Carta a directivos, profesores, padres y apoderados, y estudiantes de establecimientos educacionales confesionales y no confesionales.

 

El bullying pareciera ser una práctica más habitual de lo que creemos. Yo sufrí mucho en mi infancia por ser tartamudo. Me acuerdo de ello con pena, dolor y frustración. Gracias a Dios lo superé ya de adulto reconciliándome con aquellos compañeros de curso y vecinos que se burlaban de mí por una condición que no dependía de mí.

Lamentablemente, a pesar de que hay más conciencia de la dignidad del ser humano y sus derechos, se da en la escuela, se da en el trabajo, se da en la propia familia. Podemos decir que vivimos una sociedad maltratadora. A ello se le suma el ciberacoso que está haciendo estragos en la vida de muchas personas. Algunos alumnos, agobiados por el trato que les daban en el colegio, han llegado hasta el suicidio. Qué maldad, qué dolor, qué impotencia. 

1. Acto de cobardía

El bullying bajo todas sus formas y expresiones, es un acto de cobardía dado que es una agresión de una o más personas hacia el más débil. Se le golpea y también se le humilla. Muchos jóvenes se avergüenzan de ser objeto de esta mala práctica y no lo revelan, lo que hace difícil dimensionar el problema. En lo personal me costó años contar lo vivido.

Es un acto de violencia, contrario a la razón y a las sanas normas de convivencia y que muchas veces se realiza a vista y paciencia de los mayores, que de cierta forma se hacen cómplices.

Quienes lo practican suelen tener una pobre imagen de sí mismos, muchas veces hasta odio, que lo proyectan en los más débiles, en los que no pueden defenderse.

Detrás de los actos de violencia se esconde una historia. Nadie es violento, agresivo, prepotente porque sí. Es tan fuerte el vínculo entre lo que somos y hacemos que agredir al otro es la muestra más patente del propio malestar que se experimenta.

En general, quienes abusan de los demás suelen ser personas –niños, jóvenes y adultos– faltas de amor, de comprensión y de sentirse parte de un proyecto social. Detrás de cada acto de violencia hay una gran desesperanza en cuanto a la posibilidad de salir de las frustraciones presentes. Volver a reconocer a Dios como fuente insustituible de esperanza nos abre un camino promisorio hacia un nuevo trato en la casa, el colegio y la sociedad

2. El acosador suele tener mala imagen de sí mismo

Quienes practican el bullying no se sienten ni conformes ni felices consigo mismo y en el fondo es un acto no sólo de cobardía, sino que también de rebeldía. 

Golpeando al otro, al más débil, con palabras y acciones, en definitiva golpeo a la sociedad que rechazo. 

El gran drama del siglo XXI es la pobreza espiritual de las personas, especialmente de los jóvenes, y un gran sentimiento de soledad. Los jóvenes hoy se sienten solos, faltos de afectos y de oportunidades de sacar adelante una vida con dignidad, es decir una vida que les permita trabajar, amar y vivir en un entorno fraterno y solidario. Carecen de líderes creíbles a quienes seguir. Si miramos este siglo da la impresión de que se acabaron los grandes relatos políticos y sociales que le den sentido a la vida de un joven y lo proyecte hacia un futuro del cual hacerse cargo con su propia vida. Pareciera ser que el escepticismo frente a la vida y a un futuro mejor ha anestesiado el valor de la vida propia y ajena. Tengo la impresión de que la violencia se presenta como un escapismo o la triste manera de decirle a los demás que valgo, que soy alguien en la vida y que tengo poder. 

Pareciera ser que muchos maltratadores en el sentido amplio de la palabra han sido maltratados a su vez en algún momento de su vida.

Por otro lado, apreciamos un fenómeno nuevo y digno de estudiar. Son cada vez más las personas que sienten un gran desprecio por la autoridad, venga de donde venga, lo que hace poco creíble a quienes la ostentan, ya sea en el ámbito familiar, educacional, público, social o religioso. Este fenómeno empobrece la democracia. Muchos padres le temen a sus hijos y muchos profesores les temen a sus alumnos. Hoy, además, se está dando que el personal de salud le teme a los pacientes y a los familiares.  

