Este 6 de mayo en Montevideo se celebra la beatificación del primer obispo de Uruguay, monseñor Jacinto Vera, quien marcó un antes y un después en la Iglesia del país. La fecha de beatificación coincide con el día de su muerte, ocurrida durante una misión apostólica en Pan de Azúcar, Uruguay.

Nacido a bordo de un barco con inmigrantes que se dirigían a Uruguay, su vida se caracterizó por la austeridad y la entrega a los pobres y enfermos. Fiel a su sacerdocio, fue intermediario en la paz y reconciliación. Fue vicario apostólico y luego primer obispo de Montevideo, participó del Concilio Vaticano I y recorrió los rincones del país llevando el anuncio de la salvación con gran fervor misionero.

Fuentes: Aciprensa, Alfa y Omega, VaticanNews


 Semblanza de Monseñor Jacinto Vera

En octubre del 2013, el Instituto de Historia, perteneciente a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica del Uruguay, organizó las Jornadas[1] “A 200 años del nacimiento de Mons. Jacinto Vera. 1813-2013” con el fin de hacer presente las distintas facetas del primer Obispo del Uruguay en el año del bicentenario de su nacimiento. Compartimos un extracto de las principales ideas expuestas en esos días.

La personalidad de Jacinto Vera es sumamente atractiva y de trascendencia en la historia del Uruguay. Su figura excede el ámbito meramente eclesiástico y se erige como una personalidad en sí misma; de hecho fue el hombre más conocido y querido en la segunda mitad del siglo XIX. Es admirable, y pocas veces vista, la unión del Pastor con su pueblo y la del pueblo con su Pastor y ello explica su forma de ser, consustanciado con la gente, acompañando las alegrías, esperanzas, sufrimientos y fracasos de esa Patria que se estaba construyendo.

Desde su llegada a Uruguay, en plena época de la Revolución Oriental, hasta la época en que desempeña el gobierno eclesiástico, en que le toca ser protagonista de la otra gran revolución del siglo XIX, la ideológica, su presencia llena buena parte de la historia del país. En este sentido, Don Jacinto, no es sólo el gran forjador, el padre de la Iglesia Oriental, sino también un patriota; un hombre de Iglesia y un hombre de la Patria, pero no como dos aspectos separados sino indisolublemente unidos, donde uno lleva al otro.

A lo largo de la vida de Don Jacinto, se identifican distintos momentos unidos todos ellos por el amor a Dios y al prójimo, su profunda humildad y sencillez, su trato cercano y amable, su fe inquebrantable y su espíritu austero y sacrificado, especialmente representado en una de las dimensiones que más se resalta, como es su espíritu misionero, llevando la Palabra de Dios y los sacramentos hasta los últimos rincones de Uruguay.

La estructuración de la Iglesia

Pero no sólo allí se advierte la grandeza de Jacinto Vera, sino también en su trabajo de estructuración de una Iglesia precaria a la que dio forma y contenido cultivando vocaciones sacerdotales, formando el clero, fundando el Seminario, preocupándose por la formación de los laicos, trayendo institutos religiosos y creando obras de piedad y apostolado en distintos ámbitos.

Don Jacinto fue el gran defensor de los derechos de la Iglesia. La realidad política y eclesial del siglo XIX, estaba marcada por una fuerte injerencia del Estado en los asuntos eclesiásticos, lo cual se hallaba consagrado, en forma ilegítima, en la Constitución de 1830, con el derecho de Patronato y otras prácticas regalistas. Se presentó esta situación de la Iglesia, común a Uruguay y al resto de los pueblos americanos luego de su emancipación, y, especialmente, muy afín con Argentina.

