Los esfuerzos del "Patrono del Episcopado Latinoamericano" buscan poner las bases antropológicas de la nueva sociedad y de la defensa de los indios.

 “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes… yo estoy con ustedes”. Estas palabras de Jesús de Nazaret, que abren el primer capítulo de la reciente Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, probablemente son las mismas que animaron a Toribio Alfonso de Mogrovejo (1538-1606), mientras atravesaba el océano Atlántico y parte del Pacífico (la Mar del Sur) rumbo a Perú.

El idioma quechua, que empezó a estudiar durante el viaje usando la Primera Gramática Quichua escrita por Fr. Domingo de Santo Tomás, sin duda lo inició a hablar en el camino que desde el puerto de Paita recorrió caminando hasta Lima; aquí, en la Ciudad de los Reyes, entra el 11 de mayo de 1581, como su segundo arzobispo, acogido por el pueblo limeño, que festejó la llegada del nuevo pastor. Y así va a ser durante los veinticinco años de su episcopado limense, caracterizado por el compromiso radical para con su pueblo y con la naciente sociedad cristiana andina y americana. Canonizado en 1726, los títulos que los biógrafos le atribuyen atestiguan su labor pastoral, evangelizadora y social llevada a cabo sin ahorrarse ninguna fatiga. Y si P. Juan Francisco de Valladolid, el Procurador de la causa de beatificación y canonización de Mogrovejo, lo define “hermano y compañero, e imitador en todo de Nuestro San Carlos Borromeo” [1], el Concilio Plenario Latino Americano lo considera “totius Episcopatus Americani luminare maius” [2]. Hace treinta años el beato Papa Juan Pablo II le otorga el título de “Patrono del Episcopado Latinoamericano” [3], señalándole como el modelo de obispo en América Latina, y en 2006, cuarto centenario de su muerte, el Papa Benedicto XVI se refiere al llamado Catecismo de santo Toribio que demostró ser un instrumento extraordinariamente eficaz para instruir en la fe a millones de personas durante siglos, uniendo así desde lo más hondo, por encima de cualquier diferencia, a cuantos se identifican por tener «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,5)” [4].

Un fundamental rasgo de la pasión apostólica de Toribio de Mogrovejo se halla justamente en la predicación e instrucción cristiana. Es sabido que predica en lengua quechua y un poco en aimara —los principales idiomas indígenas— para que los nativos puedan entender en sus lenguas la Buena Noticia de Cristo. Su inteligente esfuerzo de adaptación amorosa para con los indígenas en el contexto cultural de su arquidiócesis, lo que hoy en día llamaríamos “inculturación”, se extiende a todas las regiones del virreinato español del Perú (desde Panamá hasta la Imperial de Chile) gracias a la impresión de un libro que busca responder a las exigencias de la experiencia misionera: el Doctrina Christiana y Catecismo para la instrucción de los Indios (DCCII). Este texto, si bien su redacción es ordenada por los obispos reunidos para la celebración del III Concilio Provincial de Lima (1582-1583), es también conocido como el Catecismo de Santo Toribio, debido a que le corresponde al Metropolitano de Lima la responsabilidad última, expresada en la firma que debe poner en cada impresión, junto a las de los jesuitas “Padre Rector [del colegio en Lima] o del Padre Maestro José de Acosta” (Provisión real, Lima el 12 agosto de 1584: DCCII, 10).

La transmisión de la fe en Cristo por medio de la predicación e instrucción es pues central en la obra; justamente en este aspecto se quiere hacer hincapié por medio de este aporte de índole histórica. Por ello, después de una presentación general del Doctrina Christiana, se expone una particular sección, el Proemio del Sermonario, para concluir con algunas reflexiones.

1. El Doctrina Christiana y Catecismo para la instrucción de los Indios

El catecismo ordenado por el III Concilio de Lima se imprime en esa misma ciudad entre 1584 y 1585; el título completo reporta su composición y su función: Doctrina Christiana y Catecismo para instrucción de los Indios y de las demás personas, que han de ser enseñadas en nuestra sancta Fe. Con un Confesionario, y otras cosas necessarias para los que doctrinan, que se contienen en la página siguiente. Compuesto por Avctoridad del Concilio Prouincial, que se celebró en la Ciudad de los Reyes, el año de 1583. Y por la mizma traducida en las dos lenguas generales, de este Reyno, Quichua, y Aymara. Impresso con licencia de la Real Audiencia, en la Ciudad de los Reyes, por Antonio Ricardo primero Impressor en estos Reynos del Piru. Año de M. D. LXXXIIII años [5].

