresar lo que está sintiendo. Pueden ser situaciones complejas que hay que saber esperar, por lo que las palabras del acompañante le deben transmitir tranquilidad y mostrar a un Dios que no juzga, sino que acoge, abraza, levanta, susurra paz.