El contexto ideológico del Río de la Plata, que da lugar a una actitud de los gobiernos poco favorable a la autonomía de la Iglesia, encuentra la firmeza de convicciones de ciertas personalidades, de ambas márgenes del Plata, que se oponen a las intromisiones indebidas de dicho poder político. Entre ellos, destaca Jacinto Vera, quien no sólo cómo Vicario Apostólico, primero, y Obispo, luego, defendió la libertad de soberanía de la Iglesia y su potestad dada por el Papa y no por el Gobierno civil sino que, ya como Cura de la Iglesia de Canelones, supo ubicar tanto lo que era la misión del sacerdote como la del poder político, al que más de una vez puso límites.

Resalta en este rol la actitud de Jacinto Vera, quien en párrafos de cartas y distintos pronunciamientos, manifiesta su amor a la Patria, su obediencia a la autoridad legítima, pero también la convicción del origen de la jurisdicción eclesiástica y su necesaria autonomía para cumplir con su misión. Esta firmeza de Don Jacinto le valió algunos conflictos siendo el más significativo el llamado Conflicto Eclesiástico, en época del Presidente Bernardo Berro, por el que tuvo que sufrir, incluso, la pena del destierro, por la defensa de sus ideas y la libertad de la Iglesia.

Gran evangelizador

Otra faceta destacable de Don Jacinto Vera fue su enfoque sistémico e integrado a la hora de evangelizar: formó fieles obreros al servicio de la evangelización, acercó a la Iglesia los conocimientos necesarios, la dotó de la infraestructura para el desarrollo del culto, trabajó para elevarla hasta volver propia la dignidad de la vida cristiana, orientó hacia Cristo la inevitable rivalidad interna y promovió las habilidades propias del mundo laico.

El Pastor y su pueblo

Más allá de la presencia de Don Jacinto, a través de sus clásicas Misiones y Visitas Pastorales son llamativas las cartas mediante las que la feligresía común se dirigía al Siervo de Dios. Pues, sabido es que la correspondencia personal constituye un tipo documental sincero, espontáneo e ingenuo que permite conocer, en este caso, la naturaleza de los vínculos establecidos entre el pueblo cristiano y su Pastor. El trato cercano y los pedidos que le realizaban, tanto espirituales como materiales, muestran la paternidad ejercida por el Obispo y deja en evidencia de que no hay lugar a dudas sobre las virtudes humanas y cristianas de Don Jacinto, tal como las revela la historiografía.

Jacinto Vera y Mariano Soler: dos constructores de la Iglesia uruguaya

Vera fue para Soler un modelo de vida que marcó la infancia, adolescencia y juventud del futuro arzobispo de Montevideo. Soler, ya doctorado en Roma, volvió a Montevideo en 1874 y rápidamente se convirtió en el brazo derecho de Vera. Impulsó el renacimiento de las energías católicas del pueblo uruguayo a través de la concreción de importantes proyectos, como el Club Católico de Montevideo —fundado en 1875—, el centro cultural católico más importante del Uruguay durante el último cuarto del siglo XIX.

El mismo 1874, cuando Mons. Vera, en su Carta Pastoral de Cuaresma, expresaba el rechazo a la prédica laicizante de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular, José Pedro Varela presentaba su obra La Educación del Pueblo” ante dicha Sociedad comenzando a difundirse la misma, tres días después del arribo de Soler a Montevideo. El hecho de que Varela omitía deliberadamente toda referencia cristiana en la escuela, permite comprender mejor la urgencia del joven sacerdote por establecer en Montevideo un centro educativo de enseñanza media y superior de orientación católica. Con la ayuda de Jacinto Vera y del Club Católico, se fundó en 1875 el Liceo de Estudios Universitarios, abriendo sus puertas para los cursos de 1876, siendo el antecedente remoto de la actual Universidad Católica del Uruguay.

La “nueva” Iglesia que forjaron Vera y Soler era entendida —en palabras del historiador Roberto Di Stefano— como una “entidad equiparable al Estado, dotada de una estructura organizativa integrada y subordinada al poder papal de manera directa” que, hasta entonces, no puede decirse que existiera en el Uruguay. Fue durante el gobierno de Vera que se estructuró la Iglesia, con un Seminario, creación de parroquias, formación del clero, incorporación de varias órdenes y congregaciones religiosas, mejor organización y promoción del laicado, etc.

