El pasado 11 de octubre se cumplieron 60 años desde el inicio del histórico Concilio Vaticano II, el evento más significativo en el catolicismo del siglo pasado.

 El Concilio Vaticano II fue inaugurado por el Papa san Juan XXIII el 11 de octubre de 1962, reuniendo a obispos de todo el mundo para explorar revisiones y reformas con el objetivo de hacer que la Iglesia sea mejor entendida y más efectiva en la evangelización en un mundo cada vez más secular. Fue cerrado por el Papa san Pablo VI el 8 de diciembre de 1965.

Los 16 documentos magisteriales producidos por el Concilio esbozaron amplias reformas litúrgicas, establecieron el marco para la construcción de puentes ecuménicos e interreligiosos, subrayaron la necesidad de una mayor participación de los laicos en la vida de la Iglesia y destacaron la importancia de elaborar estrategias de carácter más pastoral.

El Papa Francisco, que era un joven miembro de la Compañía de Jesús cuando tuvo lugar el Concilio, ha defendido muchas de estas causas como Papa, desde su énfasis en la misericordia, sus esfuerzos en torno al diálogo ecuménico e interreligioso, su promoción de los laicos incluso en puestos clave dentro de la Curia Romana y su decisión de permitirles dirigir los departamentos del Vaticano, hasta su propia legislación litúrgica restringiendo aún más la Misa Tradicional Latina anterior a 1962.

En una declaración publicada el 10 de octubre, la oficina para el Sínodo de los Obispos dijo que el aniversario de la apertura del Concilio es “un momento de gracia particular” para la institución del sínodo en sí, ya que las reuniones del sínodo son un producto del concilio y “uno de sus legados más preciosos”.

Actualmente la Iglesia se encuentra en medio de un Sínodo de Obispos de tres años sobre la sinodalidad en la vida y la misión de la Iglesia, un tema importante del papado de Francisco que abarca la participación y la consulta en todos los niveles de la Iglesia, incluidos los laicos en sus parroquias locales, así como el clero y los obispos, que culminará el próximo octubre 2023 con una reunión de obispos en Roma. En su declaración, el Sínodo de los Obispos dijo que el propósito de la reunión sinodal era y sigue siendo “prolongar, en la vida y la misión de la Iglesia, el espíritu del Concilio Vaticano II”. Su propósito es también “fomentar en el Pueblo de Dios la apropiación viva” de la enseñanza del Concilio, con la conciencia de que el Concilio mismo fue una “gran gracia de la cual la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX”.

A lo largo de las décadas que han pasado desde que el Sínodo fue instituido por primera vez en 1965, la oficina del Sínodo de los Obispos se ha “puesto constantemente al servicio del Concilio, contribuyendo por su parte a renovar el rostro de la Iglesia” a través de la fidelidad a las Escrituras, la “tradición viva” de la Iglesia y la atención a los signos de los tiempos.

Para conmemorar el aniversario, el Santo Padre presidió una Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en la memoria litúrgica de san Juan XXIII. En una nota explicativa publicada el lunes 10 de octubre, el nuevo Dicasterio para la Evangelización dijo que la Misa sería el puntapié para “comenzar formalmente el año de preparación para el Jubileo de 2025”, que está dedicado “a reflexionar y revisar las cuatro Constituciones del Concilio”. “Con esta celebración, la preparación para el Jubileo de 2025 comenzará a tomar forma concreta, con el año 2023 dedicado a la enseñanza del Concilio”.

Durante su homilía en la Santa Misa, el Papa calificó el Concilio como un acto de amor hacia Dios y un remedio a la aguda polarización que aflige a la Iglesia moderna. Dirigiéndose a los asistentes, Francisco dijo que Dios, en su papel de Buen Pastor, “mira hacia afuera y quiere que su rebaño esté unido, bajo la guía de los pastores que les ha dado”. “El diablo, en cambio, quiere sembrar la cizaña de la división. No cedamos a sus lisonjas, no cedamos a la tentación de la polarización” dijo el Papa, preguntando: “Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre. Cuántas veces se prefirió ser “hinchas del propio grupo” más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, “de derecha” o “de izquierda” más que de Jesús”, preguntó.

Francisco reprendió a los fieles que buscaban presentarse como “custodios de la verdad” o “solistas de la novedad”, en vez de reconocerse hijos humildes y agradecidos de la santa Madre Iglesia”. “ El Señor no nos quiere así”, dijo, “nosotros somos sus ovejas, su rebaño, y solo lo somos juntos, unidos”.

Las reformas llevadas a cabo por el Concilio encontraron una intensa resistencia por parte de ciertas facciones de la Iglesia, que argumentaron que la Iglesia se estaba diluyendo y abandonando lo esencial. Aquí podría incluirse a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), conocidos como lefebvristas por su fundador, Monseñor Marcel Lefebvre, que permanece separada de Roma hasta el día de hoy. Otros defendieron las reformas como ajustes necesarios en un mundo que cambia rápidamente, pero condenaron ciertas interpretaciones de las reformas por ser demasiado laxas y cercanas al protestantismo y, por lo tanto, infieles al verdadero espíritu reformador del llamado Vaticano II. Muchas de estas divisiones todavía existen hasta el día de hoy, particularmente en torno a la liturgia, de ahí la decisión del Papa Francisco el año pasado de restringir el acceso a la Misa Tradicional Latina.

En su homilía, el Papa Francisco se centró en la lectura del Evangelio del día, en la que Jesús le dice a Pedro: “¿Me amas? Apacienta a mis ovejas” (Jn 21,15). Dijo que el Concilio fue una respuesta a esta pregunta, que permitió a la Iglesia verse a sí misma como “un misterio de gracia generado por el amor”. Como tal, el Concilio, dijo, es una invitación a mirar a la Iglesia “desde arriba”, es decir, desde la perspectiva de Dios. “Siempre existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios, de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo o de rechazar el tiempo que nos da la Providencia de volver atrás”.

Francisco advirtió que “ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo o el “involucionismo” que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro”.

Redescubrir el Concilio, dijo el Papa, es una oportunidad para volver “a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora”. “El Concilio indica a la Iglesia esta ruta”, dijo, llamando al aniversario una oportunidad para regresar “fuentes del primer amor, para redescubrir en sus pobrezas la santidad de Dios (cf. Lumen gentium, 8c; cap. V)”.

El Papa Francisco recordó el discurso de apertura del Concilio pronunciado por el Papa Juan XXIII, cuyos restos fueron exhibidos al costado del altar mayor durante la Misa, y repitió la declaración de su predecesor de Gaudet Mater Ecclesia o “La Madre Iglesia se regocija”. “Que en la Iglesia viva la alegría”, dijo, señalando que, “si no se alegra se contradice a sí misma, porque olvida el amor que la ha creado”.

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