La autora sostiene que si bien “la Trinidad no puede ser comprendida plenamente, sin embargo puede ser vivida en profundidad”, para lo que presenta como ejemplo la vida de santa Isabel de la Trinidad y de la beata Itala Mela, una carmelita descalza francesa y una laica italiana, respectivamente, que vivieron en plenitud la vocación trinitaria de todos los cristianos.
Imagen de portada: “Trinidad” de Ivanka Demchuk.
Humanitas 2022, CII, págs. 804 - 819
Cuando se piensa en la Santísima Trinidad y los santos, primero vienen a la memoria las experiencias de visiones místicas, como la de san Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, que tuvo una visión muy clara de las tres Personas divinas, y que describe en estos términos: “Y estando un día rezando en las gradas del mesmo monasterio las Horas de nuestra Señora, se le empezó a elevar el entendimiento, como que vía la santísima Trinidad en figura de tres teclas, y esto con tantas lágrimas y tantos sollozos, que no se podía valer”[1]. O se podría pensar en la experiencia de santa Faustina Kowalska, la secretaria de la misericordia de Dios, que en su Diario describe claramente una de las imágenes del Dios trino que vio:
Una vez, estaba yo reflexionando sobre la Santísima Trinidad, sobre la esencia divina. Quería penetrar y conocer necesariamente, quién era este Dios... En un instante mi espíritu fue llevado como al otro mundo, vi un resplandor inaccesible y en él como tres fuentes de claridad que no llegaba a comprender.[2]
La santa, inmediatamente después, oyó una voz que le decía que a Dios, en su esencia, nadie lo conocerá. Si la Trinidad no puede ser comprendida plenamente, sin embargo puede ser vivida en profundidad. Probablemente visiones extraordinarias sobre la Santísima Trinidad, como las de san Ignacio y santa Faustina, no son comunes a todos los cristianos, pero sí todos están llamados a entrar en una estrecha comunión con las tres Personas divinas. Se trata de una llamada a vivir lo que se ha recibido en el primer sacramento de la iniciación cristiana.
Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: la fórmula bautismal sumerge a todo cristiano en la fuente de la Trinidad. Así comienza la vida con los Tres de cada bautizado, una vida que encontrará su plenitud en el éschaton, cuando “Dios será todo en todos” (cf. 1 Cor 15, 28). Así empezó también la vida de santa Isabel de la Trinidad y de la beata Itala Mela[3], una carmelita descalza francesa y una laica italiana, que han vivido plenamente la vocación trinitaria de todos los cristianos, y que queremos presentar como ejemplos de vida que la Iglesia propone a todos sus hijos, y como compañeras de viaje hacia el Cielo, hacia Dios Trinidad. Aunque sus vidas pueden describirse como místicas, las dos señalan un camino que es posible para todos.
Probablemente visiones extraordinarias sobre la Santísima Trinidad, como las de san Ignacio y santa Faustina, no son comunes a todos los cristianos, pero sí todos están llamados a entrar en una estrecha comunión con las tres Personas divinas.
Tu nombre es “Casa de Dios”
Isabel Catez nace en Camp d’Avor (Bourges) el 18 de julio de 1880 y muere en Dijón el 9 de noviembre de 1906. El Papa Juan Pablo II la beatifica el 25 noviembre 1984 y el Papa Francisco la canoniza el 6 de octubre de 2016.
¿Quién es Isabel? De sus 26 años, solo pasa los últimos cinco en el Carmelo de las Carmelitas Descalzas de Dijón, donde ingresa en 1901. Sabeth, como su familia la llama, es una niña de naturaleza impetuosa, ardiente y apasionada, pero que cambia gradual y radicalmente después de su primera comunión en 1891, a la edad de once años, cuando deja de manifestar rasgos coléricos, para crecer en dulzura y humildad, aunque conservando su vivacidad.[4] La tarde de su primera comunión, Isabel, llevada al locutorio del monasterio de las carmelitas, habla con la madre priora, que le revela el significado de su nombre[5]:
En tu bendito nombre se encierra
Todo un misterio que hoy se cumplió.
