Durante su pontificado, Francisco ha mencionado repetidamente que la sinodalidad es un camino principal en la vida de la Iglesia, un camino que acentúa la comunión del Pueblo de Dios y la presencia del Espíritu que actúa en cada miembro. Por su relevancia y por la convicción del Papa de que “lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’”, es que convocó a toda la Iglesia a realizar un camino sinodal para hablar específicamente de este tema. Así se dio apertura en octubre del 2021 a un proceso que durará tres años en total. Compartimos los elementos centrales del Informe de Síntesis de la primera Asamblea, que se llevó a cabo en el Vaticano el mes recién pasado.
Podría afirmarse que en los últimos tres años la sinodalidad ha sido la palabra más utilizada dentro de la Iglesia. Durante su pontificado, Francisco ha mencionado repetidamente que la sinodalidad es un camino principal en la vida de la Iglesia, un camino que acentúa la comunión del Pueblo de Dios y la presencia del Espíritu que actúa en cada miembro. El término sinodalidad indica “la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora.”[1]. No es una idea nueva, sino que recupera la tradición de la Iglesia primitiva que vivía como comunidad de cristianos unidos en comunión por el Espíritu, por eso a los seguidores de Jesús se les llamaba “los discípulos del camino”, y el ser sínodo era en ocasiones sinónimo de comunidad eclesial. [2]
Esta idea de Iglesia sinodal fue recuperada y promovida por el Concilio Vaticano II que definió la Iglesia como Pueblo de Dios, formado por los bautizados que han recibido el don del Espíritu y peregrinan hacia el Reino de Dios. Su fundamento está en el espíritu, difundido en cada bautizado, y su sentido, en la misión evangelizadora. La idea de Pueblo de Dios renueva la confianza en la capacidad evangelizadora de todo bautizado, donde hasta el más pequeño, y sobre todo el más pequeño, tiene algo que decir.
Por su relevancia y por la convicción del Papa de que “lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’”[3], es que convocó a toda la Iglesia a realizar un camino sinodal para hablar, específicamente, de la sinodalidad. Así se dio apertura en octubre del 2021 al proceso sinodal para el Sínodo de la sinodalidad -con una intensional y tozuda repetición de la palabra-, la que culminó con una primera Asamblea en octubre de este año 2023, y una segunda que tendrá lugar en octubre de 2024.
Como la sinodalidad se refiere principalmente a una forma de ser Iglesia, la Asamblea debía reflejar y ser experimento de este estilo. Así, se implementaron algunas novedades para lograrlo, como la comprensión del Sínodo no como un evento, una asamblea, sino un proceso, donde todo el Pueblo de Dios se involucraría a través de las fases de consulta; la incorporación de nuevos miembros a la asamblea, hombres y mujeres, laicos y religiosos; la presencia activa de delegados fraternos de otras confesiones cristianas, “qué hermoso y qué alegre es que los hermanos vivan unidos”[4]; el clima de oración para favorecer la primacía del espíritu, logrado por el retiro espiritual para preparar la Asamblea o las celebraciones Eucarísticas; el método escogido para los encuentros, la conversación en el Espíritu, donde se privilegió “la libertad de expresión de los propios puntos de vista y la escucha recíproca”[5], lo que evitaría “pasar rápidamente a un debate basado en la reiteración de los propios argumentos, sin dejar el espacio y el tiempo para darse uno cuenta de las razones del otro”, y la distribución misma de la Asamblea, donde cada miembro se sentó en pequeños grupos en mesas redondas en el Aula Pablo VI, “comparable a la imagen bíblica del banquete de bodas (Ap. 19,9)”, ello sería “emblema de una Iglesia sinodal e imagen de la Eucaristía, fuente y culmen de la sinodalidad, con la Palabra de Dios en el centro”[6].
