"Dios es la verdad. Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no".
La crisis de confianza por la que atraviesa la Iglesia en la actualidad debido a las graves faltas de muchos de sus miembros, así como la explosiva demanda universal de reivindicación de la dignidad y los derechos de la mujer, invitan a poner la atención en ejemplos señeros de una fe sólida y abnegada al servicio de hombres y mujeres, capaces de un compromiso fiel, lúcido y valiente, que puede llegar incluso hasta el sacrificio supremo por las causas más nobles, tanto desde el punto de vista humano como divino. Uno de los modelos más notables en este sentido es el de Edith Stein o Sor Teresa Benedicta de la Cruz, nombre que adoptó al ingresar al Carmelo.
Formación filosófica y primeros escritos fenomenológicos
Edith Stein nace en el seno de una familia judía el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau, capital de Silesia, que después de la Segunda Guerra Mundial pasaría a pertenecer a Polonia. Su nacimiento coincide con la conmemoración del Yom Kipur, día de la expiación, el perdón y el arrepentimiento sincero. Fue la menor de 11 hijos de un comerciante en maderas que murió antes de que ella cumpliera los dos años, por lo que su madre se encargó de dirigir el comercio y educar esmeradamente a sus hijos, de los cuales Edith fue la preferida, entre otros motivos, por la significación religiosa del día en que nació.
Edith Stein
En 1911, Edith ingresa a la Universidad de Breslau y comienza a estudiar germanística, historia y psicología. A lo largo de toda su vida conservó el interés por esas materias, mostrando especial predilección por los poetas y dramaturgos Friedrich Schiller, y Johann Wolfgang Goethe. Pero la lectura de las Investigaciones lógicas de Edmund Husserl, el fundador de la escuela fenomenológica, despierta su vocación por la filosofía, por lo cual se traslada en 1913 a la Universidad de Gotinga con Husserl, y llega a ser miembro del círculo que reúne, en torno al maestro, a filósofos como Max Scheler, Adolf Reinach, Hans Lipps y el polaco Roman Ingarden. La fenomenología busca contrarrestar las corrientes naturalistas e historicistas imperantes hacia el fin del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, proponiendo un método basado en una nueva concepción epistemológica (no psicológica) de la conciencia como ámbito exclusivo y esencial para la fundamentación de todo saber con pretensión de cientificidad. En 1916 Edith sigue a Husserl a Friburgo de Brisgovia, donde se desempeña como su asistente tras obtener el doctorado summa cum laude con una tesis «Sobre el problema de la empatía».
La empatía es una forma peculiar de acceso a las vivencias ajenas, es decir, a lo que ocurre en la subjetividad del otro, que constituye para Edith Stein una condición necesaria para conocer la unidad de la persona, tanto en el otro como en sí mismo, puesto que para conocerme necesito poder percibir también cómo otros me perciben a mí. Por la empatía, un yo se percata de que el otro está viviendo una experiencia determinada, como una alegría o una pena. Sin embargo, por ser ajena, no vive la experiencia del otro de modo originario, sino que la vive de manera no-originaria. En su tesis, Edith Stein distingue tres momentos o grados de realización de la empatía. El primero es la aparición de la vivencia, por ejemplo, la tristeza que se lee, por así decir, en la cara del otro. La conciencia percibe el fenómeno desde fuera, como un objeto. El segundo momento es la inmersión en la subjetividad ajena, al punto de ver allí la vivencia del otro como vivencia propia, con lo que se pierde momentáneamente la distinción entre el otro y el yo. El tercer momento es una vuelta al propio yo en el que se recupera la primera distancia, pero impregnada de la inmanencia ajena. [1]
Siguiendo a su maestro Husserl, Stein sostiene que la vida de la persona se caracteriza por no depender únicamente de relaciones de causa y efecto, como las que se dan propiamente en los fenómenos de la naturaleza, pues es vida espiritual, la cual no se rige por la causalidad, sino por una legalidad esencialmente distinta, que corresponde a la motivación. La motivación se refiere a conexiones de sentido que se viven de manera originaria en la conciencia propia o por empatía en relación con otros sujetos de actos personales: “La motivación es la legalidad de la vida espiritual, el entramado de vivencias de los sujetos espirituales es una totalidad de sentido vivenciada (originariamente o a la manera de la empatía) y como tal comprensible.” [2]
