¿Qué nos dice Laudate Deum? Para aportar a la reflexión sobre la crisis climática.
Imagen de portada: “Movimientos Tectónicos” por Guadalupe Valdés, 2021. (Óleo sobre tela 132 x 202 cm).
Humanitas 2023, CV, págs. 466 - 471
El 4 de octubre, día en que comenzó la Asamblea del Sínodo de Obispos y en que la Iglesia celebra a san Francisco de Asís, el Papa Francisco vuelve a lanzar las palabras del santo “Alabado sea Dios por todas sus criaturas”[1] para convocarnos con urgencia al cuidado de la casa común. Esta exhortación apostólica nos llama en medio de la guerra, la crisis humanitaria y climática, y los esfuerzos hacia la sinodalidad, y manifiesta preocupación por la insuficiencia de las acciones desde la publicación de Laudato si’ [2], frente a un mundo que se desmorona y que se acerca a un punto de quiebre.[3] A continuación, se ofrecen reflexiones sobre esta exhortación; en particular, sobre el rol del paradigma tecnocrático en la crisis climática desde la perspectiva más amplia de la ecología integral, y se rescata la fraternidad como motor relacional del cambio cultural y estructural que sería necesario para el desarrollo humano integral.
Ecología integral
En el capítulo cuarto de Laudato si’, Francisco plantea los componentes esenciales de una ecología integral que incorpora dimensiones ambientales, humanas, sociales y políticas. Dicha ecología está íntimamente relacionada con el concepto de desarrollo integral.
La encíclica Populorum progressio es el punto de inflexión en el magisterio de la Iglesia hacia el desarrollo integral, pues avanza desde la cuestión obrera de la encíclica Rerum novarum[4] hacia este: “Por esto hoy dirigimos a todos este solemne llamamiento para una acción concreta en favor del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad”[5]. El desarrollo integral tiene dimensiones tanto personales como sociales: “El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”[6].[7] San Juan Pablo II retoma el mensaje de Populorum progressio en Sollicitudo rei socialis, donde reconoce en dicha encíclica una respuesta al llamado de Gaudium et spes del Concilio Vaticano II.[8] Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in Veritate, manifiesta su convicción de que Populorum progressio es “la Rerum novarum de la época contemporánea”[9] y pone al desarrollo integral en el corazón de la Iglesia y su quehacer: “toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre”[10].
El paradigma tecnocrático
La raíz de la crisis ecológica, según Francisco, es
el modo como la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del sujeto que progresivamente, en el proceso lógicoracional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera. […] De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a ‘estrujarlo’ hasta el límite y más allá del límite.[11]
Tres elementos componen este paradigma: tecnología, el sufijo cracia (de Krátos, gobierno) y su dominación sobre otros modos de ver la relación del ser humano con la creación. Francisco, y el magisterio de la Iglesia, no condenan la ciencia y la tecnología; al contrario, las consideran de enorme valor.[12] No obstante, preocupa que teniendo tanto poder, este se acumule en pocas manos,[13] y domine la economía y la política,[14] generando formas de gobierno cuyo poder está en el manejo de la tecnología. Es decir, dicha forma de poder no solo se manifiesta en las decisiones individuales, sino también en culturas y estructuras. Por último, esta mirada extendida y dominante la hace difícil de evitar:
No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica.[15]
Francisco lamenta que la libertad del ser humano
se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación.[16]
Más aún, no solo se ha vuelto el paradigma dominante, sino que se “retroalimenta monstruosamente”[17].
De estos planteamientos surgen al menos dos dimensiones del paradigma tecnocrático. Primero, la tecnología como forma de aprehender las cosas (en tal sentido, un planteamiento filosófico sobre la naturaleza, o metafísico): si la naturaleza es un recurso, artefacto o máquina, el conocimiento se torna esencialmente ingeniería, y la verdad de dicho conocimiento es la factibilidad técnica. En segundo lugar, si podemos extender los límites de la naturaleza así concebida mediante la tecnología, entramos en el deseo perpetuo de más, porque es posible y, si es posible, es bueno; un imperativo tecnológico que puede hacer al ser humano esclavo y víctima de su tecnología.[18]
Francisco plantea que la superación de este paradigma requiere reflexionar sobre el ser humano y el sentido de nuestras acciones: la reflexión ética. Resuenan con gran actualidad las palabras del Papa en la película documental La Carta (2020), cuando habla sobre la Torre de Babel (Gen 11, 1-9), aquella torre que llegaría hasta los cielos, construida no con piedras y mezcla, sino con ladrillos cocidos y asfalto; y luego viene el derrumbe de esa torre infinita y la dispersión de los pueblos que ya no se lograban entender.
Si podemos extender los límites de la naturaleza así concebida mediante la tecnología, entramos en el deseo perpetuo de más, porque es posible y, si es posible, es bueno; un imperativo tecnológico que puede hacer al ser humano esclavo y víctima de su tecnología.
La fraternidad para el cuidado de la casa común
Pablo VI sostiene que la razón del subdesarrollo es la falta de fraternidad: “El mundo está enfermo. Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en su acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”[19]. Numerosos documentos eclesiales posteriores reiteran la centralidad de la fraternidad en relación con el desarrollo, no sólo en cuanto vivencia interpersonal, sino también permeando culturas y estructuras.[20] Por ejemplo, Francisco en Lumen fidei: “Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios”[21]. Y en Laudato si’: “Porque no se puede proponer una relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios”[22].
La fraternidad así entendida cobra dimensiones teológicas, sociales y políticas. No bastan personas fraternas si las instituciones que las reúnen en naciones no valoran la fraternidad. En efecto, las instituciones que derivan del paradigma tecnocrático son políticamente excluyentes por naturaleza, y socavan la democracia.
Todo esto supone generar un nuevo procedimiento de toma de decisiones y de legitimación de esas decisiones, […] en definitiva una suerte de mayor ‘democratización’ en el ámbito global […]. Ya no nos servirá sostener instituciones para preservar los derechos de los más fuertes sin cuidar los de todos.[23]
Desde este ‘ethos’ fraterno es que resulta posible el llamado del Papa Francisco a la reconciliación con el mundo que nos alberga, porque es casa, y porque solo en la fraternidad es casa común.
Con razón la Síntesis de la XVI Asamblea General del Sínodo, en su introducción, nos recuerda que la fraternidad es como la lámpara: no se debe poner debajo de un almud, sino en un candelabro, para que alumbre toda la casa (cfr. Mt 5, 15). Desde este ethos fraterno es que resulta posible el llamado del Papa Francisco a la reconciliación con el mundo que nos alberga,[24] porque es casa, y porque solo en la fraternidad es casa común.