Su biógrafa detalla los últimos meses de vida de la Santa, integrando escritos inéditos de su vida.

© Humanitas 93, año XXV, 2020, págs. 88 – 111.

El 12 de abril de 2020 se conmemoró el primer centenario de la muerte de Teresa de Los Andes, la primera chilena elevada a los altares. Su biógrafa Ana María Risopatrón comparte este relato que detalla sus últimos meses de vida, integrando escritos inéditos de la santa y aspectos desconocidos de ella y su familia [1].


Sequedades, faltas y apego a la Madre Priora

La hermana Teresa de Jesús se exigía y cuestionaba sin límites. Recién entrada al Monasterio, el Padre Avertano del Santísimo Sacramento OCD, su director espiritual en el Carmelo, la introdujo en la doctrina de San Juan de la Cruz. Sus primeros consejos se centraron en la oración y en la vida comunitaria. En cuanto a la oración le recomendó la sencillez, el espíritu de fe, la pureza y que en la oración no buscara la imagen, sino el concepto puro de Dios, porque si lo imaginaba, lo empequeñecería [2]. En cuanto al trato con las hermanas le dijo que fuera igualmente amable con todas. Que su intención fuera agradar a Dios. Que de tal manera obrara independiente con las criaturas, que se creyera sola en el convento. Que no quisiera atraerse la simpatía y el cariño de nadie [3].

A los pocos meses el alma de la hermana Teresa había llegado a tal punto que no quería ofender en lo más mínimo al Señor. Sus cartas, su diario y sus anotaciones son testigo de ello.

Madrecita nuestra:
Tengo tantas faltas en mi alma y he sido tan infiel a Nuestro Señor que ya no puedo más del remordimiento. Así es que se las voy a decir para que a nombre de Dios me perdone.
He sido muy orgullosa, a veces interiormente me rebelo contra su autoridad…
He faltado a la caridad cuando me reí en su presencia.
He faltado a la modestia religiosa corriéndome un poco para atrás la toca en el recreo.
Me reí en el Coro y en la oración estuve un rato distraída.
Perdóneme Madrecita, hace hoy 8 días de mi toma de hábito.
Así le pago al Señor y a Vuestra Reverencia por todo lo que hacen por mí. Perdóneme y ruegue por mí [4].

Para la hermana Teresa de Jesús, las faltas que describe son graves, viéndolas mucho más de lo que en realidad son porque tiene la conciencia cada vez más delicada. Por ello, considera un deber comunicarlas a su Priora y Maestra de Novicias Madre Angélica Teresa del Santísimo Sacramento. Bien pudo evitar manifestarlas pues no es obligación contarlas a la priora, más bien, se trató de un acto de humillación.

Para una carmelita La Madre Priora es como su propia madre. Por encima de estos primeros movimientos que menciona, no deja de respetar a la Madre Angélica, de 59 años, quién además era prima de segundo grado de Lucía Solar, la mamá de la hermana Teresa.

Sin embargo, tiempo después, en noviembre de 1919, la hermana Teresa se siente turbada. Gracias a su humildad y sinceridad enfrenta con valentía el problema, contándolo por carta a su antiguo confesor y director espiritual, el claretiano Padre Blanch:

… creo estar apegada a la Madre Priora pues pienso con frecuencia en lo que hace y dice. Además, me gusta estar con ella, que me demuestre cariño y me da pena cuando noto que no está tan cariñosa… siempre siento en mi corazón ese deseo de manifestaciones de ternura. Más aún ahora, porque N. Señor no me las prodiga. Esto me da pena porque solo quiero ser de Dios, y quisiera no solo ser desapegada exteriormente sino interiormente; pero me parece que el desear esas ternuras, está innato en mí…

Lo que me hace dudar sea apego es que su trato me lleva a Dios. Además, la admiro como a una santa y su ejemplo me ayuda para ser mejor. También cuando trato con ella de cosas de mi alma me da mucha paz, sobre todo, como solo con ella puedo hablar de Dios de su amor y bondad, me expansiono; lo que es una necesidad para mi alma, aunque creo será más perfecto no buscar esa satisfacción. Le aseguro que todo este tiempo, Rvdo. Padre, no he hecho más que luchar y veo que en esta turbación nada gano. [5]

El Padre Blanch no se hace esperar con la respuesta: “Ha de esforzarse en desarraigar todo afecto imperfecto del corazón, pero advierta que no lo conseguirá tan pronto como lo desearía. Si persevera en luchar, al fin logrará purificar el corazón. El verdadero amor a las hermanas debe nacer de la raíz del amor a Dios”. [6]

En esos momentos la hermana Teresa de Jesús estaba viviendo una noche muy oscura del espíritu que se traduce en largos periodos de sequedades. En la misma carta al Padre Blanch agrega:

Lo llamo, lo lloro, busco [a Jesús] dentro de mi alma. Estoy hambrienta de comulgar, pero [Jesús] no se me manifiesta. Sin embargo, reconozco, que esto lo merezco por mis pecados y quiero sufrir. Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura donde Él pueda descansar. Quiero estar sedienta de amor, para que otras almas posean ese amor que esta pobre carmelita tanto desea. [7]

No le resulta nada de fácil pues al no tener el consuelo de Dios, la naturaleza tiende a buscar el consuelo en las criaturas. Pero como el Señor se apiada de su constante lucha, la consuela de vez en cuando. Es así como sigue la carta: “… De repente sentí a N. Señor a mi lado, llenándome de suavidad y de paz…Estuve un rato con Él y después como que se fue y dejé de sentir esa suavidad”. [8]

El Padre Blanch, le responde: “No se aflija demasiado por esas sequedades y por la soledad espiritual en que se encuentra. Puesto que así lo quiere la voluntad de Dios y Ud. la debe abrazar con todo el corazón”.