Tu pecho, niña, es en esta tierra
“Casa de Dios”, del Dios del amor.[6]
Este acontecimiento marca toda su existencia espiritual. El cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para los Santos, la describe como un “alma artística y contemplativa”[7]. El talento de Isabel para la música es indiscutible, pero prefiere la vida contemplativa, se siente más hecha para la vida interior y hace con gusto el ofrecimiento de sacrificar su pasión por el piano. La joven francesa consigue entrar en un profundo recogimiento en apenas unos instantes, y es en este recogimiento donde experimenta la presencia de Dios en su alma, como profetiza su nombre. Isabel consulta a un padre dominico sobre el estado de su vida interior, sobre si Dios habita realmente en ella, y el sacerdote le responde con palabras que marcarán de nuevo su camino espiritual:
“Ciertamente, hija mía, el Padre está ahí; el Hijo está ahí; el Espíritu Santo está ahí”. Y le desarrolló […] de qué manera, por medio de la gracia bautismal, llegamos a ser ese templo espiritual de que habla San Pablo; y cómo, al mismo tiempo que el Espíritu Santo, la Trinidad entera está allí con su virtud creadora y santificadora, estableciendo en nosotros su propia morada.[8]
Su nombre de carmelita se convierte en la expresión de toda su vocación, en la síntesis de su camino de santidad. Ella dirá “yo soy ‘Isabel de la Trinidad’, es decir, Isabel que desaparece, que se pierde, que se deja invadir por los Tres”.
Cuando Isabel entra en el Carmelo, la madre priora le da el nombre de María Isabel de la Trinidad. Su nombre de carmelita se convierte en la expresión de toda su vocación, en la síntesis de su camino de santidad. Ella dirá “yo soy ‘Isabel de la Trinidad’, es decir, Isabel que desaparece, que se pierde, que se deja invadir por los Tres”[9]. El 21 de noviembre de 1904, en la fiesta de la Presentación de la Virgen María, escribe una oración que termina así:
¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como víctima. Escóndete en mí para que yo me esconda en Ti [cf Col 3, 3], hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas.[10]
La Virgen María es el modelo de una vida inmersa en la Trinidad: “Yo quisiera corresponder pasando por la tierra, como la Santísima Virgen ‘conservando todas esas cosas en mi corazón’ [Lc 2, 19-51], sepultándome por así decirlo en lo más hondo de mi alma para perderme en la Trinidad que mora allí, para transformarme en ella”[11].
“New testament Trinity” por Natalya Rusetska, Ucrania, 2019 (Pintura al temple sobre madera)
Esta morada mutua de Isabel en la Trinidad y de la Trinidad en Isabel no queda sin efecto. La Trinidad transforma el alma en la que habita, imprimiendo en ella signos de su presencia, haciéndola cada vez más semejante a Sí misma. Esta transformación es la que la misma Isabel desea para su hermana, cuando le deja su herencia trinitaria al final de su vida. Ella le escribe:
Te dejo en herencia mi devoción a los Tres, al “Amor” [1 Jn 4, 8-16]. Vive con Ellos allá dentro, en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra [cf Mt 17, 5; Lc 1, 35], interponiendo una especie de nube entre ti y las cosas de la tierra, para guardarte toda para Sí, y te comunicará su poder para que le ames con un amor tan fuerte como la muerte [Ct 8, 6]. El Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen de su belleza, para que seas pura con su pureza y luminosa con su luz. El Espíritu Santo te transformará en lira misteriosa que, a su toque divino, entonará en silencio un magnífico canto al Amor. Entonces serás “alabanza de su gloria”, lo que yo soñé con ser en la tierra[12].
La Trinidad transforma el alma en la que habita, imprimiendo en ella signos de su presencia, haciéndola cada vez más semejante a Sí misma.
“Alabanza de su gloria” es el deseo que Isabel tiene para su vida: ella quiere ser alabanza de la Trinidad aquí en la tierra como lo será en el cielo. Durante sus Ejercicios espirituales, preguntándose cómo podría cumplir con este oficio, escribe: “¿Cómo podré imitar yo en el cielo de mi alma esa ocupación incesante de los bienaventurados en el cielo de la gloria? […] Vivir arraigados y cimentados en el amor: esa es, a mi entender, la condición necesaria para cumplir dignamente el propio oficio de laudem gloriæ” [13].