No obstante esto, el cambio más importante debe buscarse en el modo en que la Iglesia se percibe a sí misma, en el grado de autoconciencia alcanzado por estos años, y que se adquiere con los conflictivos cambios en la relación con el poder temporal, el proceso de secularización y el nuevo protagonismo que Roma adquiere en el continente. La Iglesia uruguaya no estará dispuesta ya a tolerar la intervención del poder político en la disciplina eclesiástica y empezará a hablar con más fuerza de “los derechos de la Iglesia” afirmando los lazos con la Santa Sede. Se insistirá en presentar a la Iglesia como entidad distinta e independiente del Estado. Desde este punto de vista, se concluye que la Iglesia fue también un agente activo en el proceso de secularización.

Mons. Vera y las congregaciones educadoras

La relación con la educación es una temática relevante en referencia a la vida de Don Jacinto, en la medida en que, junto con su preocupación por el aumento y formación de un clero que fuera virtuoso, ilustrado y apostólico, estuvo presente el esfuerzo de traer al país institutos religiosos, los que a través de sus distintos carismas contribuyeran a la tarea evangelizadora en Uruguay.

Se dio un proceso de inmigración protagonizado por mujeres integrantes de congregaciones religiosas católicas de origen italiano y francés en su mayoría, que se desarrolló en Uruguay y en toda la región en la segunda mitad del siglo XIX. Mons. Jacinto Vera, como hombre de gobierno, no realizó personalmente las gestiones personales para el arribo de estos institutos pero les brindó apoyo incondicional, cuidado y consuelo. Este proceso, iniciado en 1856, que implicó la instalación en el país de congregaciones de vida activa, representantes del “catolicismo de movimiento” (según expresión de Elizabeth Dufourcq), fue muy significativo para la Iglesia, como forma de compensar los avances de la secularización.

La relación de Don Jacinto Vera con los Jesuitas fue muy cercana, se había formado con ellos en Buenos Aires. Procura que regresen, luego de haber sido expulsados por el Presidente Gabriel Pereira, y los requiere para la formación de sus seminaristas, al frente del Seminario Conciliar que va a fundar.

También es trascendente la relación de Jacinto Vera con los Salesianos. Destaca la comunicación epistolar que, en los últimos años de su vida, mantuvo el Siervo de Dios con Don Bosco. Así como también lo que fue el recibimiento de la primera comunidad de salesianos que se instalaron en Villa Colón. Se destaca la carta enviada por el P. Lasagna, superior de la nueva comunidad, a Don Bosco, en la que le relata el recibimiento que tuvieron de parte del Obispo de Montevideo, y traza una hermosa semblanza de este. En ella describe, en primer lugar, los rasgos físicos del Siervo de Dios, para pasar luego a lo que son sus virtudes humanas y sacerdotales, su sencillez, sentido del humor, humildad, espíritu misionero y caridad pastoral.

La gran producción bibliográfica sobre Jacinto Vera que se ha verificado en estos últimos años muestra que es un personaje vivo, cuyo ejemplo sigue inspirando a escritores y estimulando a lectores.

Gabriel González Merlano, Universidad Católica del Uruguay


 Notas

[1] Durante las jornadas expusieron: Susana Monreal, Directora del Instituto de Historia; P. Eduardo Casarotti, Rector de la Universidad Católica; Mons. Alberto Sanguinetti Montero, quien fuera Vice-Postulador de la Causa de Canonización del Siervo de Dios; Pbro. Gabriel González Merlano, las autoras Beatriz Torrendel y Laura Álvarez Goyoaga; los investigadores Tomás Sansón, Pedro Gaudiano y Sebastián Hernández; Mons. Daniel Sturla y el P. Julio Fernández Techera.

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