Fue a fines de noviembre cuando el Señor la iluminó, valiéndose del Padre Epifanio de la Purificación OCD, quien venía dándoles retiros sobre San Juan de la Cruz. Fue él quien la refuerza en el camino de la desnudez, de la renuncia y del desprendimiento. Le dio algunos consejos para dominar los impulsos y cómo debía vivir en soledad. Fue él quien le inculcó que los bienes de Dios deben ser contenidos en un corazón vacío. No solo debe escapar del mundo y despojarse de sus apetitos, sino que también debe escapar de sí misma.

Gracias a una hoja de papel sabemos que Teresa le había manifestado al Padre Epifanio el apego que ella creía sentir por la Madre Angélica Teresa. De esas conversaciones se desprende, entre otras resoluciones, que ella misma toma y escribe, que debe “considerar que la Madre es como una custodia donde está Jesús expuesto. A ella la amaré porque representa la autoridad de Dios y su divina voluntad... Jamás manifestar que sufro, a no ser que nuestra Madre me lo pregunte… No buscar consuelo en nadie ni aún en Jesús…”.

El 11 de diciembre, ante una posible visita del Padre Blanch, el gran conocedor de su alma, la hermana Teresa le responde que no tiene extrema necesidad de hablar con él, si bien el estado de su alma es igual, debido a las sequedades, le avisará si lo necesita.

Lo que significa que la hermana Teresa, a pasos agigantados, estaba superando esa falta gracias al auxilio del Señor y sus oraciones. El apego que en algunos momentos había sentido por la priora, se va purificando. Dios la ha fortalecido, haciéndola dirigir su voluntad hacia Él y así elevar sus sentimientos para alcanzar las alturas de la contemplación mística.

 

Verano en el Monasterio del Espíritu Santo

Estamos en la ciudad de Santa Rosa de Los Andes, un pueblo extenso que aún no ha despertado al progreso, con apenas 10.500 habitantes. Es pleno verano, febrero de 1920. El calor es insoportable, el sol ha penetrado las murallas del convento de tal manera que la temperatura se conserva en el adobe. La hermana Teresa de Jesús de 19 años, está en su celda, la penúltima del patio del noviciado. Durante el día ha estado trabajando en la huerta “con pala y azadón,” arrancando malezas, canalizando el agua de la gran acequia que nacía de “un anchuroso canal” que dividía la huerta en dos. Asimismo, estuvo aseando y hermoseando la ermita de la Sma. Virgen.

Le encanta ir a trabajar a ese lugar, porque desde ahí puede ver la Cordillera de Los Andes y la majestuosa cumbre del Aconcagua, la montaña más alta del cordón cordillerano. Se siente como si estuviera en Chacabuco, la hacienda familiar que hace más de tres años su padre perdió por mal manejo, y desde donde también podía ver la Cordillera de Los Andes y la famosa Cuesta de Chacabuco, sendero empinado de tierra que recorren anualmente alrededor de 80.000 jóvenes para la Peregrinación Juvenil al Santuario, un recorrido de santidad desde hace 29 años, caminando 27 kilómetros, cantando, rezando y meditando en las distintas estaciones, con el fin de dejarse conducir por ella para hacerse amigos de Jesús.

¿Quién iba a pensar que Los Andes sería su apellido y que en su memoria se erigiría un Santuario donde diariamente acuden cientos de peregrinos? ¿Quién iba a pensar que su fama traspasaría la cordillera, naciones, océanos y continentes?

Más al fondo, estaba el patio del gallinero. Hacia la izquierda las colmenas dispuestas ordenadamente, pintadas de amarillo con una cubierta naranja. Las propias monjas fabricaban los cirios que utilizaban y que también vendían a otras parroquias, a las capillas de los campos y de las escuelas. Con los frutos de los olivos preparaban el aceite para la pequeña lamparita del Santísimo. Hasta el día de hoy la comunidad hace su propia cera que combina con tierra rojiza para mantener brillantes las baldosas del actual monasterio que se encuentra en el recinto del Santuario.

Sin embargo, el sitio más hermoso, era el perfumado jardín, con más de mil rosales y lirios, además diversos jazmines entreverados con los árboles frutales y la famosa enredadera del Niño Jesús, a la que le decían así porque florecía en Navidad con flores doradas.

La Madre Priora Angélica Teresa, una de las fundadoras del Monasterio de Carmelitas Descalzas del Espíritu Santo de Los Andes, amaba las flores, en especial las rosas. Hasta la mamá de la hermana Teresa le había mandado estacas de rosas blancas “muy finas” que la propia novicia había plantado. Las rosas y los lirios que se cortaban eran para la Virgen. En cada patio estaba su imagen; en el coro, la capilla, la recreación, patio central del claustro y en el del noviciado, en la gruta de la huerta, en la ermita del jardín.

El Monasterio del Espíritu Santo, fundado en 1898 no tuvo ni tiene ninguna imagen de bulto muy valiosa, la mayoría son de yeso, pero tan bien mantenidas y cuidadosamente pintadas que parecen muy finas; siempre adornadas con hermosas flores. El Monasterio que conoció Teresa era pobre y feo, pero tan bien tenido que a los ojos de cualquiera parecía hermoso.

Vacaciones de su familia

Es la primera vez que Teresa no tendrá vacaciones y el primer verano que estará sin su familia. Su madre, doña Lucía, había partido a Algarrobo con tres de sus hijos; Luis, Rebeca e Ignacio, el pequeño hermano que había sufrido un accidente, quedando cojo para siempre. Era Algarrobo, aquel lindo y sencillo balneario, una mezcla entre playa y campo, donde Teresa, Juanita en ese tiempo, asistía diariamente a misa, catequizaba a los hijos de pescadores para prepararlos para la Primera Comunión, realizaba paseos cabalgando largas distancias; se daba baños de mar, se divertía con sus amigos jugando tenis, haciendo picnics y saltando entre las rocas. Por las noches los jóvenes se juntaban a guitarrear. La capilla de La Candelaria fue el mudo testigo de sus “escapadas” para estar a solas con el Señor y alabarlo con su lindo timbre de mezzosoprano, acompañada del armonio que aún se conserva en el lugar.

