El real contacto con el mundo sobrenatural lleva a Santa Teresa a una poderosa experiencia de la presencia actuante de Dios en su vida diaria. En este contexto tenemos derecho a preguntar: ¿Qué hubiera sido de Teresita sin percibir estas voces interiores, o si creyendo percibirlas no hubiera recibido estas confirmaciones? Entonces, ¿qué sucede con aquellos que no han experimentado realidades semejantes? 

El título, que entiende por realismo de la comunicación algo comprobable por experiencia personal, podría parecer sorprendente a quienes leen los textos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, los relatos de santos y místicos, como algo «simbólico» existente en el ámbito de la «fe», como inversión de nuestra manera de captar la realidad, que hace aparecer como evidente lo que sin la fe no es identificable.

Frente a esta manera de pensar que le quita realidad a la presencia actuante de Dios, los Obispos reunidos con el Santo Padre en el Concilio Vaticano II (1962-1965), en los umbrales del Tercer Milenio del Cristianismo, confirman la comunicación divina como una percepción real y proclaman Constitución Pastoral de la Iglesia en el Mundo de Hoy (Gaudium et spes), en comunicación divina, es oportuno profundizar diversos aspectos los capítulos 15 y 16, que bajo el amparo del Espíritu Santo, el ser humano puede escuchar la voz de Dios en lo más íntimo de sí:

“En lo profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley que no se da él mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos del corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello

…La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrado del hombre, en el que está sólo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella…”

Buscando el modo de constatar empíricamente la realidad de la comunicación divina, es oportuno profundizar diversos aspectos propuestos en este texto conciliar: Gaudium et spes distingue que esta voz no es generada por la propia imaginación y permite ser identificada como la voz de alguien diferente al propio yo, en este caso, como la voz de Dios: “sólo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo”. El texto conciliar da testimonio de que la comunicación divina no es algo generalizante, atemporal, impersonal, sino que irrumpe en el devenir histórico interpretando la situación particular: “haz esto, evita aquello”. Quien se detiene a meditar lo recién expuesto, aceptando por un momento que esto fuese efectivamente realidad, quedará abismado, sin palabras. El texto conciliar explica que el ser humano escucha esta voz en lo más íntimo de sí, “en los oídos del corazón”. Esta afortunada formulación describe una percepción puramente espiritual del intelecto, que es la forma más habitual con que Dios se comunica al ser humano.

Ampliando la comprensión de «oídos del corazón», tenemos que la Tradición de la Iglesia enseña que si bien –habitualmente– las comunicaciones divinas son puramente espirituales y percibidas directamente por el intelecto, se dan también casos más extraordinarios, en que las comunicaciones divinas se hacen captables por los sentidos del cuerpo. Como explica San Juan de la Cruz en Subida al Monte Carmelo, Libro II Cap.10 nr.3, estas son las dos formas posibles de comunicación divina: «De estas noticias sobrenaturales, unas son corporales, otras espirituales».

Para ejemplarizar el caso de la comunicación divina corporal, tenemos el testimonio de Santa Juana de Arco. En ella vemos que Dios se comunica en forma extraordinaria, haciéndose captable a los sentidos del cuerpo: El ángel se hace visible a sus ojos y las palabras del ángel las puede escuchar con sus oídos. Lo extraordinario de esta forma de comunicación divina es que Dios hace posible que un ser espiritual no perceptible por los sentidos corporales del ser humano sea visto y escuchado por la Santa.

Ejemplarizando la otra forma de comunicación divina, la comunicación espiritual, que es la habitual a todos los cristianos, a la que se refiere el texto de Gaudium et spes, comunicación percibida directamente por el intelecto, tenemos el testimonio de Santa en Teresa de los Andes. Desde los cinco años, la Virgen le habla «en este caso, como la voz de los oídos del corazón», la guía como educadora y la prepara a la, Primera Comunión que la Santa recibe a los diez años. El día de su Primera Comunión Teresita escucha por primera vez la voz de Jesús, que desde ese día tomará un papel conductor preponderante en su vida. En su diario (nr.6), la Santa relata esta experiencia: «No es para describir lo que pasó por mi alma con Jesús. Le pedí mil veces que me llevara, y sentía su voz querida por primera vez». El texto autobiográfico muestra que Teresa identifica y distingue perfectamente las diversas voces al interior de su conciencia. Respecto a su diálogo con la Virgen, relata Teresita en su diario (nr.7): «Mi devoción a la Virgen era muy grande. Un día yo –que tenía mucha pena por una cosa– le conté a la Virgen y le rogué por la conversión de un pecador. Entonces me contestó Ella. Desde entonces, la Virgen, cuando la llamo, me habla. Una vez le pregunté una duda que tenía. Entonces me contestó una voz. Yo dije: «esta no es la voz de mi madre, porque no me puede decir esto». La llamé y me dijo que el demonio me había contestado. Yo tuve miedo. Entonces me dijo que le preguntara cuando sintiera la voz: «¿Eres Tú, Madre mía?». Y así lo hago siempre. Cada vez que quería saber una cosa se lo preguntaba y siempre lo que decía salía cierto».