El Informe de Síntesis publicado el 28 de octubre, al término de la XVI Asamblea General del Sínodo sobre la Sinodalidad, es reflejo sobre todo de ello, comunica una experiencia vivida, donde se ejercitó la sinodalidad, la escucha recíproca, la apertura:
no es fácil escuchar ideas diferentes, sin caer rápido en la tentación de rebatirlas; ofrecer la propia aportación como un don para los otros y no como una certeza absoluta. Pero la gracia del Señor nos ha llevado a hacerlo, a pesar de nuestras limitaciones y, para nosotros ha sido ésta una verdadera experiencia de sinodalidad, la hemos comprendido mejor y nos hemos dado cuenta de su valía.[7]
Así, se creó un ambiente que resultaría fundamental para profundizar en cuestiones controvertidas, en medio de un mundo arrasado por guerras, crisis climática y secularismo, y una Iglesia cuestionada por la crisis de los abusos sexuales.
El texto se estructura en tres partes:
La primera describe “el rostro de la Iglesia sinodal”, presentando los principios teológicos que iluminan y dan base a la sinodalidad. […] La segunda parte, titulada “Todos discípulos, todos misioneros” trata de todos los que están involucrados en la vida y la misión de la Iglesia y de las relaciones entre ellos. […] La tercera parte se titula: “tejer lazos, construir comunidad”.
En cada parte se recogen las convergencias, las cuestiones que afrontar y las propuestas surgidas del diálogo.
Parte I, el rostro de la Iglesia sinodal
“En esta parte el estilo de la sinodalidad aparece como un modo de hacer y de obrar en la fe que nace de la contemplación de la Trinidad y valora la unidad y la variedad como riqueza eclesial”.
1. La sinodalidad: experiencia y comprensión
Son muchas y muy bellas las descripciones que se hacen en la primera parte de lo que es ser Iglesia sinodal: “casa y familia de Dios”, “caminar de los cristianos con Cristo y hacia el Reino, junto con toda la humanidad”; sin embargo, también se pone de manifiesto los temores y dificultades con las que este proceso se ha encontrado, especialmente el temor a que las enseñanzas de la Iglesia sean cambiadas, la falta de claridad del verdadero significado del término “sinodal”, o la errada comprensión del proceso como introspección y olvido de que la sinodalidad está orientada a la misión.
2. Reunidos e invitados por la Trinidad
“La sinodalidad traduce en actitudes espirituales y en procesos eclesiales la dinámica trinitaria con la que Dios sale al encuentro de la humanidad. Para que esto suceda, es preciso que todos los bautizados se empeñen en ejercitar en reciprocidad la propia vocación, el propio carisma, el propio ministerio. Solo así podrá la Iglesia hacerse verdadero “coloquio” interiormente y con el mundo (cfr., Ecclesiam suam 67), caminando codo a codo con todo ser humano, al estilo de Jesús”.
3. Entrar en una comunidad de fe: la iniciación cristiana
Uno de los rostros que adquiere la Iglesia sinodal son los sacramentos, alimentados por una vida de discipulado y comprendidos no desde una lógica individualista sino dentro de itinerarios de vida. En la iniciación cristiana “se experimenta la primera forma de sinodalidad” y pone de manifiesta la “igual dignidad y común responsabilidad por la misión, en todos los bautizados”. Luego, la Confirmación “hace perenne en la la Iglesia la gracia de Pentecostés”. La celebración Eucarística, por su parte, “es la primera y fundamental forma que el Santo Pueblo de Dios tiene para reunirse y encontrarse”, ella “da forma a la sinodalidad”. Honrar la gracia de la Eucaristía, hacer más accesible a los fieles el lenguaje litúrgico y más encarnado en las diferentes culturas y valorar todas las formas de oración comunitaria, sin limitarse a la celebración de la Misa, son las propuestas de este punto.
