En mayo se cumplieron diez años de la canonización de santa Laura Montoya (1874-1949), hasta ahora la única colombiana en llegar a los altares. Este artículo presenta un resumen de su vida marcada por el dolor, la humillación y también por la sensibilidad a la voz de Dios, lo que la llevó a fundar una comunidad religiosa cuyo carisma principal es la misión con los indígenas y las personas más vulnerables de la sociedad.

Humanitas 2023, CIII, págs. 60-73

Imagen de portada: Santa Laura Montoya en Santa Fe de Antioquia en 1938. ©Archivo de Santa Laura Montoya. Belencito. Medellín. Facilitada por Hermanas Misioneras Lauritas

Santa Laura Montoya siempre quiso ir más allá en cuestión de misión y evangelización. Desafió la difícil topografía de su país y anduvo por montes inhóspitos y empinados, llenos de espesa vegetación y animales salvajes. Viajó hacia las periferias, presentes en las selvas y pueblos apartados de Colombia, para trabajar por los indígenas y hacerlos ver ante sí mismos y ante la sociedad como hijos de Dios. Ella formó parte del primer grupo de hombres y mujeres elevados a los altares por el Papa Francisco el 12 de mayo de 2013, junto con la mexicana María Guadalupe García Zavala (1868-1963) y los italianos Antonio Primaldo (†1480) y 812 compañeros mártires.

Su profunda inquietud por las personas más olvidadas la llevó a fundar la comunidad Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena[1], más conocidas como Las Lauritas. Hoy son 580 hermanas en el mundo y están presentes con 110 casas en 21 países, Chile entre ellos, con una comunidad en Alto Hospicio, Iquique.

Una infancia dolorosa

Laura nació en Jericó, en el departamento de Antioquia, un pueblecito a 90 kilómetros hacia el sur de Medellín, ubicado entre las montañas de la cordillera occidental colombiana. Fue la segunda hija de Juan de la Cruz Montoya y Dolores Upegui. Sus hermanos fueron Carmelita y Juan de la Cruz. El 2 de diciembre de 1876 una tragedia cambió el rumbo de esta familia: el padre de Laura, con 32 años, fue asesinado en la llamada Guerra de las escuelas. El motivo fue la disputa entre los liberales, bajo el mando del entonces presidente de Colombia Aquileo Parra (1825-1900), que buscaba una separación entre Iglesia y Estado y una educación laica que permitiera una transformación política y económica a la vanguardia, y los conservadores, comandados por los obispos, que defendían la enseñanza de la religión católica en las escuelas. El choque entre un catolicismo recalcitrante, apegado a normas estrictas y añejas, y un ateísmo enfurecido e intolerante, desató esta guerra civil que en solo un año dejó como resultado nueve mil muertos. Juan de la Cruz fue un gran defensor de la educación católica y por ello se enfiló en esta batalla que le costó la vida. Después de su muerte, la viuda Dolores se dedicó a orar diariamente junto con sus hijos por Clímaco Uribe, asesino de su marido. Laura, quien tenía dos años y medio cuando murió su padre, creció viendo el ejemplo de perdón y nobleza del cual aprendió para vivirlo más adelante en primera persona.

3.1. Sta Laura indios katios

Laura Montoya con los indios Katíos, en foto tomada en 1939. ©Archivo de Santa Laura Montoya. Belencito. Medellín. Facilitada por Hermanas Misioneras Lauritas.

Fue allí, en medio de la zona rural en un pueblecito llamado Amalfi, a 230 kilómetros de Jericó y hacia el nordeste de Medellín, que Laura, con solo ocho años, tuvo una experiencia mística en la que dijo haber visto la mano de Dios a través de su creación.