Como es muy comprensible, para Teresa era una pregunta existencial comprobar empíricamente si las voces que escuchaba en su conciencia eran realmente de origen sobrenatural. Alumna en un internado de religiosas, con 18 años, poco antes de terminar sus estudios, relata en su diario el 17 de Julio (nr. 41): «Ayer le dije a Jesús que, si era verdad que Él me hablaba, hiciera que la Madre Izquierdo me hiciera esta pregunta: ‘¿Ama a N. Señor?’ Cómo sería mi turbación cuando oigo a la Madre que me dice: ‘¿Ama a Cristo?’. Yo me puse granate de emoción....»

Los textos autobiográficos citados muestran una experiencia empírica creciente. Teresa vive un diálogo real y concreto con el mundo sobrenatural que se comunica efectivamente con ella, y las circunstancias externas comprueban que lo que vive es plena realidad. El real contacto con el mundo sobrenatural la lleva a una poderosa experiencia de la presencia actuante de Dios en su vida diaria. En este contexto tenemos derecho a preguntar: ¿Qué hubiera sido de Teresita sin percibir estas voces interiores, o si creyendo percibirlas no hubiera recibido estas confirmaciones? Entonces, ¿qué sucede con aquellos que no han experimentado realidades semejantes?

El «incrédulo Tomás»

Lo que aconteció a «Tomás el incrédulo» ciertamente habría sucedido con cada uno de los apóstoles y ciertamente sucedería con cada uno de nosotros. Escuchar de otros que han visto y dialogado con Jesús Resucitado, es existencialmente insuficiente, dada la monumentalidad de la propuesta (Jn 20,24-25): «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». El incrédulo Tomás es una figura paradigmática, más aún si lo vemos en el contexto del pensar y vivir contemporáneos. Quien no ha comprobado personal y empíricamente propuestas tan monumentales, es comprensible que se distancie y, especialmente hoy, donde lo empírico asumió el monopolio de la verdad.

Al amparo del Espíritu Santo, por su testimonio al interior de nuestra conciencia, los cristianos vencemos esta fundamental barrera de incredulidad, creemos que Jesús es realmente el Resucitado y nuestra fe es “apostólica”, porque se apoya en el testimonio ingenuamente directo de los apóstoles. Cito la palabra del Apóstol Pedro (Hch 10,40-41): “a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemando, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos”. A Pedro el Pescador, después de haber comido y bebido con el Resucitado, nadie podía discutirle que esto era una ilusión. La validez del testimonio apostólico fue subrayada con lo más grande que ellos tenían a disposición: la sangre del propio martirio. Entonces, porque aceptamos el testimonio apostólico como verdadero, hacemos nuestra la palabra de Jesús (Jn 20,29):“Dichosos los que no han visto y han creído”. Por el testimonio apostólico creemos que Jesús es el Resucitado. Creemos que Jesús se hace presente en la Eucaristía –realidad inconmensurable testimoniada por el martirio de incontables cristianos- y hoy en día, siguiendo las enseñanzas de Gaudium et spes, abrimos el corazón y la mente a la palabra del Resucitado que se comunica a los oídos del propio corazón por su Espíritu Santo, incluso aconsejándonos ante circunstancias concretas: “Haz esto, evita aquello”.

Ahora bien, aun creyendo “sin ver”, que Jesús es el resucitado, tenemos el derecho a confirmar la proclama del Concilio, de que Dios se comunica a los “oídos del corazón”. Esta vez, el “incrédulo Tomás” está en su derecho de esperar confirmar la realidad de esta personal. Como se planteó al inicio de este escrito, es incongruente considerar la “fe” como inversión de nuestra manera de captar la realidad, que haría aparecer como evidente lo que sin la fe no es identificable. Por lo mismo necesitaremos finalmente la confirmación personal empírica de esta comunicación divina “a los oídos del corazón”, proclamada en Gaudium et spes. Mientras yo no compruebe existencialmente la realidad de esta comunicación, falta –para mí- el último eslabón que es mi percepción directa experimental; “haz esto, evita aquello”. Mientras no identifique la comunicación divina en los oídos de mi corazón como una voz que no es producto de la propia imaginación y que cuando es necesario me aconseja “haz esto, evita aquello”; si no compruebo que el consejo divino es ratificado por las circunstancias como lo comenta santa Teresa de los Andes, entonces nada de esto tendrá verdadera realidad para mí. Como indiqué más arriba, aquí el “incrédulo Tomás” está en su derecho.

La necesidad de confirmación empírica manifestada hace dos mil años por el Santo Apóstol es hoy agudizada por la predisposición experimentalista del hombre contemporáneo. A diferencia del hombre del Medioevo predispuesto espontáneamente a aceptar la verdad filosófica, interiorizándola y haciéndola vida práctica, el hombre contemporáneo vive un marcado cambio de acento: lleva en sí la predisposición a aceptar como verdad sólo aquello que ha podido confirmar por repetición experimental. En esta perspectiva se descubre nuevamente lo valioso de la enseñanza establecida en Gaudium et spes, que entrega indicios fundamentales para identificar experimentalmente la comunicación divina y con esto la presencia de Dios en mi mundo diario. Quien ha identificado y confirmado existencialmente el consejo “en los oídos del propio corazón”, para él se abre una transformadora experiencia de la realidad de Dios.

