No estamos acostumbrados a una santidad como la de Carlo Acutis, la de un niño que vivió la vida que cualquiera de nosotros podría vivir, pero que se mantuvo siempre dentro del camino de la infancia espiritual, dejando que aquella intuición de los niños respecto a las verdades eternas invadiera todo. La santidad que nos regala Carlo es una hecha de detalles que nacen del amor y que hacen extraordinaria una vida común y corriente.
Foto de portada: Beato Carlo Acutis. ©Fondazione Carlo Acutis
Humanitas 2024, CVIII, págs. 466 - 481
Carlo Acutis, joven italiano que murió en 2006 a los 15 años, será canonizado por el Papa Francisco el 27 de abril del 2025. Su santidad es una de la que no estamos acostumbrados a escuchar, la santidad de un niño que se desenvuelve en un escenario absolutamente común para los niños de su edad, entre los amigos, la familia, el colegio e incluso las redes sociales. Las múltiples biografías que se han escrito sobre él nos hablan de un adolescente al que le gustaba jugar fútbol y comer pizza, uno que disfrutaba de los viajes y del mar, ver películas, jugar videojuegos y tocar saxofón, que leía el Principito y le gustaba Jorge Luis Borges. Un italiano de una familia acomodada que tenía habilidades especiales para la informática y la programación, que tenía muchos amigos, era curioso y a veces hacía de payaso en la sala de clases. Ninguno de estos aspectos hizo de Carlo un santo. Tampoco sus exposiciones virtuales sobre temas religiosos o sus múltiples obras de caridad. La santidad de Carlo radica en que toda aquella cotidianidad la vivió impregnado por el amor a Jesús, al que acogió desde muy temprana edad y que alimentó con una constancia e insistencia excepcionales. Su vida, delicadamente configurada por el amor, se asemeja a la vida de tantos otros que, como él, murieron en la inocencia y el abandono confiado de los niños, como los pequeños pastorcitos Francisco y Jacinta Marto a los que Carlo admiró de forma especial, o los salesianos Domingo Savio, Laurita Vicuña y Ceferino Namuncurá, o incluso el jesuita Luis Gonzaga, quien, al igual que Carlo, no se sentía cómodo en medio de los lujos que lo rodeaban y tempranamente decidió seguir a Jesús en todo.
La santidad de Carlo radica en que toda aquella cotidianidad la vivió impregnado por el amor a Jesús, al que acogió desde muy temprana edad y que alimentó con una constancia e insistencia excepcionales durante todos los días de su corta vida.
Carlo es uno de esos “santos de la puerta de al lado” de los que habla el Papa Francisco, que encarnó la santidad en su propio tiempo y su propia cultura, sin grandeza, sin eventos extraordinarios. La suya es la santidad de “aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios”[1], que nos hacen, por un momento, elevar la vista al cielo y que llenan de belleza cada encuentro cotidiano. En palabras del sacerdote de su parroquia, “el paso del joven Carlo Acutis al tránsito de la pascua del Señor es un signo de Gracia, un insólito signo, excepcionalmente accesible y muy familiar”[2]. Procurando vivir aquella misión particular que recibió el día de su bautismo, Carlo se transformó en modelo de lo que significa vivir hoy una vida laica y configurada en Cristo. La suya es una maravillosa propuesta actual del camino de la infancia espiritual descubierto por Teresa de Lisieux, el camino de la santidad de los pequeños, de los humildes y de los que se abandonan en Dios.
Breve biografía
Carlo nació el 3 de mayo de 1991 en Londres, donde sus padres, Andrea Acutis y Antonia Salzano, trabajaban; a los pocos meses se trasladaron a Milán, donde vivió toda su vida. Fue el primer y único hijo de este matrimonio hasta después de su muerte, pues en 2010 nacieron los mellizos Michele y Francesca. La suya era una familia católica pero no especialmente religiosa.
La fe de Carlo se empieza a manifestar desde temprana edad, mostrándose muy sensible hacia las cosas de Dios.[3] Su madre relata como con apenas cuatro años a Carlo le gustaba pasar por la Iglesia para saludar a su amigo Jesús, o como a los cinco años la convenció para que hicieran juntos una peregrinación al santuario de Pompeya y realizar ahí una consagración especial a la Virgen del Rosario, devoción que lo acompañó durante toda su vida, siendo desde aquel día el rezo del Rosario una actividad cotidiana. Sus padres, siendo testigos de aquello que crecía en su interior, se preocuparon por darle libertad y acompañar su camino, haciéndose ellos también algunas preguntas fundamentales y dejándose arrastrar por su testimonio cautivante. A ellos les enseñó, en palabras de su mamá, a “vivir el tiempo en clave de eternidad”[4].
