Rémi Brague
Ediciones Encuentro
Madrid, 2024
374 págs.
Muy bien traducido al castellano por José Antonio Millán Alba y Blanca Millán García, “Sur l’Islam” (Gallimard, 2023) es la obra de un filósofo de gran autoridad, Rémi Brague –Premio Ratzinger, titular emérito de la cátedra Romano Guardini de la Universidad de Múnich–, quien fue también por años catedrático de filosofía árabe en la Universidad de La Sorbona, lo cual hace que el universo de Avicena, Averroes y sus contemporáneos le sea excepcionalmente familiar.
Catorce capítulos (con sus respectivos apartes) precedidos de un prólogo y cerrados por un epílogo, amén de amplísimas bibliografía e índice de nombres, hacen de estas cerca de cuatrocientas páginas (384 en la edición francesa) una obra prodigiosamente erudita, muy bien pensada, de excepcional interés para quien conozca o quiera introducirse en un tema de importancia y actualidad, particularmente complejo, sobre el cual se cruzan constantemente libros de carga ideológica, política y otras que ofuscan la posibilidad de una reflexión depurada. El autor –que dedica un primer capítulo a desmentir acusaciones de “islamofobia” que le han sido hechas alguna vez–, como reconocido medievalista que es, subraya la cualidad de ser aquella época histórica, la Edad Media, el apogeo de la cultura islámica. El conocimiento árabe, nutrido por la tradición clásica, es superior al término medio europeo del Medievo, afirma. Su método, añade, no se quedaba en la repetición, sino que era progresivo, iba siempre más lejos, lo que es especialmente destacable en las matemáticas y en la medicina.
Una distinción que juzga importante en orden a evitar equívocos, refiriéndose a la religión, Brague hablará siempre de “islam”; a la civilización engendrada a partir de aquella la llamará por su parte “el Islam”. Dos fenómenos desde luego concomitantes, que se entrecruzan, pero que no son lo mismo. La dependencia en que vive en este caso la religión de la civilización, adviértase, es un dato de la realidad, siendo el islamismo, en todo tiempo y lugar, condicionado por la ley positiva (cuestión esta, obsérvese, que cobra importancia para entender su contraposición interna entre violencia y paz, como veremos).
Entre otras diferencias religiosas esenciales (Trinidad, sacramentalidad, orden religioso y jerarquía, etc.), es común oír que lo que principalmente distingue la religión islámica del cristianismo es la Encarnación de la segunda persona de la Trinidad, el Verbo de Dios, confesada por los cristianos. Brague subraya más bien la diferencia que establece la existencia del cristianismo como un pueblo, fruto de una antigua alianza con Dios, en cuyo seno tendrá realidad el misterio de la Encarnación del Verbo.
El islam, quedó insinuado a propósito de su “positivismo”, tiene la característica de ser una “religión jurídica”. Mientras el cristianismo desarrolla una teología –exploración del misterio con los instrumentos que proporciona la filosofía–, lo equivalente a una teología para el islam es una “apologética”: no se trata de conocer y profundizar, sino de defender (aunque, con todo, es una religión más razonable que otras, subraya el autor, incluso entre las importantes).
Lo doctrinal, en el islam, es en definitiva el reconocimiento de la misión de Mahoma. Lo esencial es la creencia en la revelación divina hecha en el libro del Corán. El autor es Dios; Mahoma es el portavoz que ha escrito lo revelado. El Corán no es un libro inspirado, sino dictado.
A partir de lo anterior puede comprenderse que el islam es una religión de la dominancia. El primer hecho histórico destacable en este sentido es la presencia de árabes en Medio Oriente, ya en el 642, especialmente en Egipto. Desde allí –y de manera importante gracias a la peste que devasta territorios de África y Europa– logra avanzar diez veces más rápido que Alejandro Magno. Las huestes musulmanas llegan así hasta Poitiers, en Francia, en 732, tan solo veinte años después de haber puesto los pies en Europa y habiendo antes dominado la península ibérica.
