Este año las celebraciones tuvieron características distintas a las habituales por las medidas preventivas sanitarias debido a la pandemia del Covid-19, con audiencias reducidas y ceremonias telemáticas.
Tradicionalmente, en las catedrales de todas las diócesis de Chile durante el mes de septiembre se realizan diversas celebraciones Te Deum para conmemorar el primer aniversario de la Junta Nacional de Gobierno, una tradición que se ha mantenido ininterrumpida desde el origen de la patria y que se ha extendido a las distintas diócesis del país. Este año las celebraciones tuvieron características distintas a las habituales por las medidas preventivas sanitarias debido a la pandemia del Covid-19, con audiencias reducidas y ceremonias telemáticas.
En el especial de Te Deum 2020 en Iglesia.cl pueden encontrarse las homilías de gran parte de las diócesis del país.
En el caso de la Arquidiócesis de Santiago, este 18 de septiembre se celebró el Te Deum Ecuménico al aire libre, desde el Santuario de la Inmaculada Concepción del Cerro San Cristóbal. Entre los asistentes estuvo el presidente de la República, Sebastián Piñera y su esposa, los representantes de los poderes del Estado y el Nuncio de Su Santidad, como Decano del Cuerpo Diplomático, más las autoridades religiosas.
Al comienzo de la celebración se realizó un responso por todos los fallecidos a causa del Coronavirus, en minutos de gran recogimiento acompañado del repique de una campana. Después de la Liturgia de la Palabra, el arzobispo Celestino Aós entregó su mensaje.
A continuación, ofrecemos una transcripción de este:
“Virgen María, madre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero y madre de todos nosotros. Estamos junto a ti en este santuario en la cumbre del Cerro San Cristóbal. Nos ha traído el deseo y nos ha empujado la pandemia. Nos sentimos representantes de los hermanos que no han podido venir y que están unidos a nuestra oración a través de los medios de comunicación. Nos sentimos hermanos de todos los chilenos en estos días tan significativos de Fiestas Patrias, y a todos enviamos nuestro saludo, especialmente a los enfermos de Coronavirus, a los ancianos y a los que sufren.
Tú, Virgen María, acompañaste el desarrollo de Jesús y en su crecimiento le enseñaste a estar siempre con los ojos abiertos: Jesús vio lo sobrante de los panes que la multitud comió y ordenó que los recogieran, porque no se deben despilfarrar los bienes y porque no se debe contaminar la naturaleza. Jesús vio la pobreza y marginación del ciego, del leproso y, sobre todo, vio la negrura de la maldad que anida en los hipócritas, que dicen una cosa y hacen otra, que juzgan y condenan; vio la maldad del avaro que no comparte ni siquiera la migajas con el pobre Lázaro, y el egoísmo de quien pasa de largo marginando al herido; vio el desamor de los hijos que abandonan a sus padres en busca de sus aventuras, y el dolor que causa quien engaña a su marido en adulterio; vio la violencia de quien había recibido perdón y no quiso perdonar y golpeó a su compañero deudo. Jesús andaba con los ojos abiertos. Porque en la vida hay limitaciones, deficiencias, injusticias, problemas, ante los que no se pueden cerrar los ojos.
Enséñanos a ver las deficiencias, los pecados y maldades de nuestra vida hoy en nuestro Chile: porque hay gente que llora, que tiene hambre, que busca justicia, que se siente en precariedad. Que no seamos de los que no ven o no quieren ver porque piensan que así ya no existen los problemas. La pandemia nos urge con tal prisa y amplitud que podríamos olvidarnos de los demás desafíos: la pandemia ha provocado algunos problemas nuevos, pero ha agravado otros que ya existían y que siguen estando ahí: la violencia y la delincuencia, el narcotráfico y las drogas, la baja de sueldos y la pérdida de tantos puestos de trabajo, las dificultades para los adultos mayores y para los migrantes, los problemas de la educación y la atención médica, el tema de los pueblos originarios, la violencia siempre intolerable que llega a caer y abusar contra niños y mujeres y contra los ancianos, el maltrato a la naturaleza, etcétera.
Tú, Virgen María, acompañaste el desarrollo de Jesús y en su crecimiento le enseñaste a estar siempre con los ojos abiertos; Virgen Madre, le enseñaste a ver lo hermoso de la vida:
Jesús aprendió a ver y a disfrutar la hermosura de las flores del campo, y el canto de los pájaros, los arreboles del atardecer y las rutinas de las ovejas.
