Durante el conversatorio “La mujer en el espacio público” organizado por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica, la religiosa y doctora en teología Anneliese Meis ahondó en su experiencia como mujer en la academia, experiencia desarrollada durante 50 años de la mano de autores como Hans Urs von Balthasar, Hildegard von Bingen y Edith Stein.
Foto de portada: El miércoles 27 de marzo, en la Sala de Estudios de la Biblioteca de Teología UC, se llevó a cabo el Conversatorio “La mujer en el espacio público”, organizado por la Facultad de Teología en conmemoración del Mes de la Mujer y el Día Internacional de la Mujer.
Humanitas 2024, CVII, págs. 80 - 83
El siguiente texto corresponde al discurso pronunciado por la académica y religiosa Anneliese Meis en el conversatorio “La mujer en el espacio público”, organizado por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile el día 27 de marzo de 2024.
Mi experiencia de mujer en la academia es compleja y difícil de dilucidar. En 1974 ingresé en la planta ordinaria de la Facultad de Teología, solicitada por ella, una vez finalizados mis estudios de pregrado en Filosofía y Teología como carreras paralelas, y luego me doctoré allí como primera mujer en Teología Dogmática. Pertenecí a dicha planta durante más de cuarenta años, pasando por todos los cargos directivos de pre y posgrado hasta ser candidata a decana, siendo mi aporte más significativo a la academia la obtención de la primera acreditación del programa de magíster por nueve años, junto con seis años para el programa de doctorado.
Esta experiencia multifacética se fue gestando desafiada por las turbulencias políticas, sociales y eclesiales de la época de los años 70, con la desventaja de ser mujer, extranjera y religiosa. Concreté dicha experiencia por medio de una intensa dedicación a la docencia, sorprendentemente bien evaluada, y la realización de más de diez Proyectos Fondecyt con cooperación científica internacional, un Fullbright y el interdisciplinar en curso, sobre la Antropología médica y Psicología existencial sobre las bases filosófico-teológicas de la fragilidad humana, financiado por la Fritz Thyssen Stiftung. La realización de estos proyectos ha girado siempre en torno a problemas complejos como “la paradoja del ser humano” ante el Misterio de Dios Trino y Uno, llevados a cabo en una intensa interacción colaborativa con Conicyt-Anid, vigente hasta hoy.
Por medio de tal labor investigativa compleja, base indispensable para mi docencia –y realizada siempre en equipo–, he podido verificar paso a paso la convicción profunda, heredada desde mi casa paterna y exigente formación germana preuniversitaria, de que varón y mujer son de igual dignidad en la diversidad de su reciprocidad, teniendo cada uno, según la arcaica sabiduría, en sí mismo dimensiones tanto masculinas como femeninas, que permiten un interactuar congénito a modo trinitario en cuanto relaciones opuestas de semejanza con mayor desemejanza.
Es Edith Stein quien me está enseñando con su “filosofía del ser” un pensar riguroso a modo trinitario, desde la “realidad dada”, abierta al “espíritu”, quien haciéndose lúcido encuentra en su interior al otro, sin confundirse con él, para luego salir de sí hacia donde todos los caminos conducen a un “más allá”.
Tales relaciones opuestas recíprocas las he tratado de concretar en mi intento de llevar a mayor plenitud el modo de pensar “claro y distinto” de los colegas varones por medio de la racionalidad del amor ipse intellectus est, es decir, un pensar desde y hacia el amor, que en sí es intelecto. Tal racionalidad la he descubierto mediante el permanente ejercicio de la “gimnasia” de Orígenes, es decir, atenta a las falacias de la precomprensión, partiendo del texto escrito en su idioma original, contextualizado histórica y críticamente, para que se abra el “sentido espiritual”, equivalente al dogmático, impregnado de sorprendente actualidad en cuanto respuesta a los deseos más profundos del ser humano en el mundo de hoy.
Esta manera de pensar, partiendo de las fuentes bíblicas y nutriéndome de su contenido cristalino, transmitido por la Tradición, recibió una verificación inesperada por mi estudio de las extensas obras de mujeres pensadoras potentes, como Hildegard von Bingen –única mujer presente en el Migne–, “mística dogmática”, de “racionalidad ardiente”, pero sobre todo por la obra magna Ser finito Ser eterno de Edith Stein, discípula de Husserl, agnóstica, activista de los derechos de la mujer previo a su conversión a la fe católica y muerte de mártir. Es Edith Stein quien me está enseñando con su “filosofía del ser” un pensar riguroso a modo trinitario, desde la “realidad dada”, abierta al “espíritu”, quien haciéndose lúcido encuentra en su interior al otro, sin confundirse con él, para luego salir de sí hacia donde todos los caminos conducen a un “más allá”, anticipado por el Espíritu Santo. Según mi parecer, esta manera de pensar puede franquear el abismo existente en la Facultad de Teología entre el contenido dogmático, impartido con máxima objetividad, y “mi experiencia”. Pues las verdades dogmáticas se tornan “mías” si parto de la certeza simple de ser en cuanto “yo siento” –distinto del cogito ergo sum– como “experiencia originaria”, más allá de la cual no puede retrocederse, pero sí entablar un diálogo científico interdisciplinar fecundo.