La muerte de Juan de la Cruz trajo para esta familia una difícil situación económica, que llevó a Dolores a tomar la decisión de mandar a uno de sus hijos a vivir con su suegro a Medellín. Pensó en Carmelita por ser la mayor, pero ella se dejó invadir por el miedo y se aferró a su madre. Laura, con solo seis años, optó por sacrificarse e ir en lugar de su hermana:

Los más amargos fantasmas de orfandad se agolparon a mi mente, mi corazón se me partió, pero le di un sí resuelto que le mostró a mi madre el partido que había que tomar. Luego, tranquilizando a Carmelita, que había de quedar con ella, se me acercó y me hizo la más amarga caricia.[2]

Se fue así con su abuelo y su tío para Medellín, donde careció de todo afecto y, más bien, era objeto de burlas de parte de sus familiares. La lejanía con su madre duró pocos meses y los cuatro volvieron a reunirse en la hacienda de don Lucio, padre de Dolores. Fue allí, en medio la zona rural en un pueblecito llamado Amalfi, a 230 kilómetros de Jericó y hacia el nordeste de Medellín, que Laura, con solo ocho años, tuvo una experiencia mística en la que dijo haber visto la mano de Dios a través de su creación. Esto ocurrió mientras observaba unas hormigas caminar hacia su casita de tierra. A esta experiencia la llamó “el golpe del hormiguero”:

¿Cómo fue esto? ¡Imposible decirlo! Supe que había Dios, como lo sé ahora y mucho más intensamente; no sé decir más. Lo sentí por largo rato, sin saber cómo sentía, ni lo que sentía, ni poder hablar. Por fin, terminé llorando y gritando recio, recio, ¡como si para respirar necesitara de ello! Por fortuna estaba a distancia de no poder ser oída de la casa. ¡Lloré mucho rato de alegría, de opresión amorosa y grité! ¡Miraba de nuevo al hormiguero y en él sentía a Dios con una ternura desconocida! Volvía los ojos al cielo y gritaba, llamándolo como una loca. ¡Lloraba porque no lo veía y gritaba más! Siempre el amor se convierte en dolor. Este casi me mata.[3]

Desde ese momento cultivó una vida de piedad y oración. Nació en ella una profunda inquietud por estudiar el Catecismo y por conocer sobre la vida de los santos. Se sintió atraída por la vida religiosa y deseaba ser monja carmelita.

Una juventud en búsqueda

A pesar de que era hondo su cuestionamiento vocacional, la realidad le mostraba un camino diferente. Con 16 años debió trasladarse a Medellín para estudiar en la Escuela Normal con el fin de convertirse en maestra y trabajar para ayudar con el sostenimiento de su familia. No era fácil para una jovencita de origen campesino someterse al examen de ingreso a este instituto. Además, el único lugar donde encontró hospedaje fue en un hospital mental que manejaba su tía María de Jesús Upegui (1836-1921) y del cual tuvo que hacerse cargo por unos meses. En las noches se dedicaba a estudiar geografía, historia, letras y matemáticas. Tuvo que competir con señoritas con un alto nivel de educación. Tras mucho empeño logró entrar a la Normal, donde obtuvo destacadas calificaciones y donde se graduó como maestra de primaria. Enseñó en varios pueblos del departamento de Antioquia y más adelante regresó a Medellín. Allí su prima Leonor Echavarría había fundado en 1895 el colegio La Inmaculada. Laura se unió a este proyecto educativo para mujeres. Leonor murió muy joven y dejó a su prima como directora del plantel en 1901. Carmelita Llano, una de sus alumnas, recuerda la pedagogía de su maestra:

Nos hablaba muy bien de la vida religiosa y también veneraba y alababa el matrimonio cristiano y nos preparaba para él, sabiendo que la mayoría de las alumnas nos inclinábamos hacia este estado. A mí, personalmente, jamás me reprochó por los novios que me aparecían. Éramos muchas las que consultábamos nuestros problemas, que ella resolvía con una gran prudencia. Era una verdadera madre.[4]

Tras mucho empeño logró entrar a la Normal, donde obtuvo destacadas calificaciones y donde se graduó como maestra de primaria. Enseñó en varios pueblos del departamento de Antioquia y más adelante regresó a Medellín.