En el otoño de 1918 decide dejar de ser asistente de Husserl, pues comprueba que su deseo de obtener la habilitación para ejercer docencia libre no es posible para una mujer en esos tiempos, independientemente de sus méritos académicos, como se desprende de un informe que redacta el propio Husserl: “Si la carrera académica estuviera abierta para las damas, ella sería, desde luego, la persona recomendada en primer lugar y más calurosamente para las oposiciones a cátedra.” [3]
Entre 1918 y 1921, Edith Stein desarrolló por cuenta propia sus ideas sobre el psiquismo humano, conectándolas con investigaciones sobre la vida comunitaria en dos textos reunidos bajo el título común Contribuciones a la fundamentación filosófica de la psicología y de las ciencias del espíritu publicado el año 1922 en el volumen V del Anuario de filosofía e investigación fenomenológica fundado por Edmund Husserl. A estos estudios se sumó la Investigación sobre el Estado, que, si bien fue finalizada en 1921, se publicó recién en 1925 en el volumen VII del mismo anuario filosófico. Estos textos revelan la sensibilidad de la futura santa por los problemas sociales y políticos de su tiempo, sobre los que reflexiona con pasión y a la vez con el máximo rigor filosófico del que es capaz.
Compromiso social y conversión al cristianismo
Siendo adolescente, en 1906, Edith vive una crisis existencial. La asaltan grandes dudas sobre la fe en la que había sido educada y comienza a tomar conciencia sobre las discriminaciones que sufre la mujer. Decide dejar de rezar y, habiendo terminado el primer ciclo de enseñanza secundaria, pide dejar la escuela y viaja a casa de su hermana Elsa, que vivía con su marido y tres hijos en Hamburgo, para acompañarla y ayudarla en los quehaceres domésticos. Regresa al hogar en 1907 cuando se entera de la grave enfermedad de un sobrino, que después murió. Entonces reemprende sus estudios con un profesor privado y en marzo de 1911 aprueba el examen extraordinario que le permite ingresar a la universidad. Ese mismo año participa en diversos grupos estudiantiles y sociales, entre los cuales destaca la “Asociación Prusiana por el Voto Femenino”.
Al desatarse la Primera Guerra Mundial siente que su deber patriótico y humano es servir a los soldados heridos en el frente, por lo que en 1915 interrumpe sus estudios universitarios y colabora como enfermera en un hospital austriaco de campaña. Cuando ese hospital deja de funcionar, y poco antes de terminar su tesis doctoral, en 1916, Edith tiene una de sus primeras experiencias religiosas importantes en el proceso de su conversión al catolicismo. De paso en la Catedral de Frankfurt, observa que una aldeana entra con la cesta de la compra, quedándose un rato para rezar. El hecho de que una persona entre en una iglesia vacía, para conversar con Dios en la intimidad es para ella algo completamente nuevo que le impactó profundamente, pues en las sinagogas y las iglesias protestantes que antes había conocido, los creyentes solo asistían a los oficios religiosos. [4]
A finales de 1917 llega la noticia de que Adolf Reinach, uno de los miembros más destacados del círculo fenomenológico de Gotinga, había caído en el frente. Edith es designada para hacerse cargo de su legado filosófico. Tiene que pedir los papeles de Reinach a su mujer, y teme encontrarse con una viuda deshecha en lágrimas. Pero en la esposa de Reinach no vio solo dolor, sino también una fe robusta que comunicaba serenidad y fortaleza. Según el testimonio de uno de sus confesores, Edith habría afirmado, años después, que ese fue el momento en que tuvo la primera experiencia de la redención por la Cruz, que desmoronó su incredulidad. [5]
Pero antes de su conversión, entre 1918-1919 Edith desarrolla una intensa actividad política como miem-bro del recién formado Partido Democrático Alemán [6], haciendo un giro desde un inicial patriotismo conservador a un constitucionalismo liberal abierto a reformas sociales. [7] Con su compromiso aportó al éxito de la lucha por el derecho al voto femenino en Alemania, reconocido en 1919.