Es el primer libro impreso en América del Sur y su impresión es materialmente posible por la presencia en Lima del impresor Antonio Ricardo y la concesión otorgada por el rey Felipe II. Lo componen tres partes, que responden a diferentes exigencias surgidas en el trabajo misional, que constituyen un verdadero corpus documental:

I. Doctrina Christiana, Catecismo breve y Catecismo Mayor (1584);
II. Confesionario (1585);
III. Tercero Cathecismo o Sermonario (1585).

Ya en un primer acercamiento se puede observar que se trata de una obra excepcional: de la experiencia misional desarrollada a la sombra de los Andes, a los cincuenta años del inicio de la nueva etapa de la historia del Continente y a los veinte años de concluirse el Concilio Ecuménico de Trento, se imprime un catecismo con sus complementos pastorales [6] escritos en los tres idiomas principales de los inmensos territorios de ese entonces: el español, el quechua y el aimara. Con el Doctrina Christiana se crea además la escritura de esos idiomas, pasando de una transmisión de forma mnemónica y oral (mediante los quipus) a una forma escrita. La fijación por escrito por parte de los misioneros y cronistas de la primera hora ha sido un fundamental aporte para la conservación de sus antiguas tradiciones en esos momentos convulsionados por los eventos históricos. En nuestro caso, es al jesuita padre José de Acosta que se le debe el texto en español del Doctrina Christiana.

Junto a los decretos del mismo concilio provincial, el Doctrina Christiana es un instrumento fundamental desde diferentes puntos de vista: la predicación evangélica, la formación catequística, la administración de los sacramentos, el conocimiento de las creencias religiosas indígenas, el aprendizaje de la lectura e incluso la “justicia social” que las precisas preguntas de los confesores buscan asegurar. Es necesario recordar que en la mente de los obispos que lo ordenaron y de los religiosos misioneros que lo redactaron y tradujeron, el texto halla su razón de ser en la labor misionera y se sitúa “en el punto de encuentro del dogma, de la moral, de la concepción de la Iglesia y del hombre, con su preocupación de fortificar la religión y la piedad popular, el catecismo es el lugar privilegiado de la historia del pueblo de Dios” [7].

El texto es además una fuente primaria del inmenso esfuerzo religioso y cultural llevado a cabo en ese momento, marcado por muchos interrogantes y dificultades surgidos en la acción misionera, por las difíciles y traumáticas relaciones entre indios y españoles derivadas de la conquista, y de los españoles entre sí mismos a raíz de la lucha por el poder; un esfuerzo que busca poner las bases antropológicas de la nueva sociedad americana y la defensa de los indios, afirmando la dignidad humana de todos los hombres.

2. El Proemio del Tercer Catecismo o Sermonario

La parte más amplia de la obra es la tercera, el Tercero Cathecismo y Exposición de la Doctrina Christiana por Sermones; comúnmente llamado Sermonario, representa “una valiosa pieza catequética compuesta de treinta y un sermones” [8]. Con un Decreto firmado en julio de 1584, Toribio de Mogrovejo aprueba el Sermonario, y si por un lado no se impone su uso (algo que sí se dispuso para el Doctrina Christiana y el Confesionario), por otro, se subraya su gran utilidad para la predicación y enseñanza a los indígenas.

Dos son las partes que componen el Proemio: “Del modo que se ha de tener en enseñar y predicar a los Indios” y “Del intento de este tercero catecismo, o sermones sobre la doctrina christiana, y del fructo que se puede sacar dellos”.

Del modo que se ha de tener en enseñar y predicar a los Indios

Esta primera parte está destinada a los sacerdotes y predicadores para ayudarlos en su ministerio, en la predicación y en la instrucción de la catequesis.

En efecto, el “desconocimiento de las lenguas indias, junto a la negligencia de algunos en el cumplimiento de este oficio y la falta de adaptación a las características psicológicas de la nueva feligresía, obstaculizaban continuamente la marcha de la evangelización. Y precisamente para poner eficaz remedio a estas carencias pastorales, al predicador se le ofrece un texto donde pueda inspirarse. El cual reúne los dos requisitos indispensables para poder ‘predicar con gran provecho’ al auditorio: la adaptación de los contenidos de la fe a sus capacidades y el empleo de su misma lengua” [9].

El Proemio reconoce que a menudo se descuida esta norma porque hay quienes “excediendo de la capacidad y necesidad de los oyentes, se ponen a predicar a indios cosas exquisitas o en estilo levantado, como si predicasen en alguna corte o universidad; y en lugar de hacer provecho hacen gran daño, porque ofuscan y confunden los cortos y tiernos entendimientos de los indios” (DCCII, 353).

Esta es una de las causas del poco fruto de la predicación. El método no es adecuado y hay que corregirlo.

Por esto, se dirigen específicamente a los que tienen la misión de predicar, cuatro importantes Avisos, que constituyen los elementos básicos en la predicación y en la catequesis.