4. Los pobres, protagonistas del camino de la Iglesia
Son lo pobres protagonistas del camino de la Iglesia, quienes a la Iglesia le piden fundamentalmente amor, no asistencialismo, sino “respecto, acogida y reconocimiento”. La opción por los pobres es para la Iglesia una categoría teológica y la acción a favor de ellos “es parte de la misión de la Iglesia, del anuncio del Evangelio y de la colaboración a la llegada del Reino de Dios”. “La semejanza de su vida con la del Señor, hace a los pobres anunciadores de una salvación recibida como don y testimonios de la alegría del Evangelio”. Se menciona en este punto la necesidad de evitar considerar a los pobres con las categorías “ellos/nosotros” o como objetos de caridad y la necesidad de coordinarse en red, intercambiar dones y compartir recursos a favor de los más necesitados, sin excluir ni discriminar a nadie en nuestras acciones.
5. Una Iglesia “de toda raza, lengua, pueblo y nación”
En el quinto apartado se desarrolla la necesidad de hacer dialogar la religión con la cultura, considerando el rostro multicultural de la Iglesia, donde en cada contexto existen necesidades espirituales y materiales diferentes, donde los movimientos migratorios remodelan a las Iglesia locales y donde para muchos la palabra “misión” tiene una carga histórica dolorosa que obstaculiza la comunión. En estos últimos contextos se plantea la necesidad de “reconocer los errores cometidos, aprender una nueva sensibilidad respecto a estas problemáticas y acompañar a una generación que busca forjar identidades cristianas más allá del colonialismo”. El diálogo fe y cultura no está falto de tensiones, como por ejemplo la tensión “entre el anuncio explícito de Jesús y la valoración de las características de cada cultura, buscándole los trazos evangélicos (semina Verbi) que ya contiene”, o entre el mensaje del Evangelio y la cultura del evangelizador. Por todo ello se propone una renovada atención a los lenguajes que se utilizan, ahondar en las enseñanzas del Vaticano II, abordar nuevos paradigmas para el compromiso pastoral con las poblaciones indígenas, educar en la cultura del diálogo y renovar los empeños para el diálogo y discernimiento en materia de justicia racial.
6. Tradiciones de las Iglesia orientales y de la Iglesia latina
Se reconoce la enorme riqueza que las Iglesias orientales ofrecen a la Iglesia universal, en especial su experiencia de unidad en la diversidad. A su vez se plantea el desafío de abordar la migración de files del Oriente católico a territorio de mayoría latina, donde la constitución de jerarquías orientales en los países de inmigración no es suficiente para resolver el problema: “se necesita que las Iglesias locales de rito latino, en nombre de la sinodalidad, ayuden a los fieles orientales migrantes a perseverar en su identidad y a cultivar su patrimonio específico, sin someterlos a procesos de asimilación”.
7. El camino hacia la unidad de los cristianos
El ecumenismo fue parte fundamental de la Asamblea, la que comenzó con la plegaria “Together” que contó con la presencia en torno al Papa, de otros numerosos jefes y representantes de diversas Comuniones cristianas como signo de la voluntar de caminar juntos. Su relevancia es tal que se afirma que “no puede haber sinodalidad sin la dimensión ecuménica”. Es el bautismo el fundamento del ecumenismo, el que exige también procesos de arrepentimiento y de sanación de la memoria. Dos grandes desafíos de la época hacen fundamental el aporte del ecumenismo: dar fuerza a la voz del evangelio en las sociedades secularizadas y el trabajo por la justicia, la paz y la promoción de la dignidad de los últimos. Algunos desafíos se abordar en este apartado como son los matrimonios mixtos, la hospitalidad eucarística y la necesaria atención a movimientos de “despertar” de inspiración cristiana. Algunas propuestas que se desarrollan son la celebración de la fiesta de Pascua en la misma fecha, ampliar la invitación a delegados hermanos en la próxima Asamblea, convocar a un Sínodo ecuménico y copilar un martirologio ecuménico.
Parte II, todos discípulos, todos misioneros
“En esta parte, la sinodalidad se presenta principalmente como camino conjunto del Pueblo de Dios y como fecundo diálogo de los carismas y ministerios, al servicio del acontecimiento del Reino”.