La experiencia decisiva para su conversión la tiene en el verano de 1921, durante una visita de unas semanas en Bergzabern (Palatinado), la finca de Hedwig Conrad-Martius, ex miembro del círculo fenomenológico de Gotinga que, junto con su esposo, se había convertido al catolicismo. En ese lugar lee la autobiografía de Teresa de Ávila y se convence de adherir a la fe católica. El 1 de enero de 1922 es bautizada, y añade a su nombre el de Hedwig, en honor a su amiga, que ofició de madrina. Esta conversión es incomprendida por su familia y causa un gran dolor a su madre, pues la siente como una traición a su pueblo judío. Pero Edith considera que su inserción como católica, lejos de robarle su identidad como judía, más bien le da cumplimiento y un sentido más profundo, pues encuentra en Jesucristo el sentido de toda su fe y su vida como judía. Anticipando las enseñanzas del Concilio Vaticano II, considera también que, más allá de la Iglesia visible, todo buscador sincero de la verdad, aunque no sea cristiano ni creyente, puede alcanzar la salvación. Así lo refleja la carta que dirige años más tarde a la hermana Adelgundis Jaegerschmidt, quien acompaña a Edmund Husserl en su lecho de muerte:
“No tengo preocupación alguna por mi querido Maestro. He estado siempre muy lejos de pensar que la Misericordia de Dios se redujese a las fronteras de la Iglesia visible. Dios es la verdad. Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no.” [8]
Desea entrar lo más pronto posible a la vida religiosa, pero su asesor espiritual le aconseja que espere, considerando que aún tenía mucho bien que hacer por medio de sus actividades “en el mundo”. Así desarrolla entre 1922 y 1933 un inmenso apostolado. Hace clases en el colegio de Santa Magdalena de las dominicas de Speyer, y además escribe, traduce, imparte conferencias y programas radiales dentro y fuera de Alemania sobre las bases de una pedagogía humanista de inspiración cristiana y sobre la formación de la mujer. En una de esas conferencias afirma con fuerza:
“Que las mujeres están capacitadas para ejercer otras profesiones aparte de la de esposa y madre, solo lo ha podido negar la ceguera carente de objetividad. La experiencia de los últimos decenios y en general también la experiencia de todos los tiempos lo han demostrado. Desde luego puede decirse que en caso de necesidad toda mujer sana y normal puede ejercer una profesión, y que no existe ninguna profesión que no pueda ser llevada a cabo por una mujer.” [9]
Pero Edith no solo defiende los derechos de las mujeres, también denuncia las injusticias que se cometen contra la población judía con la llegada al poder del régimen nazi con Hitler en marzo de 1933. En una demostración de lucidez profética, escribe al Papa Pío XI señalando los peligros que se ciernen sobre el pueblo judío, sobre Alemania y la misma Iglesia Católica con la nueva situación:
“Como hija del pueblo judío que, por la gracia de Dios, desde hace once años también es hija de la Iglesia católica, me atrevo a exponer ante el Padre de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes.
Desde hace semanas vemos sucederse acontecimientos en Alemania que suenan a una burla de toda justicia y humanidad, por no hablar del amor al prójimo. Durante años, los jefes nacionalsocialistas han predicado el odio a los judíos. Después de haber tomado el poder gubernamental en sus manos y armado a sus aliados —entre ellos a señalados elementos criminales—, ya han aparecido los resultados de esa siembra del odio. [...]
Todos los que somos fieles hijos de la Iglesia y consideramos con ojos despiertos la situación en Alemania nos tememos lo peor para la imagen de la Iglesia si se mantiene el silencio por más tiempo. Somos también de la convicción de que a la larga ese silencio de ninguna manera podrá obtener la paz con el actual régimen alemán.” [10]
No se conoce una respuesta del Papa, y por desgracia el pronóstico de Edith se convirtió en una terrible realidad. No sería extraño que, años más tarde, al escribir Pío XI la encíclica Mit brennender Sorge, publicada el 14 de marzo de 1937 sobre la situación de la Iglesia en la Alemania nazi, haya recordado la carta de la futura santa.