Vivir en el amor, vivir amando es requisito previo para poder alabar a la Trinidad, pero la carmelita nos dice claramente cómo permanecer en Jesús, permanecer en Dios mientras se reza, se ama, se trabaja, se sufre es la condición misma para poder amar y poder relacionarse con las personas a la manera de Dios, o, mejor dicho, para que Dios mismo ame en nosotros, ame a través de nosotros:
Permaneced en mí, no por unos momentos, por unas horas pasajeras, sino “permaneced…” de forma permanente, habitual. Permaneced en mí, orad en mí, adorad en mí, amad en mí, sufrid en mí, trabajad, obrad en mí. Permaneced en mí para tratar con las personas y con las cosas, entrad cada vez más adentro en esta profundidad.[14]
La santa encuentra en Dios, que está en el santuario de su alma, la compañía en la soledad, la alegría íntima y el sentido profundo de la vida. Escribe a Francisca Sourdon:
Qué feliz se es cuando se vive en intimidad con el Señor, cuando se hace la propia vida un entrañable tú a tú, un intercambio de amor […] entonces ya nunca se está sola y se tiene necesidad de soledad para gozar de la presencia de este Huésped adorado. Mira, mi Frambuesa, tienes que darle el lugar que merece en tu vida, en tu corazón […]. Entonces todo se ilumina y es muy hermoso vivir.[15]
El descubrimiento de su vocación trinitaria, sin embargo, no la encierra en sí misma. Al contrario, al revelarse ante sus ojos la belleza de vivir inmersa en el misterio del Dios uno y trino, se siente llamada a anunciar este misterio a Francisca y a todos los que ella ama.Su misión será conducir a las almas a la vida interior, a la vida del Cielo que ya se puede vivir aquí en la tierra: “Creo que he encontrado mi cielo en la tierra: pues el cielo es Dios, y Dios está en mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior, y querría contar muy bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan a Dios”[16].
El misterio de la Trinidad es misterio de comunión, y entrar en relación con la Trinidad significa entrar en una vida de comunión que abarca todo el mundo.
Se podría pensar que la vocación trinitaria es un llamado exclusivamente relativo a la vida individual, podríamos decir “intimista”, pero vemos cómo estas palabras de Isabel sobre su misión nos dicen cómo el misterio de la Trinidad en el alma tiene un eco comunional. ¿Cómo podría ser de otra manera? El misterio de la Trinidad es misterio de comunión, y entrar en relación con la Trinidad significa entrar en una vida de comunión que abarca todo el mundo. De hecho, santa Isabel no solo se siente impulsada a la misión evangelizadora (que vivirá desde el Carmelo como la pequeña santa Teresa del Niño Jesús), sino que, al profundizar en el misterio de la inhabitación trinitaria en su vida, se da cuenta de cómo son “sus Tres” los que la ponen en contacto y en estrecha unión con otras almas. A su hermana Margarita Catez, el 30 de mayo de 1902, Isabel le escribe:
Yo te siento junto a mí en la capilla de las doce del mediodía a la una: es una fusión de nuestras dos almas en Él. ¡Si vieras qué cerca estamos una de otra! Mantente unida a los Tres en todo lo que hagas. Ese es el centro donde se produce nuestro encuentro.[17]
Lo mismo le dice a Germana Gemeaux: “Entraremos en lo más íntimo de nosotras mismas, donde moran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y seremos una sola cosa en Ellos”[18].