Sus padres, siendo testigos de aquello que crecía en su interior, se preocuparon por darle libertad y acompañar su camino […]. A ellos les enseñó, en palabras de su mamá, a “vivir el tiempo en clave de eternidad”.
Los primeros años de escuela obligatoria los pasó en el Instituto Tommaseo de las Hermanas Marcelinas. Ahí se le recuerda como un niño sociable y “normal”, que a veces llegaba tarde a clases o se desconcentraba, pero cuya característica más sobresaliente era su gran generosidad hacia todos.
A los siete años mostró tal “deseo incontenible” de recibir el sacramento de la Eucaristía, que pidió con antelación recibir la Primera Comunión. Tras constatar su madurez, dieron su permiso especial don Ilio Carrai y monseñor Pasquale Macchi. Tuvo que prepararse y el 16 de junio de 1998 recibió su Primera Comunión en el Monasterio de las Clarisas de Perego, monjas de clausura, lugar escogido por ser propicio para el recogimiento espiritual. Aquellas monjas se convirtieron para Carlo en sus “ángeles de la guarda” a quienes les confiaba sus intenciones y las que conservan en su memoria los recuerdos de aquel día en que el pequeño Carlo recibía a Jesús por primera vez: “[…] Las monjas más cercanas al altar no podían hacer otra cosa que mirarlo con profunda conmoción, a través de las cortinas de las rejas, intuyendo que Carlo había apagado el deseo de una larga espera. Por esto ha permanecido en el corazón de todas. […]”[5]. Desde el día de su Primera Comunión hasta su muerte, Carlo procuró asistir todos los días a Misa, agradeciendo luego a Jesús en adoración eucarística.
El 24 de mayo de 2003 recibió el sacramento de la Confirmación en la iglesia de Santa María Segreta y en 2004 comienza a desempeñarse como vicecatequista en cursos de preparación para recibir los sacramentos. Un año después, en 2005, ingresó al bachillerato clásico en el Instituto León XIII de Milán, dirigido por los padres jesuitas. Según su biógrafo Nicola Gori, en el Instituto era apreciado y estimado por sus compañeros, aunque a veces se burlaban de su gran devoción. Sus increíbles capacidades para la informática (sabía programar computadores, montar películas y crear sitios web) hicieron que sus compañeros lo buscaran y le pidieran ayuda; Carlo no perdía aquellas oportunidades para hablarles a sus amigos de Dios.
El universo espiritual sobre el que sostenía su vida era la Eucaristía, alimentada con la Misa diaria; la devoción a la Virgen María, su compañera de viaje, admirando especialmente los relatos de las apariciones de Lourdes y de Fátima; su amor por el Papa y la Iglesia, por quienes ofreció sus sufrimientos antes de morir; su fidelidad al magisterio, el que no temía defender en público; su celo por la salvación de las almas, y su sensibilidad ante los sufrimientos de los demás, a quienes procuró siempre ayudar. Además tenía siempre presente los Novísimos, las realidades últimas que son la Muerte, el Juicio, el Infierno y el Paraíso, y a su Ángel de la Guarda.
©Fondazione Carlo Acutis
Según los testimonios de quienes lo conocieron, Carlo tenía una fe que arrastraba a los demás, era contagiosa y ferviente. Su gran capacidad para transmitir las verdades de la fe de manera simple y accesible, así como la coherencia de su comportamiento favorecieron la conversión al cristianismo de algunas personas.
Al comienzo del otoño de 2006 Carlo se vio afectado por algo que parecía una gripe banal, pero que resultó ser una leucemia m3, considerada la forma de leucemia más agresiva. Desde los primeros síntomas hasta su muerte pasaron solo diez días, los que vivió con heroica serenidad y entrega. Fue hospitalizado primero en la clínica De Marchi de Milán y luego, ante el empeoramiento de la situación, en el hospital San Gerardo de Monza, donde hay un centro especializado para el tipo de leucemia que lo había afectado. Ahí recibió el Sacramento de la Unción de los enfermos. Confiado en su pronto encuentro con el Señor, ofreció sus sufrimientos y su vida por el Papa, por la Iglesia, por las almas y para ir directo al Cielo.
Se confirmó que padecía muerte cerebral la tarde del 11 de octubre de 2006, mientras que su corazón dejó de latir en las primeras horas del día siguiente. La noticia de su muerte se difundió de inmediato gracias a sus compañeros. Una vez llevado el cuerpo a su casa, hubo una continua afluencia de personas que acudieron a darle su último adiós. El funeral se celebró en la iglesia de Santa María Segreta el 14 de octubre de 2006. El cuerpo de Carlo fue enterrado en una tumba familiar en Ternengo, Biella, y luego, en febrero de 2007, fue trasladado al cementerio municipal de Asís para satisfacer su deseo. Desde abril de 2019 descansa en el Santuario de Spogliazione, en la iglesia de Santa María la Mayor, en Asís, donde los peregrinos pueden ir a visitarlo.