Contemplaba extasiada la puesta de sol y la belleza infinita del mar. Así lo manifiesta por escrito:

Todo lo que veo… me lleva a Dios. El mar en su inmensidad me hace pensar en Él, en su infinita grandeza. Siento entonces sed de lo infinito. Cuando pienso que cuando sea carmelita, si Dios lo quiere, tengo que abandonar todo esto, le digo a N. Señor que toda la belleza, lo grande, lo encuentro en Él [10].

Su padre, estaba en la hacienda que arrendaba para trabajar las tierras en San Pablo de Loncomilla. Miguel, el poeta, Miguelón para sus amigos, su hermano mayor, un día estaba aquí y otro acá y muchas veces no se sabía dónde andaba, cada día más mal comportado y lo peor es que estaba al borde del alcoholismo. Lucita, su hermana mayor, la mamá de Lucecita a quien Teresa alcanzó a conocer días antes de entrar al Carmelo, estaba veraneando junto a su marido e hija en la tranquilidad de la Hacienda San Enrique de Bucalemu. 

Tres lugares que la hermana Teresa tanto había amado.

 

Teresa con habito de Carmelita Descalza

Juanita vestida de carmelita. Nótese que el monasterio no usó nunca velo negro. En esa época era costumbre conseguirse un hábito para sacarse una foto y dejarla también como recuerdo. Se suponía que era muy difícil ser retratada dentro del Carmelo. Para ello debió pedir un hábito prestado al Monasterio San José, del Carmen Alto. Juanita medía 1,73 m. Por suerte en San José había una carmelita tan alta como ella.

 

El dolor de la joven novicia

Debe haber sido grande el dolor de la joven novicia porque Lucita nunca fue a verla al monasterio ni tampoco a dejarla ni a su toma de hábito. Soñaba verla con su hijita. ¡Tanto que la quería! ¡Qué habría dado por haber besado entre las rejas las manitas de su sobrina a la que alcanzó a conocer días antes de entrar al Carmen!

La última visita que tuvo en el locutorio había sido la de su mamá y su hermana Rebeca el 30 de diciembre. Durante los 11 meses que Teresa estuvo en el Carmelo, a excepción de su madre, las visitas fueron escasas. Su papá le había prometido ir después de Adviento. No se apareció ni avisó, ni tampoco le escribió.

Había recibido pocas cartas en enero. Solo dos de sus amigas y una angustiante de Rebeca; además, algunas de su mamá, que la dejaban triste: por la grave enfermedad de su hermano Eugenio, la ausencia de su marido don Miguel, evidenciando la distancia entre sus padres, los problemas económicos y, lo peor, la mala conducta de su hermano mayor.

En las últimas cartas su mamá le transmitió que su angustia la estaba sobrepasando.

He tenido muchas contrariedades… Pero Nuestro Señor me ayuda a seguir en el duro camino que me ha trazado.

Necesito tomar fuerzas para seguir luchando, su hermano Miguel, más o menos lo mismo y es lo que más me hace sufrir. Mucho deseo encontrarle trabajo fuera, su papá no lo obliga a nada y yo siempre insisto que aquí no puede quedarse dando tan mal ejemplo.

Antes le había escrito, también con respecto a Miguel: “Yo sigo pidiendo para que Nuestro Señor se lo lleve. Usted pídaselo también”.

Con todos los problemas económicos, le cuenta a su hija que Lorenzo, el contador, “ha desaparecido con más de $900”. Que su papá apenas va a la casa y para variar no llegó a la celebración del Año Nuevo.

La última carta de Rebeca, fechada el 19 de enero desde Algarrobo, la había dejado muy mal al expresarle que “Todo la cansa, la aburre, la entristece”. Teresa sabía que, debido a su partida, su querida hermana había caído en una especie de depresión. Sin sentirse culpable, sí le preocupaba porque poco o nada hacía por salir adelante.

Como si fuera poco, Lucho su hermano inseparable, el que le había enseñado a rezar el rosario, pese a todos los recados que le manda, no le escribe [11], solo un par de cartas le mandó al Carmelo. Pero lo que en verdad la entristece es que se ha declarado abiertamente ateo.

Miguel nunca le escribió, como gran cosa fue a su toma de hábito. Lucita le escribió tan solo una vez, en donde manifiesta su reproche por haberse confinado en un monasterio: “Contaba contigo para educar a mi Lucecita”. Así y todo, Teresa nunca dejó de escribirle. Era demasiado lo que la quería y demasiado su amor por Lucecita, su querida sobrina. “Tenía ansias de verla, aunque fuera en retrato” [12].

Gran parte de las noticias que recibía no tenían nada de positivas. ¿Cómo va a pedirle al Señor que se lleve a su hermano Miguel? ¿Por qué su papá le promete visita y nunca llega? ¿Cómo se las arreglará su madre con $900 menos? ¿Por qué Lucho no le escribe? ¿Por qué no cree en nada?

Falta poco para la Cuaresma, ese año se iniciaría el 18 de febrero. En la soledad de su celda, a la luz de una vela escribe en el reverso de una carta al vuelo de su pluma:

Jesús, ¿dónde quedaron aquellos
que decíamos amigos,
los ingratos a quienes tanto amamos?

¿No es lógico y humano tener estos pensamientos? Sobre todo, por aquellos que vivían de espaldas al Señor como Lucho, Miguel y su padre. El primero renegándolo, el segundo por dar rienda suelta a sus pasiones y el tercero por adúltero.

No es para nada fácil conjugar los sufrimientos y debilidades de su familia con el camino que el Señor le va indicando. Sí es consciente de que tiene que ser sembradora de paz y amor.

Algo tiene que haber sabido en esos días, tal vez por una carta, (no todas las cartas de su mamá se conservan), que entre sus padres había una ruptura. Sintió tanta pena que escribió en la misma hoja, pensando en la felicidad de antaño de sus papás, ahora demasiado lejana.

Solo un día su cariño
abrasó sus corazones.
Hoy para los dos, todo ha concluido.

