¿Qué nos dice Laudate Deum? Para aportar a la reflexión sobre la crisis climática.

Imagen de portada: “Soberanía Vegetal” por Guadalupe Valdés, 2022. “Estamos por medio del aliento que intercambiamos indisolublemente relacionados con el reino vegetal, sin este ni una bocanada de aire sería posible”. (Óleo sobre tela, 202 x 168 cm).

Humanitas 2023, CV, págs. 472 - 477

A comienzos de octubre vio la luz pública Laudate Deum[1], la exhortación apostólica con la que Francisco, a ochos años de la publicación de Laudato si’[2], se refiere a la crisis climática. El llamado vuelve sobre algunas temáticas que ya se habían desarrollado en la última encíclica, pero con énfasis, lenguajes y referencias que hacen de Laudate Deum un mensaje en muchos sentidos más claro –incluso más jugado–. Por de pronto, la exhortación confirma que la cuestión ecológica no es un problema que al Vaticano simplemente le preocupe. La entiende, más bien, como la encrucijada crítica que marca la existencia contemporánea, y por lo tanto desde la cual se debe pensar tanto la Iglesia como lo social en toda su extensión.

La exhortación confirma que la cuestión ecológica no es un problema que al Vaticano simplemente le preocupe. La entiende, más bien, como la encrucijada crítica que marca la existencia contemporánea, y por lo tanto desde la cual se debe pensar tanto la Iglesia como lo social en toda su extensión.

Y aquí está, creo, una de las mayores provocaciones de Laudate Deum. Porque al final, lo que propone es una antropología, y una que no imaginábamos que vendría de la Iglesia católica. La exhortación no escatima en críticas a la economía política de la crisis y a las desigualdades estructurales que subyacen tanto a las causas como a los efectos de la catástrofe. Tampoco se intimida en acusar al negacionismo climático ni en exigir mayores esfuerzos en la política internacional, así como tampoco en apuntar a la ilusión de control sobre la naturaleza –creada por el cientificismo moderno, exacerbada por la tecnocracia y justificada por una meritocracia mal entendida– como el proceso que nos dirigió al desastre. Todas estas críticas son tan necesarias como disruptivas. Pero es la particular manera de entender las condiciones de posibilidad de lo humano lo que hace de Laudate Deum una exhortación singularmente llamativa.

Es importante recordar que las ciencias sociales han sido especialmente insistentes en subrayar que detrás de la catástrofe hay un problema que podríamos llamar ontológico, es decir, relacionado con la definición de lo existente. Qué existe como hecho objetivo y qué está en el campo de lo subjetivo, cuáles son las cosas que habitan en el reino de lo natural y cuáles en el de lo cultural y cómo diferenciamos entre lo vivo y lo inerte –o entre espíritu y materia, voluntad y mecánica– son preguntas que se han resuelto siguiendo lo que Alfred North Whitehead llama la bifurcación moderna[3]. Según esta, en la cúspide de la existencia estaría el ser humano y su razonamiento, y desde ahí se organizaría la existencia: por una parte los humanos, sujetos autónomos con capacidad de agencia y volición, y por el otro la plétora de objetos que, exentos de voluntad y razón, estarían indeclinablemente a su disposición. Por “razón” no se entiende otra cosa que el uso de esta bifurcación como base para entender, organizar y jerarquizar la vida. De hecho, llamamos “indígena” a todo aquel que piense y habite el mundo por fuera de los parámetros de la “razón” así entendida. Es más, cualquier otra forma de razonamiento –por ejemplo asumir lo existente como una realidad donde lo humano comparte con plantas, montañas, ríos y animales en relaciones extendidas de interdependencia– se cataloga de implausible, inimaginable o derechamente de aberrante, como dice la antropóloga Elizabeth Povinelli[4].

La evangelización, junto al Estado vía la educación y la ciudadanía, tuvo un rol central en la expansión de la razón y en la persecución de las “aberraciones” que esta dejaba al descubierto. Y es aquí donde, a mi juicio, la Laudate Deum hace una intervención tan radical como necesaria. Después de cinco siglos de sostener y muchas veces imponer una antropología del sujeto –léase del sujeto trascendental, autónomo y racional–, no puedo dejar de pensar que con la Laudate Deum el catolicismo empieza a ensayar una antropología de la relación o, si se prefiere, en una antropología más allá de lo humano, para decirlo con Eduardo Kohn[5]. Sin ir más lejos, la exhortación propone la figura del “antropocentrismo situado”. Un concepto aún tímido –que retiene el foco antropocéntrico para no quebrar del todo con la tradición judeocristiana–, pero que sin embargo se abre a redefinir al antropos, al ser humano, en clave ecológica, esto es, como una existencia que solo es dentro y con un sistema de relaciones recíprocas entre entidades diversas.