En su experiencia como pedagoga sufrió también grandes dificultades. La más fuerte fue quizás una calumnia perpetrada por Alfonso Castro, médico y escritor. Castro publicó en 1906 la novela Hija Espiritual. En ella Amanda, el personaje principal, era una mujer solterona, maestra de oficio, que se dedicaba a convencer a sus alumnas para que no se casaran y abrazaran la vida religiosa. Amanda manipula de manera especial a Sofía, una de sus alumnas, quien desiste de la idea de casarse. La historia coincidía con la de Eva Castro, hermana de Alfonso y exalumna de Laura, quien días antes de su boda con Rafael Pérez decidió aplazarla porque dijo que quería hacerse carmelita. Sin embargo, varios testigos aseguraron que Laura nunca vio en Eva una vocación religiosa:

Sabemos que usted trabajó mucho con la citada señorita (Eva) para que no obrara con tanta ligereza nerviosa cuando trató de romper su contrato matrimonial, suplicándole con mucho tino e interés que no hiciera un escándalo y aconsejándole que antes de dar un paso tan delicado debería exigir un plazo prudencial, durante el cual se persuadiría de que todo era asunto de nervios.[5]

3.2. excursion 1920

La santa en una de las excursiones, imagen tomada en 1920. ©Archivo de Santa Laura Montoya. Belencito. Medellín. Facilitada por Hermanas Misioneras Lauritas.

Laura, tras hablar con el vicario capitular de la Arquidiócesis de Medellín, monseñor Víctor Escobar, escribió su defensa. Gracias a la ayuda económica de varios padres de sus alumnas, logró imprimir numerosos ejemplares de lo que fue su primer libro: Carta abierta al doctor Alfonso Castro, autor de Hija Espiritual.

Aun con esta publicación, la calumnia que sufrió Laura llevó a que muchos padres retiraran a sus hijas del colegio La Inmaculada, el cual finalmente tuvo que cerrarse por falta de alumnas. Laura comenzó a preguntarse por qué había permitido Dios este mal rato en un momento tan importante de su labor como maestra. Volvió de nuevo a su cabeza la pregunta por la vocación religiosa. Había deseado ser carmelita, había postulado a la orden de la Compañía de María cuyo carisma principal es la educación de las mujeres, pero no había sido admitida. Sabía que el matrimonio no era su camino. Vino entonces a su mente una comunidad de personas hasta el momento ignoradas en la Constitución de su país, tratadas como seres sin alma: los indígenas. Ellos desconocían a ese Dios con el que Laura se había encontrado en aquel golpe del hormiguero, aquel Dios que le había enseñado a perdonar a sus enemigos y que le había traído bendiciones como la admisión a la Normal. Desde entonces los llamó “mi llaga”. Para ella representaban un dolor constante. Tenía que traducirse en la necesidad de conformar un grupo de misioneros que se fueran hasta las profundidades de la selva para tener contacto con ellos y establecer una comunicación que les permitiera encontrar a estos dos mundos tan diferentes, pero hijos de un mismo Dios.

Los inicios de Las Lauritas

Laura emprendió una primera excursión a Guapá, en el departamento del Chocó, en el noroccidente colombiano, junto con el padre Ezequiel Pérez y dos mujeres más. Tuvieron un contacto breve con algunos indígenas, pero pronto debieron regresar a Medellín. Sintió que la ayuda que habían brindado en estos días no podía ser pasajera. En su interior clamaba el anhelo de poder dedicar su vida a misionar con los indígenas y grupos étnicos minoritarios.

Vino entonces a su mente una comunidad de personas hasta el momento ignoradas en la Constitución de su país, tratadas como seres sin alma: los indígenas. Ellos desconocían a ese Dios con el que Laura se había encontrado en aquel golpe del hormiguero, aquel Dios que le había enseñado a perdonar a sus enemigos y que le había traído bendiciones como la admisión a la Normal. Desde entonces los llamó “mi llaga”. Para ella representaban un dolor constante.

En 1910 resolvió enviarle un telegrama al entonces presidente de Colombia, Carlos E. Restrepo (18671937), quien, durante un viaje a Medellín, accedió a darle una cita. Laura no tenía recursos ni personas que estuvieran resueltas a irse con ella. El presidente, al ver su convicción, decidió apoyarla.