8. La Iglesia es misión
“Mejor que decir que la Iglesia tiene una misión, afirmamos que la Iglesia es misión”, donde todos los discípulos de Jesús, en virtud de los sacramentos de iniciación cristiana, son corresponsables de la misión de la Iglesia. Esta corresponsabilidad es esencial para la sinodalidad y debe darse en todos los niveles de la Iglesia. Es la familia columna maestra de toda comunidad cristiana, y son los padres y abuelos los primeros misioneros. Cada cristiano es una misión y los laicos con vitales para realizarla en todos los ambientes y en las situaciones más ordinarias de cada día, cada uno según su carisma, don del Espíritu Santo. Su indispensable aportación hace necesaria una cuidada formación en competencias. Cabe afrontar en este aspecto cuestiones como el reconocimiento de las capacidades apostólicas de las personas con discapacidad y la organización de las estructuras pastorales “de manera que ayuden a la comunidad a hacer surgir, reconocer y animar los carismas y ministerios laicales, insertándolos en el dinamismo misionero de la Iglesia sinodal”. A su vez, “se percibe la necesidad de una mayor creatividad en la institución de ministerios en base a las exigencias de las Iglesias locales, con una particular implicación de los jóvenes”.
9. Las mujeres en la vida y en la misión de la Iglesia
“En Cristo, mujeres y hombres están revestidos de la misma dignidad bautismal y reciben en igual medida la variedad de dones del Espíritu Santo (cfr. Gal 3,28). Hombres y mujeres están llamados a una comunión caracterizada por una corresponsabilidad no competitiva, para encarnarla en todo nivel de la vida de la Iglesia”. Se reconoce que “las mujeres desean compartir la experiencia espiritual de caminar hacia la santidad en las diferentes fases de la vida” y “reclaman justicia en una sociedad aún profundamente signada por la violencia sexual y las desigualdades económicas, y por la tendencia a tratarlas como objetos”. Son ellas quienes en su mayoría frecuentas la iglesia y las primeras misioneras de la familia, muchas veces sin embargo la Iglesia hiere a las mujeres cuando está presente el clericalismo y el machismo. Se reconoce que “las Iglesias de todo el mundo han formulado claramente la petición de un mayor reconocimiento y valoración a la aportación de las mujeres y de un aumento de las responsabilidades pastorales que se les confían en todas las áreas de la vida y de la misión de la Iglesia”, y aunque habría diversas posturas respecto al acceso de las mujeres al ministerio diaconal, se propone desarrollar una investigación teológica y pastoral al respecto. A su vez, se propone afrontar y resolver “los casos de discriminación laboral y de inicua remuneración al interno de la Iglesia, en particular en lo concerniente a las consagradas que, con mucha frecuencia, son consideradas como mano de obra barata”, términos fuertes pero muy frecuentes dentro de la Iglesia; ampliar el acceso de las mujeres a los programas de formación y a los estudios teológicos, y la posibilidad de que puedan ser jueces en todos los procesos canónicos.
10. La vida consagrada y los movimientos laicales: un signo carismático
En este apartado se destaca el don de los diversos carismas de la Iglesia, cuya dimensión carismática tiene una manifestación particular en la vida consagrada. Como propuestas se menciona la necesaria revisión, incluyendo a todos los implicados, de los “criterios sobre las relaciones entre los Obispos y los Religiosos en la Iglesia”, a la vez que se proponen formas de dar mayor vida a la sinodalidad y colaboración en las diversas Iglesias locales.
11. Diáconos y presbíteros en una Iglesia sinodal
“Los presbíteros son los principales cooperadores del Obispo y hacen con él un único presbiterio (cfr. Lumen Gentium 28); los diáconos ordenados para el ministerio, sirven al Pueblo de Dios en la diaconía de la Palabra, en la liturgia, pero, sobre todo, en la caridad (cfr. LG 29)”. Se menciona en este apartado la necesidad de repensar los estilos y recorridos formativos, y retomar la cuestión del celibato. Se propone, a su vez, evaluar la experiencia del diaconado, comprenderlo en sí mismo y no como una etapa previa al sacerdocio; establecer procesos y estructuras de rendición de cuentas y verificar las modalidades del ejercicio del ministerio, y evaluar la oportunidad de incorporar a un servicio pastoral que dé valor a su formación y a su experiencia, a presbíteros que dejaron el ministerio.