El párroco de Santa María Segreta, monseñor Gianfranco Poma, describe bellamente a ese santo con el que se encontraba a menudo en su parroquia:
[…] Su mirada, ante todo franca y cercana; una mirada que por sí sola era una gran sonrisa a la vida; la mirada de un chico que no tiene nada que ocultar y un gran deseo de comunicar. Siento dentro de mí el tono de su voz, que cuenta y pregunta sobre esto y aquello con una precisión apasionante: una voz transparente, que no tiene nada que ocultar y el deseo de verificar sus pensamientos y los proyectos que impulsan su vida hacia delante. Mi memoria rastrea las observaciones, los argumentos, las valoraciones que Carlo me planteaba de vez en cuando: una conversación sin darse mucha importancia y sin timidez… Carlo recibió una gracia evidente, a través de la cual se podía comprobar que no es difícil para un joven inteligente y saludable combinar el Evangelio y celebración en la vida, rectitud y buen humor, inteligencia y amabilidad. Sí, porque Carlo era un chico delicadamente inconsciente de sus cualidades personales, poco comunes, y se encontraba cómodo en todos los ámbitos del ejercicio de su humanidad: en su casa, en el colegio, en el oratorio, en sus amistades, en sus relaciones con Dios. Agradecido con todos, esclavo de nadie. Cortés en todas partes, a pesar de la firmeza de sus convicciones. Para el Señor siempre encontraba tiempo y no le molestaba dejar de lado incluso lo que le resultaba más agradable e interesante. Carlo era feliz cuando estaba ante el Señor; después se levantaba y se llevaba consigo el secreto de lo que el Señor le pedía. Es un gran don poder vivir en una sobriedad lúcida y serena. Es un don extraordinario cuando un chico lo percibe desde el principio de su vida. […].[6]
“Agradecido con todos, esclavo de nadie. Cortés en todas partes, a pesar de la firmeza de sus convicciones. Para el Señor siempre encontraba tiempo y no le molestaba dejar de lado incluso lo que le resultaba más agradable e interesante”. (Mons. Gianfranco Poma)
Siguiendo el “pequeño camino”
Uno de los rasgos más distintivos de la espiritualidad de Carlo fue su humildad, inspirada en los ejemplos de sus dos santos favoritos, san Francisco de Asís y san Antonio de Padua, así como también en la historia de santa Bernardita de Lourdes, quien le hizo reflexionar sobre la predilección que muestra Dios por los sencillos y los humildes. Este rasgo de la santidad de Carlo es central, pues todo aquello cuanto hizo no fue sostenido por la confianza puesta en sí mismo y en sus capacidades, que eran muchas, sino solamente en la confianza en Dios. “No yo, sino Dios” era una frase que repetía frecuentemente. Así reflexionaba en sus apuntes sobre la humildad: “Jesús quería poner la humildad en el fundamento de la ascesis cristiana. […] ¿Qué es la humildad? Es reconocer de Dios todo lo que uno es. Es reconocer de Dios el bien que se tiene. Es reconocer por nosotros mismos todo el mal que uno es y tiene”[7], y agrega en otro momento, “si fuéramos verdaderamente humildes, el Señor se inclinaría ante nosotros y nos concedería las gracias. Porque toda gracia no concedida es un acto de soberbia realizado”[8].
A menudo el Papa Francisco advierte que una de las herejías más presentes en la sociedad actual y también entre los cristianos, es el pelagianismo, la creencia que pone en la propia voluntad y en la propia capacidad y no en la gracia de Dios, la justificación de las obras, donde se olvida que “todo depende no del querer o del correr, sino de la misericordia de Dios”[9]. Este pelagianismo es tremendamente elitista y pone la santidad en el horizonte de unos pocos, puros, doctos, moralmente intachables y hacedores de grandes proyectos exhibidos y aplaudidos por el mundo. La santidad, en cambio, es una llamada para todos, y solo se hace posible ante el reconocimiento sincero de nuestros límites, dejando actuar la gracia de Dios. Este fue el gran regalo de Carlo, el que se puede enmarcar en el seguimiento del “pequeño camino” descubierto por Teresa de Lisieux 150 años atrás:
Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su ‘caminito’, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25).[10]
Teresa de Lisieux se da cuenta de que la santidad era un objetivo imposible de alcanzar con su pequeñez y limitaciones. Esto la lleva a intuir que desde esa misma pequeñez puede poner su confianza en Dios, y será Él quien la llevará a la santidad. La santa afirma: “¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”[11]. El Cielo no está al alcance de quienes obran bien, sino de quienes ponen su confianza en la gracia santificante.
