Desde el inicio del conflicto, hace cuatro años, los obispos de este país de Asia pidieron a los ciudadanos que mantuviesen la calma a pesar de “los inesperados y estremecedores acontecimientos” y que no recurriesen a la violencia: “ya hemos derramado suficiente sangre». Insisten en que, también, hay formas no violentas de protesta. Desde la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia que Sufre nos llega un panorama de la situación actual de Myanmar.
Sorprende que nadie hable de ello, pero Myanmar está lejos del radar de occidente y cuesta que pongamos atención a sus procesos. Los mayores además no conocen el nombre, y entienden de qué lugar del mundo hablamos recién cuando se les aclara que es Birmania. La antigua colonia inglesa que encontró su independencia en 1948 cambió de nombre en 1989 para con ello no beneficiar solo al pueblo birmano, una de las más de cien etnias que viven en el país.
Desde su independencia Myanmar no ha encontrado la paz y sucesivas guerras civiles han desgastado al país. Estuvieron cerca de cesar los conflictos el 1 de febrero de 2021, pero esa madrugada la ministra de Asuntos Exteriores y asesora presidencial, Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1991, fue nuevamente arrestada (ya antes había vivido 15 años de arresto domiciliario) y no ha podido salir de casa, pero al menos está con vida, algo de lo cual muchos de quienes iban a formar parte de su gobierno, no pueden decir.
Alguien que no olvida a Myanmar es el Papa Francisco. En noviembre de 2017, contra todos los pronósticos llegó al país y se reunió con la comunidad católica que, aunque antigua (más de cinco siglos de presencia) es pequeña, unos 700.000 mil fieles, dentro de los más de 51 millones de habitantes, donde los budistas representan el 88,9% de la población, en tanto los cristianos suman solo el 6,3%.
Durante su visita, el Papa les habló de paz y armonía, la misma paz por la que ha rezado en numerosas ocasiones desde la plaza de San Pedro, oración que ha renovado en este año jubilar marcado por la esperanza. El miércoles pasado no fue la excepción. Señaló: “La guerra es siempre una derrota, no lo olviden. Y ¿quién gana con las guerras? Los fabricantes de armas. Por favor, recemos por la paz”.
Eco del llamado papal fue la homilía del cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon, en Navidad: “El nuevo Año Jubilar trae un mensaje de alegría y amor que urge aplicar en el contexto de Myanmar. Nuestra querida nación anhela y necesita la paz”, dijo, pidiendo el fin de la violencia por parte de todos los actores implicados. “Que 2025 –deseó– sea un año de reconciliación y se concrete el reasentamiento de los refugiados de nuestro pueblo”, en referencia a los más de tres millones de desplazados internos que hay en el país como consecuencia del conflicto civil, una cifra que no deja de crecer desde hace al menos tres años.
Sus oraciones, las del Papa Francisco y las de millones de fieles, pueden estar dando frutos y se prende una llama de esperanza ante el anuncio de un acuerdo formal de alto el fuego entre la junta militar golpista y los rebeldes. El anuncio de la tregua lo hizo China, que está mediando entre las partes y fue difundido por Vatican News.
Algo de historia
Desde el golpe de Estado perpetrado por la junta militar en febrero de 2021, Myanmar ha experimentado un cambio drástico. En un principio, la desobediencia civil se convirtió en un movimiento generalizado, con jóvenes desarmados que salían a las calles a enfrentar a los militares, convencidos de que debían hacer algo que cambiase sus destinos. Sin embargo, la situación evolucionó hacia un conflicto civil con la aparición de las Fuerzas de Defensa del Pueblo, que en una segunda fase se unieron a los ejércitos de las minorías étnicas, formando una coalición rebelde. Esta alianza lucha hasta hoy contra el Ejército regular de Myanmar provocando miles de muertos.