Edith, la más pequeña de 7 hermanos.
Integración de tomismo y fenomenología
En el período que transcurre entre las dos guerras mundiales ocurre un florecimiento de la intelectualidad católica, en el marco de una renovación de la filosofía escolástica, especialmente tomista, sostenida y animada sobre todo por la encíclica de León XIII Aeterni Patris (1897), que exhorta a seguir el modelo de los estudios filosófico-teológicos de Santo Tomás. Las obras de filósofos cristianos como los franceses Etienne Gilson y Jacques Maritain y los alemanes Martin Grabmann y Romano Guardini son un gran estímulo espiritual para las reflexiones de Edith Stein. Especialmente importante es la cercanía con el jesuita alemán Erich Przywara, que le encomienda la traducción al alemán de las Cartas y diarios del Cardenal Newman (aparecida en 1928), y la traducción, en dos tomos, de las Cuestiones sobre la verdad de Santo Tomás de Aquino (1931-32). La cada vez mayor importancia que cobra Santo Tomás para Edith cristaliza primero en el artículo “La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás”, publicado en 1929 como aporte a un número especial del anuario de fenomenología en homenaje a Husserl en su septuagésimo cumpleaños. En él confronta la búsqueda infinita de la verdad por parte de una razón que pone entre paréntesis la existencia real de lo que se presenta en la inmanencia de la conciencia (Husserl), con una filosofía de la vida que se asienta en la experiencia de lo real y se abre a la trascendencia (Santo Tomás).
Sin negar su primera etapa como fenomenóloga, Edith desarrolla en los años siguientes una metafísica de inspiración tomista, en Potencia y acto (1930-1931) y en su obra principal, Ser finito y Ser eterno (1936), que retoma y perfecciona el libro anterior. Uno de los temas que aborda en esta etapa se refiere al análisis husserliano de la temporalidad de la conciencia, al que conecta con la estructura aristotélica y tomista de potencia y acto. La fenomenología describe el presente como una vivencia que retiene lo que acaba de pasar y anticipa lo que está por venir. Ambos momentos son para Stein formas de potencialidad referidas al ser en acto del presente:
“En lo que yo soy ahora, hay algo que yo no soy actual, pero que lo será en el futuro. Lo que yo soy ahora en el estado de actualidad, lo era ya antes, pero sin serlo en el estado de actualidad. Mi ser presente contiene la posibilidad de un no ser actual futuro y presupone una posibilidad en mi ser precedente. Mi ser presente es actual y potencial, real y posible al mismo tiempo”. [11]
Por otra parte, recupera el concepto aristotélico y tomista de sustancia como núcleo permanente en el que se asienta la estructura acto-potencia que subyace a las múltiples vivencias subjetivas, sin reducirlas a la conciencia que el yo tiene de sí.
Otro tema que Edith Stein aborda en estos textos se refiere al principio de la individualidad personal. Tomás de Aquino veía el principio de individuación en la materia signata quantitate, la materia dotada de relaciones de extensión y magnitud determinadas, o sea, la materia concreta que singulariza la forma esencial del ser humano. En cambio, para el fenomenólogo personalista Max Scheler, la esencia humana es propiamente individual e irrepetible, y que en el ámbito del espíritu solo puede haber existencias distintas si hay esencias distintas. Edith Stein tampoco piensa que el principio de individuación en el caso de los seres espirituales sea la materia signata quantitate. Sostiene que el criterio tomista se puede aplicar a los seres materiales inanimados, las plantas y los animales. Pero agrega que respecto de los seres humanos cada individuo es en cierto modo su propia especie, retomando a su manera un argumento que el propio Santo Tomas aplicó a los ángeles.