¿Cómo se realizaría aquello? ¿Cómo ideaba la obra mi pobre cabeza? Solo recuerdo que me veía, con la imaginación se entiende, en un limpio rodeado de selvas muy espesas viviendo la vida de mayor perfección posible, en compañía de otras, con unos vestiditos campesinos, en unos ranchos o bajo tiendas de campaña, todas anegadas en Dios por un recogimiento especial, recorríamos las selvas las unas mientras las otras oraban y trabajaban en la casa. Hallábamos los indios, los curábamos, los enseñábamos, los bautizábamos, los cuidábamos en la casa o donde fuera posible, aún dentro de sus cuevas.[6]

Se contactó con varias comunidades religiosas para ver si alguna decidía unirse a este proyecto, pero no encontró respuestas positivas. Solicitó consejo a monseñor Maximiliano Crespo, obispo de Santa fe de Antioquia, quien entendió las inquietudes de esta mujer y le ofreció apoyo en todo lo que necesitara. Monseñor Crespo le sugirió irse a Dabeiba, un municipio distante a 160 kilómetros hacia el occidente de Medellín con una zona selvática grande, de difícil acceso y con una presencia importante de la comunidad Embera chamí.

Mientras tanto, algo estaba pasando a nivel de la Iglesia universal: la publicación de la encíclica Lacrimabili statu indorum (en español El lamen table estado de los indios) en junio de 1912 de parte del Papa Pío X, cuyo tema fue la preocupación por el abandono, la esclavitud y el sometimiento a condiciones indignas en algunas comunidades de América del Sur:

¿Qué puede haber de más y de más cruel y de más bárbaro que matar los hombres a azotes, o con láminas de hierro ardientes, por causas levísimas a veces o por el mero placer de ejecutar su crueldad o impulsados por súbita violencia conducir a la matanza de una vez cientos y miles, o devastar pueblos y aldeas para realizar matanzas de indígenas; de lo cual hemos recibido noticia que en estos pocos años han sido destruidas casi totalmente algunas tribus?[7]

Solicitó consejo a monseñor Maximiliano Crespo, obispo de Santa fe de Antioquia, quien entendió las inquietudes de esta mujer y le ofreció apoyo en todo lo que necesitara. Monseñor Crespo le sugirió irse a Dabeiba, un municipio distante a 160 kilómetros hacia el occidente de Medellín con una zona selvática grande, de difícil acceso y con una presencia importante de la comunidad Embera chamí.

El apoyo de monseñor Crespo y la publicación de este documento sirvieron como impulso para que Laura continuara trabajando por aquella inspiración. Así reunió a cuatro mujeres: Mercedes Giraldo, Matilde Escobar, Ana Saldarriaga y Dolores Upegui, su madre viuda, quien en ese momento tenía 68 años. Ellas, lideradas por Laura y acompañadas por el padre Javier Duque, emprendieron su viaje a Dabeiba, donde debían establecerse. Se fueron en mula, llevaron consigo pocos víveres y recorrieron un camino montañoso. Atravesaron bosques espesos, pasaron varios riachuelos y anduvieron entre árboles, matorrales y rocas llenas de musgo. En el trayecto encontraron muchos opositores que les pedían que regresaran. La respuesta de Laura fue: “¡Antes muertas que vueltas!”[8]. Llegaron a Dabeiba el 14 de mayo de 1914, día que se conoce oficialmente como la fundación de la comunidad Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena. La misa de instalación de esta congregación se realizó en el corazón de la selva. El coro estuvo compuesto por los mismos pájaros, grillos y cigarras de la zona.

Las religiosas buscaban tratar a los indígenas como a sus hermanos: les cedían el asiento, les daban de comer y estos gestos los superaban. No obstante, ellos les mostraban cierto recelo, pues se percibían a sí mismos como hechuras de otro dios.

Todo esto, unido al recuerdo de las inauditas crueldades de los tiempos de la Conquista que estaban incrustadas en sus almas indeleblemente y unidas a tradiciones fantásticas y terribles, hacían que nuestra conducta se les volviera algo así como el preludio de la última destrucción de su raza. ¡Ay pobrecitos! Sin nociones de caridad ni de nada digno, ¡cómo no habrían de desconfiar! Quien les hubiera dicho que íbamos en persecución de las almas habría perdido su tiempo, porque no le hubieran entendido y quizás se hubieran alarmado más, creyendo qué sé yo cuántas cosas horrorosas. Por eso deberíamos sufrir, con la mayor bondad, la desconfianza tan dura de los pobres a quienes tanto amábamos.[9]

La congregación comenzó a crecer. Las Lauritas instalaron las llamadas ambulancias, misiones esporádicas que partían desde Dabeiba para atender a poblaciones más apartadas. Después abrieron casas permanentes en diferentes lugares de su país. La comunidad recibió la aprobación canónica de parte de la Santa Sede y fue ratificada por diócesis de Santa fe de Antioquia el 15 de noviembre de 1916. El primero de enero del año siguiente trece nuevas hermanas iniciaron formalmente su noviciado.