Coincide justo con un negro momento, su padre, don Miguel, en la cercanía del campo San Pablo de Loncomilla, tenía a una joven mujer en una pequeña villa llamada Arturo Prat a quien quería y mantenía. Esta relación se arrastraba desde hacía 4 años. Él la había dejado embarazada. Rosaura había dado a luz un niño, René, quien murió a los pocos días de nacer. Esta doble vida explica la ausencia de don Miguel a casi todos los eventos familiares y a la vez la amargura y el dolor de doña Lucía.

Cuando Juanita tenía 15 años, su mamá decidió cambiarla a ella y a Rebeca desde el Externado al Internado del Sagrado Corazón, siendo que el Internado quedaba a escasas cuadras de casa. Estaban en mala situación económica y el Internado era mucho más caro. Es un hecho que las cambió para que no se enteraran de la pésima relación que existía entre los dos.

En esa época pedía al Señor que volviera la paz a la familia, que su papá se confesara [13] y que el Señor lo sanara [14].

En las dos últimas cartas dirigidas a su papá, la hermana Teresa da a entender que conoce la relación que mantiene con la joven llamada Rosaura. Le escribe con gran delicadeza, sin juzgarlo ni llamarle la atención:

Ay papacito, ¡cómo se transformaría su vida si fuera a Él con frecuencia como a un amigo!... Él es toda ternura, todo amor para sus criaturas pecadoras…. Él mismo dijo que era el Buen Pastor, que daba su vida por recobrar su oveja perdida. No se figura cómo he rogado por Ud. y por los asuntos que le conciernen, para que se arreglen como conviene… A Ella [a María] le pido seque sus lágrimas, calme su vida tan llena de turbaciones y sea también su compañía en la soledad… Que extinga en su alma el fuego de las pasiones… aprenda a sufrir resignado…, llorando sus pecados… [15]

Quisiera verlo libre de todas esas ideas tristes y en paz”. [16]

Sin embargo, el documento que da más luces es una carta escrita una semana después de su muerte por doña Lucía, dirigida a la Madre Priora en donde le manifiesta el triste estado de su esposo:

Me imagino que mi Teresita le alcanzará gracias a su padre, pídale, Madre, que le arregle sus asuntos y le dé paz, que mucho la necesita. Anoche mismo me decía: Quiero la unión, mucha vida de hogar, que seamos muy unidos. Quiero hablar con mis hijos para pedirles perdón si les he dado mal ejemplo...

Don Miguel no cumplió con los buenos deseos respecto a su familia. Justo cuando su hija enfermó, Rosaura había quedado nuevamente embarazada, esta vez de un niño al que llamarían Pedro. Él nació el 20 de diciembre de 1920, siendo reconocido por su padre. Pedro dejó descendencia: Rosaura y Miguel.

La hermana Teresa sufre, pero no se desespera, va creciendo más y más en la Verdad y en el Amor, en libertad y oración, en el sufrimiento y el dolor. Libre porque ha ido vaciando su corazón, porque en soledad, en silencio, en oscuridad, va conociendo su miseria y al mismo tiempo la grandeza divina mezclada con dolor, porque los santos también hacen suyos los sufrimientos de sus seres queridos.

H93 Sta Teresa 04

Los tres hermanos menores Fernández Solar, De pie: Rebeca, quien después de la muerte de su hermana, siente que el Señor la llama al Carmelo, entra el mismo año de la partida de Teresa; Juanita e Ignacio.

Solo Dios basta

En la gran cruz de madera de su celda, que sujeta una corona de espinas, está escrito sobre una cartulina blanca: SOLO DIOS BASTA.

La carmelita tiene su celda aparte. Allí es donde penetra como a un templo a sacrificarse. En ella hay una cruz sin Cristo. Es esa la cruz donde ella debe morir; en ese templo solo penetra ella. Está reservado solo para Dios y el alma. Allí vive en un completo aislamiento de las criaturas y ocupada solo del Señor [17]. 

… desde su celda conquista, al par que los misioneros, millones de infieles que se encuentran en los confines del mundo [18].

A una amiga le cuenta que su celda

es chiquitita, las paredes blanqueadas… La cama es una tarima con un jergón de paja. Es angosta, pero se duerme muy bien. Tenemos también una mesita de madera. Es bajita. Solo tiene una cuarta y media de alto. El lavatorio lo tenemos en el suelo. Al principio me era casi imposible escribir en la mesita y sentada en el suelo; pero ahora estoy acostumbrada [19].

En Él lo encuentro todo: belleza, sabiduría, bondad, amor sin límites. Él es mi paz… Cuando llego al coro, me parece encontrarlo tal como lo encontraba María (Magdalena) en Betania. Tan presente está a mi alma Jesús en el sagrario que no envidio a los que vivieron con Él en la tierra [20].

Me siento feliz en medio de tanta pobreza, porque tengo a Dios y Él solo me basta [21].

Solo Dios Basta, porque en Él ha depositado su confianza y su vida. En Él ha introducido a la Iglesia, a los sacerdotes, a los infieles, a los que padecen hambre y sed de justicia y a todos los suyos; y como están todos en Dios, algún día Él obrará en ellos maravillas. 

El Sagrado Corazón

En una carta testimonio, el Padre Avertano dirá:

Su oración era elevadísima; de ordinario era lo que llaman de quietud, y en su unión con Dios había llegado al matrimonio espiritual por los efectos que en su alma sentía de la Trinidad Beatísima, conforme a la doctrina de nuestra Santa Madre Teresa, y por los efectos que de ella resultaron pues era una almita que de continuo se encontraba absorta en Dios, sin perder en su alma su real presencia.

Algo estaba ocurriendo en el alma de Teresa. Por muchas sequedades que tuviera, se siente, cada vez más, suavemente invadida por el Amor.

Está contenta, está feliz, entre otras razones: ¡por fin su mamá le mandó un retrato de su pequeña sobrina Lucecita! ¡Tan linda y grande que está!