Esta unión, esta fusión y comunión de dos almas en la Trinidad, reproduce la imagen de la misma Trinidad, que es comunión en sí misma, como dice claramente:
De los Tres el misterio se repite en la tierra cuando nuestras dos almas se funden en la tuya.[19]
En su vida, Isabel profundizó cada vez más en el misterio de la inhabitación trinitaria y descubrió todas sus riquezas escondidas. Ante el nacimiento de su sobrina, que llevará su propio nombre, la carmelita experimenta una gran emoción, tiene el deseo de acompañar a su pequeña “en la pila bautismal mientras descienda a su alma la Santísima Trinidad”[20]. La pequeña Isabel es para su tía el pequeño tabernáculo de la Santísima Trinidad, siente el amor de una madre por ella y le escribe a su hermana:
¿Sabes una cosa?, me siento totalmente impregnada de respeto ante ese pequeño templo de la Santísima Trinidad. Su alma me parece un cristal que irradia a Dios, y si estuviera a su lado me pondría de rodillas para adorar al Dios que mora en ella.[21]
(…) el dogma de la Trinidad que mora en el bautizado lleva a la Santa a reconocer la dignidad y el respeto de la criatura humana, en la que Dios habita, y a captar la preciosidad de cada hermano y cada hermana. En la inhabitación trinitaria, pues, Isabel encuentra el camino hacia una vida de comunión entre todos y de valoración de cada persona (…)
Aquí leemos claramente cómo el dogma de la Trinidad que mora en el bautizado lleva a la Santa a reconocer la dignidad y el respeto de la criatura humana, en la que Dios habita, y a captar la preciosidad de cada hermano y cada hermana. En la inhabitación trinitaria, pues, Isabel encuentra el camino hacia una vida de comunión entre todos y de valoración de cada persona, tal como el Papa san Juan Pablo II, al concluir el gran jubileo del año 2000, dando indicaciones de lo que es una espiritualidad de comunión que la Iglesia está llamada a vivir, nos dice: “espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado”[22]. Vemos aquí toda la actualidad de este misterio de fe vivido por Isabel de la Trinidad, que fue maestra de vida espiritual para muchos otros santos y santas, los cuales, releyendo sus escritos, se han inspirado para vivir, como ella, sabiéndose habitados por los Tres. Entre muchos, la santa carmelita chilena Teresa de Los Andes, que encontró en los escritos de la santa francesa un camino de santidad para ella, queriendo que su alma fuera la casita de Dios, escribe:
Estoy leyendo a Isabel de la Trinidad. Me encanta. Su alma es parecida a la mía. Aunque ella fue una santa, yo la imitaré y seré santa […] Quiero vivir una vida de Cielo, así como dice Isabel, siendo una alabanza de gloria.[23]
“The Holy Trinity” por Khrystyna Kvyk, Ucrania, 2021 (Tablero, yeso, acrílico).
Inmediatamente después, nuestra Teresita describe cómo puede ser una “alabanza de gloria” enumerando siete propósitos de vida: 1. Vivir una vida divina en íntima comunión con el Esposo; 2. Hacer la voluntad de Dios, cumpliendo alegremente con sus deberes; 3. Vivir en el silencio “porque así el Espíritu Santo sacará sonidos armoniosos y el Padre, junto con el Espíritu, formará [en mí] la imagen del Verbo”; 4. Sufrir alegremente, “ya que Cristo sufrió toda su vida y fue alabanza de gloria de su Padre”[24]; 5. Vivir una vida de fe, viéndolo todo con ojos sobrenaturales; 6. Vivir en continua acción de gracias; 7. Vivir en continua adoración.
Destacamos cómo la presencia de Dios en el alma de la santa chilena y la actitud de silencio permiten al Espíritu orar en ella y cómo el fruto de esta inhabitación es la semejanza con Jesús que el Padre y el Espíritu imprimen en ella, semejanza que se esfuerza por vivir imitando a Jesús en su sufrimiento, para ser la alabanza de la gloria del Padre.