Carlo no utilizó el lenguaje de la superioridad moral o el de la culpa narcisista que se dedica a denunciar las injusticias y a mostrarse intachable frente a todos. Por el contrario, Carlo quiso mostrarles a todos cuantos lo rodeaban que ellos mismos eran suficientes para Dios, amados y pensados como un proyecto original y único. Para él, de ahí brotaba la verdadera alegría, de mover la mirada desde uno mismo, hacia Dios. Este acento que Carlo siempre puso en la humildad resulta una actitud completamente contraria a las lógicas incentivadas a menudo por las redes sociales que en lugar de promover la aceptación de sí como suficientes e infinitamente dignos y amados por Dios, estimulan la subjetividad y la autoconstrucción constante de máscaras identitarias, muchas veces domesticadas por el consumo, de manera de exhibir aquellas opciones y narrativas que permitan asegurarnos de que valemos a los ojos del mundo. El de Carlo, en cambio, es un mensaje de libertad interior, de autenticidad y de esperanza, en una cultura que todo lo moraliza, donde todos somos considerados víctimas y victimarios, y donde dependemos demasiado de ese “yo” que debemos reconstruir constantemente para sentirnos valiosos.
Carlo no utilizó el lenguaje de la superioridad moral o el de la culpa narcisista que se dedica a denunciar las injusticias y a mostrarse intachable frente a todos. Por el contrario, Carlo quiso mostrarles a todos cuantos lo rodeaban que ellos mismos eran suficientes para Dios, amados y pensados como un proyecto original y único.
Una vida eucarística
Para su biógrafo, Nicola Gori, la vida de Carlo es una vida enteramente eucarística, ya que “no solo ama y adora profundamente el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que asume su aspecto oblativo y sacrificial”[12]. La Eucaristía diaria es para él la “autopista al cielo”, gracias a cuyos frutos “las almas se santifican en modo excelso y son fortalecidas especialmente en situaciones peligrosas, que podrían perjudicar su salvación eterna”[13]. La Eucaristía fue, junto con la devoción a María, el centro de su vida. Después de su anhelada Primera Comunión, comienza a asistir a Misa todos los días que podía, y cuando no podía hacerlo, se recogía profundamente para recibir a Jesús haciendo una Comunión Espiritual. Y es que estaba convencido de que este era el mejor medio para su santif icación, era un seguro de vida, un hábito forjado a base de perseverancia para permanecer unido a Jesús. Él era consciente de que sin la colaboración constante de los sacramentos no podía perseverar en la amistad con Cristo. En este aspecto le inspiraba especialmente san Antonio de Padua y su piedad eucarística. Para Carlo, entrar en comunión con Cristo signif icaba, al mismo tiempo, ser transformado por Él. La Eucaristía llenó su vida de esperanza confiada, y “la confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor”[14]. Además, le dolía especialmente que hubiera hombres que no amaran a Jesús presente en la Eucaristía y por ellos, a imitación de los pastorcitos de Fátima, ofrecía pequeños sacrificios.[15]
En los apuntes de Carlo hay numerosas y muy profundas reflexiones sobre la eucaristía y el misterio de la transubstanciación. Su amor por la eucaristía era un imán, algo que lo apasionaba y que sentía la necesidad de comunicar:
Es necesario demostrar, documentar, testimoniar que la eucaristía existe. Basta con mirar desde la esquina, con girar la puerta, con entrar en cualquier iglesia… Hay gente de rodillas. Hay una ceremonia en curso. Hay algo. Hay alguien, pedimos, preguntamos. Es prueba documental, es prueba testimonial, es prueba casi palpable de la influencia de la eucaristía. Entonces tiene el sacrosanto derecho de ciudadanía. Debemos hablar de ello. La realidad debe sentirse. ¡Debe sentirse! […] Dentro del tabernáculo hay vida, está el ser, la eternidad, el infinito. Es un mundo en sí mismo, un nuevo planeta, una nueva estrella.[16]
La culminación de su camino eucarístico se produjo durante los diez días que duró su enfermedad, donde su compostura, su serenidad inmutable a pesar del sufrimiento, afectaron profundamente a quienes tuvieron la oportunidad de estar cerca de él. Así dan testimonio algunos médicos y enfermeros:
Carlo es uno de esos pacientes con los que permaneces poco a causa de las complicaciones que surgen, pero que te dejan dentro un gran amor y, no obstante la situación, un sentido de paz, que no sabes explicarte, porque no proviene del hecho de ser una profesional que ha hecho lo posible por él, sino de su propio recuerdo y de que te sientes afortunada de haberlo conocido.[17] Me ha impresionado este joven tan grande que fatigaba verlo en la cama, tan grande en la humildad de su extremo sufrimiento. Sus ojos eran bellísimos aunque señalados por la enfermedad, porque a pesar de todo, sonreían, casi tranquilizando a los que tenía cerca. Era tan humilde, tan educado, pidiendo disculpas si no entendía o no lograba hacer algo, sin lamentarse nunca, ni cuando no le entendía sus palabras. Son dotes que pertenecen a pocos, a aquellos pocos que aunque se los encuentre por un breve instante, permanecen contigo para siempre.[18]
Para su madre, esa serenidad, esa sonrisa a pesar del sufrimiento, no se trató de un acto heroico del último momento de su vida, sino de una consecuencia lógica de su vínculo estrecho con Dios: “Era el fruto de una relación que se cultivaba día tras día, hora tras hora. Sin saberlo, Carlo había construido la posibilidad de vivir ese momento de esa manera”[19].