Rémi Brague desarrolla también algunos puntos polémicos de la vida de Mahoma que han obligado a reflexionar a los estudiosos del islam. Como otros fundadores de religiones, ¿es el Profeta un ejemplo de vida para sus seguidores y para la humanidad? La biografía de Mahoma nos describe cómo y cuánto usó este de la violencia. Los ejemplos proliferan. Nunca dejó de hacer y predicar la guerra. Asesinó a víctimas de ambos sexos. Hizo decapitar a centenas de prisioneros. Torturó a uno para que le confesara la localización de un tesoro, y así… Estas y otras muchas atrocidades que se consignan, consuenan por su parte con la taqiyya (p. 133), principio según el cual la ley moral permite mentir a los enemigos. La conversión vía discusión o persuasión se entiende asimismo como algo excepcional, siendo esto, evidentemente, todo lo contrario al fin propio de la religión (p. 143).
Cierta tensión entre “islamófobos” y defensores del diálogo con el Islam ha producido determinado recuerdo que Rémi Brague hace presente en estas páginas. Nuestro autor cita, en efecto, la declaración fechada el 26 de noviembre de 2013, en la que el Papa Francisco se expresa así: “Frente a episodios de un fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto por los verdaderos creyentes del islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero islam y una adecuada interpretación del ‘Corán’ se oponen a toda violencia” (p. 77). Brague adhiere a la constructiva intención que esas palabras conllevan, dice, pero observa que permanecen cuestiones importantes por distinguir.
Los viajes del Papa a fines de la década pasada a Baréin y a los Emiratos Árabes (donde se emitió en clave ecuménica el importante “Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz y la convivencia común”), han significado que se vuelva una y otra vez sobre discusiones que se suscitaran anteriormente.
Razonando al respecto, se ha hecho ver que un líder musulmán sabe a la perfección todo lo que Brague ha recordado sobre Mahoma y naturalmente se preguntará: ¿cómo es posible, sin dejar de ser musulmán, convertirse a una religión de paz si, además, en el presente caso, esto se entiende y postula en orden a la esencia misma de la religión? (cf. Henri Hude en Revue Thomiste).
Averroes, apunta nuestro autor, puede ayudar a encontrar la respuesta (cf. “Nicómaco”, V). Comentando a Aristóteles cuando razona sobre la equidad, el comentarista islámico anota lo siguiente, según cita el propio Rémi Brague:
Explicarás esto a través de las reglas instituidas a propósito de la guerra en la ley de los ismaelitas. En efecto, en ella el mandato de la guerra es universal, hasta desenraizar y erradicar completamente a cualquiera que difiera de ellos. Pero hay circunstancias en que la paz es preferible a la guerra. Ahora bien, puesto que el común de los ismaelitas piensa en esta universalidad incluso cuando es imposible desenraizar a los enemigos y erradicarlos completamente, eso les acarrea graves perjuicios. Hay que decir, en consecuencia, que en ciertas circunstancias la paz es preferible a la guerra (pp. 248-9).
¿Puede la guerra atómica, por ejemplo, ser una guerra santa? Salvo suma insensatez, los principios de esta religión combativa deben ahora encontrar –siguiendo entre otros a Averroes–, estructural y necesariamente, una aplicación pacífica. La regla comúnmente admitida hoy, explica Brague (pp. 242-243), es que la yihad solo puede ser defensiva. Se trataría de rechazar los ataques previos del enemigo, principio que invoca un versículo del Corán: “Combatid en el camino de Dios a los que combaten contra vosotros (II,186)”. Se entiende pues, a la luz de todo lo anterior, el sentido que lleva al Papa a decir que el islam es hoy una religión de paz.
Tal como este, el muy ilustrado libro del filósofo francés pone al lector, sin renunciar a la amenidad, también frente a otros temas y problemas de candente actualidad.
Jaime Antúnez Aldunate