Un año después de la explosión en el puerto de Beirut, el 4 de agosto de 2020, continúan las crisis en el Líbano. Hoy les falta de todo y muchos que antes tenían un buen pasar, también deben hacer fila frente a los lugares donde la Iglesia y otras instituciones reparten comida y ayuda.

El 4 de agosto de 2020 no se olvidará en el Líbano, ni en el mundo. Esa tarde, de un tranquilo día de trabajo en Beirut, fue interrumpida a las 18:07 minutos por un fuerte estallido que lo remeció y destrozó todo. Los expertos dicen que es la explosión no nuclear más grande vista y los libaneses lo pudieron comprobar de inmediato. El puerto fue epicentro de la explosión, que sembró destrucción en la ciudad y los alrededores. Imágenes de terror dieron la vuelta al mundo.

Hoy, un año después, tratan de volver a la vida. Muchas de las construcciones, casas, hospitales, iglesias, han sido reparadas, pero hay más de 200 personas que ya no están y no se olvidan. Tampoco es posible olvidar el hambre que aprieta a todos. La crisis económica con la que lidiaban los libaneses se vio incrementada por la pandemia y luego la explosión. Hoy les falta de todo y muchos que antes tenían un buen pasar, también deben hacer fila frente a los lugares donde la Iglesia y otras instituciones reparten comida y ayuda.

ruinas de los silos donde se produjola explosion

En los hospitales, muchas enfermeras se han marchado a trabajar al extranjero, al igual que los médicos, que se han ido o están pensando en irse. Los profesores de las escuelas católicas, cuyo salario ya no alcanza para alimentar a sus familias, están dimitiendo con la intención de emigrar. 

Más del 50% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, incluso se puede hablar hoy de miseria. En el Collège de la Sainte Famille Française de Jounieh, a una veintena de kilómetros de Beirut, la Hna. Eva Abou Nassar, encargada de la administración, nos cuenta que ha perdido a una veintena de profesores entre junio y julio: “La mayoría quiere emigrar porque ya no llegan a fin de mes. El poder adquisitivo ha caído drásticamente: antes de la crisis, un salario inicial de 1.525 millones de libras libanesas (LBP) equivalía a unos 1.000 dólares, pero con la caída de la LPB, ahora solo equivale a entre 75 y 80 dólares. Un profesor con experiencia gana el doble, pero sigue siendo demasiado poco. Mientras que antes de la crisis un dólar valía 1.500 LBP, hoy se cotiza en el mercado negro a 18.900 LBP”.

Líbano tiene que importar casi todo, los productos se pagan en relación con el dólar y eso los hace encarecer. “Un tarro de leche para un niño –se necesitan dos por semana– cuesta 250.000 LBP. El arriendo de un generador de electricidad (porque la electricidad pública solo se suministra de dos a cuatro horas al día) asciende a 600.000 LBP al mes, mientras que el salario mínimo es de 675.000 LBP. Un repuesto de auto cuesta entre dos y cuatro salarios mensuales... Incluso familias aquí en Jounieh, una ciudad que no tiene fama de pobre, van a buscar restos de comida en los cubos de basura a primera hora de la mañana para no ser vistas”. Insiste con pesar la Hna. Eva Abou Nassar.

Las calles todavía muestran las heridas. Muchos comercios tienen las rejas bajadas, los restaurantes que se alineaban en las concurridas calles están casi todos cerrados y el barrio parece muerto: nada que ver con los años anteriores a la crisis. “El ambiente es lúgubre, a la gente le gustaría recomenzar, pero ¿cómo?”, se pregunta Wajih, un abogado que acompañó a los representantes de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) durante su visita al Líbano. No obstante, Wajih se muestra optimista contra todo pronóstico, con una esperanza firmemente anclada en su corazón. “¡Nos llevará varios años, pero lo lograremos!”

personas buscan en la basura

La realidad de los cristianos

Líbano es un pequeño país de Medio Oriente. Por su ubicación, es un punto de unión entre el Mediterráneo y el mundo árabe. También es el país que tiene la mayor proporción de refugiados, respecto a su población. En el país viven cerca de 6 millones de personas, de las cuales 4,5 millones son libaneses y el resto son refugiados.

Cerca de 12 millones de personas de origen libanés viven fuera del país, producto de la crisis económica y social. Desde la explosión del pasado 4 de agosto, se han presentado más de 380.000 solicitudes de visa de emigración en las embajadas en el Líbano. La mayoría son de cristianos, ya que lamentablemente no se sienten seguros en su propio país. Esto afecta de manera negativa a toda la comunidad cristiana, porque pierde principalmente a los jóvenes, que deberían ser su futuro.

Día a día el número de cristianos disminuye y eso provoca aún más presión sobre los que se quedan y miran con miedo la realidad de los cristianos en sus países vecinos: Siria, Irak, Palestina e Israel. “Los cambios demográficos no deben disminuir la importancia de la presencia de las comunidades cristianas, no solo en el Líbano, sino también en Irak y otros países. Grandes o pequeñas, estas comunidades expresan la continuidad de la era de Cristo hasta nuestros tiempos. La importancia de los cristianos en el Líbano no se basa solo en su número. Estos pueden cambiar, pero la esencia de la Iglesia es muy importante y simbólica”, dice el Padre Raymond Abdo.

Libano igleswia con vidrios en el suelo

El cristianismo en el Líbano viene desde los tiempos de Jesús. Él estuvo ahí. La palabra Líbano está 72 veces en la Biblia.

