La dimensión dialogal del hombre
Hoy resulta ciertamente trivial repetir que la persona humana se caracteriza por un deseo innato de comunicación y de comunión con los demás. Es este un redescubrimiento —y no el menor— de la antropología moderna. La filosofía, las ciencias humanas y la teología han multiplicado sus estudios sobre esta orientación natural del hombre. El hombre madura y se convierte en persona adulta en la relación interpersonal, desarrollando la capacidad de convivir, asociarse y colaborar con los demás hombres. Desde el punto de vista social, la madurez se convierte en pacífica posesión cuando el individuo logra colaborar con los demás, respetando en ellos la diversidad y reconociendo su calidad y sus límites con sano realismo[1]. Este es el clima que configura el diálogo, la condición para saber escuchar, comprender y discutir sobre las opiniones de los demás.
Pueden ser los motivos extrínsecos de esa opción, pero los motivos intrínsecos son determinantes de otro modo. El diálogo es portador en sí mismo de su propio valor. no requiere justificaciones externas, ya que se autojustifica por el mero hecho de que toda persona humana requiere ser comprendida y comprender a la otra.
La Iglesia sabe muy bien que nuestra época no puede admitir guerras de religión. Sabe muy bien que la sociedad pluralista no soporta más polémicas sistemáticas por cuestiones religiosas. Sabe muy bien que la secularización penetra en iglesias y comunidades cristianas y las amenaza, no pudiendo estas abstenerse de buscar las formas de una convivencia pacífica entre ellas mismas y la sociedad para que sea significativa su presencia en una situación, sobre todo cultural, de carácter dramático. La cultura contemporánea percibe como anacrónicas las antiguas actitudes de rechazo desdeñoso y de lucha, por un lado, y por otro el espíritu y la estrategia de la competencia frontal. La humanitas corre hoy riesgos tales que hacen necesaria la labor de común acuerdo de todas las fuerzas históricas dispuestas a la construcción de una humanidad más justa y solidaria.
“Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. el autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. (…)
Según algunos críticos, el Magisterio de la Iglesia habría asumido el diálogo como instrumento de su actividad en la sociedad contemporánea únicamente por cálculo diplomático, para enfrentar las dificultades para ella provenientes de la actual coyuntura cultural. Se puede reconocer algo de verdad en esta crítica, que se refiere a algunos motivos históricos que han privilegiado la opción del diálogo en la pastoral. Pueden ser los motivos extrínsecos de esa opción, pero los motivos intrínsecos son determinantes de otro modo. El diálogo es portador en sí mismo de su propio valor. No requiere justificaciones externas, ya que se autojustifica por el mero hecho de que toda persona humana requiere ser comprendida y comprender a la otra. El individualismo anacoreta no es una dimensión común de la vida humana, y si bien en tiempos ya lejanos se practicó y sostuvo como fuga saeculi, eso ocurrió por influjo de un determinado momento histórico de las relaciones de la Iglesia con la sociedad o de una elección carismática propia de condiciones muy especiales de vida. (…)
La Iglesia de nuestra época se siente constituida por el diálogo, y en el plano de la doctrina y del enfrentamiento práctico con las múltiples instancias de la cultura y de la sociedad, no deja de dar prueba a diario de esta actitud suya, reconociendo en el diálogo tanto “el rasgo especificativo de la antropología” como “una categoría de su propia autocomprensión”[2].
Sin embargo, es preciso aclarar un punto: diálogo implica enfrentamiento y no rendición. Implica un debate, incluso vivaz, pero no la adopción de las tesis del interlocutor por mal entendido irenismo, lo cual significaría inseguridad y escepticismo en cuanto a la propia posición. Es útil citar al respecto la aguda observación de un insigne teólogo sumamente apreciado por el Papa Bergoglio[3].
(…) no necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”.
El diálogo en “Evangelii gaudium”
La exhortación apostólica otorga un espacio relativamente amplio al tema del diálogo: diálogo entre la fe, la razón y las ciencias; diálogo ecuménico e interreligioso; diálogo social[4]. Con una característica: toda la Iglesia debe ponerse en estado de diálogo. “Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”[5].
