"Se aclarará entonces que el hombre es tanto más grande cuanto más capaz es de oír el profundo mensaje de la creación, el mensaje del Creador"

“La perspectiva del mundo de la Fe en los últimos siglos [ha] dado testimonio de cierto tipo de reducción. En primer lugar debemos señalar la casi total desaparición de la doctrina de la creación en la teología. Debemos poner una vez más de manifiesto lo que se quiere decir al señalarse que el mundo ha sido creado “en sabiduría”. Se aclarará entonces que el hombre es tanto más grande cuanto más capaz es de oír el profundo mensaje de la creación, el mensaje del Creador. Y entonces será patente cómo la armonía con la creación, cuya sabiduría se convierte en nuestra norma, no significa una limitación de nuestra libertad, sino más bien es una expresión de nuestra razón y de nuestra dignidad”.

La creación ocupa en el Antiguo Testamento un lugar central, constituyendo la historia: el tema adquiere cierta amplitud sobre todo en Gn 1-11, en Is 45-56, en numerosos Salmos y en algunos pasajes de Job y de los Proverbios. Con frecuencia, la creación se advierte únicamente en los relatos de Gn 1-3, reduciéndose de este modo considerablemente la riqueza del testimonio bíblico. Cada presentación transmite esquemas de pensamiento distintos, y la creación no tiene el mismo rol en cada uno de ellos. Por consiguiente, únicamente partiendo del conjunto de los textos es posible elaborar una teología de la creación.

Con todo, en el contexto científico de nuestra época, es preciso aclarar una interrogante previa: ¿cómo adoptar estas concepciones de otra época sin encontrarse en una situación ambigua ante los datos proporcionados por los hombres de ciencia? Propongámonos definir la noción de creación del Antiguo Testamento en contrapunto con el enfoque científico moderno.

Creación y visión científica

¿Qué entendemos exactamente por creación tratándose del Antiguo Testamento? Muy a menudo proyectamos en la Biblia ideas provenientes del mundo griego o de la tradición cristiana, como “creación ex nihilo”, “creación continua”, por no hablar de concordancias de todo tipo, que procuran conciliar la Biblia con la ciencia moderna o poner en el mismo plano estos dos “universos” [1].

Esas concordancias observan el surgimiento del mundo, pero con una lógica propia, y a veces con procedimientos antagónicos y distintas perspectivas sobre tres puntos esenciales: el proceso o el origen, el producto terminado y el modo de hablar sobre el tema.

El origen

El filósofo François Foulatier declara: “El discurso científico niega, en principio, que un objeto pueda surgir ex nihilo, como efecto de un acto que escapa a las leyes comunes de la naturaleza. La génesis (cosmogénesis, biogénesis, antropogénesis) no podría concebirse en forma de creación.

La génesis se concebiría entonces más bien en forma de producción, es decir, transformación de una materia preexistente por la aparición de fuerzas físicas, en conformidad con las leyes comunes de la naturaleza (…). Sin embargo, por cuanto el productor y los instrumentos de producción no son distintos, en este caso, del producto en gestación, se trata propiamente de una evolución”.

El mismo Foulatier señala de paso: “Es posible suponer también que una de las funciones del discurso científico aplicado a los problemas del origen es descalificar la idea de creación” [2]. Los cielos ya no narrarían la gloria de Dios, sino que hablarían puramente de sí mismos, porque las leyes son impersonales y operativas. En algunos relatos bíblicos, que imitan los del antiguo Cercano Oriente, se asiste en cambio a una lucha sin cuartel entre Dios y las fuerzas del caos, sobre las cuales Dios triunfa definitivamente, poniendo orden en este desorden primitivo.

Hablar de creación es recordar al mismo tiempo las obras realizadas por Dios en favor de su pueblo y su acción sobre los elementos:

“Con tu brazo rescataste a tu pueblo;
a los hijos de Jacob y de José.
Te vio el mar, oh Dios,
te vio el mar y tembló
las olas se estremecieron.
Las nubes descargaban sus aguas,
retumbaban los nubarrones
tus saetas zigzagueaban;
rodaba el estruendo de tu trueno
los relámpagos deslumbraban el orbe
la tierra retembló estremecida:
tú te abriste camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas
y no quedaba rastro de tus huellas”. (Sal 77, 16-20)

El producto terminado

Los hombres de ciencia procuran dar cuenta de los fenómenos en su globalidad y no en función de la tesis que quisieran demostrar. Se distingue entre lo que es propio del orden de la naturaleza, de carácter universal, y lo que corresponde a la esfera cultural.