La comunicación divina «a los oídos del corazón

Las comunicaciones divinas extraordinarias, las noticias corporales, como denomina San Juan de la Cruz, así como las ejemplarizamos con el caso de Santa Juana de Arco, donde Dios se hace presente a los sentidos corporales, no son tema de este estudio. El interés del presente escrito es iluminar la experiencia proclamada en Gaudium et spes al común de los cristianos, la comunicación divina “a los oídos del corazón”, es decir, la comunicación puramente espiritual al intelecto, y ayudar a confirmar esta proclama en forma experimental, personal.

Reflexionando respecto de la comunicación puramente espiritual al intelecto, tenemos que esta forma de comunicación divina es la misma que manifiestan Gaudium et spes Cap. 16 y las citas del diario de Santa Teresa de los Andes. Ahora bien, siendo la misma forma de comunicación con personas del mundo sobrenatural (Diario nr.7): “Desde entonces, la Virgen, cuando la llamo, me habla”. Diferente es lo indicado en Gaudium et spes. El texto conciliar supone para el cristiano una comunicación más bien esporádica: “cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos del corazón”. ¿Qué acontece entonces en el caso de santa Teresa de los Andes, viviendo un diálogo permanente con el mundo sobrenatural? En las vidas donde se constata un acceso permanente al diálogo con personas del mundo sobrenatural, la teología mística reconoce la presencia del excelso don de la contemplación infusa, puesto que esta capacidad de contacto y diálogo con el mundo sobrenatural acompaña al don de la contemplación infusa. Explicando este término, tenemos que “contemplación” se refiere a un vital contacto de amor con Dios, y hablamos de “infusa” porque este vivo contacto es un libre regalo divino, que se recibe pasivamente. Recibir la contemplación infusa en la infancia –como fue en el caso de santa Teresa de los Andes- no es signo de prematura santidad, sino más bien un especial signo de amor de Dios, que busca ayudar a sus hijos. Si la persona en cuestión coopera con esta ayuda divina, o es infiel a ella, esto queda visible sólo para Dios. Es de suponer que habiendo regalado Dios en diversos casos este don de especial cercanía a Él, no hubo una conducción apropiada o no hubo generosidad, y la persona no alcanzó una gran altura espiritual.

Teresita, como otras almas predilectas de Dios, recibió este especial regalo de la contemplación infusa ya en su infancia, sin preparación ascética previa. Su generosa respuesta a la conducción divina la fue llevando adelante mediante el contacto con la Virgen y más tarde con Jesús. Conducida por el consejo de personas divinas, la joven recorrió el camino desde los inicios de su vida espiritual, hasta alcanzar la cumbre del don contemplativo viviendo una donación total a Dios; así lo ha testimoniado la Iglesia proclamando su heroísmo de entrega a Dios, declarándola Santa.

Para comprender más profundamente lo que es la comunicación espiritual “a los oídos del corazón”, hay que conocer el rol que juega el intelecto. En el curso de las explicaciones hemos hablado repetidas veces del intelecto como receptor de la comunicación divina, como “los oídos del corazón”, sin anotar cuál sería su actividad cognitiva habitual. Desde el punto de vista cognitivo habitual tenemos que desde el comienzo de la existencia del ser humano, nuestra forma de relacionarnos con la realidad supone que los sentidos del cuerpo envían información a nuestro intelecto, el cual elabora esta información y nos entrega un “resultado”. De ahí la conocida expresión “luz del intelecto”, puesto que el intelecto es el que nos regala la maravillosa “luz” de conocer. A esta luz del intelecto le debemos las incontables soluciones vitales, a lo largo de milenios, que salvaron al ser humano donde infinidad de otros seres sucumbieron al medio ambiente. Por lo mismo, dentro del conjunto de capacidades del ser humano constatamos una hegemonía del intelecto, como el don más influyente y sublime de la persona humana.

¿Qué sucede entonces cuando abrimos nuestro corazón y buscamos escuchar la comunicación divina al intelecto: “haz esto, evita aquello”? nuestro intelecto, hasta ahora activamente origen de cada conocimiento, debe asumir una actitud pasiva, puesto que escuchar es en sí mismo pasivo. Esta “pasividad” le es desconocida y en cierto sentido humillante. Es desconocida, puesto que nunca antes debió asumir esta manera de actuar, y es humillante, ya que no será su propia “luz” quien genere el nuevo conocimiento, sino alguien “extraño” quien se lo transmitirá, ya elaborado. En este sentido San Juan de la Cruz (Subida al monte Carmelo, Libro II Cap. 16 nr.15) explica que nuestro intelecto –hasta ahora siendo él mismo luz- pasa a ser un candelero que soporta una luz ajena, estando él mismo en oscuridad. Con toda razón la ascética identifica el acto de aceptar la comunicación divina como un sublime sacrificio, puesto que escuchar obedientemente a Dios significa hacer dependiente el Él la más sublime de nuestras capacidades, haciendo de la poderosa y activa luz del intelecto, un paciente “oído”. En este contexto, se entiende el sabio consejo de Jesús que nos pide que seamos niños ante Dios, que con la docilidad ingenua de los niños, logremos que nuestro intelecto apruebe lo escuchado por la fe, que el intelecto apruebe lo que nuestra cognición no elaboró. Aquí radica también un aspecto importante de lo que significa “obedecer· a otro ser humano, que propone lo que mi intelecto no elaboró. Además, escuchar con los “oídos del corazón” es algo que el ser humano tiene que aprender al identificar con esfuerzo, puesto que para nuestro intelecto, la información permanecerá casi siempre difusamente identificable; y decidirse por lo escuchado puede llegar a significar un heroico riesgo de decisión por Dios. Esta natural tensión se hace aún más insoportable para el intelecto humano, cuando la comunicación divina afirma algo en desacuerdo con nuestra racionalidad (Mt 16,21-23): “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho… Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!” pero él, volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítate de mis vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”.

