El sábado 4 de septiembre tendrá lugar la ceremonia de beatificación de Fray Mamerto Esquiú en su tierra natal, Catamarca, Argentina. El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Marcello Semeraro, será el representante del Pontífice en dicha celebración.
El próximo beato dejó una huella imborrable en su prédica en favor de los más humildes, de la educación y de las instituciones. El Vaticano le atribuyó la curación milagrosa de una niña que padecía osteomielitis, milagro que lo haría beato.
Biografía
Fray Mamerto Esquiú nació el 11 de mayo de 1826 en la localidad catamarqueña de San José de Piedra Blanca y falleció el 10 de enero de 1883 en La Posta de El Suncho. Fue fraile, sacerdote, obispo, docente, periodista y reconocido legislador.
Cuando apenas era un niño enfermó de gravedad y su madre hizo una promesa en busca de mejoría. Esta vestiría al pequeño con el hábito de San Francisco todos los días, y así sanó. Desde entonces, usaría esa ropa hasta su muerte, identificándose con la vocación de servir de los frailes de esa orden religiosa. Ingresó al noviciado del convento franciscano catamarqueño el 31 de mayo de 1836, y al cumplir 22 años se ordenó sacerdote, celebrando su primera misa el 15 de mayo de 1849.
Desde joven dictó cátedra de filosofía y teología en la escuela del convento; también se dedicó fervientemente a la educación siendo maestro de niños, a lo cual dedicó mucho entusiasmo, además de fervorosas homilías.
Su defensa a la constitución
A lo largo de su vida Esquiú predicó una serie de sermones vinculados a acontecimientos capitales de la vida política del país. Estos sermones habitualmente se los denomina los sermones políticos. Aquel que más destaca en su biografía fue su defensa a la Constitución Argentina de 1853, discurso que tuvo gran trascendencia nacional y que lo han llevado a ser reconocido como “El santo de la Constitución”.
En aquel sermón pidió unión y concordia para los argentinos y abogó por la obediencia a la norma constitucional, a pesar de los desvíos presentes en el texto que él mismo rechazaba. Pidió obediencia sabiendo que la situación política era inestable. El contexto histórico mostraba signos de descomposición social y anarquía. La Constitución era una manera de encauzar el poder y de articular una serie de cuestiones sociales y económicas que las provincias reclamaban desde hace tiempo. Era vista como un instrumento para evitar la centralización que impulsaba Buenos Aires y estabilizar la situación política.
Esquiú era consciente de la dinámica totalitaria que, al compás de la configuración del Estado, pretendía descristianizar a la sociedad. No obstante, veía en la revolución un mayor enemigo para la justicia, el triunfo de la fuerza bruta sobre el orden y la ley. Para que la paz durara, era necesario que el texto de la Constitución fuera legitimado.
"Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra..."
Pero su sermón no fue solo una petición de obediencia. Él pretendía trabajar contra la secularización y en pro de mejoras orgánicas en la sociedad.
Otros episodios políticos
Ocho años después de aquella alocución la situación había cambiado radicalmente. En 1961 pronunció un nuevo sermón, donde se lamentaba de las influencias ideológicas presentes, destacando con asiduidad el vínculo que existe entre la situación política de Argentina con la Revolución Francesa y su odio al cristianismo.
“La Historia de la Revolución Francesa es la luz que hace ver el origen de donde nacen los tiranos y anarquías, que despedazaron la pobre América, desde que asumió la responsabilidad de su vida política”.
Triste, se aleja hacia Bolivia al convento franciscano de la ciudad de Tarija. Luego pasará a Perú y a Ecuador. Tiempo después visita Roma y Tierra Santa. Retorna en 1875 al país y vuelve a intervenir en los acontecimientos públicos como convencional constituyente. Como tal buscaba que se estableciese alguna cláusula que resguardase a la doctrina de la Iglesia de los fuertes procesos de secularización y desorden. Esquiú señalaba que, si el pueblo quería ser libre, se debía respetar y fomentar la religiosidad del pueblo y hacer que la estructura gubernamental se regulase por el Evangelio, como “espíritu de las instituciones”, “aroma de sus costumbres”, “alma de su existencia” y “principio regulador de sus destinos”. Estas afirmaciones lo hicieron blanco de duras críticas.
En 1880 Esquiú arribó a la ciudad de Buenos Aires para ser consagrado Obispo de Córdoba, renunció al cargo, pero a los pocos días le llegó la orden del papa León XIII de aceptar la candidatura. El presidente Roca aprovechó para invitarlo a predicar en el Tedeum con que se celebraba la federalización de Buenos Aires tras una cruenta guerra civil. En aquella ocasión saludó la capitalización con espíritu constructivo, recordándoles a los porteños lo mal que se había portado la ciudad con las provincias norteñas durante todo un siglo.
El 12 de diciembre de 1880 fue proclamado obispo de Córdoba. El nuevo obispo se consagró a llevar la caridad y la oración a los más necesitados. Oficiaba misas todos los días, lo mismo en la iglesia que en cárceles, hospitales y asilo para mendigos, a los que visitaba.
Varios testimonios de fieles lo recuerdan por su piedad, integridad moral, y por la ayuda material y espiritual que siempre le ofreció a los más pobres; también por la formación de seminaristas, sus predicaciones, su actividad a favor de la restauración de la vida comunitaria de los franciscanos y sus misiones, como la de Tarija, Bolivia, donde vivió por cinco años, y la de Sucre, Bolivia, donde vivió otros cinco años más.
Falleció el 10 de enero de 1883 en La Posta de El Suncho. Periódicos de la época reflejaron el suceso en tristes publicaciones que lo califacaban como un "gran pastor", un "gran hombre", y el "humilde entre los humildes".