La Biblia, por su parte, está vinculada con una cultura en particular. La epopeya Enuma Elish [3] se concentra en Babilonia, porque al final este relato culmina con la fundación de esta ciudad. Análogamente, Génesis 1 termina en el sábado, mientras Génesis 2-3 relata cómo el hombre, creado bueno por Dios, introduce el desorden en el universo, queriendo llegar a ser como Dios.

En las alusiones a la creación, se presenta ya sea el surgimiento del universo, ya sea un grupo social o una ciudad. La cosmogénesis se completa sólo al término de la antropogénesis, cuando el hombre aparece ya en sus determinaciones culturales finales; los sistemas de parentela, la cultura, la lengua, los oficios (Caín y Abel) o, en suma, toda la estructura social, se remontan al principio. Sin embargo, en diversas circunstancias, Dios parece valerse del universo para salvar a su pueblo. Así, los grandes actos de salvación van unidos a una transformación del mundo: al salir de Egipto, el mar se abre; con ocasión de la entrega de la Ley en el Sinaí, la montaña humea y tiembla; para entrar en Canaán, el Jordán se abre; para hacer posible la victoria sobre Gabaón, Josué detiene el sol. Todas son señales de que el Señor es tanto el Dios en particular de un pueblo como el Señor universal del mundo.

El Sal 114 reasume debidamente esta perspectiva:

“¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob:
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua”. (Sal 114, 5-8)

El modo de hablar del origen

El discurso científico tiene al menos tres características:

- Las teorías científicas son válidas para todos los tiempos y lugares, y procuran dar cuenta del surgimiento del cosmos en su totalidad, en función de los diversos sistemas: el sistema solar, el planeta tierra, la biosfera; pero en este proceso no se inserta nada cultural, como la aparición de una ciudad, de un pueblo o de una escritura. El mundo existió ante todo sin el hombre, el cual aparece únicamente al término de una evolución.
- Nuevas observaciones o una consideración de parámetros que no estaba incluida en la teoría anterior podrán invalidar una teoría. Por definición, un modelo de explicación es frágil y susceptible de revisiones. La ciencia progresa: lo que la teoría de Newton dejaba en la sombra es explicado por la teoría de Einstein.
- En su forma moderna, el relato científico de los orígenes se libera de la estructura del mito para asumir la estructura de la novela, como observa Foulatier. Esto se debe al tiempo del relato (donde nada se determina con anterioridad) o al hecho fortuito (cuyo sentido se revela solamente en sus consecuencias). La evolución parece avanzar del mismo modo que esos relatos cuya trama se construye a medida que se escribe. Lo que mejor caracteriza el tiempo del relato es la referencia a una historia cuyo sentido no está determinado con anticipación. Se puede hablar también de “novela cosmogónica” debido al carácter ficticio del relato de los orígenes, en el sentido que éste contiene mayor cantidad de hipótesis que de conocimientos objetivos: la base de documentos que lo sustenta parece ser muy estrecha en comparación con la riqueza de los hechos de los cuales quiere dar cuenta. El número de especies identificadas no representa sino un cinco por mil. Así, la teoría del “big bang”, sin duda la más verosímil para explicar el nacimiento del universo, deja en la sombra lo ocurrido entre el tiempo inicial y 10-43 segundos.

Para hablar de los orígenes, la Biblia se basa en los conocimientos del tiempo y recurre a los géneros literarios en uso en Mesopotamia, que entraron a Israel gracias al comercio y los intercambios internacionales. Se encuentran así mito, epopeya, himnos o prosopopeyas, y esto manifiesta la multiplicidad lingüística de la Biblia en el tema de la creación.

