Austen Ivereigh
Hendry Holt and Co.
Nueva York, 2019
416 págs.
El segundo libro de Austen Ivereigh sobre el Papa Francisco presenta una mirada de conjunto a los primeros seis años de su pontificado. Es un servicio valioso a la hora de buscar las opciones que subyacen a lo que Francisco dice y hace, para superar una mirada fragmentada de sus palabras, gestos o anécdotas. Junto con una introducción documentada y amplia a los grandes temas de la reforma eclesial que está impulsando, el libro nos ofrece la posibilidad de asomarnos a la experiencia del mismo Francisco, a algunos de los procesos interiores que lo han marcado, así como a los dolores y conflictos que ha enfrentado. Del acopio impresionante de testimonios y entrevistas, así como de sus propias palabras, va surgiendo un retrato espiritual. Aunque mantiene un tono de admiración que a veces llega a ensalzarlo, el autor critica la imagen mítica del reformador grandioso –el enfoque de su primer libro– y transita hacia la imagen del pastor herido: es aquel que conduce a partir de su propia experiencia de miseria, que se sabe un pecador perdonado, herido y abierto a las heridas de los demás. Recibimos así una descripción más profunda y humana del Papa como correlato del proceso de reforma en la Iglesia.
Los nudos clave del pontificado abarcan temas tan diversos como la reforma financiera del Vaticano o el jubileo de la misericordia, la fuerte discusión en torno a la pastoral familiar, y la propuesta ecológica. Todo está hilado por la idea de conversión, como una búsqueda central que agavilla las reacciones y propuestas de Francisco. La conversión pastoral es el concepto fuerte tomado de Aparecida que el Papa posicionó como su proyecto de reforma no solo de la curia vaticana, sino de toda la Iglesia universal (Exhortación Apostólica Evangelii
gaudium, n. 25-33). Incluye una reforma a las instituciones, leyes y criterios organizacionales, pero sobre todo exige un cambio de actitud espiritual de pastores y fieles, una opción por Cristo que deje de lado el clericalismo, la mundanidad espiritual y la rigidez, para volcarse a una misión de servicio humilde. Su propuesta de compromiso con el medio ambiente también es un proceso de conversión ecológica, que logra darle un enfoque religioso, sagrado incluso, a las problemáticas políticas y científicas (p. 194).
La imagen que mejor describe a Francisco es la del maestro de Ejercicios Espirituales, que ahora pone a toda la Iglesia en una actitud orante de encuentro directo con Cristo, y la empuja a tomar decisiones orientadas por el Espíritu Santo. Al llevar a ese nivel las preguntas, abre perspectivas nuevas de reflexión y de solución. Su discurso en la Catedral de Santiago es un buen ejemplo de su modo habitual de conducir, que ha aplicado en muchos niveles diferentes: en el trabajo de los Sínodos, en las controversias con la prensa, en los encuentros con gobernantes y las directrices para la formación de los presbíteros, todo está traspasado por la intención ignaciana del discernimiento de los espíritus que permite abrir hacia una decisión plena por la voluntad de Dios. Olegario González de Cardedal propone que los Ejercicios Espirituales de san Ignacio están en la base de la reforma teológica del siglo XX, a través del trabajo de Przywara, Rahner y Balthasar (ver La teología en España [1959-2009]. Encuentro, 2011, pp. 385-387). Francisco pone los Ejercicios en la base de la reforma pastoral de la Iglesia del siglo XXI.
