¿Qué nos dice Laudate Deum? Para aportar a la reflexión sobre la crisis climática.
Imagen de portada: “Manto, Corteza y Magma” por Guadalupe Valdés, 2021.
Humanitas 2023, CV, págs. 444 - 477
¿Cómo debemos responder a la crisis climática? ¿Quién es responsable de ella? ¿Quiénes son sus principales víctimas? Cada una de estas preguntas se halla en el centro de quizás la más urgente crisis existencial que hoy enfrenta la humanidad, la crisis ecológica global. La reciente exhortación apostólica del Papa Francisco, Laudate Deum,[1] es su respuesta a estas interrogantes cruciales. El Papa retoma varios de los temas centrales de Laudato si’[2] –la encíclica sobre la crisis ambiental que Francisco publicó en 2015– y lo hace en un momento oportuno, justo antes de la COP28 de diciembre en los Emiratos Árabes.
En Laudato si’, Francisco presentaba con un lenguaje franco y realista (nuestro planeta “parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”[3]) un mensaje ecuménico que, a pesar de la inminencia del desastre ambiental, entregaba optimismo y esperanza: “La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”[4]. Ocho años después, ese optimismo se mantiene, aunque en un tono menor. En Laudate Deum, Francisco advierte que tras casi una década de la publicación de su encíclica sobre la casa común, y más de tres décadas después de la adopción de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en la Conferencia de Río de Janeiro (1992), no existe aún una reacción adecuada a la crisis ambiental. Mientras tanto, dice el Papa, “el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre”[5].
A través de distintas precisiones de orden científico –las que, a pesar de ser ya de conocimiento común, se ve obligado a repetir “debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentr[a] incluso dentro de la iglesia católica”[6]–, el Papa es enfático en subrayar la naturaleza antropogénica de este escenario de catástrofe, gatillado principalmente por los intereses de algunos países y los grandes poderes económicos. Más que actuar con humanidad y justicia, estos actores son pasivos ante el daño y violencia que sufren los más vulnerables y marginados, interesándose más bien en conseguir las mayores ganancias posibles “con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda”[7].
Enfrentados a esta falta de reacción, desidia y egoísmo, el Papa se detiene en las causas y responsabilidades más profundas de esta crisis. Así, la segunda sección de Laudate Deum está dedicada a lo que en Laudato si’ el Papa Francisco llamó el paradigma tecnocrático. Este paradigma da cuenta de una mirada omnipresente y reduccionista de la realidad que hace de las metodologías y objetivos de la tecnociencia un “paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad”[8], destrozando la sana y armónica relación entre el ser humano y el ambiente.[9]
Es muy iluminador que en el esfuerzo por marcar el camino para responder a algunas de esas preguntas, Francisco apele al acervo de corrientes y autores que no siempre ni fácilmente entran en conversación con el Magisterio, como la cultura posmoderna y la obra de la investigadora Donna Haraway.
Esta disarmonía entre el ser humano y el resto de la existencia ha sido por mucho tiempo el objeto de denuncia de buena parte de la ética ambiental contemporánea. En contraposición tanto a formas exacerbadas de racionalismo como a una tecnocracia de lo inmediato, esa ética ha enfatizado la importancia de promover un marco de sentido distinto al hegemónico, que valore y reconozca la profunda interrelación e interdependencia entre lo humano y lo no-humano. Ese es el camino ético para responder a las preguntas más urgentes y difíciles de nuestra crisis presente. En esa línea, es muy iluminador que en el esfuerzo por marcar el camino para responder a algunas de esas preguntas, Francisco apele al acervo de corrientes y autores que no siempre ni fácilmente entran en conversación con el Magisterio, como la cultura posmoderna[10] y la obra de la investigadora Donna Haraway[11].
En ese mismo esfuerzo dialógico quiero destacar aquí el agudo trabajo de la filósofa ecofeminista australiana Val Plumwood, quien, de manera enfática y profunda, elabora un diagnóstico complementario al de Francisco: “La crisis ecológica que enfrentamos es tanto una crisis de la cultura dominante y una cultura de la razón o, más bien, una crisis de la cultura de la razón o de lo que la cultura global dominante ha hecho de la razón”[12]. Según Plumwood, esta narrativa dominante de la razón –en sus dimensiones económicas, políticas, científicas y éticas– es el resultado de una forma corrompida de racionalidad producida por sistemas de poder que establecen, naturalizan y refuerzan diversas formas de privilegio y dominación.[13] Es lo que el Papa llama “[l]a decadencia ética del poder real”[14] que “vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad”[15]. Al igual que Plumwood, Francisco insiste en reconocer que esta decadencia “no tiene que ver solo con la física o la biología, sino también con la economía y nuestro modo de concebirla”[16].
Ciertamente, no es posible en pocas líneas hacerse completamente de la idea del paradigma tecnocrático. Sin embargo, me atrevo a afirmar que las formas corrompidas de racionalidad que caracterizan a este paradigma, y que son expresadas tanto en el mensaje apostólico de Francisco como en la ética ambiental de Plumwood, están íntimamente relacionadas con una soberbia agustiniana que, a su vez, puede vincularse con la idea de irresponsabilidad del privilegio, desarrollada por la teórica política del cuidado, Joan Tronto. Ella identifica formas de irresponsabilidad que resultan de la posesión de ciertas ventajas que benefician a algunos en desmedro de otros, como, por ejemplo, privilegios de clase, económicos, de estatus social. Aquellos privilegiados no se ven en la necesidad de reconocerse como responsables de las desventajas que sus propios privilegios generan en otros o, incluso, de reconocer que sus privilegios dependen de las desventajas de otros.[17] En esta lectura, el paradigma tecnocrático emerge como una forma de irresponsabilidad que resulta de la soberbia, una forma de minimización y descuido del otro, motivada por el dominio y privilegio de la técnica sobre la naturaleza.
Las formas corrompidas de racionalidad que caracterizan a este paradigma, y que son expresadas tanto en el mensaje apostólico de Francisco como en la ética ambiental de Plumwood, están íntimamente relacionadas con una soberbia agustiniana que, a su vez, puede vincularse con la idea de irresponsabilidad del privilegio, desarrollada por la teórica política del cuidado, Joan Tronto.
En el contexto de esta crisis ecológica planetaria, el paradigma tecnocrático genera modos de relacionarnos tanto con algunos humanos –los más vulnerables y olvidados– como con el mundo natural no-humano –los animales, los ecosistemas, la misma atmósfera– que están marcados por la irresponsabilidad que el antropocentrismo moderno[18] pretende justificar para el beneficio de una minoría. El paradigma tecnocrático, en definitiva, promueve una mirada distorsionada de la realidad que “debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo”[19].
Laudate Deum se presenta entonces como el llamado imperioso que Francisco hace a todos, católicos y no católicos, a responder a la crisis climática. Esta respuesta nos exige nada menos que un cambio de paradigma, un giro en la mirada que nos permita iluminar al otro, humano y no-humano, no con el brillo de nuestra soberbia, sino que con el cuidado, atención y humildad a los que la creación entera nos invita.