- Génesis 1-11 depende del mito [4], es decir, procura dar cuenta de lo que ocurre en nuestro mundo situando su origen en el tiempo anterior al tiempo y al mundo. ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué la muerte? Se toma una serie de problemas y se disponen en un relato coherente para mostrar el sentido de nuestra situación actual.
- En los Salmos [5], el nacimiento del mundo o la victoria de Dios sobre las aguas primitivas, y el nacimiento de Israel o la victoria de Dios en el milagro del mar (ver Ex 14) están estrechamente vinculados. La creación del mundo y la creación de Israel son indisociables.
- En la segunda parte del libro de Isaías, el profeta relata el nacimiento de Israel como un hecho cósmico.
- Las dos cosmogonías de los Proverbios precisan el rol de la Sabiduría en el mundo. Ésta se encuentra al mismo tiempo cerca de Dios antes de que el mundo existiera y en la creación del cosmos, y junto a los hombres, porque se complace jugando con los hijos de Adán. Gracias a ella es posible tener acceso al conocimiento del mundo y a la felicidad.
- El libro de Job pone en tela de juicio los datos tradicionales sobre la creación. Mientras sus amigos sostienen la idea de un mundo ordenado y sensato, Job se presenta como un error de la creación. Las opiniones de ellos se hacen astillas cuando Dios hace recorrer a Job la creación: es como una visita al zoológico, con todas las singularidades del mundo animal, donde Job descubre con asombro que él no es el centro del universo y que Dios permite vagar libremente a un monstruo marino, el Leviatán, y a un monstruo terrestre, Behemot. Así, Job descubre que la sabiduría es un no saber sobre el mundo, del cual Dios posee el secreto.

Semántica de la creación

Para hablar de los orígenes, la Biblia recurre a un lenguaje metafórico. Ciertamente, Dios creó el mundo y todo lo que existe; pero por cuanto nadie presenció la escena, es preciso recurrir a metáforas inspiradas en las actividades humanas.[…] Agruparlo todo con el nombre “creación” significa empobrecer la riqueza semántica de la Biblia, que describe el acto creador con una multiplicidad de metáforas.

Dos modos de creación

Desde hace tiempo los exégetas han podido mostrar que Génesis 1 fundió dos concepciones de la creación, y han reconocido en ese texto dos relatos entremezclados: un “relato hacer” (que usa la fórmula “Dios hizo”) y un “relato decir” (que prefiere la expresión «Dios dijo: “¡Haya tal cosa!”»). En los Salmos, el “hacer” de Dios no siempre está acompañado por el “decir”, pero ambas representaciones están presentes:

- Dios fabrica el mundo. Los Salmos presentan a Dios como aquel que fabrica (está el verbo “hacer” en el sentido de “fabricar”) todo lo que existe, en particular “el cielo y la tierra” (ver Sal 115, 15; 121, 2; 124, 8; 134, 3). También se encuentra, pero con menos frecuencia, la tríada “cielo, tierra, mar”: “El Señor hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos” (Sal 146, 6). Si a menudo se reduce el universo creado a un binomio, es para expresar la totalidad, porque la Biblia no posee un término conglobante, como en griego “cosmos”, “cuerpo”, “mundo”, etc. El cielo y la tierra indican el conjunto del universo. Sin embargo, la expresión “obra del Señor” designa tanto sus producciones cósmicas como sus intervenciones en la historia. Dios produce debarim, es decir, cosas, palabras o hechos (ver Sal 28, 5; 64, 10; 107, 22, 118, 17; 138, 8; 143, 5). Por tratarse de una técnica, se nombra a veces la fuerza que es preciso mostrar, los instrumentos empleados y las características de la obra. Esta “tradición hacer” aparece en las metáforas artesanales, que examinaremos más adelante.
- Dios crea todo con su palabra. “Porque Él lo dijo, y existió, Él lo mandó y surgió” (Sal 33, 9): “Él lo mandó y existieron” (Sal 148, 5). Con estas fórmulas, se deja la esfera artesanal porque el mundo aparece como efecto de la Palabra. En otros pasajes, la palabra ocupa el lugar del instrumento y sirve de intermediario entre el Señor y las criaturas:

“Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz; (…)
Envía una orden, y se derriten,
sopla su aliento, y corren” (Sal 147, 4.7).

Las metáforas artesanales

El proceso de la creación se vincula aquí con la fabricación de un objeto a partir de una materia preexistente. La mayor parte de estos textos indica que en el punto de partida la materia existe, informe o desorganizada. Dios posee la técnica adecuada para darle una forma o un orden. Como un artesano que trabaja a nivel del universo, el Señor fabrica el mundo. Estas imágenes, más que las siguientes, ocultan una gran dosis de antropomorfismo, ya que Dios va ejerciendo el oficio de alfarero, escultor y constructor.

