Tratar de esbozar la figura de Teresa en pocos trazos no es tarea fácil. Al menos sin perder las armónicas proporciones entre la altura de su vida mística, la anchura de su calidad humana y la profundidad de su mensaje.
Pero he aquí un intento hecho oración[1], como homenaje del Carmelo a nuestra querida hermana mayor, tan digna hija de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, los doctores místicos de la Iglesia y pregoneros de la hermosura de Dios.
I
Sueño dibujado eres tú, Teresa
sobre el blanco lienzo cordillerano.
Al Temple divino, y en su Luz ilesa,
te plasmó con arte su Diestra mano.
II
Púsote pigmentos de gran viveza,
valles verdes, montes arrebolados,
sendas floridas que otearon, Teresa,
tus jacintos[2] ojos recién pintados.
III
Entre espigas de oro Él te hizo nido,
mieles de amor puro te alimentaron,
pero tu horizonte fue el infinito
y hasta allá tus sueños se remontaron.
IV
Y te vio la Vida ascender con prisa,
pronto su secreto desentrañaste,
¡pues “sufrir y amar”[3] fue tu divisa,
paso de andinista aceleraste!
V
Pero fue en tu casa y en Chacabuco[4],
donde la batalla te hizo fuerte
guerrera de un Reino no de este mundo,
a fuer de ternura y callada muerte.
VI
Con su voz de Madre y su faz de espejo,
la que de pequeña te aleccionaba,
a su Viña florida[5] te invitaba,
pues con gozo vio tu regado huerto.
VII
Señorial morada, rica en pobreza,
fue el Palomar[6] del Espíritu Santo,
donde el Esposo te escondió, Teresa,
como hostia pura en continuo canto.
VIII
Y abrazando tu Tesoro[7] con fuerza,
por sobre el Aconcagua solitario,
cual víctima de amor hasta el Calvario,
subiste y en su Hoguera fuiste inmersa.
IX
Al despertar lo nunca visto, viste,
la “Luz de Luz” tu alma penetraba,
el Padre Creador te acariciaba
y al Fuego de su Amor ¡por fin! te uniste.
X
¡Y al punto[8] las compuertas se abrieron,
de tu templo manaron los torrentes!
Sedientos[9], acudieron a sus fuentes
de Agua viva y eternidad bebieron.
XI
En todo el Cielo a una se admiraban
de tal joven y ¡tan transfigurada![10]
que, con gracia y majestad, contemplaba
a su Dios, Uno y Trino, y dialogaban.
XII
La “Gran Teresa”[11] con voz de cascada
decía: ¡Hija mía es, de mi casta!
Juglar y Paladín fue mi Juanita
de su Dios, ¡“alegría infinita”![12]
Amén