Tras recibir su diagnóstico se esforzó por calmar a sus padres a quienes con una sonrisa les dijo “El Señor me ha dado un toque de atención”. En el hospital fue amable y sereno con todos. No dudó en ofrecer sus sufrimientos por la conversión de los pecadores y la salvación de las almas, pues la eucaristía diaria había predispuesto su alma para la entrega. Así, puso en práctica aquello que había escrito en sus apuntes: “Cuando la vida se ve golpeada por la enfermedad o cuando se ha pronunciado la sentencia definitiva de muerte, es necesario adaptarse a la voluntad divina. Además, es un excelente ejercicio para estar íntimamente unidos a la pasión y muerte del Señor”[20]. Carlo quiso unir su sacrificio al sacrificio de Cristo, configurarse en Él. Su madre reflexiona: “de la eucaristía se moldeó interiormente como un ‘cordero manso’; de ella aprendió, sin darse cuenta, el verdadero silencio, ese que dice siempre sí a la voluntad de Dios, sin rebelarse, sin pedir explicaciones, sino abrazándola con amor”[21].
“De la eucaristía se moldeó interiormente como un ‘cordero manso’; de ella aprendió, sin darse cuenta, el verdadero silencio, ese que dice siempre sí a la voluntad de Dios, sin rebelarse, sin pedir explicaciones, sino abrazándola con amor”. (Antonia Salzano)
La caridad que brota de la humildad
A pesar de pertenecer a una familia acomodada, Carlo nunca mostró apego a los bienes materiales, sino que buscó compartir todo con los demás. Su testimonio de caridad es ejemplar y auténtico, nacido del amor y del encuentro eucarístico. La caridad para él era una virtud que brotaba de la humildad: “La humildad es la virtud que nos permite vivir en sociedad, que nos acerca, que convierte”,[22] señalaba en sus apuntes. Su gran humildad le permitía ver a Dios en todos y a no considerar a nadie en un nivel inferior. De acuerdo con su mamá, Carlo “no podía tolerar ninguna forma de injusticia social, porque decía que todos los hombres son criaturas de Dios. Hablaba con todos, y para todos tenía palabras de aliento y de solidaridad. No hacía distinciones de religión o de nacionalidad. En todos veía a Cristo a quien amar”[23].
Beato Carlo Acutis. ©Fondazione Carlo Acutis
Carlo ayudaba en secreto. Su familia le daba una pequeña suma de dinero semanalmente, el que donaba a alguna obra de caridad, como a las obras ambrosianas, a los misioneros que evangelizan en países periféricos, o a la Mesa de los Pobres, una obra franciscana ubicada en Milán donde son acogidos, vestidos y alimentados pobres e inmigrantes. Para esta obra Carlo se empeñaba en primera persona buscando donativos. Afirma su biógrafo: “Por los testimonios recogidos, podemos afirmar que el ejemplo de Carlo es contagioso: no solo logra arrastrar a los padres y amigos en las obras de caridad y de piedad, sino que quiere que este compromiso sea duradero y motivado por el amor a Cristo y no por pura filantropía”[24].
Tenía contacto con diversos indigentes, quienes sabían que en Carlo podían encontrar alegría y acogida. Por ellos se ocupaba, les compraba colchones y sacos de dormir y, según el testimonio de su abuela materna, también les llevaba comida en las noches, pidiéndole a ella que cocinara porciones extras. Así tejió en vida una red de relaciones que solo fue posible apreciar el día de su funeral, donde asistieron diversas personas en situación de calle, quienes veían en Carlo a un verdadero amigo.