Los métodos de evangelización y educación que utilizaba Laura iban en contra de todo aquello que buscara aniquilar la cultura indígena. De hecho, muchas personas la criticaban porque “iba muy lento” en las misiones con los aborígenes. A un señor le contestó:

Que ellos (los indígenas) amaban su lengua como nosotros amamos la nuestra y que en los vestidos tenían cifrada la tradicional grandeza (...) Para vestirlos es necesario civilizarlos y para civilizarlos hay que arrancarles casi el corazón con todos sus afectos a raza, antepasados y tradiciones (...) los que pretenden arrancarles estas cosas a la fuerza, además de crueles son irracionales.[10]

La congregación comenzó a crecer. Las Lauritas instalaron las llamadas ambulancias, misiones esporádicas que partían desde Dabeiba para atender a poblaciones más apartadas. Después abrieron casas permanentes en diferentes lugares de su país.

Laura no solo se inquietaba por transmitirles ese Dios con el que se había encontrado, sino que también abogó para que existieran leyes para protegerlos, promovió el respeto a su cultura, la formación de líderes en ámbitos como la salud y la educación. Esto hizo que varios obispos y sacerdotes la tildaran de liberal y progresista. A muchos les escandalizaba el hecho de saber que una comunidad fundada por una mujer pudiera llegar donde los hombres no habían llegado. Que se fueran, en ocasiones, sin auxilio de un sacerdote y, por lo tanto, privadas de la vida sacramental.

Laura no solo se inquietaba por transmitirles ese Dios con el que se había encontrado, sino que también abogó para que existieran leyes para protegerlos, promovió el respeto a su cultura, la formación de líderes en ámbitos como la salud y la educación.

Ella, por su parte, sufría cuando no recibían la Eucaristía o cuando no podían acudir a la Confesión, pero a la vez decía que a Dios se le encontraba en medio de la creación:

Otras religiosas tienen como centro de su amor el sagrario. Las misioneras, al contrario, abandonan el sagrario para ir en busca de sus amados salvajes. La misionera debe hacer del medio que la rodea un sagrario. Dios está donde quiera (...) Puede seguir sus huellas divinas en las montañas y considerar la tranquilidad de su eternidad en los valles.[11]

Esto no iba en desmedro de su honda piedad eucarística:

Entró Jesús dentro de vuestro Sagrado Copón, para estampar el beso de mi amor como tributo de adoración. Sí, la adoración te pertenece por ser un solo Dios con el Padre, el Espíritu Santo y el amor te pertenece como hombre, el más perfecto como cabeza de la humanidad: por eso, permíteme que derrame mi alma… que todas las fuerzas de ella se agoten en alabanzas ¡este es el anhelo de mi corazón…![12]

Algunas persecuciones

Dentro de los opositores de la misión de Laura y sus discípulas hubo varios mandatarios de la Iglesia Católica. Monseñor José Joaquín Arteaga (1878-1926), prefecto Apostólico de Urabá, uno de los lugares donde funcionaba la comunidad, nombró como capellán de Las Lauritas al padre Alfredo del Sagrado Corazón de Jesús, sacerdote carmelita, quien dijo en una ocasión: “Vengo exclusivamente a acabar con la Madre Laura y su obra. Esa obra es una vergüenza para nosotros y no debe existir”[13]. Era el confesor de las novicias y aprovechaba para sembrarles desconfianza hacia su fundadora y superiora, lo cual trajo algunas divisiones al interior de la comunidad.

3.4. Altar

Altar que contiene las Reliquias de santa Laura Montoya ubicadas en el templo de la Luz en Medellín.