Como si fuera poco, le cuenta a su madre:

Ya estamos en la mitad de las vacaciones. Es tan rápido el tiempo aquí en el Carmen, que pasan los meses sin saberlo. ¡Qué rico! Esto me llena de alegría porque pasará esta vida y luego vendrá la eternidad y con ella Dios. Estos tres días de carnaval, hemos tenido el Santísimo expuesto… Son días de fiesta al mismo tiempo de pena. Podemos hacer tan poco para reparar tanto pecado… Sin embargo, no me desconsuelo, pues he encontrado un tesoro y es el ofrecer la Santa Misa, es decir, la Santa Hostia, para reparar.

Con la Sma. Virgen he arreglado que [Ella] sea mi sacerdote que me ofrezca en cada momento por los pecadores y sacerdotes, pero bañada con la sangre del Corazón de Jesús…Vivamos dentro de ese Corazón para unirnos en silencio a sus adoraciones, anonadamientos y reparaciones… Con Él alabemos a la Sma. Trinidad [22].

Y es en el último párrafo de la carta en donde la hermana Teresa, a la luz de una vela colocada en una palmatoria de latón esmaltado, escribe:

He comprendido aquí en el Carmen mi vocación. He comprendido como nunca que había un Corazón que yo no conocía ni honraba. Pero Él ahora me ha iluminado. En ese divino corazón es donde ahora he encontrado mi centro, mi morada. Mi vocación es el producto de su amor misericordioso [23].

El Sagrado Corazón de Jesús es su centro, su morada. La hermana Teresa al decir que hay un Corazón que no conocía ni honraba, está diciendo que Él la ha transformado. Él la ha convertido en su Amor y ella lo ha convertido a la vez en el suyo.

Teresa lleva el Sagrado Corazón impregnado desde su más tierna infancia, debido a que en su colegio era el centro. Hasta ella se dedicó a consagrar casas al Sagrado Corazón en los campos donde misionaba. “Todos los misterios de Amor y de salvación han salido del Corazón de Jesús”, nos dice Santa Magdalena Sofía Barat, fundadora de los colegios Sagrado Corazón. “Él la ha iluminado, para que en ese Corazón ella hiciera su centro y su morada, a fin de que en Él y por Él pudiera conocer, contemplar, adorar y amar a la Sma. Trinidad” [24].

Salud

Antes de entrar al Carmelo, Juanita tenía mala salud. Frecuentemente habla de sus dolores, de una difteria que padeció, de una operación de apendicitis, de los problemas de hígado, del dolor de espalda; en fin, de muchas dolencias, malestares, cefaleas que incluso llega a temer que debido a su pésima salud no la aceptarán en el Carmelo. Así se lo dan a entender las religiosas de su colegio, su propia familia, incluso algunos confesores.

Curiosamente, una vez entrada al Monasterio de Los Andes, ni ella, ni sus familiares, ni sus amigas, ni las propias carmelitas hablan sobre su salud. No es tema. Es más, su mamá jamás le pregunta en sus cartas por su estado de salud, tampoco sus directores porque nunca hubo un motivo de preocupación.

Leyendo el Libro del Torno, se puede apreciar que nunca fue un médico a verla, eso que la Madre Priora era muy preocupada de la salud de sus carmelitas debido a una epidemia de gripe ocurrida en 1916, en donde murieron tres de ellas con diferencia de muy pocos días. Una, se llamaba como la Santa Madre, Teresa de Jesús. Es costumbre en casi todos los carmelos que haya una carmelita que lleva su nombre. A Juanita la Madre Priora fue quien le asignó tan santo nombre.

Cómo sería lo bien que estaba la hermana Teresa de Jesús, que 4 meses y medio antes de morir, le escribió a su mamá: “En cuanto a mi salud, gracias a Dios puedo admirarme de lo bien que estoy” [25]. Era la primera vez que hablaba de su salud en el Carmelo.

Y es cierto. Habían olvidado su salud tan delicada de antaño. Incluso la priora le permitió en Cuaresma mortificarse más de lo que le estaba permitido a una novicia. Asimismo, la hermana Teresa hacía todo lo posible por ayudar a las hermanitas legas en la cocina, por ayudar a barrer los corredores del noviciado, por desmalezar la huerta, preocuparse de la limpieza y ornato de la ermita de la Virgen, que no era una simple ermita sino una pequeña casita con altar.

Era ella quien gustosamente se prestaba para limpiar el baño del noviciado: una casucha dentro del patio pequeño por donde pasaba una acequia. La hermana Teresa sin querer ser notada, aliviaba las tareas a sus hermanas.

Pronto entraría una nueva postulante, gran acontecimiento para la comunidad andina que contaba con 16 hermana, porque las jóvenes escogían otros monasterios por ser este muy precario, por no tener luz eléctrica, porque las celdas eran oscuras y pequeñas y por ser el más pobre.

Las carmelitas prepararon su celda, siendo ella la más entusiasta al ofrecerse pintar con cal las paredes.

Anuncia su muerte

La hermana Teresa al confesarse con el P. Avertano del Santísimo Sacramento el 5 o 6 de marzo, le expuso directamente lo que Jesús le había comunicado. Dejemos que sea el propio carmelita quien lo cuente:

Unos días antes de que muriera, me dijo que el Señor le había dado a entender, que al mes, poco más o menos, moriría y que en su muerte sufriría mucho, lo cual se verificó al pie de la letra; mi contestación fue que no se preocupara de eso porque toda carmelita debe estar pronta para este trance [26].

Y al antiguo director, el P. Blanch, le dijo que pidiera los cuadernos y libretas que conformaban su diario a su mamá y que se preocupara de quemarlos. Así lo relatará el sacerdote en una carta a doña Lucía: “Cuando hablé con ella el segundo domingo de marzo, me pidió con mucha insistencia que se los reclamara y los echara al fuego. Sabía ella la proximidad de su fin”.

Cinco meses antes de entrar al Carmelo, en diciembre de 1918, le había escrito al P. Blanch, “Lo que yo deseo saber es dónde Ud. cree me santificaré más pronto, pues como le he manifestado varias veces, N. Señor me ha dado a entender que viviría muy poco” [27].

