"La vida de Raúl Silva Henríquez no está ajena a todo tipo de problemáticas que afectaron tanto a la Iglesia como a la sociedad chilena en toda la segunda mitad del siglo XX. Es bien conocido como él vivió y abordó en su propia carne los que fueron dolores provocados por errores, desencuentros o simplemente catástrofes naturales. Sin embargo, hoy con el ánimo de la celebración quiero recordar los momentos “de bendiciones de Dios”, donde él con sentido profético se transformó en un punto de referencia para tantos compatriotas suyos."

 
 
El Señor sana a los que
tienen quebrantado el corazón
y venda sus heridas. 

(Salmo 147,3)

La búsqueda del sentido

Quiero hacer un homenaje a la figura del Cardenal Raúl Silva Henríquez en el día del natalicio, partiendo con las palabras tan densas y directas de este Salmo; ello permite realizar una mirada retrospectiva también en la propia historia de vida. Por lo general en los aniversarios se tiende a recordar momentos del pasado, sabiendo que las alegrías con los momentos de dolor –“corazón quebrantado” – coexisten a lo largo de toda existencia. Las heridas espirituales que pertenecen a los dolores del alma a menudo quedan abiertas por largos años. Lo que vale en lo personal también se puede extender a nuestra humanidad. 

Es un hecho que tanto las grandes zonas de exclusión como los numerosos puntos donde hoy hay guerras incluso con la amenaza del uso de las armas nucleares, alargan su perímetro de acción sembrando miedos y desconcierto: son heridas que sangran. La vida de Raúl Silva Henríquez no está ajena a todo tipo de problemáticas que afectaron tanto a la Iglesia como a la sociedad chilena en toda la segunda mitad del siglo XX. Es bien conocido como él vivió y abordó en su propia carne los que fueron dolores provocados por errores, desencuentros o simplemente catástrofes naturales. Sin embargo, hoy con el ánimo de la celebración quiero recordar los momentos “de bendiciones de Dios”, donde él con sentido profético se transformó en un punto de referencia para tantos compatriotas suyos. Su experiencia se puede asociar de alguna manera a la que vivió Job en la Biblia cuando se preocupa de que Dios no escatime bendiciones sobre sus hijos y la descendencia aún cuando algunos de ellos no hubiesen podido llevarse bien en la vida (Job 1).

El libro de María Soledad del Villar Tagle titulado Las asistentes sociales de la vicaría de la Solidaridad (1973-1988) y editado por la Universidad Alberto Hurtado se abre con una frase de Gabriela Mistral: “Bueno es espigar en la historia de Chile los actos de hospitalidad, que son muchos; las acciones fraternas, que llenan páginas olvidadas”. Con esto se reafirma el sentido histórico de esta institución creada por el cardenal Raúl Silva Henríquez justamente para llevar a cabo actos de acogida y fraternidad en esos difíciles y contrastantes años de la historia del país.

Una trilogía para el joven Raúl

Desde la época de estudiante de derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, vive la inquietud de dar un sentido a su vida y definir el propio camino. Una búsqueda no tan diferente a los horizontes de los jóvenes de toda época, que no siempre desembocan en la que es una de las aspiraciones de cualquier hombre y mujer: la realización personal y la felicidad. Cuando esta última se asume como fin último en la perspectiva del bienestar material, la cuenta queda a medio pagarse y con eso se termina en los registros de los morosos y se vive con una intranquilidad constante. Para el joven Raúl el camino de entrega a Dios no se separa del camino al servicio de la gente de su tierra. 

La Trilogía del sistema de vida que proponía, San Juan Bosco a los jóvenes se fundaba sobre la religión, la razón y la amorevolezza (amor manifestado y percibido como tal). El espejo de la combinación de estos elementos dará sentido y respuesta a la búsqueda del joven Raúl. El sentido religioso presente en la esfera de toda psique humana como vocación a la dimensión de la trascendencia, en combinación con la esfera de la razón como capacidad de pensar y discernir, se hace realidad en la capacidad de construir la reciprocidad en todo tipo de relaciones. Este amor efectivo y productivo que une benevolencia y ternura es el que no se disocia en Silva Henríquez de su carácter decidido y fuerte, de su voz incisiva y de su capacidad de escuchar y captar las necesidades. Sus respuestas inmediatas y directas tienen el sabor de la claridad del “si sí, no no” del Evangelio (Mt 5,37).

La justicia y la paz dos pasiones

Cuando el Papa Bergoglio este sábado 23 de septiembre en el encuentro con los mil economistas y empresario jóvenes en Asís, recalca que la sustentabilidad ecológica de la creación no se puede separar sin curar las heridas provocadas por las desigualdades sociales, exalta a todos aquellos que con su voces y signos proféticos se han levantado a favor de la paz. En este imaginario listado habrá que incluir también la figura del recordado Cardenal. La paz como un don de Dios confiado a los hombres, tal como lo proclamaba Juan Pablo II en el mensaje de la jornada mundial de la paz de 1982, fue una de sus pasiones, con la conciencia de que la fragilidad humana no logra siempre custodiarla. El homenaje de hoy no puede prescindir de esto, su constante compromiso y preocupación. Son casi cien las referencias a este tema en sus discursos, homilías, entrevistas, que el sociólogo Jorge Baeza reporta en el índice temático de su compendio “Raúl Cardenal Silva Henríquez. Elementos comunes en sus textos: la vigencia de su palabra” (www.cardenalsilva.cl, 2020).

Un homenaje al “Hombre de Paz”. Al hombre que en los momentos álgidos por problemas limítrofes con el pueblo argentino no duda en recurrir al pontífice Juan Pablo I para desplegar la experiencia de la diplomacia vaticana en medio de una tensión militar que ya había encendido los motores del recurso a las armas.