Aprendió a ver y a disfrutar, porque uno disfruta y se alegra constatando la bondad y la virtud en otra persona, Jesús vio y disfrutó con el corazón generoso de la mujer viuda y pobre que depositaba su ofrenda en el templo, del padre que recibe al hijo arrepentido, del tullido y del ciego y del leproso que confían, de Zaqueo y la Samaritana, del militar romano que suplicaba por su criado, de la mujer sirofenicia también pagana que busca la salud de su hija; en medio del dolor vio la bondad del corazón de malhechor crucificado a su lado y que suplica perdón “acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Jesús vio la bondad en el corazón de sus apóstoles, que no entendían muchas cosas y que buscaban ventajas y beneficios personales pero que amaban. ¡Y vio la belleza de la mujer y de la maternidad en Ti, Virgen María! Estás ahí al pie de la cruz. Y quiere que sigas tu maternidad en nosotros “mujer, he ahí a tu hijo”; y quiere que nosotros te sintamos como Madre y vayamos aprendiendo a ser personas y cristianos, a caminar con los ojos y el corazón abiertos: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. Desde este Cerro San Cristóbal nos saludas, nos orientas, nos cuidas, nos proteges, nos sostienes en la esperanza.
Hay tantas cosas buenas en Chile. Ayúdanos a verlas y disfrutarlas. La naturaleza y las cosas, la amistad, la ayuda generosa de los voluntarios, la responsabilidad de quienes hacen su trabajo y aporte honestamente y de quienes van más allá, nos admira el esfuerzo y trabajo sacrificado y generoso de los servicios de salud.
Tú, Virgen María, acompañaste el desarrollo de Jesús y en su crecimiento le enseñaste a estar siempre con los ojos abiertos. Y le enseñaste que, si no debía estar indiferente, tampoco debía quedarse inoperante. Jesús, en sus palabras de bienaventuranza, da sentido al sufrimiento: las situaciones precarias y dolorosas también son bendiciones si se viven con amor. También el tiempo de sufrimiento, de enfermedad y de muerte son tiempo de salvación. Tanta desesperanza porque no vemos el bien, no creemos en la fuerza del amor.
Jesús se obliga y nos obliga a nosotros a obrar para prevenir, para evitar que esos sufrimientos lleguen: no cumplir, trampear para pasar por alto las normas y recomendaciones de la autoridad sanitaria es arriesgar la propia salud y vida y la salud y la vida de los demás. Jesús nos invita a esforzarnos para aliviar en lo que podamos. Somos responsables del cuidado de lo común: el planeta, el agua, el aire, la ciudad y los bienes comunes.
Vienen tiempos que requieren lo mejor de nosotros. Cada decisión pasa por nosotros. Pasa por los demás. Necesitamos de los demás. Nadie se salva solo; ningún grupo solo; unos con otros, todos protagonistas; y con Dios. Dios promete la paz a su pueblo. Construir la cultura de la verdad y la justicia, del respeto y la paz. ¿Qué debemos hacer?
Con las palabras habla el Papa. Hablamos los obispos y ahí están las declaraciones de la Conferencia Episcopal, y del Comité Permanente, y de los obispos en distintas diócesis, y están los documentos de la Iglesia ¡y está el Evangelio!
Es la hora de la acción, de la generosidad personal: Necesitamos buenos políticos y gobernantes, legisladores lúcidos y coherentes, jueces amantes de la verdad y la justicia, profesores entusiastas, sacerdotes pastores, personal sanitario sensible y entregado, comunicadores expertos y responsables ante la objetividad de las informaciones y el respeto a las personas. Cada ciudadano que mejora su comportamiento está construyendo el Chile nuevo y mejor. Quien no está dispuesto a cambiar saldrá peor y más empobrecido humanamente de esta crisis que vivimos.
Trabajar para que la justicia y la verdad estén a la base de nuestros proyectos: eso implica en primer lugar participar en las instancias de elección y decisión. Participe, haga su aporte expresando su voluntad a través del voto. Participe. Para decidir bien, infórmese: que le digan las consecuencias de cada opción, pero no permita que nadie le obligue a cómo votar o que nadie decida por usted.