Nunca se supo lo que sufrió durante el último mes. Desde el comienzo de Cuaresma, 18 de febrero, había tenido pocas oportunidades para conversar. Durante Cuaresma en esos tiempos las recreaciones se suspendían. Solo hubo dos recreaciones: cuando profesó la hermana Teresa Eugenia de la Eucaristía el 6 de marzo y cuando entró la postulante Josefina María de Jesús, el 21 de marzo. Lo demás era silencio, oración y trabajo.

El 19 de marzo, en plena Cuaresma, día de la Solemnidad de San José, ingresó la nueva postulante que llevaría el nombre de Josefina María de Jesús. Fue recibida por la hermana Teresa de Jesús por ser la menor de la comunidad, tradición del Carmelo.

La hermana Teresa le presentó el crucifijo para que lo besara en el momento de entrar al monasterio. “Todo el día fue de recreación pasando la tarde en la huerta con la nueva hermanita”. Ese recreo debe haber sido muy intenso en conversaciones y alegrías.

Nadie reparó en la salud de la hermana Teresa. Es lógico creer que se encontraba bien y así debe haber sido. ¿Quién iba a pensar que solo le quedaban 24 días de vida?

En el reverso de dos cartas hay algunos versos escritos. Versos sin ningún valor literario y quizás tampoco son versos sino pensamientos que salen del alma, se cree que los escribió a fines de marzo. Tal vez el último verso de una de las cartas nos dé alguna luz:

Agonizante en pos de Ti

subo a la senda del Calvario.

Principio a caminar

para morir en Cruz.

Principia a caminar para morir en Cruz

El primero de abril, Jueves Santo, estuvo la mayor parte del día en el coro. Solo salió para la colación. Volvió al coro y permaneció ahí hasta la 01:00 de la madrugada. Nadie notó en ella algo extraño, salvo que estuvo absorta en la adoración.

Al día siguiente, Viernes Santo, se fue al coro desde el alba, siguiendo toda la observancia. Le había pedido a su priora y maestra que le permitiera ayunar pues no era obligación para las novicias. La M. Angélica Teresa se lo permitió con la condición de que comiera por entero el plato de ese día.

A mediodía, rezó junto a la comunidad el Vía Crucis, y en el ejercicio de las Tres Horas, la hermana Teresa con su linda voz, cantó el Testamento y el Perdón. A las 15:00 horas se postró en tierra.

Al atardecer, al retirarse cada hermana a su celda, la Madre Priora la encontró con el semblante muy encendido. Constata que tiene fiebre y la manda a su celda. La hermana Teresa no se levantará más. Tenía 39° de fiebre. Le quedaban 10 días de vida.

¿Por qué calló que desde hacía un tiempo se sentía afiebrada? Debe haber leído y releído Camino de Perfección y no le debe haber pasado inadvertido el capítulo XI donde la Santa Madre remarca: “Cosa imperfecta me parece, hermanas mías, este quejarnos siempre con livianos males; si podéis sufrirlo no lo hagáis. Cuando es grave el mal, el mismo se queja; es otro quejido” [28].

Teresa fue reprochada por no haber avisado lo de la fiebre. Quizás ella pensaba decirlo después de Pascua de Resurrección para no molestar en Semana Santa. Además, ¿era tan importante decirlo si en el monasterio nunca tuvo problemas de salud? Tal vez, tenía un motivo superior: eran los planes de Dios y nada ni nadie podía cambiarlos. Lo que sí sabemos es que ante los reproches ella con humildad respondió: “No ha sido por callar que no lo dije”.

El Domingo de Resurrección un médico la examinó, concluyó que pese a la alta fiebre no tenía nada grave. Esa misma tarde la hermana Teresa conversó con la Madre Priora anticipándole que “iba a sufrir y luchar mucho y con grandes instancias le pidió para defenderse contra el demonio una cantidad de medallas y reliquias que con mucha veneración se colgó al cuello”.

El lunes 5, como la temperatura no cedía hubo junta médica. El diagnóstico era incierto. La hermana Teresa pidió confesarse y luego la comunión. El martes también comulgó.

Ese día 6, llegó su mamá en el expreso. Habló con la M. Angélica porque traía la licencia para llevarse a su hija a una clínica. La priora le hizo ver si moría fuera del monasterio, no moriría como religiosa por tratarse de una novicia y que para la enferma sería un sufrimiento demasiado grande salir del Carmelo. Doña Lucía cedió. Sin embargo, en la tarde le presentó otro permiso que le mandaron desde Santiago. Esta vez, el Nuncio autorizaba que ella entrara a su celda para cuidarla.

La Madre Angélica le dijo que podía hacerlo, pero sentaría un precedente en la comunidad ya que jamás un familiar había entrado al claustro. Nuevamente, doña Lucía debió ceder. Lo hizo con gran generosidad porque temía no ver más a su hija. Pero conociendo a su Teresita no le habría gustado que con ella se hiciesen excepciones.

Teresa al enterarse que su madre estaba en el locutorio y de las licencias que traía, pudiendo haber reclamado su presencia pues sabía que no la vería más, respondió: “Comprenderán la alegría que tengo de ver a mi mamacita querida, pero que no entre porque estoy en la Cruz con el Señor y así puedo ofrecerle un sacrificio completo”. Pidió permiso para escribirle una nota: “Aunque no voy a tener el gusto de ir al locutorio, desde mi camita vamos a conversar, porque…” No pudo continuar.
Los médicos aún no encontraban la causa de la altísima fiebre; superaba los 40°.

De pronto se desmayó, el capellán llegó de inmediato, le administró la extremaunción y rezó las indulgencias de la Orden.

Profesa como carmelita

Pasada la medianoche, volvió en sí. La M. Angélica le propone profesar como carmelita en artículo de muerte. Aunque no se siente digna, asienta feliz. Ante la priora, la supriora y las dos clavarias pronuncia la fórmula con gran claridad y firmeza. Intentó firmar el acta, pero no pudo. En nombre de ella lo hicieron todas las presentes. Oficialmente se convertía en la esposa de Jesucristo.