Su caridad consistía en una actitud habitual, era algo natural en él, una disposición de su alma. De acuerdo con su mamá, “su completa disponibilidad hacia los demás se mostraba en su comportamiento. Siempre estaba dispuesto a entregarse, a negarse a sí mismo, a ayudar incluso antes de que se lo pidieran”[25]. Ayudaba a señoras mayores a cargar bolsas del supermercado, pasaba tiempo con niños discapacitados, visitaba a los ancianos, era voluntario en los comedores populares, ayudaba como catequista y tenía una enorme sensibilidad para percibir las necesidades de quienes lo rodeaban. En el colegio ofrecía ayuda discreta a todos y se empeñaba especialmente por integrar a los marginados y enseñarles a los que tenían dificultades.
En 2020[26] el Papa Francisco mencionó algunas características de Carlo que él admiraba y de aquellos valores a los que deberían aspirar los católicos, especialmente los más jóvenes. Según el Papa, Carlo “no se instaló en una cómoda inmovilidad”, sino que “comprendió las necesidades de su tiempo, porque en los más débiles veía el rostro de Cristo”. Así, inmerso en su tiempo, Carlo comprendió que “la verdadera felicidad se encuentra poniendo a Dios primero y sirviéndole en los hermanos, especialmente en los últimos”.
La caridad de Carlo brotaba de la eucaristía y era movida especialmente por un gran celo por la salvación de las almas, por las que ofrecía constantes sacrificios, oración, y atención. Quería que todos experimenten la verdadera felicidad, aquella que nace de la unión estrecha con Cristo. Buscaba tocar las almas a través de encuentros personales y no perdía ocasión de evangelizar sin hacer distinción entre las personas. Su gran celo contagiaba a muchos y las conversiones son abundantes.
Uno de los testimonios más destacados es el de un trabajador de su casa, Rajesh, hindú brahmán de las islas Mauricio. A pesar de la diferencia de edad, eran muy cercanos, pues se conocieron cuando Carlo tenía cuatro años. Desde muy pequeño Carlo le escribía cartas a Jesús para pedirle gracias para cambiar el corazón de Rajesh, quien se deja convertir poco a poco, hasta el punto de ser bautizado:
Dada la profunda religiosidad y gran fe que Carlo tenía, era normal que a menudo me diese clases de catequesis sobre religión católica, siendo yo de religión hinduista de la casta sacerdotal bramana. Carlo decía que tendría un futuro más feliz si me acercase a Jesús y con frecuencia me instruía utilizando la Biblia, el Catecismo de la Iglesia Católica y la historia de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica, Carlo lo conocía casi de memoria y lo explicaba de un modo tan brillante que había logrado entusiasmarme sobre la importancia de los sacramentos. Carlo estaba muy dotado para enseñar conceptos teológicos que ni siquiera los adultos eran capaces de explicar. Poco a poco había comenzado a tomarme las cosas en serio y los consejos y enseñanzas de Carlo, hasta que decidí bautizarme. Carlo ha sido para mí un maestro de vida cristiana auténticamente vivida y un ejemplo de moralidad excepcional. Me he hecho bautizar cristiano porque ha sido Carlo que me ha contagiado y deslumbrado con su profunda fe, su gran caridad y su gran pureza, que he considerado siempre fuera de lo normal, porque un chico tan joven, tan bello y tan rico, normalmente prefiere hacer una vida muy diversa.[27]
“Carlo ha sido para mí un maestro de vida cristiana auténticamente vivida y un ejemplo de moralidad excepcional. Me he hecho bautizar cristiano porque ha sido Carlo que me ha contagiado y deslumbrado con su profunda fe, su gran caridad y su gran pureza”. (Rajesh, trabajador de la casa de Carlo)
La prima de Rajesh, Sadhna Pooneeth Jugnah, también hinduista, se hizo bautizar gracias al testimonio de Carlo, al igual que su amigo Seeven Kistnen.
Asimismo, en su colegio, sin confrontarse ni discutir con nadie, supo testificar en defensa de Dios y expresar las verdades de la fe. Defendía las posiciones de la Iglesia incluso cuando resultaban incómodas entre los jóvenes, como son las relaciones prematrimoniales y al aborto, y preocupado por el bien de sus compañeros, los corregía fraternalmente cuando consideraba que algo perjudicaría sus almas.
Un santo en el mundo digital
Carlo fue precursor del uso de la tecnología, la informática y las redes sociales para la difusión de contenidos de fe, lo que lo ha llevado a ser reconocido como “patrono de internet” e “influencer de Dios”. Vivió su adolescencia en el auge de la era digital y fue internet parte del ambiente donde se desenvolvió y donde desplegó su santidad, afirmando ser testigo de la presencia de Dios en la red.