El ingeniero Reinaldo Sapag autor de numerosas publicaciones sobre Silva Henríquez a menudo ha recordado el momento del comienzo del pontificado de Juan Pablo I en ese 26 de agosto de 1978 cuando llamó la atención que un cardenal en el momento en que declaraba su fidelidad al nuevo pontífice arrodillado frente a él se demoró más de lo acostumbrado (La Tercera, 20 de septiembre de 2020). Justamente también en esta oportunidad la urgencia y el apuro lo llevarán a actuar más allá de las formalidades. Su salida del protocolo no fue estéril: dio fruto porque unida a la de otros prelados argentinos y a las intervenciones de Mons. Francisco Valdés Obispo de Osorno –de recordada memoria con sus cartas al presidente de la República de Chile– alimentaron la corriente de la diplomacia y pararon la de la guerra con las consecuencias que habría tenido.

La pobreza que eleva, la misera que rebaja

En una de sus intervenciones durante el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962) sobre el tema de la pobreza aclara –con la fórmula de las minutas que era el estilo de trabajo– que hay dos tipos de pobreza: la pobreza cristiana con la cual se indica la superioridad del hombre sobre los bienes de la tierra, que no se hace esclava de los mismos bienes. Sin embargo, a esto le agrega “que hay una pobreza sufrida por el hombre, que es la consecuencia del hambre, del pecado y de la falta de una buena organización social”. Este tipo de pobreza, sostiene, es contra la que se debe luchar para desarraigarla de la humanidad. A esta pobreza “la hemos llamado subhumana, vale decir, una pobreza que hace del hombre un esclavo de las necesidades”. En su voz profética este tema se ha unido al de la paz no descuidando a los más pobres, destinando a ellos no solo la mano de la solidaridad cuanto el buscar que ellos mismos fuesen los actores de su propio crecimiento para salir de las situaciones de pobreza. 

Solidaridad en los caminos de la subsidiaridad

Mirando sus realizaciones y obras se descubre justamente que no solo las acciones de solidaridad sirven para la solución de problemas inmediatos que son propias de las “Caritas”, también resulta la promoción de fundaciones, corporaciones, cooperativas que tienen la tarea de reunir a las personas y educarlas para su propio desarrollo. La subsidiaridad en la línea de la evangelización y de la promoción humana en Silva Henríquez no se separa de la dignidad humana y de la solidaridad porque las desigualdades se combaten con el trabajo y la confianza en las personas. Sobre estos principios que son de la Doctrina Social de la Iglesia se construyó la emblemática acción al comienzo de los años 60 con la asignación de tierras de los latifundios de la Iglesia de Santiago a los campesinos que la trabajaban para las Parroquias según los procedimientos de la época: el inquilinato.

Silva Henríquez crea las condiciones para transformar a los campesinos de estos latifundios en dueños de las mismas tierras que pisaban y con esto hace un verdadero acto de confianza que luego dará un mayor impulso a su productividad. El experimento fue apoyado por una serie de organismos colaterales de apoyo técnico, financiero y de organización social que se revelaron como aquel puente que integra la iniciativa particular y de la familia campesina con la realidad del mercado. En esta experiencia, la subsidiaridad viajó de la mano con la solidaridad. Un tema para profundizar también en el aún vigente debate Constitucional en Chile, para dimensionar la dosis y función de un Estado social que asegure las necesidades y los derechos básicos de los ciudadanos, y junto con esto facilitar la construcción de la trama subsidiaria a todo nivel que responda al mismo tiempo a iniciativas tanto en el mercado como en lo social. Cuando el Capitalismo crece mirando solo la esfera del mercado, aun cuando ayude y produzca rasgos de solidaridad, se asiste al fenómeno en que las periferias de desigualdades y descarte también crecen y se acentúan en tiempo de crisis. Esto lo ha sostenido siempre Bergoglio en este encuentro de Asís y lo ha remarcado invitando a los jóvenes a repensar una nueva economía: la economía de la paz. 

Una razón más para el homenaje de hoy al cardenal Silva que no estuvo lejos de esta visión cuando describe con la precisión literaria de cada palabra y con la oración de quién está enamorado de su tierra, Chile, y pide al Señor las bendiciones para el presente y futuro de su gente en lo que es un emblemático y profético texto: “Mi sueño de Chile” (noviembre de 1991).

Una profecía para la fraternidad: el Sueño de Chile

Sostiene que el compromiso de generar el crecimiento material debe unirse a “crecer en nuestra capacidad de amar”, y con la fuerza y la convicción advierte a quienes tienen más que deben ayudar a los que tienen menos. El imperativo de la solidaridad lo complementa con el ejercicio del amor, que debe asumir la responsabilidad de no defraudar a los jóvenes. Así se expresa a favor de ellos: “los jóvenes no nos perdonarán esa falta. Pido y ruego que se escuche a los jóvenes y se le responda como ellos se merecen”.

Sin duda que respuestas adecuadas solo pueden ser efectivas después de haber escuchado con detención a la persona que tenemos adelante. En este tipo de amor que es el hilo conductor de la vida de Silva Henríquez, claramente están los anhelos de justicia y de paz, que como un río subterráneo periódicamente emergen a la superficie. Este sueño de Chile es uno de estos momentos porque sus sentimientos más profundos de benevolencia y justicia hacia la sociedad chilena se vuelcan también en una apasionada petición de reconocer y respetar la dignidad de cada persona humana más allá de su propia condición.

Este sueño es un verdadero legado justamente porque es vida y cultura que se apoyan en un testimonio que a 115 años del Natalicio sigue vigente para ser recogido socializado y actualizado.

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