Arteaga mandó una carta a monseñor Roberto Vicentini, nuncio apostólico en Colombia, con varias quejas sobre la Madre Laura y su grupo. La religiosa tuvo que viajar a Bogotá para encontrarse con él. Con las constituciones en la mano, el prelado le dijo que monseñor Arteaga se quejaba de que ella desempeñaba cargos reservados solo a los sacerdotes, se rebelaba contra la vida sacramental, gobernaba sin el apoyo de un consejo general, publicaba cartas en los diarios por vanidad y realizaba excursiones peligrosas movida solamente por el afán de protagonismo. Laura se defendió ante estas acusaciones y dijo que lo único cierto era que ella y su grupo emprendían excursiones muy peligrosas y arriesgadas, pero aseguró que Dios las había autorizado “con prodigios y milagros”[14]. Esto ennobleció al nuncio, quien le pidió que le explicara a qué se refería. La religiosa le contó que una plaga de langostas había invadido a Dabeiba. Había traído durante varios meses daños en los cultivos y muerte para muchos animales, lo que llevó a una gran hambruna y enfermedades. Ante las peticiones de los mismos indígenas las misioneras rezaron para que esta cesara y así sucedió de un momento a otro. Muchos nativos se sintieron tocados por el amor de Dios y accedieron libremente a bautizarse. Monseñor Vicentini, al escuchar este testimonio, cambió su actitud hacia las misioneras y dejó de lado las acusaciones.

También monseñor Miguel Ángel Builes, obispo de Santa Rosa de Osos, diócesis donde las hermanas tenían el noviciado, se opuso a las misiones de Laura y sus hermanas: “Las destruiré, ¡no dejaré ni una! ¡Las desapareceré! ¡No cederé un punto en destruirlas porque no merecen existir!”[15]. Se empeñó en tener tres hermanas en la cocina del seminario, no las dejaba salir ni para ejercicios espirituales y estaban en una habitación incómoda. Decía que la congregación estaba podrida desde sus inicios porque había sido fundada en la soberbia de su superiora. Además, ordenó que les retiraran el Santísimo del noviciado. Laura se dio a la fuga con las 20 primeras postulantes, y se dirigieron a la diócesis de Santa Fe de Antioquia, donde abrió un nuevo centro de formación para las postulantes a esta congregación.

Fueron también muchos los sacerdotes y obispos que apoyaron la labor de esta mujer y valoraron los frutos de su obra. Entre ellos monseñor Francisco Cristóbal Toro, sucesor de monseñor Crespo en la diócesis de Santa Fe de Antioquia, y el padre Esteban L’ Doussal, su director espiritual, quien le pidió escribir su autobiografía, la cual se conoce hoy con el título de “Historia de las misericordias de Dios en un alma”.

Fueron también muchos los sacerdotes y obispos que apoyaron la labor de esta mujer y valoraron los frutos de su obra. Entre ellos, monseñor Francisco Cristóbal Toro, sucesor de monseñor Crespo en la diócesis de Santa Fe de Antioquia, y el padre Esteban L’ Doussal, su director espiritual, quien le pidió escribir su autobiografía, la cual se conoce hoy con el título de Historia de las misericordias de Dios en un alma. Este texto lo redactó entre 1924 y 1933. Las Lauritas conservaron estos manuscritos, los cuales fueron publicados en 1971.

En 1939 el presidente de Colombia, Eduardo Santos, condecoró a la Madre Laura con la Cruz de Boyacá, máxima distinción que otorga el gobierno de este país a ciudadanos destacados por su servicio a la patria. Fue la primera mujer en recibir este homenaje (la segunda fue la pintora Débora Arango, solo hasta 1992.

Laura murió de linfagitis el 21 de octubre de 1949 en el convento situado en el sector de Belencito, al occidente de Medellín, donde hasta hoy funcionan el noviciado y la casa general. Siempre había sufrido de obesidad, pero esta enfermedad hizo que su peso aumentara mucho más por el colapso del sistema linfático que le obstruyó el drenaje de los fluidos y que finalmente la hizo expirar cuando tenía 75 años.

La herencia de Santa Laura

Esta mujer dejó como legado espiritual no solo su autobiografía de 902 páginas, sino también libros como Lampos de Luz, Voces místicas de la Naturaleza y miles de cartas y artículos que con los años las religiosas han recopilado, editado y publicado en libros como Cartas misionales, Apuntes espirituales, Aventura misional en Dabeiba, Devociones Eucarísticas, Proyecciones entre otros.