Antes de 1975 los cristianos representaban al 60% de la población y eran la comunidad cristiana más grande de Medio Oriente. Hoy, son menos del 40%.

“Vivimos tiempos catastróficos, una crisis tras otra. Inmersos en la realidad de la región, los cristianos en Medio Oriente se enfrentan a preguntas esenciales. Para mí la pregunta no es demográfica, es existencial: ¿por qué estamos acá? Y no, ¿cuántos somos? ¿Cuál es la razón de nuestra presencia en esta parte del mundo? ¿Nuestra presencia es solo política o tenemos una misión?” Se pregunta la hermana Micheline Lattouf en medio de tanta incertidumbre.

“¿Qué valores agrega nuestra presencia? Juan Pablo II nos dijo: 'Líbano es más que un país, es una misión'. Creo que la pregunta que debemos recordar es esta: ¿estamos convencidos de la urgencia de nuestra misión para promover la convivencia y respeto a la diferencia, tolerancia y reconciliación?... Como cristianos en Medio Oriente, este es nuestro mensaje para el mundo y es nuestra responsabilidad”, dice la hermana Micheline Lattouf.

“El papa Francisco nos infunde esperanza para afrontar esta crisis cuando llama a la Iglesia universal a no dejarnos en el olvido. El Papa no abandonará a la Iglesia del Líbano. Estamos recuperando cierta confianza, a pesar de todas las dificultades. ¡Por qué tener miedo al otro cuando tenemos fe en Jesucristo! El fermento es poca cantidad, pero es capaz de cambiar toda la masa”, concluye el P. Raymond Abdo, provincial de la Orden de los Carmelitas Descalzos del Líbano, que recibe a la delegación de ACN en el monasterio de Nuestra Señora del Monte Carmelo, en Hazmieh, en los suburbios de Beirut.

Padre Raymond Abdo fraile carmelita

Padre Raymond Abdo, provincial de la Orden de los Carmelitas Descalzos del Líbano.

La fundación pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) se ha involucrado a fondo en sostener a la población libanesa, golpeada por la crisis desde octubre de 2019 y por las consecuencias de la explosión del 4 de agosto de 2020 en el puerto de Beirut. En 2020 ACN apoyó 67 proyectos de ayuda al Líbano, muchos de los cuales aún están en desarrollo y se focalizaron en ayuda inmediata. 23 de ellos fueron para dar ayuda de emergencia a las personas, 19 para apoyar la reconstrucción y 12 para ayudar a los sacerdotes y religiosas que apoyan a las víctimas de la tragedia.

Queremos seguir estando presentes para nuestros hermanos, por ello seguimos en campaña. Conoce más en www.acn-chile.org

Ayudar desde la carencia

Hace exactamente 12 meses, el padre Marwan Mouawad, de 46 años, celebraba una misa para un pequeño grupo de diez personas en un barrio pobre de Beirut, cuando sintió que la iglesia temblaba. Sospechó que se trataba de un terremoto e interrumpió sus cánticos, cuando se cortó la luz.

Segundos después, una de las explosiones no nucleares más fuertes de la historia arrasó la iglesia. El momento, grabado en un vídeo viral visto por millones de personas, cambiaría el rumbo del Líbano, el país con mayor diversidad religiosa de Oriente Medio.

Un almacén abandonado que guardaba nitrato de amonio en el principal puerto del país se había incendiado y explotado a solo tres kilómetros de la iglesia del padre Mouawad. “Miramos el techo y pensamos que se nos caería encima. Pensábamos que nos íbamos a morir. Fue la Providencia divina la que nos salvó: fue una señal de Dios que no tuviéramos permiso para abrir la iglesia al público en esos días a causa del Covid-19”, dice. 

“Tras la explosión, salimos de la iglesia y vimos ventanas rotas por todas partes. Tuvimos que mover los escombros para poder caminar por la calle. Parecía una escena de guerra. Había heridos en la calle”. Con el hospital local desbordado de pacientes, tuvieron que volver a la iglesia para atender a la religiosa, que aún se está recuperando. 

La explosión supuso también un punto de inflexión para un país que ya estaba en peligro: “Antes de la explosión, tenía en mi parroquia 95 familias a las que ayudaba. Ahora, tenemos 520 familias necesitadas. Cada jueves, vienen a mi iglesia para recibir una comida caliente de un equipo de voluntarios”.

“Algunos de mis feligreses que antes venían a darme dinero para ayudarnos a comprar paquetes de comida para los pobres, ahora vienen para pedir ayuda: padre, dicen, por favor perdónanos. Estamos necesitados”.

La crisis también ha hecho mella en el clero, especialmente en los numerosos sacerdotes casados del Líbano, que según la tradición de la Iglesia católica maronita pueden contraer matrimonio antes de ser ordenados sacerdotes.

“Como sacerdote con familia, yo también me veo afectado por la crisis. Hemos dejado de comer carne, excepto una vez a la semana, que comemos pollo. Hemos reducido el consumo de electricidad y solo compramos fruta una vez a la semana. No es solo para solidarizarnos con la gente. Realmente no tenemos más dinero”.

Ayuda a la Iglesia que Sufre está apoyando a muchos sacerdotes del Líbano con intenciones de Misa, con el objetivo de ayudar al clero además a socorrer a los feligreses que dependen de ellos. En la diócesis de Antelias, ACN apoya a 45 sacerdotes, entre ellos al padre Mouawad.

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