Por lo mismo hablamos del “claroscuro” de la fe, debido a que la percepción de la comunicación divina no corresponde al modo natural de conocer de nuestro intelecto, lo cual es aún más doloroso, cuando nuestro intelecto desaprueba la información. En el caso citado de santa Teresa de los Andes, ella se refiere a las comunicaciones interiores como algo claro y distinto, pero hemos citado poco más arriba sus palabras que nos entregan el testimonio de esta inseguridad (Diario nr. 41): “Ayer le dije a Jesús que, si era verdad que Él me hablaba,…” En este contexto, la escuela de la fe supone prudencia, porque sin el discernimiento adecuado, sin un ejercicio para aprender a distinguir la voz de Dios al interior del propio yo, podemos confundir “voz de Dios” con la propia imaginación. Sin embargo, es clara doctrina de la Iglesia que este peligro de encubierto subjetivismo no libera de la obligación de buscar escuchar y seguir la voz de la conciencia, donde puede resonar la voz de Dios: “haz esto, evita aquello”.

Los ángeles, seres puramente espirituales, reciben las comunicaciones divinas y se comunican entre sí mediante estas percepciones puramente espirituales. Este modo puramente espiritual es el modo habitual “normal” de la comunicación angélica. El ser humano, por tener cuerpo y espíritu, es capaz de aprender –con esfuerzo y al amparo de la gracia- a identificar estas comunicaciones divinas puramente espirituales, fruto de la Redención de Jesús, por las que se nos posibilita el diálogo de hijos con el Padre Celestial. La firme esperanza de Jesús de que la Nueva Alianza se haga realidad, resuena sin duda en su oración (Mt 6,10): “hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”. Cuando el cristiano vive la fe y se deja conducir por el consejo divino “en los oídos del corazón”, está haciendo realidad la oración de Jesús, en que pide al Padre que esta íntima comunicación puramente espiritual “de persona a persona”, de “corazón a corazón”, entre Dios y el hombre, se haga realidad cotidiana, como es la comunicación de los ángeles en el cielo. Aquí nos reencontramos nuevamente con la importancia de Gaudium et spes, que proclama el don de la comunicación divina puramente espiritual por la gracia de Jesús. El texto conciliar marca las coordenadas prácticas que ayudarán a “instrumentalizar” este milagro liberador de la redención, que nos posibilita cortar el nudo Gordiano del Paraíso, dar una respuesta adecuada al trauma Adánico de querer ser como Dioses, poder distinguir entre el bien y el mal con infinita precisión, sólo en virtud de nuestra propia inteligencia. (Gn 3,5)

Al identificar y obedecer a la voz de Dios en los “oídos del corazón”, el Adán en nosotros es “redimido” “liberado” de errores ante la realidad y se le abre –en Jesús- la posibilidad de distinguir entre el bien y el mal, con el complemento de luz infinita que regala la sabiduría de Dios Padre, la Infinita Sabiduría.

Observando la situación del mundo contemporáneo, vemos que ya es tiempo de que el Adán en nosotros se abra a esta oferta del Dios Infinito, se abra a la plenitud de vida que traerá la armonía universal según el consejo divino, así como reza Jesús, Pastor de la humanidad, Camino, Verdad y Vida. Vivir de la fe es iniciar personalmente este camino hacia la armonía vivida en la voluntad de Dios, acordes con este Ser infinitamente sabio, que nos anima a creer en su conducción mostrándonos cómo Él viste la flores del campo y da de comer a las aves del cielo, que nos invita en su Espíritu Santo a escuchar su consejo para la conducción del mundo.

La práctica de fe al inicio del cristianismo

Cuando los discípulos de Jesús entienden que el especial regalo de la fe cristiana, la comunicación divina a los oídos del corazón, lleva al más profundo cumplimiento del sentido final de la Ley de Moisés, aun cuando la insinuación divina indique que se deben arrancar espigas en sábado (Mc 2,23ss) o curar en sábado a un hombre con la mano paralizada (Mc 3,1ss), los discípulos proclaman con todas sus fuerzas y enseñan este (nuevo) Camino (Hch 9,2; 19,9,23; 22,4; 24 14,22). Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de que escuchar y ser obedientes a la comunicación divina «en los oídos del corazón» es una realidad fundamental en este nuevo Camino, como lo muestra el discurso de Pedro justificando su conducta de predicar a los gentiles (Hch 11,11-12): «En aquel momento se presentaron tres hombres en la casa donde nosotros estábamos, enviados a mí desde Cesárea. El Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar». Estas palabras de San Pedro hacen evidente que para los primeros cristianos, la comunicación puramente espiritual al intelecto era algo conocido y aceptado, como norma práctica para la acción. Asimismo San Pablo –el temido perseguidor de los cristianos– al comprender de qué se trata el nuevo Camino, busca incansable la forma de explicarle a su pueblo la maravilla escondida en esta poderosa luz de contacto vivo con Dios, que se nos abre por Jesús en la Nueva Alianza. San Pablo y sus discípulos buscan mostrar que este regalo de contacto vivo y personal con Dios, que llamamos fe, es una realidad que el pueblo judío conoce en su historia. Los Patriarcas, Moisés y los Profetas, David y muchos otros judíos creyentes, fueron conducidos por Dios en forma directa e individual. En Carta a los Hebreos Cap. 11, tenemos una magnifica reseña histórica, mostrando cómo muchos antepasados del pueblo fueron conducidos individualmente por la luz de la fe. en Gaudium et spes al Del amplio texto en Hebreos Cap.11, cito sólo algunos versículos, que evocan ciertamente la forma de comunicación puramente espiritual al intelecto:

11,1: La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores...

11,7: Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia...

11,8: Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el personal. lugar que había recibido en herencia, y salió sin saber a dónde iba...

Estos textos, que dan testimonio de una conducción individual basada en la voz interior de la conciencia, preparan la comprensión de la gran novedad, del (nuevo) Camino en Jesús, que es la misma experiencia que el pueblo israelita conoce de Patriarcas y Profetas, que se abre ahora para todos los hijos de Dios en Cristo, conducidos por el Espíritu Santo: «haz esto, evita aquello», cumpliéndose así, en lo más profundo, el sentido de la Ley de Moisés.

La práctica de fe en el mundo de hoy

Tenemos que el Antiguo Testamento entrega innumerables testimonios de comunicación divina a los Patriarcas, a Moisés y los Profetas. Guiados por el consejo divino, éstos abrieron arriesgadamente un camino al futuro desconocido. Lo mismo encontramos en los primeros cristianos que dan testimonio de esta poderosa conducción de Dios, abierta ahora para todos. Tenemos dos mil años de historia del cristianismo con innumerables testimonios de la comunicación divina, tenemos que en el umbral del Tercer Milenio del Cristianismo, el Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, proclama nuevamente la realidad de la comunicación divina. Estos testimonios plantean la pregunta personal: ¿Qué significa todo esto para , en mi vida?

Sin entrar a analizar detalles –el tema queda abierto a un futuro diálogo– se puede decir que normas morales más bien generales rigen la vida diaria del cristiano de hoy, pero la conducción por la fe, escuchando el consejo divino en la conciencia «haz esto, evita aquello», no es algo realmente elaborado. Aceptando en forma vaga que se debe «ser fiel a la conciencia», el cristiano, al ser enfrentado a decisiones concretas, algo que va más allá de algunas normas morales generales, opta por lo que indica contemplación infusa, la propia inteligencia, sin considerar efectivamente lo que sería «preguntarle» al Consejero Divino. La experiencia cotidiana muestra que a menudo, decisiones que parecían inicialmente correctas, manifiestan posteriormente ser una calle sin salida. Por lo mismo, constatamos hoy una paralizante desconfianza contemplación infusa. ante el futuro, ante los riesgos que puede encerrar el decidirse claramente por una opción. Se busca todo tipo de consejos y por lo general se elige finalmente caminos intermedios, «compromisos» indefinidos, evitando asumir una posición realmente creadora.

Todos necesitamos hoy de consejo. La vida es tan compleja, los desarrollos futuros tan imprevisibles, que es imposible conocer en profundidad todos los aspectos que una decisión requiere. Por lo mismo tenemos consejeros de impuesto, consejeros legales, consejeros económicos... hay una infinidad de diferentes consejeros. Además, la experiencia muestra que entre los consejeros hay algunos que son realmente buenos y otros que no lo son... En la práctica, reunimos toda la información que logramos tener, y todo este paquete de información lo conversamos finalmente con un consejero, para que él oriente nuestra decisión.

Si buscamos el consejo de un ser humano, ¿qué motivos habría entonces para no llegar ante Dios con nuestro paquete de informaciones y pedirle su opinión? ¿Por qué dejar de lado una ayuda tan maravillosa (si es ¡realmente realidad!) como sería el consejo divino, referido a la situación concreta, escuchar de Dios su consejo: «haz esto, evita aquello»? En este contexto me permito recordar el comentario de Santa Teresa de los Andes (diario nr.7): «Cada vez que quería saber una cosa se lo preguntaba y siempre lo que decía salía cierto». Lo directo y realista de los pensamientos expuestos podrá sorprender al lector y parecerle algo de extrema ingenuidad... Quien recorra el camino hasta el final, verá que no es así.

La dificultad de nuestro intelecto para actuar como «oído», lo esporádico de la comunicación divina, una «fe» cómoda, que–como «cree» en una serie de postulados pero no conoce el «riesgo» en la fe y otros diversos motivos podrán haber llevado a esta situación que he bosquejado, donde se observa que el diálogo real con Dios buscando en la fe conocer y cumplir Su Voluntad ante la situación concreta, es algo en la práctica casi desconocido. Analizar adecuadamente las raíces y proponer efectivas soluciones para Dios, a esta problemática, así como lo mostraría la Tradición de la Iglesia,. Sobre pasa los márgenes del presente estudio. Prefiero elegir otro camino de solución, mostrar una oferta divina sorprendente, a que permite recuperar un contacto vital con Dios, aprender a ser, conducidos por su consejo. Este regalo es una posibilidad abierta. a quien quiera recibirla.