Este es el legado que deja la, hasta hoy, única santa colombiana y a quien el Papa Francisco llamó un “instrumento de evangelización, primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella”.

El milagro que aprobó la Santa Sede para la canonización de Laura Montoya ocurrió a un médico anestesiólogo medellinense: Carlos Eduardo Restrepo. Le fue diagnosticada en el año 2004 una polimiositis, enfermedad autoinmune que consiste en la inflamación de los músculos. Tenía el noventa por ciento de su cuerpo afectado. Tomaba 60 medicamentos inmunosupresores diarios. Sus posibilidades de vida eran mínimas. En medio de su crisis pidió la intercesión de Laura Montoya: “Ayúdeme en este paso y que esto le sirva a usted para llegar a los altares”. Dos días después estaba sano. Los médicos no encontraron ninguna razón científica. Ya no era necesario que tomara ninguna medicina. Era enero de 2005. “En 12 horas se fue la fiebre y en 15 días me hicieron un control de imagen y ya estaba sellada la perforación, algo que era imposible”, testimonió Restrepo en una entrevista realizada en el portal Razón y fe. “El 2 de mayo, tres meses después de haber salido de la Clínica, estaba dando anestesia allí mismo”[16].

Hoy puede visitarse en el convento de las Lauritas, al occidente de Medellín, el lugar donde falleció Santa Laura, donde yacen sus restos, varias de sus pertenencias, la cama donde murió y la silla de ruedas en la que pasó sus últimos años. Miles de peregrinos van allí para buscar paz, recogimiento y a pedirle que interceda ante Dios por sus necesidades. Otro lugar de peregrinación es su natal Jericó. Allí está la casa donde nació y la pila bautismal donde fue recibida como cristiana. Este es el legado que deja la, hasta hoy, única santa colombiana y a quien el Papa Francisco llamó un “instrumento de evangelización, primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella”[17].

Fuentes


Notas

[1] El nombre de esta comunidad está dedicado a Santa Catalina de Siena; sin embargo, por un error tipográfico quedó registrado como “Santa Catalina de Sena”.
* Carmen Elena Villa es periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y candidata a magíster en Escritura Narrativa de la Universidad Alberto Hurtado. Es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Actualmente trabaja como subdirectora de formación en la Pastoral de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
[2] Montoya, Laura; Historia de las Misericordias de Dios en un alma. Primera edición integral. Nancy López Peña (editora), Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2017.
[3] Ibid., p. 41
[4] Mesa, Carlos; Madre Laura, misionera. Academia colombiana de historia eclesiástica, Medellín, 1986, p. 24.
[5] “Carta de Teodosio Ramírez y Ana Jaramillo”. Citado en: Rodríguez Arenas, Flor María; Laura Montoya Upegui 1874 - 1906. Carta Abierta al Dr. Alfonso Castro autor de Hija Espiritual. Congregación de Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena, Medellín, 2018, p. 75.
[6] Historia de las misericordias de Dios en un alma, p. 280.
[7] Pío X; Carta encíclica Lacrimabili statu indorum. Ciudad del Vaticano, 7 de junio de 1912. Traducción de la diócesis de Santa Fe de Antioquia, Colombia, p. 4.
[8] Historia de las misericordias de Dios en un alma, p. 295.
[9] Ibid., p. 393.
[10] Ibid., p. 440.
[11] Montoya, Laura; Voces místicas de la naturaleza. Edición y notas: Natacha Ramírez Tamayo. Fondo editorial Universidad Católica de Oriente, Rionegro, 2020, p. 32.
[12] Montoya, Laura; VIII Visita, 9 de octubre de 1941. Devociones eucarísticas, Colección M. Laura, Bogotá, 1973, p. 9.
[13] Historia de las misericordias de Dios en un alma, p. 569.
[14] Ibid., p. 601.
[15] Historia de las misericordias de Dios en un alma, p. 751.
[16] Carlos Restrepo. El “Laurito” rescatado de la muerte. En: Razón y fe. https://www.razonmasfe.com/ testimonios/carlos-restrepo-el-laurito-rescatado-de-la-muerte/
[17] Papa Francisco. Homilía para la canonización de Santa Laura Montoya. Ciudad del Vaticano, 12 de mayo de 2013. https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130512_omelia-canonizzazioni.html

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