Primer Aviso: “Y siendo (como son) los indios gente muy nueva y tierna en la doctrina del Evangelio, y lo común de ellos es no ser de altos y levantados entendimientos, ni enseñados en letras, es necesario, lo primero, que la doctrina que se les enseña sea la esencial de nuestra fe, y la que es de necesidad saberla todos los cristianos. Esto llama el Apóstol [san Pablo] elementos, o A.B.C. de la doctrina de Dios” (DCCII, 353-354).

Segundo Aviso: “No se debe enfadar el que enseña a indios de repetirles en diversas ocasiones los principales puntos de la doctrina cristiana, para que las fijen en su memoria y les sean familiares” (DCCII, 354).

Tercer Aviso: “El tercer Aviso es del modo de proponer esta doctrina y enseñar nuestra fe: que sea llano, sencillo, claro y breve, cuanto se compadezca con la claridad necesaria. Y, así, el estilo de sermones o pláticas para indios requiere ser más fácil y humilde, no alto ni levantado; las cláusulas no muy largas, ni de rodeo; el lenguaje no exquisito, ni términos afectados; y más a modo de quien platica entre compañeros, que no de quien declama en teatros. Finalmente, el que enseña ha de tener presente el entendimiento del indio a quien habla, y a su medida ha de cortar las razones, mirando que la garganta angosta se ahoga con bocados grandes” (DCCII, 355).

Cuarto Aviso: “El cuarto Aviso, y el más importante, es que de tal manera se proponga la doctrina cristiana, que no sólo se perciba, sino que también se persuada. Y aunque ésta es propia obra del Espíritu Santo, cuyo es abrir los oídos del corazón y levantar el alma para que asienta a cosas que están sobre todo nuestro entendimiento, y no conformes a nuestro apetito, pero ayudan mucho las buenas razones y eficacia del que predica o enseña. Pues, aunque no podamos ofrecer evidencia de estos misterios, podremos bien mostrar que son muy creíbles y dar satisfacción de nuestra fe, como dice la Escritura” (DCCII, 356).

Finalmente, se hacen dos reflexiones cuya finalidad es la de enmarcar los elementos pedagógicos enunciados en los Avisos en el contexto de la experiencia humana leída a la luz de la fe: la primera recuerda la necesidad de la oración y la segunda lo que podríamos describir como un conocimiento afectivo.

Acerca de la oración se dice que “el predicador que desea imprimir la Palabra de Dios en otros por sermones, la imprima primero en sí por oración” (DCCII, 357).

Del intento de este tercero catecismo, o sermones sobre la doctrina christiana, y del fructo que se puede sacar dellos

La segunda parte pretende indicar la motivación que está a la raíz del Sermonario e indicar aquel particular “estilo” para predicar con buenos resultados: “Es menester que esta misma doctrina se les propusiese a los indios en tal modo, que no sólo la percibiesen y formasen concepto de estas verdades cristianas, sino que también se persuadiesen a creerlas y obrarlas como se requiere para ser salvados. Y para esto es necesario diferente estilo. Y ha de ser como sermón o plática del predicador, y tal que enseñe y agrade, y mueva a los oyentes, para que así reciban la doctrina de Dios y la guarden” (DCCII, 358).

El estilo al cual se hace referencia es el narrativo, que según la experiencia se ha revelado como “el mejor modo de catequizar” (DCCII, 359). El método narrativo tiene la ventaja de comunicar las verdades de la fe justamente por medio de la narración de los acontecimientos con los que Dios intervino en la historia de su pueblo (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento); de tal forma, el fiel se ve introducido en una historia particular, en la tradición viva de la historia de la salvación y de la Iglesia.

Reflexiones conclusivas

Impulsados por las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en el “Congreso Internacional sobre la Catequesis” (Roma, 26 de septiembre de 2013) y por su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium acerca de la evangelización, hemos querido volver a considerar un texto que ha contribuido de manera especial a la transmisión y educación en la fe en nuestro continente latinoamericano. En particular el Proemio del citado Sermonario encierra algunas notas que delinean los elementos metodológicos que deben orientar a los predicadores, misioneros y catequistas a la hora de dar a conocer el acontecimiento salvífico de Jesucristo. A manera de conclusión destacamos algunos elementos clave:

1. El Doctrina Christiana es un orgánico y sistemático manual de catequesis nacido de la historia de la Iglesia americana; aunque no contenga imágenes, se presenta a nuestros ojos como una obra de arte por la belleza de su impresión y por ejemplificar aquella convicción del Papa san Gregorio Magno de que el “arte de las artes” es justamente la cura pastoral, entendida aquí en su más amplio sentido como misión evangelizadora.