El país está profundamente dividido: las zonas centrales y principales ciudades, como Naypyidaw, Yangón y Mandalay, permanecen bajo control del régimen militar, mientras que los estados periféricos y las zonas fronterizas están dominadas por las milicias de la coalición rebelde. En medio de este conflicto, la población civil es la más afectada, con un número récord de desplazados internos que supera los tres millones de personas. Las regiones de Chin, Magway y Sagaing, en el norte de Myanmar, concentran el mayor número de desplazados, con casi 1,5 millones de personas buscando refugio.
Según las últimas estimaciones, ha informado Vatican News, hay más de quince mil muertos, decenas de miles de heridos y más de un millón de desplazados internos, obligados a vivir en condiciones desastrosas, con graves dificultades para encontrar alimentos, agua y medicinas. Según UNICEF, más de cinco millones de niños necesitan ayuda humanitaria y ocho millones carecen de educación. La economía se hunde, con una tasa de desempleo del 40%.
El padre Ne Ne describe la situación en Yangón:
En la ciudad, la vida transcurre casi con normalidad. Nuestros fieles siguen viniendo a la iglesia, y las actividades pastorales y de culto continúan. Sin embargo, siempre con una condición: que no hablemos de política ni deslegitimemos el poder establecido. Sabemos, los fieles lo saben, que rezamos por la paz y la justicia. Al menos podemos celebrar los sacramentos y realizar nuestras iniciativas espirituales.
La situación es mucho más grave en las zonas de conflicto abierto como Loikaw, la diócesis del estado de Kayah a la que pertenece el padre Bernardino Ne Ne:
En zonas como Loikaw, los ataques aéreos, los enfrentamientos armados y la destrucción de bienes civiles siguen causando graves sufrimientos, con el resultado de heridos y nuevos desplazamientos forzosos. Sabemos que cientos de miles han huido a zonas rurales y montañosas, y muchos de estos refugiados son católicos.
Al inicio de la crisis, las parroquias y los institutos religiosos abrieron sus locales para acoger a los desplazados. Sin embargo, al intensificarse los combates, todos se vieron obligados a huir. Las iglesias están cerradas porque no quedan fieles en el territorio. De las 39 parroquias del territorio de la diócesis de Loikaw, ahora sólo funcionan nueve. En una de ellas, dedicada a la Madre de Dios, al norte de Loikaw, voy a ejercer el ministerio pastoral de párroco”, explica el padre Ne Ne.
Hoy, ejercer el ministerio pastoral en estas zonas significa “estar entre los desplazados, visitarlos y celebrar con ellos en los campos de refugiados improvisados donde viven. Sólo en mi futura parroquia hay 15 campamentos: algunos con más de 200 personas, otros asentamientos con 40-50 personas”, añade el sacerdote. Ser sacerdote en Loikaw en estos tiempos de guerra “significa compartir su suerte, estar en medio de ellos, ser una presencia de consuelo y esperanza”.
La misma situación de sufrimiento y desplazamiento que viven miles de fieles en la diócesis de Loikaw afecta también al obispo Celso Ba Shwe. El prelado tuvo que abandonar la catedral de Cristo Rey y el centro pastoral contiguo en noviembre de 2023, cuando el ejército birmano tomó posesión del lugar, convirtiéndolo en una base militar.
Una Iglesia comprometida
Como señalamos antes, la Iglesia abrió sus puertas a los jóvenes que se movilizaban por conseguir nuevos derechos y la anhelada paz, pero rápidamente el movimiento devino en algo violento.
La iglesia debió sortear múltiples dificultades para defenderlos, famosas se hicieron las imágenes de una religiosa que se arrodilló en el camino de los militares y suplicó el fin de la violencia. También fue impresionante el ejemplo de un sacerdote católico que, junto con un pastor protestante, fue capaz de negociar la retirada de la policía y los manifestantes. Que su ejemplo ablande los corazones de las autoridades y dé los pasos a la anhelada paz.
Desde esa fecha la Iglesia ha intentado mediar y llamar la atención de occidente. En junio de 2021, en un “serio llamamiento”, el Cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon (Rangún) y presidente de la Conferencia Episcopal de Myanmar, se dirigió a la comunidad internacional. El motivo fue el ataque contra la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en la ciudad de Kayanthayar, en el sureste del país, precisamente el lunes de Pentecostés de ese año. Cuatro personas murieron y ocho resultaron heridas.