“Si estás ahí, hazte conocer”
Otro ejemplo de vida trinitaria es el de la beata Itala Mela[25], beatificada el 10 de junio de 2017. Itala nació el 28 de agosto de 1904 en La Spezia, en el norte de Italia. En 1920, a la muerte de su hermano de 9 años, Itala se consolida en la decisión familiar del ateísmo, pero dos años más tarde, involucrada con sus amigos en la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana) de Génova, empieza una búsqueda de Dios: “Si estás ahí, hazte conocer”. En 1923 Itala se decide por la fe. En 1926 empieza a dar clases y se gradúa en Literatura Clásica con una tesis sobre san Cipriano. En este año comienza a reflexionar sobre la presencia de la Santísima Trinidad en el alma y piensa en hacerse monja. Itala, que ya se siente inhabitada por Dios, tiene una profunda experiencia de la Trinidad en Pontremoli. Así describe lo que vive, en la iglesia del seminario, el 3 de agosto de 1938:
En un coloquio sacramental, realizado en la iglesia de San Francisco, anexa al Seminario, sometí a él (al confesor) esta presencia sensible de la Trinidad en mi alma. Él me iluminó y me dijo que tal gracia era negada a almas más fieles que yo. Mientras hablaba así de la inhabitación, fui invadida por una luz interior, que partió como de un rayo desde el Sagrario, y en tal luz me fue comunicado: “Tú la harás conocer”.[26]
Su solicitud de ingreso en un monasterio benedictino de Bélgica es aceptada en 1929, pero por motivos de salud tiene que renunciar y en 1931 inicia su camino como oblata benedictina en el monasterio de San Pablo Extramuros de Roma, donde en 1933 emite sus votos perpetuos, y toma el nombre de María de la Trinidad. Ese mismo año, el 11 de junio, Itala hace el voto de anunciar el misterio de la inhabitación trinitaria. La beata, que tiene una fuerte experiencia interior, es consciente de que el misterio de la Trinidad en el alma es un dogma que todos deben vivir como bautizados, y piensa en acciones concretas sobre cómo vivirlo ella misma y cómo difundirlo. Al emitir su voto, Itala expresa lo que piensa hacer:
- Comprometerme a cultivar de modo particular este santísimo Misterio, poniendo como fundamento principal de mi vida espiritual la verdad de la inhabitación de la Santísima Trinidad en mi alma.
- Orar para que a las almas, principalmente religiosas y sacerdotes, sea manifestada esta verdad y vivan según la misma.
- Ofrecer todas mis penas para reparar el mucho olvido en que es dejado tan agustísimo misterio. Pretendo, además, comprometerme, según la oportunidad y conforme a la obediencia, tenida expresamente para este aspecto, a realizar todas aquellas obras que fuesen necesarias y útiles para interesar a las almas en la consideración de este misterio.[27]
Para difundir el dogma de la inhabitación, María de la Trinidad escribe en 1936 el libro La ascesis a la luz de la inhabitación de la Santísima Trinidad en las almas, donde explica:
Vivir la inhabitación es vivir el propio bautismo. Sería un grave error creer que el invitar a las almas a que nutran sus vidas de este misterio adorable, sea encaminarlas a una devoción especial. Es más bien invitarlas a que vivan de la gracia que el bautismo les ha dado, a que penetren la realidad divina que Jesús nos ha prometido: “Vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Jn 14, 23).[28]
La beata, que tiene una fuerte experiencia interior, es consciente de que el misterio de la Trinidad en el alma es un dogma que todos deben vivir como bautizados, y piensa en acciones concretas sobre cómo vivirlo ella misma y cómo difundirlo.
Itala sostiene que no solo se contentó Dios con dejarnos en la Eucaristía la posibilidad de recibir al Verbo hecho carne en nuestros corazones por unos momentos,
sino que ha querido que, desaparecida la presencia física de Cristo, el alma no quedase vacía o sola, sino que gozase de la presencia de las tres divinas Personas sin interrupción. Y, mientras Dios nos otorga esta intimidad, nosotros rehusamos alegrarnos por ella, sacar de ella aquellos dones de luz y santidad que está destinada a traernos.[29]
“Tres ángeles visitan a Abraham y Sara en Mamre”, comisionado por el Centro Alleti. Mosaico en el ábside de la capilla de la Casa de Formación Católica Tainach, Austria, 2012. El ángel que representa a Dios Padre está oculto por su ala, de modo que solo se le ve un ojo. En el lado derecho, vemos al Espíritu Santo, que se dirige al Padre. Una ola de viento en el manto del Espíritu Santo se extiende hacia el Hijo, y el manto del Hijo a su vez se hincha hacia el Padre.