Para informarse, además de leer, dialogar: escuchar con respeto, exponer nuestras ideas. Nosotros tenemos que avanzar porque seguimos empantanados en un estilo necio y contaminado: no se dialoga ya que ni se escucha al otro, ni se reflexiona, y siguen los insultos, las descalificaciones. No es el camino: si tenemos cincuenta personas y se insultan, se descalifican, se agreden, con reunir quinientas o cinco mil, pero en el mismo estilo, no lograremos sino tener un barullo mayor y una violencia más constante. Es tarea de todos, pero quienes tenemos autoridad o relevancia social debemos dar ejemplo. Si es buena hora para las palabras y diálogos, es hora propicia para los buenos ejemplos. Estar dispuestos a colaborar y trabajar en equipos: nadie tiene toda la verdad, pero todos tenemos algo que aportar.
Poner el interés común por encima de partidismos y particularismos.
Las verdades fundamentales tienen consistencia en sí mismas, y no dependen del número de votos o del ruido de quienes claman. Es en la verdad, en los valores, donde nos encontramos para organizar nuestra convivencia nacional: los valores sagrados de la vida desde el comienzo de su concepción a la muerte, dignidad de las personas sin discriminación, enseñanza, salud, vivienda, trabajo digno y remuneraciones justas.
Mira a tu pueblo, Señora del mar y la cordillera. Tú sabes que esta Iglesia y esta sociedad chilena no siempre ha estado cerca del sufrimiento de los más vulnerables. Tú sabes que no siempre hemos sido humildes como tú. Queremos enmendar y ayudar a sanar. Queremos ser, junto a la gran familia de quienes vivimos en Chile, constructores de una sociedad más justa, con una vida más austera y un mayor cuidado a los más frágiles y a toda la creación. La austeridad que uno acepta para beneficiar a otros libera y produce gozo; la austeridad impuesta, frustra, amarga, mortifica. ¿Está usted preparándose, está preparando a su familia para una vida más austera? Tener muchas cosas no nos hace más felices.
Santa María de la Esperanza toma la mano de cada persona enferma, acompaña y reconforta a los adultos mayores, a los migrantes, a quienes han perdido sus empleos y fuentes de ingreso, y a todos quienes necesitamos una palabra de aliento. Sí, también nosotros la necesitamos, porque la angustia de no saber qué vendrá, cuándo ni cómo, también nos aflige. A todos, la Virgen del Carmen nos abraza y al oído nos susurra que Jesús siempre está con nosotros y nunca nos abandona. Su mano materna, suave y siempre extendida, nos levanta y nos hace volver a su amado Hijo, y encontrarlo en el hermano y la hermana que sufre. Santa María, Virgen del Carmen, enséñanos a vivir con los ojos abiertos para ver la realidad de nuestra patria; enséñanos a poner cada uno lo que está de nuestra parte: Hoy experimentamos fuertemente nuestra debilidad y el sufrimiento de los hermanos nos desgarra; por eso, continuaremos haciendo lo que está a nuestro alcance para acompañar a los que van quedando solos y abandonados. Contigo, Virgen del Carmen, juntos en este camino, hoy te confiamos lo que somos, lo que tenemos y lo que vivimos.
La precariedad y la fragilidad en que nos sume la pandemia, nos obliga a todos, especialmente a autoridades, representantes y líderes de la sociedad, a deponer intereses personales y sectoriales para retomar de verdad los caminos de diálogo con acuerdos generosos. “Somos un pueblo en marcha”, solo unidos superaremos las injusticias y nos levantaremos de esta crisis. Por eso, una vez más hemos de preguntarnos de qué forma podemos comprometernos solidariamente en las innumerables iniciativas existentes para ayudar a los que más sufren los efectos de la pandemia y a asumir responsablemente los resguardos necesarios para que los contagios no sigan expandiéndose.
Buen Jesús de las bienaventuranzas; haznos dar sentido al sufrimiento que padecemos, haznos tener presente que más allá del coronavirus nuestra vida nacional tiene otra serie de problemas y desafíos que autoridades y ciudadanos debemos enfrentar buscando siempre el bien de todos.
Recordando nuestro pasado, miramos de frente al presente que vivimos, y nos comprometemos a organizarnos para un futuro más fraterno como tú, Jesús, junto a la Virgen María nos enseñas. A ti, Señor, nuestra alabanza, el honor y la gloria.