12. El obispo en la comunión eclesial
Los Obispos están al servicio de la comunión y, por ello, están llamados a ser, para todos, un ejemplo de sinodalidad. Se propone profundizar más sobre el significado del lazo de reciprocidad entre el Obispo y la Iglesia local, en la relación entre sacramento del Orden y jurisdicción y en la relación entre colegialidad episcopal y diversidad de visiones teológicas y pastorales. También se plantea como parte integrante de una Iglesia sinodal “una cultura de la transparencia y el respeto a los procedimientos previstos para la tutela de los menores y de las personas vulnerables”, de esta forma se propone desarrollar estructuras dedicadas a la prevención de los abusos y evaluar la oportunidad de confiar la tarea judicial a otra instancia debido a la dificultad de los obispos de conciliar el papel de padre y de juez.
13. El Obispo de Roma en el Colegio de los Obispos
Se repite en varias ocasiones que la sinodalidad articula las dimensiones comunitarias (“todos”), colegial (“algunos”) y personal (“uno”), de la Iglesia a nivel local, regional y universal. Colegialidad y primado se reclaman mutuamente. Se propone revisar la forma en que se desarrollan las Visitas ad limina Apostolorum, por su importancia, y reforzar el Consejo de Cardenales.
Parte III, tejer lazos, construir comunidad
En esta parte, “la sinodalidad aparece principalmente como un conjunto de procesos y una red de organismos que sirven al intercambio entre las Iglesias y al diálogo con el mundo”.
14. Un acercamiento sinodal a la formación
Se plantea que la formación requiere “ser emprendida en modo sinodal: todo el pueblo de Dios se forma junto al tiempo que camina junto”. Se recomienda profundizar el tema de la educación afectiva y sexual; profundizar en el diálogo entre las ciencias humanas; prestar particular atención al modo de valorar la aportación femenina y la de las familias; privilegiar, cuanto sea posible, propuestas formativas conjuntas dirigidas a todo el Pueblo de Dios; que los diferentes componentes del Pueblo de Dios estén representados en los itinerarios de formación al ministerio ordenado, especialmente figuras femeninas, y, finalmente y en vista a la Sesión de la Asamblea a realizarse en 2024, se propone realizar una consulta a los responsables de la formación inicial y permanente de los presbíteros para evaluar la recepción del proceso sinodal y proponer los cambios necesarios para promover el ejercicio de la autoridad en un estilo apropiado a una Iglesia sinodal.
15. Discernimiento eclesial y cuestiones abiertas
Se menciona en este apartado el valor que tuvo el método de la conversión en el Espíritu, que creó un contexto favorable “para profundizar cuestiones que son controvertidas también al interior de la Iglesia, como los efectos antropológicos de las tecnologías y de la inteligencia artificial, la no violencia y la legítima defensa, las problemáticas relativas al ministerio, los temas relacionados con la corporeidad y la sexualidad, y otros muchos”. Se menciona que es importante continuar reflexionando sobre la relación entre amor y verdad y las repercusiones que ello tiene en muchas cuestiones controvertidas. En ese sentido, se destaca la figura de Jesús, que se encuentra con las personas en lo concreto de su historia y sus situaciones, sin partir de prejuicios ni etiquetas, sino de una auténtica relación en la que se implica por entero. Esa figura, y la incapacidad de todos de vivir a la altura evangélica, “nos recuerda que no podemos sostener a quien tiene necesidad de ayuda, si no es a través de nuestra conversión personal y comunitaria”. Se añade,
si utilizamos la doctrina con dureza y con actitud judicial, traicionamos el Evangelio; si practicamos una misericordia “barata”, no transmitimos el amor de Dios. La unidad de verdad y amor implica hacerse cargo de las dificultades del otro hasta hacerlas propias, como sucede entre verdaderos hermanos y hermanas. Por esto, esta unidad, puede realizarse solamente siguiendo con paciencia el camino del acompañamiento.