También es digna de mención la posición que Stein toma frente a una de las principales obras filosóficas de esa época, Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger, discípulo de Husserl que había propuesto una ontología fundamental que pudiera abrir un camino de respuesta a la pregunta por el sentido del ser. Ello exige una previa explicitación del ente que se plantea dicha pregunta, el hombre, cuyo modo de ser es la existencia, que tiene que hacerse cargo de sí mismo y proyectarse eligiendo entre las diversas posibilidades de ser que se le presentan. Entre ellas hay una que no puede rehuir: la muerte, posibilidad de que todas las demás posibilidades se conviertan en imposibles, y que nadie puede asumir por otro. El “ser para la muerte” no se constata mediante un acto de pensamiento, sino mediante una disposición afectiva: la angustia ante la carencia de fundamento seguro de los proyectos humanos y de la existencia misma. El análisis existencial revela, según Heidegger, que la unidad de las distintas estructuras que caracterizan el Dasein es esencialmente temporal, en la que el futuro y el pasado se entrelazan con el presente y fundan la historicidad humana.
Edith Stein comienza a leer Ser y tiempo desde el mismo año en que apareció. Si bien reconoce la potencia del pensamiento de Heidegger, considera que, a pesar de declarar que solo pretende hacer un análisis fenomenológico de la existencia, asume de hecho compromisos ontológicos que de ningún modo son evidentes. Entre ellos resalta que el filósofo alemán haya situado al ser del hombre únicamente en el horizonte de lo temporal finito. Ella busca compensar esa perspectiva con la afirmación de la eternidad que trasciende la temporalidad, y por eso afirma que
“solo la plenitud hace propiamente inteligible por qué ‘de lo que se trata para el hombre es de su ser’. Ese ser es no solo un ser que se extiende en el tiempo y por tanto está siempre ‘adelantado a sí mismo’, el hombre anhela el siempre nuevo ser regalado con el ser para poder agotar lo que el instante simultáneamente le da y le quita. No quiere dejar lo que le da plenitud, y querría ser sin final y sin límites para poseerlo enteramente y sin fin. Alegría sin fin, dicha sin sombras, amor sin límites, vida intensificada al máximo sin debilitamiento, obra plenísima de fuerza, simultáneamente la completa calma y el verse desligado de todas las tensiones: esta es la beatitud eterna. De este ser es de lo que se trata para el hombre en su ser ahí.” [12]
Espiritualidad de la cruz
Cuando el 15 de abril de 1934 Edith Stein toma el hábito de monja en el Carmelo de Colonia adopta el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. El nombre de Benedicta obedece al reconocimiento de las gracias recibidas en la abadía benedictina de Beuron, que había visitado a menudo, sobre todo en Semana Santa. También es significativa la inclusión en su nombre de la Cruz. Ello obedece a la actitud típicamente teresiana de entrega completa a Dios mediante un amor que se vacía de sí mismo a fin de dejar sitio para la vida de Dios. Este vaciarse progresivo para permitir que Dios actúe en nosotros no tiene nada que ver con una despersonalización o un cierre del alma a las tribulaciones del mundo para autocomplacerse en determinados sentimientos religiosos, sino todo lo contrario. Así lo muestra el ejemplo de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, que supieron comprender las necesidades de su tiempo y promover una profunda reforma del Carmelo en el siglo XVI.
Justamente sobre San Juan de la Cruz escribe Teresa Benedicta su última obra, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento, en 1942. Expone su teología mística, y la enseñanza que de ella se desprende para una vida de fe marcada por la cruz, en la que Dios parece guardar silencio y abandonar al creyente. Una característica de la experiencia interior de Dios es la “noche oscura de la fe”. Para encontrar a Dios, el místico recorre un camino de obscuridad, pobreza y humillación, y después de terminar con todo asomo de autocomplacencia y arrogancia, el fuego purificador de Dios lo convierte en “llama de Dios viva”. [13]
Una característica de la experiencia interior de Dios es la “noche oscura de la fe”. Para encontrar a Dios, el místico recorre un camino de obscuridad, pobreza y humillación, y después de terminar con todo asomo de autocomplacencia y arrogancia, el fuego purificador de Dios lo convierte en “llama de Dios viva”. [Imagen de la Capilla del Carmelo de Edith Stein en Echt, provincia de Limburg, Países Bajos. En el vitral aparecen, en los extremos, Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, los dos maestros espirituales de la santa. En el centro, Edith Stein antes y después de tomar el hábito].
