En estos momentos de rápidos cambios sociales, políticos y culturales es más importante que nunca reconocer que el trabajo humano, tanto en relación a lo que produce, cómo lo produce y para qué lo produce, es la clave para estudiar si la empresa tiene puesto al ser humano en el centro de su accionar.

El sector empresarial es una muestra patente de la inteligencia, la creatividad humana y la capacidad de organizarse con otros para la consecución de un fin. Su razón de ser está en colaborar para que el ser humano pueda satisfacer las necesidades de bienes y servicios que le impone su humanidad y que no puede procurarse por sí mismo.

La empresa está formada por hombres y mujeres, por lo que una visión adecuada de la empresa no puede desentenderse de la búsqueda de una adecuada antropología y de los valores que desde su humanidad está llamado a encarnar.

La labor empresarial es un modo privilegiado de reconocer la interdependencia de todas las personas y vivir con profundidad nuestro carácter social. El desarrollo de la persona humana y el desarrollo de la sociedad, incluido el mundo empresarial, van de la mano y se relacionan mutuamente.

Reconocer que la fuente, el centro y el fin de la actividad empresarial somos nosotros mismos, considerado en su condición de ser corporal y espiritual es la posibilidad para que la empresa asuma de modo adecuado su rol en la sociedad. La tarea empresarial ha de ser fuente de humanización de quien allí trabaja para que sea efectivamente una actividad que genere desarrollo y promueva el bien común.

De la necesidad de conjugar siempre las necesidades de las personas con los intereses de la empresa surge la importancia de reconocer su dimensión ética. Quienes trabajan en la empresa deben evaluar su accionar -tanto privado como corporativo- y preguntarse si su quehacer está vinculado al bien común y si es fuente de desarrollo para quienes allí trabajan. Esta pregunta es ineludible dado que somos el artífice de la empresa (en cuanto es fruto de nuestro trabajo) y además su beneficiario.

Se contradice en su raíz una empresa que no busca el bien de quienes allí trabajan y el bien de las personas que usan sus productos o servicios.

Desde este punto de vista me parece insuficiente centrar la dimensión ética de una empresa a un mero código. Puede ser en algún momento necesario tenerlo, pero sólo como base para emprender una tarea mucho más grande, que es justamente la de ser motor de desarrollo económico, por cierto, pero también fuente de desarrollo personal, familiar y social con los bienes y servicios que produce y ofrece.

La pregunta que ha de estar presente es si lo que produce, cómo lo produce y para qué lo produce es fuente de humanización o no y de colaboración para mejorar la vida de las personas. Dado que la actividad empresarial es una actividad propia y genuinamente humana estas preguntas forman parte de su ADN.

A la luz del ethos de la empresa recientemente planteado, resulta empobrecedor postular que la ética empresarial y la responsabilidad de ésta hacia la sociedad se concreta en participar en obras de caridad, por ejemplo, o en el cumplimiento de las leyes laborales e impositivas. Respecto del primer caso podría darse que ello sea sólo una estrategia de marketing más para promover los productos o servicios, pero no el resultado de una convicción profunda de su vocación de servicio a la sociedad. En el caso de lo segundo, está bien ser riguroso en el cumplimiento de la ley, pero ello es el mínimo en virtud de la potencialidad que tiene la comunidad empresarial en el desarrollo del país y de las personas, especialmente en lo que se refiere a la generación de trabajos y capacitación.

Por último, no puedo dejar de hacer referencia a que la clave para analizar la marcha de la empresa, además de evaluar si es éticamente lícito lo qué hace y cómo lo hace, es el modo como se relaciona no sólo con sus propios trabajadores sino también con todos quienes se ven involucrados en la actividad empresarial. Sería muy cuestionable que después de un proceso productivo o de un servicio entregado la materia salga apta para ser utilizada por el hombre, es decir que en cierto sentido salga ennoblecida y “humanizada”, pero quien participó en el proceso de su producción salga embrutecido, humillado, o no reconocido en su dignidad de persona. También sería muy cuestionable que los productos o servicios que se ofrecen nos denigren, nos mermen en nuestra dignidad, por más que al interior de la empresa se actúe según cánones éticos adecuados.

En estos momentos de rápidos cambios sociales, políticos y culturales es más importante que nunca reconocer que el trabajo humano, tanto en relación a lo que produce, cómo lo produce y para qué lo produce, es la clave para estudiar si la empresa tiene puesto al ser humano en el centro de su accionar u otros intereses, que, por muy legítimos que sean, siempre han de estar supeditados al primero.

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