Mientras haya un ser humano que se movilice día a día, mientras haya esperanza y nostalgia, el mundo podrá ser cada día mejor. Compartimos esta reflexión de monseñor Fernando Chomalí sobre la esperanza y la opción creyente en la vida cotidiana.

Me llama gratamente la atención ver cada mañana a cientos de miles de hombres y mujeres que se levantan de madrugada para ir a trabajar. Lo mismo pasa con tantos jóvenes para ir al colegio y a la universidad y se preparan, muchos con grandes sacrificios, para lograr un futuro más próspero.

¿Por qué a pesar de las dificultades de la vida, que a veces son muchas y nada fáciles, los hombres, las mujeres, ignorantes y doctos, niños, jóvenes y adultos, creyentes y no creyentes, se mueven, se movilizan, trabajan, estudian, se casan, etc.? Porque en el fondo de nuestro ser hay nostalgia. Sí, mucha nostalgia. El diccionario de la Lengua Española la define como la pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos. También la define como tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha, pérdida o añoranza. Yo la definiría como la presencia en lo más íntimo de nuestro ser de una cierta ausencia que nos duele y nos moviliza con la ilusión, a veces vana, de recuperarla. Una presencia que se nos aparece cada día como necesidad, deseo. Es como un “hacer falta” y queremos lograr porque nos mueve la certeza de que es aquello lo que le da sentido a nuestra vida.

No hay nada más propio del hombre que aspirar a tener más, pero sobre todo a ser más, es decir a crecer en lo que él intuye como una humanidad plenamente vivida y realizada. Esa es la vida del ser humano: por un lado se comprende inacabado, es decir por hacerse, y por otro lado intuye que algo bueno puede pasar tanto gracias a su esfuerzo, a los demás y, para los creyentes, a Dios.

Incluso he conocido personas que, al hacer actos claramente reprobables, en el fondo lo que buscaban era un bien para ellos. El ser humano es por naturaleza un ser nostálgico y por lo tanto siempre con un grado de insatisfacción. Es un buscador por naturaleza. El asunto está en saber qué buscar y dónde hacerlo. Allí podemos lograrnos o malograrnos, ser felices o desdichados.

Esta realidad, lejos de hacer pobres nuestras vidas, se nos presenta como condición de posibilidad de crecimiento personal, es decir, de crecimiento en humanidad, y le entrega al futuro una perspectiva nueva. Esta búsqueda de lo que sacia, y que uno percibe como posible de alcanzar, es la esperanza. Así, la vida se presenta ante nuestro ser como una espera de algo que colma nuestra existencia y a la que no podemos renunciar si queremos ser fieles a nosotros mismos. En mi opinión, la esperanza es lo que mueve al mundo y sin ella la vida no tendría mucha razón de ser porque sería siempre y solo instantes sin perspectiva alguna. Santo Tomás postula que el objeto de la esperanza es un bien infinito, es decir la felicidad eterna. Dice además que no sabemos precisamente en qué consiste, pero la concebimos como un bien perfecto. En efecto, el que se casa lo hace con la esperanza de que va a ser feliz, lo mismo acontece con el que inicia una carrera, o ingresa al Seminario, o adquiere un bien. Todo movimiento es hacia algo que no tenemos y que deseamos y que lo vemos como posible fuente de plenitud y de felicidad, es decir como un bien.

Aquí va una conclusión llena de alegría y optimismo, si alguien cree que el mundo no tiene horizonte alguno y ninguna posibilidad de mejorar, se equivoca. Mientras haya un ser humano que se movilice en busca de algo o de alguien significa que algo bueno puede pasar. Y me atrevo a decir, pasa. El mundo dejará de ser un bien cuando se acabe la esperanza y la nostalgia que nos mueve día a día a levantarnos, y ello, a pesar de todo.

Hace años atrás visité a una anciana gravemente enferma por padecer un cáncer terminal. Al saludarla me pidió que por favor cerrara la ventana de su pieza porque se podía resfriar. ¡Qué maravilla!, pensé. Esta mujer, sabiendo que se va a morir tenía razones muy potentes para cuidarse de un resfrío. Sin una cuota de nostalgia y mucha esperanza es muy difícil vivir.

Una de las bellezas de la fe cristiana es que la esperanza del ser humano y su búsqueda siempre difícil de saciar ha sido plenamente colmada. Lo interesante es que esta plenitud no llegó como una idea, un proyecto humano, o una cosa, sino que llegó con el mismo Dios. Por ello postulo que, en el fondo, toda búsqueda en el ámbito de lo finito no es otra cosa que una búsqueda de infinito. Por ello tiene tanto sentido la irrupción de Dios por medio de Jesucristo en la historia humana porque no es otra cosa que la respuesta del mismo Dios a ese anhelo profundo que tenemos de más, de infinito, de plena felicidad. San Agustín decía que su corazón estará inquieto hasta que no descanse en Dios y Santa Teresa que moría porque no moría dado que solamente en Dios encontrará la plenitud que en la tierra solo puede intuir y pregustar.

En este contexto, la fe, la opción creyente, adquiere plena carta de ciudadanía en nuestras vidas porque nos recuerda que las búsquedas de todos los días tienen una respuesta contundente que el hombre hubiese sido incapaz de considerar: Dios en medio de nosotros como fuente de esperanza de una vida mejor porque está llena de Él.

Aquí es dónde la labor de la Iglesia encuentra pleno sentido y plena realización. Actualizar en medio de la historia y las vicisitudes de la vida que Dios nos ama y nos guía por el sendero del amor, de la paz que es la condición de posibilidad para ser felices. Así, la vida se presenta, para el que cree, en la consumación de la promesa ofrecida por el mismo Dios de ser testigos de su amor y dar testimonio de él. En este contexto, la fe, la opción creyente, no se comprende como una mera moral o como un conjunto de mandamientos que hay que cumplir por cumplir, sino como la posibilidad de vivir en plenitud después de haber encontrado la respuesta a las preguntas que anidan en el corazón y las hace vida viviendo en consecuencia de acuerdo a lo bueno, lo bello, lo justo, lo correcto.


*Arzobispo de Concepción, Chile Junio 2022

 

 

 

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