Las verdades dogmáticas se tornan “mías” si parto de la certeza simple de ser en cuanto “yo siento” –distinto del ‘cogito ergo sum’– como “experiencia originaria”, más allá de la cual no puede retrocederse, pero sí entablar un diálogo científico interdisciplinar fecundo.
Dicho pensar, descubierto como racionalidad propia del Vaticano II, centrada en el Misterio y desplegada, de modo fascinante, en la gigantesca obra de Hans Urs von Balthasar –cuya asidua lectora todavía soy, sobre todo cuando el teólogo suizo se identifica con Edith Stein en el espinudo problema de la existencia del infierno–, me permitió comprender el Dogma de Dios Trino y Uno en su gestación celebrada dialógica desde el “Yahvé es Dios” veterotestamentario, pasando por la cristalización neotestamentaria de las fórmulas de fe “Jesús es el Señor”, el Hijo del Padre encarnado por obra del Espíritu Santo, para profundizar el complejo desarrollo preniceno, que desemboca en el Credo niceno-constantinopolitano de 381, punto de llegada y partida de toda mi investigación y docencia académica.
En efecto, el Concilio de Constantinopla se transformó para mí en fuente de inspiración inagotable, en la medida en que me permitió comprender la “comunicabilidad” del Padre, desplegada en la encarnación del Hijo por medio de la obra del Espíritu Santo en nosotros. La enseñanza de esta “comunicabilidad”, llevada a cabo en forma ininterrumpida, como basada en el Concilio de Trento, me abrió los ojos y el corazón para aquella catolicidad del dogma, incomparable en su valoración del ser humano en el mundo como cuerpo-alma-espíritu, transformado por el Espíritu Santo “en amante Suyo”. Es esta verdad dogmática la que me permite luego Edith Stein repensar, incansablemente, en cuanto “rayo refractado” en la creación entera, la materia inanimada, las plantas, los animales y la persona humana, descubriendo allí la subsistencia del Padre, que recibe su inteligibilidad en el Logos-Hijo y se constituye donación inacabable de sí mismo por medio del Espíritu Santo, Amor por excelencia.
Siendo el norte de mi experiencia en la academia la preocupación por la fidelidad siempre nueva al dogma católico en su comprensión y genuina transmisión abierta al mundo de hoy, debo confesar que dicha experiencia mía en la Facultad de Teología se tornó kenótica al desear revertir los impactos contrarios a mi sensibilidad y dignidad de mujer académica, no por denuncias y afán de empoderamiento, sino por la elección de asemejarme a la kenosis de Jesús, Siervo doliente, proclamado Señor, según Flp 2, 6-11, base última de todo quehacer teológico en cuanto testimonio histórico escrito más antiguo de los acontecimientos en torno a Jesús de Nazaret.
El Concilio de Constantinopla se transformó para mi en fuente de inspiración inagotable, en la medida en que me permitió comprender la "comu-nicabilidad" del Padre, desplegada en la encarnación del Hijo por medio de la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Si bien esta elección kenótica brota de mi consagración religiosa de Sierva del Espíritu Santo, su concreción, sin embargo, va unida intrínsecamente a mi experiencia académica en la Facultad de Teología, donde aprendí a comprenderla como “maternidad espiritual”, en el sentido de un poner al alumno en sus propios pies, indicando el camino hacia donde él debería ir para realizarse él mismo, como me lo explicó hace poco un exalumno inteligentísimo, siempre cuestionador. Es esta mi experiencia académica de mujer en la Facultad de Teología, que he querido compartir con ustedes, no tanto aquella de los cargos ejercidos en tiempos muy contrariados, las numerosas publicaciones siempre cuestionadas pero bien vendidas, y las exitosas participaciones en congresos nacionales e internacionales en casi todos los continentes, es decir, este gozo de no tener nada propio, sino el deseo de que el otro sea Otro, a modo del Espíritu Santo, quien permite al Padre ser Padre y al Hijo, Hijo.
Es esta mi experiencia académica de mujer en la Facultad de Teología, […] este gozo de no tener nada propio, sino el deseo de que el otro sea Otro, a modo del Espíritu Santo, quien permite al Padre ser Padre y al Hijo, Hijo.