2. A la hora de la transmisión de la fe, cuyo contenido central es la Persona de Cristo, la caridad en el Proemio se traduce en señalar aquellos factores que no hay que descuidar si se quiere anunciar con éxito: comunicación elemental; predicación comprensible; contenidos esenciales, completos y orgánicamente presentados; repetición sistemática; paciencia y humildad del predicador; necesidad de la oración. Radicadas en las categorías educativas de la época, las indicaciones de los Avisos subrayan la necesidad de una ascesis personal, sin la cual a los misioneros no les será posible conocer el ambiente en el que operarán.

3. Los elementos pedagógicos son elaborados a la luz de las cartas y predicación paulina, de la reflexión catequética de los Padres de la Iglesia (san Gregorio Magno, san Gregorio Nacianceno y sobre todo san Agustín con su De catechizandis rudibus), de la tradición cristiana española y de los acontecimientos adquiridos por los misioneros en su experiencia directa con los indígenas.

4. Se busca “acomodar” todo a la capacidad de los oyentes. Si bien al lector moderno le parece hallar un “matiz paternalista”, sin embargo en ese momento el estilo narrativo resulta ser “el mejor modo de catequizar” porque los contenidos que “están sobre todo nuestro entendimiento” se presentan en una historia humana y por ende más cercanos y comprensibles. “Acomodar” no significa eliminar el uso de la razón, sino provocarlo en los oyentes, así como también el afecto.

5. En el Proemio se afirma que el autor de la obra misionera de la Iglesia es aquel que “abre los oídos del corazón y levanta el alma” de los hombres, el Espíritu Santo. La evangelización, como conversión y acogida del Evangelio de Cristo, es una experiencia personal presidida por la “Fuerza de lo Alto” que acontece y despliega todas sus posibilidades históricas cuando aparece el hombre que la lleva a la práctica. El Doctrina Christiana ha podido dar los frutos esperados por un renovado impulso misionero debido a la presencia y la acción evangelizadora y pastoral de un santo, Toribio de Mogrovejo. Efectivamente, como ha escrito el historiador Bedouelle, “es la santidad de los catequistas que ha hecho la fuerza del catecismo”.


Notas:

[1] Carta de P. Juan Francisco de Valladolid al Cardenal de Milán Alfonso Litta (Roma, 26 marzo 1672), en Archivio Storico Diocesano di Milano, Carteggio Ufficiale, 89.
[2] Decretum de Consecratione Concilii Plenarii Americae Latinae Sacratisimo Cordis Iesu et Immaculatae Virginae Mariae, in Acta et decreta Concilii Plenarii Americae Latinae, Romae: Ex Typographia Vaticana MDCCCXCIX, 4.
[3] Juan Pablo II, Sanctus Turibius Episcopus Limanus episcoporum Americae Latinae Patronus confirmatur, Romae, die x mensis Maii, anno Domini MCMLXXXIII, en: AAS, LXXV, Pars I, Romae: Typis Polyglottis Vaticanis CDDDDLXXXIII, 808-809.
[4] Benedicto XVI, Carta en ocasión del IV centenario de la muerte de santo Toribio de Mogrovejo, Vaticano: 23 de marzo 2006.
[5] Se usa la siguiente reimpresión: Doctrina Christiana y Catecismo para instrucción de los Indios, facsímil del texto trilingüe del Corpus Hispanorum de Pace, XXVI-2, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1985. Para una más fácil consultación se puede usar la impresión hecha por durán, Juan G., Monumenta catechetica hispanoamericana. Siglo XVI-XVII, II, Buenos Aires: Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina 1990. Con respecto del III Concilio Provincial de Lima es oportuno señalar: Concilium Provinciale Limense, Celebratum in Civitate Regum Anno MDLXXXIII, Auctoritate Sanctissimi D. N. Sixti V Romae recognitum atque in hunc modum probatum. Iussu Catholici Regis Nostri Philippi II, Hispaniarum et Indiarum Domini, Typis excusum, atq. ad Indos transmissum. Madriti, apud Petrum Madrigal: Anno MDXC.; Vargas ugarte, Rubén, Concilios Limenses (1551-1772), I y III, Lima: Tipografía Peruana 1951-1954; lisi, Francesco L., El Tercer Concilio limense y la aculturación de los indígenas sudamericanos, Acta salmanticensia, estudios filológicos, 233, Salamanca: Universidad de Salamanca 1990.
[6] Cfr. durán, Juan G., El Catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus complementos pastorales (1584-1585), Buenos Aires: Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina 1982.
[7] Bedouelle, Guy, Nascita del catechismo, en Communio [“Catechesi e catechismi”] 67 (1983), 52.
[8] Romero Ferrer, Raimundo, Estudio teológico de los Catecismos del III Concilio Limense, Pamplona: Universidad de Navarra 1992, 99.
[9] Durán, Monumenta catechetica…, 603.

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