- Dios es un alfarero. Una de las imágenes más populares para describir la creación es sin duda la del alfarero: Dios amasa y plasma al hombre y el cosmos. Tenemos esta imagen presente porque está implícita en el relato de Gn 2, 7-19 y porque a Isaías y Jeremías 18-20 les gusta recurrir a ella. Como en las otras palabras, el verbo “plasmar” indica una intervención de Dios en la creación o en la historia. Sin embargo, este término nunca se aplica al mar o a los cuerpos celestes, reservándose únicamente para la creación de la tierra y de los hombres: “Suyo es el mar porque Él lo hizo; la tierra firme que modelaron sus manos” (Sal 95, 5); “Sus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero” (Sal 139, 16). Curiosamente, la misma imagen se encuentra a propósito del Leviatán: “Y el Leviatán que modelaste para que retoce” (Sal 104, 26).

- Dios es un escultor. Sin duda, el verbo “crear” proviene de una raíz que originalmente significaría “recortar”, “cortar”, “esculpir”, y también tiene este significado en algunos textos fuera de los Salmos. Por ejemplo, en Jos 17, 15-18 se habla de talar árboles. Al igual que en las expresiones anteriores, “crear” puede referirse a una acción cósmica o a una intervención en la historia. En el Sal 148, la acción concierne a los astros: “Alaben el nombre del Señor porque Él lo mandó y existieron” (Sal 148, 5). En el Sal 89, se trata de los puntos cardinales: “Tú has creado el norte y el sur” (Sal 89, 13); pero en este Salmo el mismo verbo se aplica a los hombres: “Recuerda Señor, lo corta que es mi vida y lo caducos que has creado a los humanos” (Sal 89, 48). Así, en el Sal 51 se pide a Dios crear para el hombre pecador “un corazón puro” (Sal 51, 12). En el Sal 104, este verbo se refiere a todos los seres vivos: “Envías tu espíritu y son creados”, y en el Sal 102 al pueblo de Israel: “El pueblo que será creado alabará al Señor” (Sal 102, 19). Indudablemente, se puede atribuir el uso metafórico de este verbo a la segunda parte del libro de Isaías (42, 5), que lo aplica en primer lugar a la relación entre el Señor e Israel, para luego extenderlo a la acción de Dios en el mundo.

- Dios es un constructor. Enki, uno de los dioses de los sumerios, es llamado el arquitecto del mundo. También una estatua, actualmente en el Louvre, representa a Gudea, rey de Lagash (alrededor de 2000 a.C.), el cual tiene sobre las rodillas el plano del templo que desea construir y que somete a la aprobación del dios Ningirsu, señor de Lagash.

La Biblia usa las mismas imágenes:

- Dios pone los cimientos. Antes de intervenir Dios, sólo existe una masa de aguas, en medio de la cual flota una masa informe de donde saldrá la tierra. Está recubierta por una placa impermeable, que impide la invasión de las aguas de arriba, y la sostienen cimientos hundidos en las aguas de abajo. Ahora bien, el Señor organizó la disposición de esta base sobre la cual estableció la tierra. Las aguas se retiran tan lejos que dejan aparecer la tierra seca y los cimientos sobre los cuales se apoya (ver Jb 9, 6).

Esto es expresado por los Salmos:

“Y el Señor tronaba desde el cielo, (…)
El fondo del mar apareció
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,
con tu nariz resoplando de cólera” (Sal 18, 14 y 16).

Estas columnas sirven de base para la tierra:

“Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe, y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos“(Sal 24, 1-2).

Así, la tierra se apoya sobre sus cimientos, ¡como Venecia sobre el mar! Los Salmos ofrecen algunas aclaraciones. Esta operación se remonta a la noche de los tiempos y durará para siempre: “Al principio cimentaste la tierra” (Sal 102, 26); “Construyó su santuario como el cielo, como la tierra lo cimentó para siempre” (Sal 78, 69). El Sal 48 aplica esta metáfora al nacimiento del cielo y de los astros: “La ciudad del Señor (…) que Dios la ha fundado para siempre” (Sal 48, 9). El Sal 89 une el cielo con la tierra: “Tuyo es el cielo, tuya la tierra, tú cimentaste el orbe y cuanto contiene” (Sal 89, 12).

- Dios da estabilidad al mundo. La masa de tierra que flota sobre el agua es inestable, y el movimiento constituye una imperfección del cosmos. Para remediar esta inestabilidad, Dios de alguna manera da estabilidad a la tierra de manera que no se mueva más. Los Salmos indican cómo Dios afirma que el mundo ahora ha adquirido estabilidad: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado” (Sal 8, 4); “Del Señor es la tierra (…) Él la fundó sobre los mares, la afianzó sobre los ríos” (Sal 24, 2); “Está firme el orbe y no vacila” (Sal 93, 1).