El Cardenal condenó el acto como una “tragedia humanitaria”, y señaló que la gente había acudido a la iglesia para protegerse a sí y a sus familias. La iglesia misma también ha sufrido graves daños, indica Mons. Bo, a quien la evolución del país llena de “pena y dolor”.
Hablando en nombre de la Conferencia Episcopal de Myanmar, el Cardenal señala que “las iglesias, los hospitales y las escuelas están protegidos por la Convención de La Haya”, acusando de violación del derecho internacional a los militares, que volvieron a hacerse con el poder a principios de febrero de 2021. “Al margen de tratados y protocolos, deberíamos recordar que la sangre derramada no es la sangre de un enemigo. Las personas que han muerto o han resultado heridas son ciudadanos de este país”.
Ese año monseñor Bo era enfático en señalar: “Esto tiene que parar”. Pero se van a cumplir cuatro años del inicio del conflicto y sólo hay una promesa de iniciar una tregua. Sin embargo, no pierden la esperanza: “La paz es posible. La paz es el único camino. La democracia es la única luz en ese camino”.
Una de las iglesias más antiguas de Myanmar (1894) fue destruida por el ejército birmano. Esta parroquia había dado arzobispos y muchos sacerdotes y religiosas a la Iglesia. El templo, que lleva el nombre de la Asunción de Nuestra Señora, era un edificio histórico no solo para la Iglesia, sino para todo el país. Crédito: Radio Veritas Mandalay.
La educación
Casi cuatro años después del golpe de Estado y del estallido de la guerra civil en Myanmar, además de los desplazamientos masivos y el sufrimiento económico, uno de los ámbitos más afectados ha sido la educación. El futuro del país está en riesgo debido a la imposibilidad de que los niños y jóvenes continúen con sus estudios en todos los niveles.
Los estudiantes universitarios, en particular, han estado en primera línea en la oposición a la junta militar. Primero participaron en el movimiento de desobediencia civil y, posteriormente, se alistaron en las filas de las Fuerzas Populares de Defensa, lo que ha provocado un abandono voluntario de sus estudios.
Según datos de la ONU, las escuelas públicas permanecieron cerradas durante 532 días entre febrero de 2020 y febrero de 2022. A pesar de que las autoridades militares ordenaron la reapertura, cerca del 30% del personal docente se unió a la desobediencia civil y fue despedido. Muchas familias, en desacuerdo con las imposiciones del régimen, también han retirado a sus hijos de las escuelas. Como resultado, existe un grave riesgo de que los estudiantes hayan perdido definitivamente más de tres años y medio de educación, con un colapso especialmente evidente en la educación secundaria.
En estas áreas remotas, han surgido instituciones educativas independientes, impulsadas por organizaciones sociales y religiosas, que ofrecen escolarización básica y cursos técnicos en enfermería, tecnología o idiomas para adolescentes. Sin embargo, estas iniciativas no cuentan con reconocimiento oficial y, por lo tanto, no pueden otorgar títulos académicos.
La guerra, el cierre de escuelas y el abandono escolar están destruyendo el futuro de los jóvenes, especialmente de aquellos –la mayoría– que no aceptaron el nuevo régimen tras el golpe. La limitación de oportunidades o la falta total de aprendizaje han generado, pues, una crisis masiva en el sector educativo de Myanmar, con la consiguiente pérdida de “capital humano” en la nación.
En este contexto de crisis educativa, las congregaciones religiosas femeninas desempeñan un papel fundamental al brindar apoyo a niños y jóvenes de todas las creencias. Han convertido sus conventos y recursos humanos en espacios seguros para la educación.