Muchas veces la autoridad pública se siente amenazada por grupos que de múltiples formas ejercen violencia. Hemos visto cómo se ha increpado sin respeto alguno y públicamente a las más altas autoridades del país en actos oficiales. 

No nos olvidemos que en Chile, hace algunos años una joven fue felicitada por sus pares cuando le lanzó un jarro de agua a la ministra de educación de entonces. 

Lo que hasta hace poco era considerado una afrenta pública hoy para muchos es signo de valentía incluso digno de imitar. 

El diálogo se ha empobrecido y la fuerza se ha convertido en el método de resolver los conflictos. La toma de la propiedad privada y pública se ha hecho habitual, así como la huelga de hambre como método de presión. 

El valor de la vida y la dignidad de cada ser humano está cada vez más cuestionado.

3. Siempre hay una historia detrás

Detrás de cada acto de violencia hay una historia que muchas veces proviene de una familia o un entorno donde falta cariño, amor, comprensión y ternura. También es menester reconocer que genera mucha violencia interior las grandes diferencias sociales que aún persisten en nuestro país. Muchos jóvenes están desencantados de una sociedad que no logra generar las instancias que les permita mirar el futuro con optimismo. 

¿Qué hacer? Sin duda alguna que la Iglesia tiene una gran responsabilidad a la hora de dar respuesta a esta pregunta. Y la respuesta es anunciar la verdad acerca del hombre revelada por quien es la Verdad, Jesucristo. Sólo él es capaz de convertir los corazones de piedra en corazones de carne, y hacer que el odio y la violencia no sean la última palabra, sino que la vida, la vida verdadera que es amarse los unos a los otros como Él nos ha amado. Ocuparse del que acosa a sus compañeros es una medida muy positiva y urgente. La pedagogía de la escucha, el acompañamiento y el amor suelen ser las mejores. La amenaza, el castigo suelen ser ineficaces y además, en algunos casos, contraproducentes. 

4. Dios fundamento de una sana convivencia

Dios es el fundamento de una conciencia recta que percibe con claridad que los conflictos, propios de la vida, se resuelven con el diálogo fecundo, con la entrega generosa de sí, y acogiendo lo mejor del otro. Si nos reconocemos hijos de un mismo Padre, hemos de reconocernos como hermanos. La familia es un lugar importante en la formación de las personas por ser un espacio insustituible para amarnos por el sólo hecho de ser, de existir y de aprender no sólo a tolerar, sino que sobre todo a valorar las diferencias. Ella es la gran educadora en los valores que animan una sociedad como el respeto por el otro, la auténtica tolerancia y sobre todo comprender la vida como un servicio. 

El mismo Señor nos dijo que vino a servir y no a ser servido y eso vale para nosotros que hemos bebido de su enseñanza.

No sacamos nada con tener más inspectores, más tribunales, más castigos si no hay un proyecto de país que ayude a que el hombre le encuentre verdadero sentido a la vida y que tenga presente la dimensión trascendente de la existencia humana. Y desde la más tierna infancia. 

Para ello potenciar la presencia de Dios en la educación y en la familia es fundamental. Las enseñanzas de Jesús de amarse los unos a los otros como Él nos ha amado y hacerle a los demás lo que queremos que nos hagan y no hacerle a los demás lo que no queremos que nos hagan, siguen vigentes.

Creo, y lo digo con todo respeto, que el desarrollo económico sin la consideración del hombre como centro de éste nos puede llevar a tener calles iluminadas, parques hermosos, pero ciudadanos frustrados y carentes de lo único que nos importa y deseamos: amar y ser amados. Esta carencia se traduce tarde o temprano en actos de violencia, y cada vez a más temprana edad.

Invito a que cada uno de nosotros hagamos un profundo examen de conciencia del modo cómo tratamos a los demás. La invitación implica también realizar una seria reflexión en este campo con todos los estamentos involucrados en la delicada, insustituible y maravillosa tarea de educar. 

Fernando Chomali G.

Arzobispo de Concepción, Chile

Concepción, Chile Junio del 2023

 

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