La beata continúa su escrito destacando todas las consecuencias de la conciencia de ser habitado por la Trinidad, y también da herramientas para entrar más profundamente en este misterio. Enumeramos solo siete de los trece puntos que explica:
- Con respecto al pecado. “El pecado se le presenta como una horrible profanación del templo de Dios vivo”[30]. El alma, consciente de que está inhabitada, se siente “objeto de un amor incomprensible […]. Ante estas luces, la hipótesis de una rebelión contra Dios, de un desprecio de la caridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo le parece una terrible aberración”[31].
- Con respecto a la oración. Hay que invitar a las almas a hacer un esfuerzo activo para entrar en la intimidad con las tres Personas divinas[32].
- Con respecto al recogimiento. El pensamiento de la Trinidad, que está en el alma, puede ayudarnos a mantener el contacto con Dios, incluso cuando estamos inmersos en el apostolado. “Este contacto podrá ser una simple mirada a Dios en lo profundo […o] la oración vocal, podrá ser un Gloria, una jaculatoria”[33].
- Respecto al silencio. “Así como cualquier persona, incluso mediocremente formada, siente que está faltando a la reverencia si se pone a charlar inoportunamente delante del sagrario, así también toda alma que piensa seriamente en la inhabitación se siente impulsada a callar muchas palabras inútiles”[34].
- Respecto a la caridad. “Considerando el misterio de la vida trinitaria, el alma no puede dudar ya de ser amada y no puede titubear ya en devolver amor por amor […]. Esta caridad desbordará desde el alma sobre sus hermanos, como desde la Trinidad desborda sobre el mundo. Nosotros amaremos con el Padre a sus hijos, a los redimidos por Jesús; con Jesús desearemos conocer los servicios, más generosas dedicaciones al Cuerpo Místico; con el Espíritu Santo anhelaremos iluminar, confortar y robustecer a los hermanos”[35].
- Respecto a la humildad. “Hay que dejar que el yo sea transformado por Dios: arrojarlo al seno de la Santísima Trinidad para que sus modos de pensar, de querer y de amar lleguen a ser divinos. No hay verdadera humildad sin esta inmolación profunda del yo sobre el altar de la liturgia celeste”[36].
- Respecto al abandono. “Cuando Dios se ha abandonado de esta manera a una criatura, hasta el punto de dejarse poseer admirablemente en esta tierra, el abandono de la criatura a él ya no es difícil”[37].
En estos momentos de extremo sufrimiento y aislamiento, vive continuamente en el deseo de estar profundamente unida a la Trinidad, ofreciéndose por la salvación de las almas: “No hay otro medio para llegar a cada alma y es estar consumada en el seno de la Trinidad como una hostia”.
Tres años después de la redacción del texto, por razones de salud, Itala deja la enseñanza. Sigue teniendo una vida activa de compromiso en la diócesis, pero en 1955 la enfermedad la obliga a vivir en soledad y pobreza hasta su muerte el día 29 de abril de 1957. En estos momentos de extremo sufrimiento y aislamiento, vive continuamente en el deseo de estar profundamente unida a la Trinidad, ofreciéndose por la salvación de las almas: “No hay otro medio para llegar a cada alma y es estar consumada en el seno de la Trinidad como una hostia”[38].
Actualidad del dogma de la inhabitación trinitaria
Concluyendo, tanto santa Isabel como la beata Itala nos recuerdan cómo el dogma de la inhabitación trinitaria, hoy casi olvidado, es actual y está enraizado en nuestro bautismo, por lo que es don y tarea de todos los cristianos. La Trinidad está en el alma no en sentido metafórico, su presencia es real y verdadera, y, escribe el Papa León XIII en la encíclica Divinum illud munus, esta unión “solo en la condición o estado, no en la esencia, se diferencia de la que constituye la felicidad en el cielo”[39]. Estamos llamados y llamadas a experimentar la vida del Cielo ya aquí en la tierra.
Que Isabel e Itala sean nuestras guías, y que la Virgen María, primer templo de la Trinidad, sea nuestra Maestra e interceda por nosotros ante el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para que vivamos en estrecha comunión con ellos. “¿Quién, por lo demás, podrá mejor que ella iniciarnos a vivir el misterio de la Santísima Trinidad?”[40].