Algunas cuestiones, como las referidas a la identidad de género y a la orientación sexual, al poner fin a la vida, a las situaciones matrimoniales difíciles, a los problemas éticos conectados a la inteligencia artificial, resultan controvertidas no sólo en la sociedad, sino también en la Iglesia, porque suscitan preguntan nuevas. A veces, las categorías antropológicas que hemos elaborado no son suficientes para acoger la complejidad de los elementos que emergen de la experiencia y del saber de las ciencias y requieren maduración y un estudio ulterior. Es importante tomar el tiempo necesario para esta reflexión y emplear las mejores energías, sin ceder a juicios simplistas que hieren a las personas y al cuerpo de la Iglesia. Muchas indicaciones que ya ha ofrecido el Magisterio esperan ser traducidas en apropiadas iniciativas pastorales. Incluso donde sean necesarias ulteriores aclaraciones, el comportamiento de Jesús, asimilado en la oración y en la conversión del corazón, nos indica el camino a seguir.
Se propone, por ello, promover iniciativas que permitan un discernimiento compartido sobre cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas, a la luz de la Palabra de Dios, de la enseñanza de la Iglesia, de la reflexión teológica y valorando la experiencia sinodal.
16. Por una Iglesia que escucha y acompaña
La necesidad de la escucha y las actitudes que la permiten fueron abordadas en este apartado, donde la actitud de la escucha tendría un valor cristológico y eclesial. ¿A quiénes escuchar especialmente? A las víctimas y sobrevivientes de los abusos sexuales, espirituales, institucionales, de poder o de conciencia; a quienes viven en soledad como resultado de su elección de fidelidad a la tradición y al magisterio de la Iglesia en materia matrimonial y de ética sexual; también las personas que se sienten marginadas o excluidas de la Iglesia por su situación matrimonial, identidad y sexualidad; a las personas que padecen diversas formas de pobreza, exclusión y marginación; a ancianos y personas enfermas. En este espacio se reflexiona en torno a la pregunta ¿qué deberíamos cambiar para que aquellos que se sienten excluidos puedan experimentar una Iglesia más acogedora? Algunas de las propuestas desarrolladas son rofundizar los lazos con la vida de las comunidades, potenciar la formación de quienes desarrollan el servicio de escucha e instituir un ministerio de escucha y acompañamiento.
17. Misioneros en el ambiente digital
En la cultura contemporánea la cultura digital aparece como una dimensión crucial del testimonio de la Iglesia. En los espacios digitales las personas también buscan sentido y amor. Se propone, entre otras cuestiones, reflexionar sobre cómo la comunidad cristiana pueda apoyar a las familias para garantizar que el espacio online sea no sólo seguro, sino también espiritualmente vivificante.
18. Organismos de participación
La corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios en la misión se plantea como “el criterio base de la estructuración de las comunidades cristianas y de la entera Iglesia local con todos sus servicios, en todas sus instituciones, en cada organismo de comunión (cfr. 1Cor, 12, 4.31)”. Se considera importante reflexionar sobre cómo promover la participación en los diferentes Consejos; discernir cuales de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas, y profundizar en la forma en que el aspecto consultivo y deliberativo de la sinodalidad pueden ser entrelazados.
19. El reagrupamiento de Iglesia en la comunión de toda la Iglesia
El tema de la reagrupación de Iglesias locales se reveló como fundamental para un pleno ejercicio de la sinodalidad en la Iglesia. A su vez, el papel de las Conferencias Episcopales aparece como determinante, por lo que se planteó la necesidad de una instancia de sinodalidad y colegialidad a nivel continental.
20. Sínodo de los Obispos y Asamblea Eclesial
Se valoran en este apartado las novedades del Sínodo de la Sinodalidad y se plantean algunos desafíos en vista a la Asamblea del 2024.