Su habilidad para la informática y la programación lo llevó a hacerse cargo del sitio web de su parroquia Santa María Segreta junto con un estudiante de ingeniería informática; además, diseñó un sitio web para los voluntarios del Instituto León XIII (pasó todo el verano de 2006 diseñando este sitio web) y también organizó el sitio web de la Pontificia Academia Cultorum Martyrum. Además diseñó un diagrama del Rosario que luego reprodujo en su computador y preparó algunas exposiciones virtuales que todavía hoy se pueden visitar. Hacer exposiciones era una de sus formas de anunciar a todos la Buena Noticia: “Lo animaba un deseo incontenible de sacar a la luz continuamente la belleza de los contenidos de la fe cristiana, de promover el bien en todas las circunstancias de la vida, de permanecer siempre fiel a ese proyecto único e irrepetible que Dios desde la eternidad ha pensado para cada uno de nosotros”[28]. Su exposición más conocida y que ha dado la vuelta al mundo relata y cataloga los milagros eucarísticos[29]. Concebida y diseñada por él, para su elaboración, que tardó dos años, debió investigar, viajar para tomar algunas fotos y leer diversos libros. Su trabajo recoge un total de 136 milagros eucarísticos reconocidos por la Iglesia, con fotografías y descripciones.
Carlo junto a Rajesh ©Fondazione Carlo Acutis
Su actitud frente a los medios digitales resume el enfoque propuesto por la Iglesia frente a la cultura digital, la que debe ponerse al servicio de la dignidad y del desarrollo humano. Francisco, en su Exhortación Apostólica Post Sinodal Christus vivit, subraya a propósito de Carlo:
[…] Es verdad que el mundo digital puede ponerte ante el riesgo del ensimismamiento, del aislamiento o del placer vacío. Pero no olvides que hay jóvenes que también en estos ámbitos son creativos y a veces geniales. Es lo que hacía el joven venerable Carlo Acutis.
Él sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo y de las novedades que podemos comprar, obsesionados por el tiempo libre, encerrados en la negatividad. Pero él fue capaz de usar las nuevas técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio, para comunicar valores y belleza.
No cayó en la trampa. Veía que muchos jóvenes, aunque parecen distintos, en realidad terminan siendo más de lo mismo, corriendo detrás de lo que les imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y atontamiento. De ese modo, no dejan brotar los dones que el Señor les ha dado, no le ofrecen a este mundo esas capacidades tan personales y únicas que Dios ha sembrado en cada uno. Así, decía Carlo, ocurre que “todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”.[30]
“Es verdad que el mundo digital puede ponerte ante el riesgo del ensimismamiento, del aislamiento o del placer vacío. Pero no olvides que hay jóvenes que también en estos ámbitos son creativos y a veces geniales. Es lo que hacía el joven venerable Carlo Acutis”. (Papa Francisco)
Su consola favorita era una PlayStation y solo se permitía jugar una hora a la semana, pues quería conservar su libertad interior frente a aquello que podía esclavizarlo. Esa misma búsqueda de libertad se refleja en su rechazo a la pornografía, a las discotecas, a las drogas, a los bienes materiales, a las modas y a los lujos, los que le generaban incomodidad.
Un santo accesible y familiar
No estamos acostumbrados a una santidad como la de Carlo, la de un niño que vivió la vida que cualquiera de nosotros podría vivir, pero que se mantuvo siempre dentro del camino de la infancia espiritual, el camino de la humildad y de la entrega confiada a Dios, dejando que aquella intuición de los niños respecto a las verdades eternas invadiera todo, que la alegría lo inundara y que la bondad brotara espontáneamente. La santidad que nos regala Carlo es la santidad de un niño que se sabe hacer pequeño para dejar a Dios actuar, es una santidad hecha de detalles que nacen del amor y que hacen extraordinaria una vida común y corriente. Ese es el regalo más grande de la vida de Carlo, el recordarnos que aquel llamado a la santidad es un llamado hecho para todos, pero comprendido especialmente por los pequeños.
El funeral de Carlo fue vivido como una fiesta y desde ese mismo día la gente comenzó a intuir que estaban ante el testimonio de una vida excepcional. Aquellos que lo conocieron comenzaron a acercarse a la familia para relatar sus testimonios sobre Carlo, todos “recuerdos radiantes” que tenían siempre un rasgo en común: “la percepción de que Carlo vivía en un escenario de vida absolutamente normal pero con una armonía absolutamente especial”[31], y es que, como afirma el padre Gazzaniga, del Instituto de Carlo, “todos estamos convencidos de que fue el flujo de su interioridad nítida y jubilosa, junto a su amor a Dios y a las personas en una dulzura alegre y verdadera, lo que no nos dejó indiferentes”[32].