‘Laudate Deum’ hace tres gestos para avanzar hacia una antropología ecológica. Primero, invoca un principio de relacionalidad, o la afirmación basal de que, como lo dice el propio texto, “todo está conectado” […]. En segundo lugar, la ‘Laudate Deum’ entiende que ubicar la existencia como una zona de contacto implica repensar el significado del cuidado. […] Por último, destaco que la antropología ecológica que ensaya la ‘Laudate Deum’ nos invita a bajarnos del pedestal moral para cultivar una relación de humildad.

Laudate Deum hace tres gestos para avanzar hacia una antropología ecológica. Primero, invoca un principio de relacionalidad, o la afirmación basal de que, como lo dice el propio texto, “todo está conectado”[6]. La naturaleza deja de ser una exterioridad, algo que ocurre fuera o a pesar de lo humano, porque “estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados”[7]. Es muy interesante que en este respecto la Laudate Deum haga referencia a la figura de las “zonas de contacto”[8] de Donna Haraway. Para esta pensadora, las zonas de contacto son una categoría para reflexionar sobre “cómo se constituyen los sujetos en y por sus relaciones entre sí... en términos de copresencia, interacción, entendimientos y prácticas entrelazados, a menudo dentro de relaciones de poder radicalmente asimétricas”[9]. Esto último es clave. Al proponer una relacionalidad extendida, la Laudate Deum no está asumiendo una equivalencia plana y simplista entre las entidades en relación, sino un tipo de vínculo que está siempre en tensión y por tanto en constante transformación.

La exhortación propone la figura del “antropocentrismo situado”. Un concepto aún tímido […] pero que sin embargo se abre a redefinir al ‘antropos’, al ser humano, en clave ecológica, esto es, como una existencia que solo ‘es’ dentro y con un sistema de relaciones recíprocas entre entidades diversas.

En segundo lugar, la Laudate Deum entiende que ubicar la existencia como una zona de contacto implica repensar el significado del cuidado. Desde la antropología del sujeto que ha dominado la aproximación al cambio climático, el cuidado de lo humano se traduce en el aseguramiento de recursos para su reproducción. En el marco de una antropología ecológica, por el contrario, garantizar nuestras condiciones de existencia y las del resto de las especies –vegetales, animales o geológicas– se vuelve uno y lo mismo. Fomentar el desarrollo, incluso si es “sustentable”, es una solución intrínsecamente contradictoria si se hace a costa de bosques, salares o ríos. Como lo dice la exhortación, “nuestro cuidado mutuo y nuestro cuidado de la tierra están íntimamente unidos”[10]. O, dicho de manera más frontal, si “la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas”[11], entonces bien deberíamos comprender que en esta crisis “nadie se salva solo”[12].

Por último, destaco que la antropología ecológica que ensaya la Laudate Deum nos invita a bajarnos del pedestal moral para cultivar una relación de humildad. Este sería el corolario de aproximarse a la vida como una realidad en la que estamos, todo y todos, entrelazados en vínculos de colaboración existencial. Si el sostén de esta vida, que incluye a la humana, es el enmallado que crean una plétora de fuerzas y entidades en relación de mutualidad y fragilidad, entonces les debemos a esos seres y dependencias un “respeto sagrado, cariñoso y humilde”[13]. La exhortación es en este respecto introspectiva, en el sentido que comprende que un freno al avance desastroso del cambio climático implica necesariamente una transformación en la escala afectiva y espiritual de lo que somos como personas. El cambio no vendrá solo de la resistencia al capitalismo y la impugnación al cientificismo, sino también –y tal vez, sobre todo– reubicando nuestra vulnerabilidad en el concierto vital de la existencia. Será solo terminando “con la idea de un ser humano autónomo, todopoderoso, ilimitado”, dice la Laudate Deum, y solo si “nos repensamos a nosotros mismos”, que podremos “entendernos de una manera más humilde y más rica”[14].


Notas

* Manuel Tironi es sociólogo, profesor del Instituto de Sociología. Es máster en Planificación Urbana y Regional por la Universidad Cornell (EE.UU.) y doctorado en Urbanismo por la Universidad Politécnica de Cataluña. Director de Investigación del Instituto para el Desarrollo Sustentable de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
[1] Francisco; Exhortación Apostólica Laudate Deum, 2023.
[2] Francisco; Carta encíclica Laudato si’, 2015.
[3] Cf. Whitehead, Alfred North; The Concept of Nature. Cambridge University Press, Cambridge, 1920, pp. 26-48.
[4] Cf. Povinelli, Elizabeth; The Cunning of Recognition. Indigenous Alterities and the Making of Australian Multiculturalism. Duke University Press, 2002.
[5] Kohn, Eduardo; ¿Cómo piensan los bosques? Hacia una antropología más allá de lo humano. Hekht, 2021.
[6] Laudate Deum, n. 5.
[7] Laudate Deum, n. 6.
[8] Cf. Haraway, Donna; When Species Meet. Minneapolis, 2008, pp. 205-249. En Laudate Deum, n. 66.
[9] Ibid, traducción propia.
[10] Laudate Deum, n. 1.
[11] Laudate Deum, n. 14.
[12] Laudate Deum, n. 5.
[13] Laudate Deum, n. 14.
[14] Laudate Deum, n. 15.

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