Para el Papa, están sumamente claras las dificultades a las cuales está expuesto este proyecto. Es la “difundida indiferencia relativista, relacionada con el desencanto y la crisis de las ideologías que se provocó como reacción contra todo lo que parezca totalitario”. Y “una cultura, en la cual cada uno quiere ser el portador de una propia verdad subjetiva, vuelve difícil que los ciudadanos deseen integrar un proyecto común más allá de los beneficios y deseos personales”. Además, “en la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia”[6].
El “vacío dejado por el racionalismo secularista” fue a menudo sustituido por el fundamentalismo, mientras “el proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado”, y al aumentar el relativismo, aumenta también “una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios”[7].
Es el escenario del “individualismo posmoderno y globalizado”, que “favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas”[8].
En una sociedad tan fragmentada, “la ciudad es un ámbito multicultural. En las grandes urbes puede observarse un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles. Variadas formas culturales conviven de hecho”. Y “la Iglesia está llamada a ser servidora de un difícil diálogo”[9] , que al mismo tiempo es “un precioso espacio de encuentro y solidaridad”, si se logra evitar el riesgo “de la huida y de la desconfianza mutua”[10].
Para la Iglesia, se presenta una tarea con carácter primordial. “El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual. Muchos tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio”[11].
En una sociedad tan fragmentada, “la ciudad es un ámbito multicultural. en las grandes urbes puede observarse un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles. variadas formas culturales conviven de hecho”. (…)
El método del diálogo
Evangelii gaudium ofrece también indicaciones prácticas sobre la manera de establecer y avanzar en un diálogo sincero y provechoso. “Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo”[12].
Aquí el texto pontificio rescata una profunda intuición de Santo Tomás: “El amor es el don originario. Solo gracias a él, algo que pueda darse independientemente de nuestros méritos se convierte en don” (Amor habet rationem primi doni, per quod omnia dona gratuita donantur) [13]. No hay diálogo ni don de sí mismo sin ponerse previamente en una actitud de respeto y benevolencia. “En una civilización paradójicamente herida de anonimato, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario”[14].
(…) y “la iglesia está llamada a ser servidora de un difícil diálogo”, que al mismo tiempo es “un precioso espacio de encuentro y solidaridad”, si se logra evitar el riesgo “de la huida y de la desconfianza mutua”.
Más concretamente: “Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. Solo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento”[15]. Pero —observa un ilustre filólogo— “para escuchar, es preciso callar, no solo atenerse a un silencio físico que no interrumpa el discurso de los demás, sino a un silencio interior, es decir, una actitud enteramente dirigida a acoger la palabra de los demás”[16].
A este método, por así decir, natural para un verdadero diálogo, el Papa agrega una motivación teológica: “Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios”[17]. “Cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya”[18].
En el pensamiento del Papa hay un principio que informa todo el texto de Evangelii gaudium y lo protege, en el razonamiento y en la expresión literaria, de cualquier tipo de abstracción. Las elaboraciones conceptuales sirven para comprender y conducir la realidad. Cuando ya no se atienen a la realidad y se vuelven independientes de la misma, nacen los nominalismos y los idealismos, los fundamentalismos antihistóricos y los intelectualismos sin fundamento[19]. Se dialoga en serio cuando los interlocutores se abstienen de elaborar ideas y se atienen a la realidad, que es superior a las ideas. “Es peligroso vivir en el reino de la mera palabra, de la imagen, del sofisma”. Se hace diálogo cuando se logra establecer “una tensión bipolar entre la idea y la realidad”[20].
Una objeción
Evangelii gaudium tiene como fecha el 24 de noviembre de 2013. Dos meses después, el 24 de enero de 2014, se entregaba del Mensaje para la 48ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. En el Mensaje, el Papa vuelve sobre el tema del diálogo en un tono más afligido. En el trasfondo, el mundo que va siendo cada vez “más pequeño” a causa de los transportes, las tecnologías de la comunicación, la globalización, los media e Internet: y los media son o pueden llegar a ser “una conquista más humana que tecnológica”. Es además un mundo habitado por una humanidad dividida por conflictos originados por causas económicas, políticas, ideológicas y “desgraciadamente, también religiosas”. Sobre todo, el drama de la “miseria de los más pobres”. Es este el contexto en el cual la voluntad de dialogar adquiere su importancia decisiva.