Esta mirada aguda de Francisco destaca especialmente en su manera de conducir en medio de la crisis de abusos sexuales en la Iglesia. Ivereigh describe las fuerzas polares que aparecen detrás de los detractores del Papa: por un lado, los rigoristas, que insisten en que la crisis se basa en un relajamiento de la disciplina y urgen por una Iglesia más cerrada en sí misma; por otro lado, quienes se enfocan en las estructuras autoritarias proponiendo reformas como el fin del celibato. La mirada de Francisco ha ido madurando de la mano del proceso personal, interior, que ha vivido de la crisis. Ese camino tiene un punto clave en su visita a Chile en enero de 2018, cuando él mismo se vio implicado directamente al imputar calumnias a quienes acusaban al obispo Barros. El libro describe con mucho detalle cómo el Papa vivió lo que fue –en sus propias palabras– “el punto más bajo de su pontificado” (p. 104). A partir de lo que desencadenó ese momento, Francisco fue profundizando hacia una comprensión más amplia, y llegó a plantear la crisis no solo a partir de problemas individuales o institucionales, sino como consecuencia de una corrupción diabólica del clero. Esto que a primera vista puede parecer un escape piadoso, le ha permitido dar un enfoque radical que toma en cuenta la presencia de Dios y propone caminos igualmente radicales para sostener la aplicación de protocolos, leyes o reformas institucionales. Al apuntar a ese nivel religioso de la crisis, Francisco permite ganar una mirada genuinamente eclesial y al mismo tiempo logra ver lo que Dios quiere suscitar a partir de lo que se ha quebrado. De diferentes maneras dirá –comentando el capítulo 16 del profeta Ezequiel– que Dios, al sorprender a su esposa en adulterio, reconociendo su pecado, puede limpiarla y hacerla brillar nuevamente (p. 320, cf. Discurso del Santo Padre Francisco en el encuentro con el clero de Roma, 7 de marzo de 2019).
Francisco impulsa la conversión hacia una Iglesia cercana y concreta, que anuncia al Dios de ternura, una Iglesia samaritana y servidora que está efectivamente centrada en el mundo laical, que se renueva con la presencia de las mujeres, que peregrina en una nueva época superando la cristiandad. Este Papa sueña con una Iglesia que celebra su universalidad y que supera los muros que la restringen, y para eso busca cardenales y obispos con nuevos criterios. Prefiere a los pastores que son parte del pueblo, que tienen sus parroquias abiertas como santuarios, que pueden escuchar a todos; que lloren y que también puedan anunciar el Evangelio de Cristo libremente, sin compromisos con los poderosos. Estas son las opciones que el mismo Francisco tomó siendo obispo, y que busca imprimir en toda la jerarquía. Una de las palabras clave que Francisco recupera es la de “ministerio”, que implica la humildad de aquel que es “menos” que los demás, y está a su servicio. En su estilo directo y exigente, dice una y otra vez que el ministro está para servir la vida, no para servirse de ella (cf. Homilía Domingo de Ramos, 5 de abril de 2020). Sorprende enterarse de que una de las preguntas incluidas ahora en el cuestionario para evaluar candidatos a obispos es si viven un estilo de vida austero, pobre (p. 177).
Escribo esta reseña en junio de 2020 y, aunque no ha pasado ni un año desde la publicación del libro, ya hemos visto nuevas facetas de un Papa que no deja de iluminar. La crisis sanitaria global provocada por el coronavirus ha dado nuevas heridas al pastor, así como a toda la Iglesia. Ha sido para él un momento de conmoverse y sufrir en silencio, como vimos en la elocuente imagen de su bendición en la Plaza de San Pedro oscura y vacía. También ha sido una nueva oportunidad de dar una palabra fuerte, capaz de desafiar y de hacernos discernir y crecer en humanidad en medio del desconcierto. Francisco vuelve a exigirnos salir de una actitud de descarte que no ve a los pobres, nos invita a dejar el individualismo y decantar por el servicio. Apuesta por una economía inclusiva y sustentable, humana. Puede cambiar las perspectivas de la tragedia, como les dijo a los médicos y al personal sanitario de Lombardía el 20 de junio, citando una novela: “…y no olviden que con su trabajo han iniciado un milagro, ¡que acabe bien el milagro que ustedes han empezado!”. Francisco sigue su camino de conversión y de reforma, y lo hace sostenido por el Espíritu Santo. No sabemos cuánto ni cómo continuará su pontificado. Parafraseando a Ivereigh, lo que podemos predecir hacia el futuro es que será más impredecible (p. 186).
P. Francisco Jensen