De acuerdo con su mamá, los primeros milagros los realizó el día de su funeral:
Una señora que tenía cáncer de mama y que aún no había comenzado la quimioterapia, invocó a Carlo y se recuperó. Otra señora de Roma de cuarenta y cuatro años, que había venido desde la capital con el propósito de despedirse de Carlo por última vez, le rogó porque no podía tener hijos. Le pidió a Carlo esta gracia y pocos días después del funeral supo que estaba embarazada. […] Espontáneamente, la gente comenzó a rezar a mi hijo, para pedir su intercesión. Era como si ya lo percibieran dichoso. La ascensión de Carlo a la gloria de los altares se inició desde el día del entierro, a través del testimonio de amigos y conocidos. Inesperadamente, la fama de su santidad se extendió muy rápidamente por todo el mundo.[33]
Ese es el regalo más grande de la vida de Carlo, el recordarnos que aquel llamado a la santidad es un llamado hecho para todos, pero comprendido especialmente por los pequeños.
Hoy los restos de Carlo reposan en el Santuario del Despojo, en Asís. Asís era su lugar favorito, donde le encantaba pasar la mayor parte de sus vacaciones en una casa familiar. Ahí, además de estar con sus amigos, conoció a san Francisco, el que se volvió su maestro de vida. De él aprendió el respeto por la creación y la dedicación a los más pobres, la escuela del silencio y de la humildad. El Santuario del Despojo fue inaugurado el año 2017 y es el mismo lugar donde se dio la conversión total de san Francisco de Asís al despojarse de todo, incluso de sus vestiduras, para servir al Señor. El despojo resume también lo central en la vida de Carlo: despojarse del yo para dejar reinar a Dios.
Carlo fue beatificado en 2020, después de que se le atribuyera su primer milagro: curar a un niño brasileño de una enfermedad congénita que afectaba su páncreas, hecho ocurrido en el año 2010. El segundo milagro, gracias al cual será canonizado, consistió en la recuperación de una estudiante universitaria costarricense que sufrió un traumatismo craneoencefálico grave tras caerse de su bicicleta en Florencia. Su madre viajó a Asís para rezar por su hija ante la tumba de Carlo y pedir su intercesión.
Notas
* Sofía Brahm es socióloga y editora de Humanitas.
[1] Francisco; Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. 19 de marzo de 2018, n. 7.
[2] Monseñor Gianfranco Poma en: Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; El secreto de Carlo Acutis: Por qué mi hijo es considerado un santo. Traducción de Juan Antonio Carrera, Editorial San Pablo, 2022.
[3] Una de las personas que influyeron y despertaron en Carlo la fe fue una joven polaca muy creyente que contrataron sus abuelos algunas veces para cuidarlo los días de verano que pasaba en su casa de Centola, Salerno.
[4] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., p. 41.
[5] Gori, Nicola; La Eucaristía: mi autopista al Cielo. Biografía del Venerable Carlo Acutis (1991-2006). Traducción española para uso exclusivamente privado.
[6] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., pp. 210-211.
[7] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., p.241.
[8] Ibid., p. 244.
[9] Rm 9,16, en Gaudete et exultate n. 48.
[10] Francisco; Exhortación apostólica C’est la confiance, sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios con motivo del 150.º aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. 15 de octubre de 2023. n. 14.
[11] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz; Obras completas. Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2006, Manuscrito C, 3ro, p. 274.
[12] Gori, Nicola; op. cit., p. 7.
[13] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit.
[14] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz; Obras completas. Carta 197, a sor María del Sagrado Corazón (17 de septiembre de 1896), p. 555.
[15] Cf. Gori, Nicola; op. cit., p. 26.
[16] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., p. 351.
[17] Ibid., p. 57.
[18] Ídem.
[19] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., pp. 27 y 28.
[20] Ibid., p. 26.
[21] Ibid., p. 205.
[22] Ibid., p. 241.
[23] Ibid., p. 215.
[24] Gori, Nicola; op. cit., p. 11
[25] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., p. 214.
[26] Disponible en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2020/documents/papa-francesco_angelus_20201011.html
[27] Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; El secreto de Carlo Acutis, p. 24.
[28] Ibid.
[29] Ver www.miracolieucaristici.org
[30] Francisco; Exhortación Apostólica Post Sinodal Christus vivit. 25 de marzo de 2019, nn. 104-106.
[31] Gianfranco Morra en Salzano Acutis, Antonia y Rodari, Paolo; op. cit., p. 60.
[32] Ibid., pp. 226-227.
[33] Ibid., p. 56