Una oferta divina para el Tercer Milenio

Quiero dar testimonio personal y con toda claridad, de un regalo inesperado que Dios Todopoderoso ha ofrecido a la Iglesia, precisamente en el ámbito de las comunicaciones puramente espirituales al intelecto, a «los oídos del corazón».

Este regalo lo entrega Dios por manos de María bajo la advocación de Madre Tres Veces Admirable, en su santuario de Schoenstatt, surgido en 1914 en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Comenta el Padre Fundador, el sacerdote José Kentenich:

«Años más tarde, nos llegamos a hacer la idea un poco fantasiosa de que la Primera Guerra Mundial surgió por este motivo–no quiero decir sólo por este motivo, pero también por esto–, para que la Madre de Dios pudiese actuar desde Schoenstatt. Porque si no hubiera llegado la Guerra, no hubieran podido ser lanzados nuestros estudiantes a los Frentes de Batalla en el Este, en el Sur y en el Norte». (Milwaukee 1953 «Familia servicio a la Vida» p. 240)

Cuatro años después de la Alianza de Amor con María en el Santuario de Schoenstatt, José Engling, hijo espiritual del Padre Kentenich, se confiesa por carta (1918), desde el frente de batalla en Cambrai, arrepentido de no seguir el consejo de la «voz». Había tenido problemas con un camarada y al parecer no era oportuno aclararlo abiertamente. Aquí aparece la voz «en los oídos del corazón» que le indica el mejor camino de solución:

«Reverendo P. Kentenich! ... Además he actuado a menudo contra la voz de la conciencia respecto al amor al prójimo. El sentido de justicia me empujaba a conversar las cosas abiertamente, pero una voz interior me decía: Es mejor si callas, a éste lo puedes ayudar mejor de otra manera. Por un tiempo logré silenciar esta voz interior dentro de mí a través de actos que se opusieran a ella. Reverendo, estas son mis fallas más graves, junto a una infinidad de pequeñas». (Carta del 16.09.1918 en Cartas y comentarios del diario de Vida)

El comentario de José Engling muestra que este joven soldado de 19 años reconoce perfectamente la «voz» como algo diferente a la propia imaginación, identificando también claramente el, contenido de lo que escucha. Aquí se muestra también que José ha constatado que la «voz» se ha hecho presente repetidas veces. Guiado por el padre Kentenich a estar atento y ser obediente al consejo divino que se manifiesta en esta «voz», José pide perdón de a su padre confesor, por haber intentado repetidas veces acallar, el consejo divino en su conciencia.

Proyectando esta experiencia a la situación de un hombre de, negocios, a la situación de un político, de un padre de familia en el mundo de hoy... ¿qué podría significar tener éste acceso al consejo divino?

El padre José Kentenich buscaba aprovechar las circunstancias que Dios le indicaba para enseñar esta sensibilidad ante la voz en los «oídos del corazón». Cito aquí un testimonio referido al año 1958, es decir, cuarenta años después de lo escrito por José Engling, donde el Fundador muestra la misma intención de enseñar a identificar y aplicar este maravilloso regalo que se nos ofrece en el Santuario de la Madre Tres Veces Admirable («Mater»). El testimonio –que cito completo– pertenece al libro Milwaukee Editorial Schoenstatt, 2006 p. 59-61 y fue escrito por la Hermana Petra, en aquellos años (1958) estudiante universitaria y que más tarde pasó a ser miembro del Instituto de las Hermanas de María de Schoenstatt:

«Voy a contarles una experiencia mía sobre la oración personal, es decir cómo el Padre me ayudó a conversar de corazón a corazón con la Mater en el Santuario. Pasó como un mes después que me decidí a quedarme en Milwaukee y trabajar con el Padre.

El Padre había acabado de dictar un documento de gran importancia para Roma cuando me dijo:

—Hágame el favor, lleve el documento al santuario, póngalo en el altar y después dígale algo a la Mater.

Fui al santuario y coloqué el documento sobre el altar. Y ahora, ¿qué hago?, me pregunté. ¿A qué se refería el Padre Kentenich cuando me dijo «entonces dígale algo a la Mater»?No sabía qué hacer. Así pensé: ‘Mater, tú conoces el contenido de este documento. Encárgate de todo al respecto’. Me persigné y salí del santuario. Al entrar en la oficina el Padre sorprendido dijo:

—¿Ya de vuelta?—Pues, el santuario queda muy cerca.

El Padre con mucha amabilidad me preguntó:

—¿Colocó el documento en el altar?—Sí, Padre.—¿Y le dijo algo a la Mater?

—Sí.

-¿Me permite preguntarle qué le dijo a ella?

—Claro que sí, Padre.

Y le conté lo que había pensado que la Santísima Madre debería hacer.

Entonces vino la gran pregunta.

—¿Y qué le contestó la Mater?

—¿Cómo? Pues, no contestó.

—¿No dijo nada?

—Padre, ¡cómo iba a decir algo! Ella no habla.

El Padre siguió con la misma insistencia:

—¿Quiere usted decir que la Mater no le contestó?

¡Qué raro!

Me sentí incómoda porque el Padre seguía con la pregunta y le dije:

—Padre, voy a serle sincera. Después de haberle dicho lo que quería decirle a la Virgen, hice la señal de la cruz y me vine.