Teresa Benedicta trabaja en este libro hasta el mismo día de su detención por los nazis. En 1938 había sido trasladada, por su seguridad, desde el monasterio de Colonia, en Alemania, al monasterio de Carmelitas de Echt, en Holanda, donde la acompaña su hermana Rosa, que también se había bautizado en la Iglesia Católica. El 24 de julio de 1942 se lee en todas las iglesias católicas de Holanda una carta pastoral de los obispos en la que condenan la persecución y deportación de los judíos. Como represalia, el comisario del Reich ordena la deportación de todos los judíos católicos. El 2 de agosto la Gestapo se lleva a Edith Stein junto con su hermana y las deporta a Auschwitz, donde el 9 de agosto son asesinadas en la cámara de gas.
Este final no la toma por sorpresa, pues ella misma, fiel a su vocación al misterio de la Cruz y solidaria con su pueblo ultrajado, se había ofrecido a Dios como víctima sacrificial por su pueblo judío y por la paz. El 26 de marzo de 1939 escribió a su priora:
“Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, ofrecerme al Corazón de Jesús como víctima propiciatoria por la paz verdadera: que el poder del Anticristo, si es posible, se derrumbe sin una nueva guerra mundial, y que pueda ser instaurado un nuevo orden de cosas.” [14]
Los testimonios recogidos de sobrevivientes del holocausto que vieron a Teresa Benedicta en alguna de las estaciones de su camino a la muerte dan cuenta de la serenidad y grandeza con que lo enfrentó, dando consuelo y tranquilizando sobre todo a las mujeres y a los hijos de madres desesperadas que ya no eran capaces de atenderlos. [15]
Los testimonios recogidos de sobrevivientes del holocausto que vieron a Teresa Benedicta en alguna de las estaciones de su camino a la muerte dan cuenta de la serenidad y grandeza con que lo enfrentó, dando consuelo y tranquilizando sobre todo a las mujeres y a los hijos de madres desesperadas que ya no eran capaces de atenderlos. [Vidriera de Alois Plum en Kolbe, representando a Edith Stein en el campo de concentración].
La síntesis de la vida y obra de esta mujer santa permite apreciar las muchas razones por las cuales constituye un ejemplo luminoso para el creyente de hoy, pues su testimonio inspira y aporta orientaciones en diversos ámbitos: por una parte muestra la amplitud de la auténtica identidad católica, capaz de dialogar en forma acogedora e integradora con distintas formas de espiritualidad, como la teología escolástica, la mística carmelita y benedictina, la religión judía y toda búsqueda sincera y profunda de la verdad. Asimismo, es un ejemplo de la capacidad de diálogo entre tradiciones filosóficas aparentemente tan disímiles entre sí, como la fenomenología y el tomismo, en las que además sabe complementar equilibradamente la dimensión puramente intelectual con la dimensión afectiva y volitiva. No menos importante es su frecuente referencia a la literatura, la poesía y el arte, que le confieren un sentido humanista e interdisciplinario más amplio y rico a sus reflexiones filosóficas y teológicas. Pero no se limita a la reflexión, sino que muestra lucidez profética y compromiso con múltiples y diversas causas sociales y religiosas: defensa política y pedagógica de los derechos de la mujer, atención como enfermera a las víctimas de la guerra, profesora, monja, mártir de la fe.
Todos estos elementos confluyen en su canonización y nombramiento como copatrona de Europa el año 1998, y se resumen en las palabras que Juan Pablo II le dedicara con ocasión de la ceremonia de beatificación en Colonia, el 1 de mayo de 1987:
“Nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de Edith Stein, hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo, sor Teresa Benedicta de la Cruz; una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy...; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios.”