Las elaboraciones conceptuales sirven para comprender y conducir la realidad. cuando ya no se atienen a la realidad y se vuelven independientes de la misma, nacen los nominalismos y losidealismos, los fundamentalismos antihistóricos y los intelectualismos sin fundamento.
“Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros”.
Para encontrarnos y dialogar, “tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida”. Porque “comunicar significa tomar conciencia de que somos humanos” y “me gusta —dice el Papa— definir este poder de la comunicación como «proximidad»”. Es difícil desconocer y subvalorar la inspiración evangélica y el contenido de humanitas que han señalado directivas y consejos tan preciosos.
En el Mensaje hay una afirmación sobre el significado y el método del diálogo, que expresa el pensamiento del Papa y la “técnica” del diálogo de mejor manera que las demás afirmaciones parecidas que se encuentran en Evangelii gaudium, y es una expresión válida para creyentes, no creyentes y diversamente creyentes. “Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas”[21]. Este texto comienza con lo que puede llamarse la intención profunda del Papa, que refleja el ansia pastoral del Concilio Vaticano II[22]: “Es preciso saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para comprender las expectativas, las dudas y las esperanzas, y ofrecerles el Evangelio”.
Hay quienes, leyendo estas palabras, se han rasgado las vestiduras. Hay quienes han hablado de concesión del Papa al Zeitgeist (el espíritu del tiempo), y uno sonríe cuando los que acusan sistemáticamente a la Iglesia de conservatismo doctrinal se vuelven auténticos intérpretes de la doctrina cristiana, que el Papa habría olvidado. Entre los católicos, no han faltado quienes han calificado al Papa de relativismo, oponiéndolo a su antece - sor, como si Benedicto XVI, en el Mensaje para la 47ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, celebrada en 2013, no hubiese exhortado a los católicos a darse a los demás “mediante la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana”. No por azar el texto del Papa Ratzinger se incluye en el del Papa Bergoglio como testimonio de su comunión e identidad de visiones en el ministerio.
“Comunicar significa tomar conciencia de que somos humanos” y “me gusta —dice el papa— definir este poder de la comunicación como «proximidad»”. Es difícil desconocer y subvalorar la inspiración evangélica y el contenido de Humanitas que han señalado directivas y consejos tan preciosos.
La concepción que tiene el Papa del diálogo excluye todo relativismo en el campo de la doctrina revelada. Cuando enseña que es preciso dar a cada uno la posibilidad de expresarse y ser escuchado, por cuanto no hay nadie que no sea portador en sí mismo de valores, no dice ciertamente que darse cuenta de los valores de los demás implique abandonar los propios. Comprender a los demás, sus esperanzas y sus dudas, sus expectativas y sus creencias, significa simplemente dialogar con otras personas con respeto y benevolencia, y con ánimo de “proximidad”. Dialogar es compartir. Y el ámbito en el cual se puede compartir es mucho más amplio que el ámbito de las creencias religiosas. Es un terreno en el cual se encuentran las opiniones, los idiomas, las opciones culturales, políticas, de partido y sociales, y las ideas que nos hemos formado en torno a todo cuanto constituye el tejido de la vida individual y colectiva. ¿Por qué motivo dialogar con quienes piensan de distinta manera debería significar alteración o negación de la pureza doctrinal de la fe religiosa profesada?
Ciertamente, no se excluye que, en ciertos casos concretos, el dialogar se resuelva en la corrupción de la fe religiosa, en su reducción a opinión igual a las demás y susceptible del mismo tratamiento, así como no se excluye —y es deseable— que el dialogar del creyente abra el camino del testimonio evangélico.
Así, ni la Exhortación ni el Mensaje contienen elemento algu - no de relativismo dogmático. Por el contrario, en el texto antes citado del Mensaje, el Papa toma en consideración la posibilidad y la oportunidad de que el diálogo, en sus diversas formas, desde la oral hasta aquella con mediación de instrumentos tecnológicos, se vuelva un vehículo del Evangelio, sin presiones propagandísticas, sin intenciones subrepticias de otro tipo. El diálogo es un método de acercamiento a la persona humana, una manera de darse y volverse próximo.