—Bueno, ahora entiendo. Usted no le dio la oportunidad para contestarle.

En el momento que la Mater quería decirle algo usted ya se había ido. Ahora, por favor, vuelva al santuario. Dígale todo a la Mater, incluso se puede quejar de mí. Y cuando le haya dicho todo, quédese en silencio y, con su corazón vuelto a la Mater, escúchele. Y verá que le va a hablar.

No entendí... pero me fui e hice lo mejor que pude. En el santuario me quedé en silencio por un buen rato, con ‘mi corazón vuelto hacia ella’... Entró una gran paz en mi alma. La Mater no habló en voz alta, pero vi y sentí con una claridad excepcional todo lo referido al documento sobre el altar. Incluso entendí la parte que me tocó a mí contribuir para que se realizase la intención del Padre Fundador. La Mater puso en mi alma una inspiración muy bonita... Al fin regresé a la oficina. El Padre me miró con cariño y dijo:—Venga, cuénteme, ¿cómo le fue esta vez?

El Padre me escuchó con mucho interés y dijo:

—Ya va aprendiendo.

Después me explicó:

—Mire, rezar es hablar con Dios, con la Virgen, con una persona en el cielo. Es como una conversación íntima y confiada. No es un monólogo, es un diálogo. Uno habla y el otro escucha. El mismo interés y la misma atención que Este espera que ellos le presten mientras que usted les hable, con esta misma atención y con el mismo interés suyo, desean poder contar ellos. Puede estar segura de que Dios y la Virgen responderán siempre. Sin embargo, no gritan sino hablan con suave voz. Ahora usted entiende, ¿verdad que sí? En nuestro Santuario nuestra querida Madre nos enseña a hablar con Ella de una manera muy personal, de tú a tú, de persona a persona, de corazón a corazón.

El Padre me explicó cómo rezaba él, que él recibía todas las inspiraciones que venían de la Santísima Virgen en el Santuario. Me dijo:

—Dios no grita, uno tiene que escuchar atentamente y hay que tomarse tiempo para eso. Hay que dedicar tiempo a la oración. ¿Ustedes creen que alguna vez se me olvidó rezar? Yo aprendí que la Santísima Virgen no grita, no habla en voz alta, Ella habla en el corazón y uno va comprendiendo lo que Dios espera.

El fundamento teológico de esta oferta divina

El lector atento a los testimonios citados, comentará: Los escritos de Santa Teresa de los Andes muestran que ella tenía acceso al diálogo con personas sobrenaturales. Ahora bien, como fue explicado, ella había recibido el don de la contemplación infusa, que es acompañado por esta especial capacidad. ¿Cómo puede ser que José Engling, un joven de 19 años, y la Hermana Petra, en aquel tiempo estudiante universitaria, den testimonio de tener ellos también acceso a una experiencia semejante? ¿Es que ellos también recibieron el excelso don de la contemplación infusa? Y si vamos más lejos: ¿Cómo puede ser que el padre José Kentenich generalice que «Dios y la Virgen responderán siempre», sin referirse expresamente al don de la contemplación infusa? Quien formule comentarios semejantes está en lo cierto. Como enseña la Tradición de la Iglesia Católica, no se puede suponer que «Dios y la Virgen responderán siempre», sin suponer también que se recibió el excelso don de la contemplación infusa, el cual es acompañado de esta posibilidad permanente de diálogo personas sobrenaturales.

En nombre de esta tradición, preguntamos al Fundador de Schoenstatt cómo responde él a estas consideraciones fundamentales. Fundador responderá entonces, que desde el mismo inicio del Lugar de Gracias el 18 de octubre de 1914, al sellarse una Alianza de Amor con María como representante del mundo sobrenatural, se imploró la presencia actuante de María como Madre y Educadora mediante el excelso don de la contemplación infusa, que abre esta posibilidad de contacto y diálogo. Por motivos pedagógicos y de ente en la presencia actuante del don contemplativo, pero se vio llamado «a levantar el velo», como dice, y a dejar testimonio escrito de esta realidad el año 1944 durante su prisión en Dachau. Habiendo recibido por correo «ilegal» preguntas sobre contemplación, el Fundador escribe un amplio tratado: Enseñanzas sobre la Oración (350 págs.), donde explica la presencia del don contemplativo en Schoenstatt. Imposible referirme a esto en detalle; cito aquí sólo el texto definitorio de la Primera (y fundamental) Gracia del Santuario de la Mater Ter Admirabilis:

«Por lo tanto la primera gracia de peregrinación que conocemos, la transformación espiritual, incluye dentro de sí la contemplación, la cual en forma comprobable, y de manera descollante, es quien produce esta transformación». (Dachau 1944: Enseñanzas sobre la oración, II.1.22. p. 43)

Esta Transformación Espiritual generada por la recepción de este excelso don, abre –como ya hemos visto– el acceso a un vital diálogo con el mundo sobrenatural. Esta capacidad especial de diálogo, que acompaña la recepción de la contemplación, el Padre Fundador la define como el Carisma original de Schoenstatt, un carisma de la locución: «Dios y la Virgen responderán siempre». Se habla de «Carisma = Regalo Divino» por tratarse de un regalo gratuito. El Fundador le otorga un nombre característico, Carisma de Fe Práctica Providencial:

«Así puede entenderse que el mensaje de la Fe Práctica Providencial lo llamemos un mensaje específicamente schoenstattiano, y que el regalo de esta fe lo adjudiquemos por eminencia a la gracia de peregrinación de la transformación espiritual». (Cartas al General Turowski 1952-3 Tomo I pg.38)

¿Qué importancia especial tiene este Carisma de Fe Práctica Providencial, esta marcada posibilidad de diálogo con Dios? Este carisma hace posible la autoeducación en la vida diaria del mundo de hoy, conducida por el consejo divino, (como lo vimos en José Engling y en la hermana Petra), y regala, además una maestría no explicable humanamente, para conocer el plan de Dios y llevarlo adelante. Como lo verá quien se detenga un momento a meditar lo dicho, este don no sólo es una ayuda para la vida personal, sino algo de primera importancia político- económico-cultural. Define el Padre Fundador de Schoenstatt:

«De esta manera debiera resultar comprensible con qué derecho vive en la Familia la convicción de fe, de que Dios le ha regalado el Carisma de Fe Práctica Providencial, y con esto en no poca medida una especial maestría, no explicable en forma puramente natural, para interpretar los deseos divinos, realizarlos y manifestarlos a otros; de que Él le ha confiado el anuncio de esta fe como un especial mensaje al mundo actual y como su efecto, el cobijamiento del alma en el corazón de Dios, a modo de una gracia especial de peregrinación».(Chile 1952. p.69 de Espíritu y Forma,. traducción de: Das Lebensgeheimnis Schönstatts, Tomo I p. 130)

Quien experimente, a la luz del Carisma, que ha escuchado correctamente el consejo divino y observe que las circunstancias le dan la confirmación, vivirá una experiencia profundísima de estar cobijado en el corazón de Dios, algo que el Padre Fundador de Schoenstatt establece como una segunda gracia de peregrinación: la Gracia del Cobijamiento Espiritual.

Respecto a las enseñanzas de la Tradición de la Iglesia, quedaría por aclarar una pregunta importante: La vida de la iglesia conoce el camino de los contemplativos, el camino de aquellas personas que, despojándose de sí mismos, recorren un camino de purificación personal, preparándose por si Dios considera oportuno regalarles el excelso don de la contemplación infusa. Incluso en estos casos, Dios se reserva la libertad de decidir si regala o no este excelso don. En este contexto aparece como especialmente sorprendente que Dios haya querido abrir el acceso al don de la contemplación infusa como gracia de peregrinación para aquellos que se unen espiritualmente a este santuario de María. Como indirectamente lo muestra el testimonio de la Hermana Petra, este es un regalo que se recibe sin preparación ascética previa, pues supone sólo una marcada disposición a recibirlo. Por lo mismo, se habla de «peregrinar al Santuario».

Ante esta importante y necesaria consideración, la misma Tradición de la Iglesia enseña que si bien –por lo habitual– es regalado este don a personas debidamente preparadas, Dios se reserva la absoluta libertad de regalar este don a quien Él quiere, cuando quiere y de la manera que Él quiere. Por lo mismo, aunque el surgimiento de un Lugar de Gracias que regala el acceso a la contemplación infusa y con esto el acceso al diálogo con personas sobrenaturales, es una inconmensurable «sorpresa», nada se opone teológicamente a que esto haya sucedido. Por la importancia de estas consideraciones, cito a continuación la palabra del reconocido autor Ad. Tanquerey, en su libro «Esquema básico de la teología ascética y mística»:

¿A quién otorga Dios la Contemplación?

«La contemplación infusa es según su esencia un don plenamente libre (...) Dios la regala entonces a quien Él quiere, cuando quiere y de la manera que Él quiere.(..) Hay almas privilegiadas, que Dios llama ya en la infancia a la contemplación. Así Santa Rosa de Lima y Santa Teresa del Niño Jesús. Otros son llevados a ella y realizan rápidos avances en ella, que en ningún caso están acordes con el grado de sus virtudes.(...) Comúnmente sin embargo y por regla general, la otorga solamente a almas debidamente preparadas. Como excepción y de manera extraordinaria otorga Dios la contemplación de vez en cuando a almas desprovistas de toda virtud. A través de esto, quiere Él arrancar estas almas de las manos del demonio. Así dice Santa Teresa de Ávila: «Hay almas de las cuales Dios sabe, él podría ganar mediante estas muestras de preferencia. Él las ve presas de grandes confusiones (...) e incluso así, les regala el gusto por lo divino, despertando de esta manera en ellas el anhelo de él. De vez en cuando les permite incluso entrar en la contemplación». (Resumen de los N° 1387, 1407 y 1408)

Insinuando las dimensiones que encierra el don que Dios ha ofrecido a la humanidad por manos de su Madre, participo al lector una anécdota que me tocó vivir personalmente: En 1967 estábamos conversando varios estudiantes con el Padre Fundador cuando uno de nosotros comentó que tomábamos parte en un curso sobre la dimensión política de la teología. Al escuchar esto, el Padre Kentenich –ya de 82 años– se volvió buscando con la mirada a quien había comentado esto y agregó vivamente: «Das ist ja unser Fach!», «Pero si esto es nuestra especialidad!».

Como el lector podrá suponer, este corto ensayo es una abierta invitación al diálogo.


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