Su gran sueño se había cumplido: ser Carmelita Descalza de la Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. “¡Qué hermosa es nuestra vocación, -había escrito tiempo atrás- somos redentoras de almas en unión con nuestro Salvador! Somos las hostias donde Jesús mora, en ella vive y sufre por el mundo pecador” [29].

Le bajó la fiebre a 38,8°. Comulgó muy temprano. Su última comunión. En la tarde la fiebre subió mucho. El médico diagnosticó tifus en el segundo período. La trasladaron a la enfermería para evitar contagios.

Otra gran pena, la Madre Priora Angélica Teresa fue obligada por la comunidad a guardar cama, debido a que estaba muy decaída y con fiebre.

Su mamá estando tan cerca y su priora también no podrían asistirla en su agonía. En soledad la hermana Teresa se sometía a la voluntad de Dios.

Nunca se quejó, siempre agradeció con una sonrisa, “se prestó a los cuidados y penosos tratamientos donde las inyecciones se sucedían una tras otra”. Debido a una inflamación en la garganta le era muy difícil tragar.

El jueves 8, apenas podía hablar, su delirio era casi continuo. Sin embargo, repite con dificultad y muchas veces: “La víctima de amor tiene que subir al Calvario”.

En medio de su estado febril reiteró en varias ocasiones que se había ofrecido como víctima por los pecadores y en especial por un alma que nombró. El secreto mejor guardado de la comunidad; nunca dijo quién era.

Bastó una frase, una sola frase, para percibir el estado de su alma; el toque de Dios que con ímpetu de amor se aprontaba para llevarla al infinito: “Cuando el fruto está maduro, se desprende solo”.

El Padre Blanch la confesó. Salió muy conmovido por su valentía para enfrentar la muerte. Más tarde dirá que la joven carmelita estaba configurada con Cristo.

Solo ansío el abandono de la Cruz

El viernes 9 los dolores eran insoportables. Estaba tan débil que apenas reaccionaba.

En la noche del sábado 10 le subió la temperatura a 40,3°. Fue en esos instantes en que estando la comunidad orando alrededor de su lecho junto al Padre Blanch, cuando le sobrevino una crisis y todos pensaron en su inminente muerte.

Ante el estupor de las hermanas y del sacerdote,

se incorporó y convulsa y agitada y con energías increíbles en el estado de postración en que se hallaba, hacía grandes esfuerzos para sacarse el santo escapulario y apartar de sí todos los objetos de piedad que la rodeaban. En vano se procuraba que sostuviera en las manos el crucifijo, a su contacto se estremecía y al instante lo rechazaba. Sin embargo, por indicación del Rvdo. Padre José Blanch, una de las hermanas lo sostuvo en su mano. Con voz fuerte y angustiosa y cavernosa se le oyó decir:

‘Es cierto que Dios me ha hecho grandes gracias, pero yo no he correspondido a ellas y estoy condenada’.

El Rvdo. Padre Blanch la alentó, entonces, a la confianza, diciéndole que no estaba condenada, sino que iba al cielo e implorando la protección de la Santísima Virgen, le repetía el Ave María, pero sor Teresa estremeciéndose, exclamaba con fuerza:

´No, no, por favor no recen por mí. Y con acento desgarrador exclamó: Nunca creí que la Santísima Virgen me fuera a abandonar´.

Los que presenciamos tan dolorosa escena, redoblamos nuestras oraciones, en tanto que el Rvdo. Padre Blanch asperjaba el lecho y la celda con agua bendita.

Después de un largo rato de esta terrible lucha, se fue calmando poco a poco y hubo un momento en que sonriendo dijo como si viera a alguien:

‘¡Mi Esposo!’

Y después con un acento de humildad y compunción que conmovía, repetía las jaculatorias:

‘Jesús mío, misericordia, dulce Corazón de María, sed la salvación mía’.”

¿Delirio o tentación?

Mucho se ha discutido si estos dolorosos momentos, que duraron alrededor de 30 minutos, se debieron a un delirio por la alta fiebre, muy frecuente en los que padecen tifus o a una tentación del demonio. Algunos dicen delirio, otros que fue un delirio sumado a una tentación y muy pocos se atreven a decir que fue una tentación del demonio.

El P. Blanch quien estuvo presente no dudó de que se trataba del maligno que quería apoderarse de un alma santa. Tanto así que escribió en latín una oración que espanta al demonio y pidió que la pusieran bajo la almohada de la cama de la hermana Teresa en caso de que la tentación se repitiera. Pese a ello, no le contó a doña Lucía, que estaba a la salida de la puerta reglar, para no preocuparla más.

Por otro lado, el padre Valentino Macca OCD, relator del proceso de nuestra santa, explicará que

es más simple pensar en el delirio que normalmente provoca el tifus, al que pudo estar unido una ‘tentación’ diabólica, como también lo afirmó el P. Avertano. Es como cualquier otra prueba física o moral… La actitud de la Sierva de Dios después de la media hora de delirio demuestra más que nunca su vida teologal profunda, no remecida ni por la terrible prueba física que reveló aquello que llenaba su corazón y dominaba su mente: la salvación del alma. Es eso lo que da sentido a su frase fuerte y audaz, dicha en otro momento: ‘El infierno me llena de terror… Jesús querido, acabo de ver lo que es el infierno, lo terrible que es. Pero te digo que preferiría estar allí por una eternidad, con tal que un alma, aunque fuera tan miserable como la mía te amara’ [30].

Quizás con más simplicidad podríamos entender al menos una pequeña parte de esta misteriosa tentación en la que Teresa salió fortificada por su divino Esposo. Cristo crucificado clamó a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Teresa de Jesús al participar de la obra redentora del Señor, debía pasar por la absoluta soledad, por el absoluto abandono y más aún si se había ofrecido como víctima por los pecadores. Si Él clamó a viva voz el abandono de su Padre, ¿por qué Teresa, configurada con Cristo, pese a su quietud, no pudo haber sufrido alguna desolación?