- Dios ordena el mundo. Después de fijarse la tierra sobre sus bases y adquirir inmovilidad el espacio, sólo faltaba destinar un lugar a cada cuerpo y asignarle una función. En cierto sentido, la existencia de una cosa corresponde con el nombre que ésta recibe (ver Gn 2), pero también con el rol que Dios le hace desempeñar. La disposición de los astros se puede comparar con un ejército en orden de batalla (ver Sal 33, 6): son relojes o calendarios litúrgicos.

Las imágenes de combate contra el caos

Las metáforas artesanales suponen un universo informe que Dios organiza y pone en movimiento gracias a una técnica adecuada, su “sabiduría”, su “palabra”. Las metáforas que aluden a un combate presuponen un mundo hostil, desordenado y temible, a causa de los monstruos espantosos que pueblan las aguas primitivas. Crear significa entonces extirpar estas fuerzas maléficas e instaurar el orden conocido por nosotros. Ciertamente, Israel ha tomado esta representación de los acadios o de los pueblos de Canaán.

Israel no es un pueblo marinero: si bien la Biblia recuerda los diversos mares que bañan el país, los judíos sólo aprovecharon tardíamente las posibilidades marítimas. El océano se califica casi siempre negativamente y es frecuentado por monstruos. Esa impresión está basada en dos características.

El océano es imponente y sobre todo ruidoso, inaccesible e incontrolable: “Ahí está el mar, ancho y diltado” (Sal 104, 25). Pero el fragor del mar está cubierto por la voz del Señor:

“Levantan los ríos, Señor,
levantan los ríos su voz,
levantan los ríos su fragor;
pero más que la voz de aguas caudalosas,
más potente que el oleaje del mar,
más potente en el cielo es el Señor” (Sal 93, 3-4).

El océano es un lugar peligroso, porque está permanentemente agitado. Puede tragar a los hombres (ver Sal 69, 3 y 16), pero el peligro se multiplica porque “en él bullen, sin número, animales pequeños y grandes; lo surcan las naves y el Leviatán que modelaste para que retoce” (Sal 104, 25-26). Dios interviene en ese océano imaginario para dominar a esos monstruos: “Tú hendiste con fuerza el mar, rompiste la cabeza del dragón marino (…) se la echaste en pasto a las bestias del mar”(Sal 74, 13-14); “Tú domeñas la soberbia del mar y amansas la hinchazón del oleaje; tú traspasaste y destrozaste a Rahab, tu brazo potente desbarató al enemigo” (Sal 89, 10-11).

Por cuanto el océano primordial tiende a ocupar todo el espacio, Dios le fija un límite:

“¿Quién cerró con puertas el mar cuando,
impetuoso, salía del seno,
dándole yo las nubes por mantillas,
y los densos nublados por pañales;
dándole yo la ley y poniéndole puertas y cerrojos,
diciéndole: ‘Hasta aquí llegarás y no pasarás,
ahí se romperá la soberbia de tus olas’?” (Jb 38, 8-11).

Hablar de creación es hablar de Dios, sin duda, pero también es hablar del hombre en el mundo. Escribe Martin Buber: “Dios se dirige directamente al hombre mediante las cosas y los seres que pone en su vida; el hombre responde del modo como se comporta ante las cosas y los seres enviados por Dios” [6].

Ciertamente, nosotros reconocemos que Dios es creador en la alabanza o en la profesión de fe, pero más aún, en espíritu y verdad, en nuestra relación con el mundo [7].


 

Notas

[1] Ver D. LECOURT, L’Amérique entre la Bible et Darwin , París, Puf, 1992.
[2] F. FOULATIER, Le roman cosmogonique , París, Aubier, 1988, 11 y 16.
[3] Ver “La création du monde et de l’homme d’après les textes du Proche-Orient ancien”, en Supl. de Cahier Évangile , n. 38, 1981; “La création et le déluge d’après les textes du Proche-Orient ancien”, op. cit., n. 64, 1988.
[4] Ver P. GIBERT, Bible, mythes et récits de commencement , París, Seuil, 1986, que retoma y actualiza las tesis de H. Gunkel.
[5] Ver J. TRUBLET, “Le motif de la création dans les Psaumes”, en Foi et Vie , n. 87, 1988, 23-48.
[6] M. BUBER, “Le message hassidique”, en Dieu vivant , 1945, n. 2, 18.
[7] Este artículo, en francés, se publicó en Christus , 2012, n. 234, 30-39.

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