Tampoco podemos olvidar que la hermana con anticipación le había pedido a la Madre Angélica Teresa que la rodeara de reliquias porque sabía que iba a sufrir y luchar mucho por las tentaciones del demonio. Por eso es difícil determinar el porqué de los tormentos por los cuales pasó. Lo que importa es que las fieras salieron derrotadas pese al estado de fragilidad de la hermana.

Muere de amor

El domingo 11, llegó su hermano Lucho a acompañar a su madre y a enterarse de la salud de su hermana por sí mismo. Solo ahí, conversando con los médicos, se enteró de la gravedad de su mal. Mientras su mamá pasa rezando en la capilla, Lucho con desesperación busca que la medicina salve a su querida hermana.

Pero ya era imposible su mejoría a causa de una septicemia recién declarada.

El capellán del monasterio le informó que había caído en un letargo y que solo cabía rezar. Lucho se rebeló y manifestó su rabia arremetiendo contra el Carmelo.

El lunes 12, la fiebre era tan alta que los médicos resolvieron que las enfermeras del Hospital de Los Andes la sumergieran en un baño de agua fría. La fiebre no cedió. Ante la desesperación de Lucho, los médicos informaron que la ciencia no podía hacer nada.

La hermana Teresa de Jesús moría de amor en una atmósfera de paz, porque había vivido de amor. Había llegado al matrimonio espiritual. A las 7:15 de la tarde, ante la presencia de sus hermanas carmelitas y del capellán, expiró con una leve sonrisa.

H93 Sta Teresa 03

Capilla ardiente con los restos de la hermana Teresa de Jesús, conocida más tarde como Teresa de Los Andes. Gran cantidad de fieles se apostaron ante las rejas pidiéndoles a las hermanas carmelitas que sus rosario, fotos de sus hijos, estampas, medallas, rozaran su cuerpo para guardar dichos objetos como reliquias.

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La campana dio tres señales. Doña Lucía, muy cerca del torno rezó un Avemaría, Lucho estremecido lloraba sin consuelo.

Nuevamente los tres toques. Doña Lucía, se acercó más al torno rezando otro Avemaría. Mientras Lucho con su puño pegaba a la pared.

Otras tres campanadas. Doña Lucía de rodillas, pidió al Señor misericordia y paz para su familia por intercesión de su Teresita. Lucho, mientras tanto, golpeaba con más fuerza la pared.

Eran las campanas de difuntos. Teresa de Jesús, quien estuvo 11 meses en el Carmelo, a los 19 años, emprendía el vuelo para encontrarse con su Amado. 


Notas

[1] El artículo corresponde a una edición de la ponencia realizada por la autora en la Ciudad de Guatemala en el Congreso Teresa de Los Andes, noviembre 2019.
[2] Cfr. Carta 54.
[3]  Cfr. Carta 54.
[4] Anotación fechada el 22 de octubre de 1919. La escribió en el reverso de una carta, algo muy típico de ella que escribía sus faltas para no olvidarlas al momento de confesarlas.
[5] Carta 145.
[6]  Carta del 17 de noviembre de 1919.
[7] Carta 145.
[8]  Carta 145.
[9] Diario título 58, 21 de noviembre.
[10] Carta 20.
[11] Carta 159.
[12]  Cfr. Carta 153.
[13]  Cfr. Diario título 37.
[14]  Cfr. Diario título 35.
[15]  Carta 150.
[16] Carta 158. Las ideas tristes a las que se refiere eran quitarse la vida y su soledad, temas frecuentes de don Miguel.
[17] Carta 51.
[18] Carta 130.
[19] Carta 136.
[20] Carta 151.
[21] Carta 94.
[22] Carta 162.
[23]  Carta 162. De no haber muerto su tío Eugenio, hermano de su mamá, a la cual le escribió una carta dándole las condolencias, esta habría sido su última carta. Hay algunos escritos cortos encontrados en los reversos de dos cartas, que más adelante veremos.
[24] Valentín Carro S.I. Mi Centro mi Morada.
[25]  Carta 148.
[26]  Testimonio del Padre Avertano, 1920.
[27]  Carta 45.
[28] Cam.XI,1.
[29] Carta 131.
[30] Diario título 29.

Fuentes bibliográficas:

  • Purroy, Fray Marino; Diario y Cartas Teresa de Los Andes. 3° edición. Ediciones Carmelo Teresiano, Chile, 1987.
  • Carmelitas Descalzas del Monasterio del Espíritu Santo; Un Lirio del Carmelo, hermana Teresa de Jesús. 2° edición corregida, Chile, 1940.
  • Carro, Valentín S.I.; Mi Centro y mi Morada. El Corazón de Jesús en la Espiritualidad de Teresa de Los Andes. Editorial Monte Carmelo Burgos, 1995.
  • Orden del Carmen Descalzo Carmelitas Descalzas del Monasterio del Espíritu Santo, Auco; Santa Teresa de Los Andes. Ediciones Paula. Editorial Cochrane SA. 1993.
  • Risopatrón, Ana María; Teresa de Los Andes, Teresa de Chile. Ediciones Paula, 1989.
  • Canonizationis Servae Dei Teresiae a Jesu (de Los Andes) Positio Super Virtutibus. Roma, 1985.
  • Rvda. Madre Angélica Teresa del Santísimo Sacramento; Circular Necrológica de la Hermana Teresa de Los Andes. 1920.
  • Documentos y Archivos Monasterio del Espíritu Santo. Auco.
  • Padre Silverio de Santa Teresa ocd. (Ed.); Obras Completas de Santa Teresa de Jesús. Tercera edición. Burgos, 1939.
  • Testimonios recogidos en 1987 de compañeras, amigas, familiares, campesinos, y varias otras personas que aparecen en la página 217 de Teresa de Los Andes, Teresa de Chile.

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