Las Hermanas del Buen Pastor, por ejemplo, trabajan con niños y jóvenes para proporcionarles formación académica y restaurar una cierta normalidad en sus vidas. De igual modo, las Hermanas Misioneras de San Columbano, con una larga tradición en el ámbito educativo, han mantenido activas sus escuelas y programas, especialmente orientados a los niños desplazados y las familias más vulnerables.
El compromiso de las Hermanas Misioneras de María Auxiliadora, religiosas de carisma salesiano, se ha arraigado en el estado de Chin, al oeste de Myanmar, donde desde 2021 se dedican a la educación de niñas pertenecientes a las familias más pobres de la región.
En el estado de Karen, al sureste del país, los esfuerzos de los Corazones de San Francisco Javier se centran en niños muy pequeños, en su mayoría procedentes de familias budistas. Ante la inseguridad de las escuelas en esta región, donde las familias buscan entornos educativos seguros, las hermanas han decidido abrir las puertas de sus instituciones para brindarles un espacio protegido de aprendizaje.
Entre las iniciativas informales, destacan también las clases organizadas en monasterios budistas, donde se ofrece educación básica a los niños más necesitados. En la región de Yangón, una iniciativa denominada “Yay Chan Sin” proporciona educación a 400 niños y jóvenes provenientes de familias en situación de extrema pobreza. Este proyecto es obra de Phyo Ko Ko Maung, un joven budista de 27 años, quien ha buscado crear oportunidades educativas para los niños de la calle.
Católicos: pocos, pero comprometidos
La Iglesia Católica birmana se compone de 16 diócesis que se extienden por los 14 estados y regiones del país, y está presente entre los ocho principales grupos étnicos. La llegada del cristianismo ocurrió en los tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo por los aventureros europeos en el siglo XVI, aunque una labor misionera bien organizada no tuvo lugar hasta el siglo XVIII. Más tarde, la Iglesia de Myanmar sufrió una fuerte represión durante los tiempos del gobierno militar, que duró de 1962 a 2010. Ahora, pese a afrontar numerosas dificultades, la Iglesia está creciendo: actualmente, la población católica cuenta con unos 700.000 creyentes.
La convivencia religiosa no ha sido fácil y es un tema delicado en Myanmar, donde la violencia religiosa, políticamente motivada, tiene raíces muy antiguas y consecuencias de gran alcance. La intolerancia religiosa se manifiesta a menudo en actos hostiles mediante la denuncia y ridiculización de los valores religiosos de una religión en particular. El país ha experimentado violencia extrema por cuestiones religiosas, lo cual ha provocado muchas muertes y desplazamientos. El aumento de los casos de fanatismo religioso y de adoctrinamiento negativo en Myanmar resulta inquietante. A veces, un pequeño grupo de personas utiliza la religión para el dominio social y la protección de sus intereses económicos y políticos.
¿Cuál es la contribución de la Iglesia Católica al diálogo interreligioso en Myanmar? La Conferencia Episcopal responde a la pregunta con un contundente documento:
¡Cada individuo puede marcar la diferencia! Todos los católicos, como ciudadanos del país, también somos responsables de Myanmar. Estamos convencidos de que trabajar por el desarrollo del país es realmente nuestro desafío y nuestro deber como ciudadanos. Sería un error que nosotros, como católicos y ciudadanos de Myanmar, no participáramos en la lucha por la mayor construcción de la nación de nuestros tiempos.
En tiempos críticos, es el deber de todos los ciudadanos elevar la voz por el bien común del país. Por último, si todos los seres humanos tienen derechos, lo mismo ocurre con los deberes. Por lo tanto, aunque los católicos sean una minoría en Myanmar, bajo el liderazgo y la guía de Su Eminencia el Cardenal Charles Bo, la Conferencia Episcopal Católica de Myanmar (CBCM, por sus siglas en inglés) desempeña un papel importante en la construcción de la nación.
Desde las elecciones de 2015, la CBCM ha elaborado un plan estratégico quinquenal para la construcción de la nación con especial énfasis en la educación y el desarrollo humano integral, los derechos de los indígenas y la justicia ambiental, los derechos de la mujer y la colaboración con otras confesiones y religiones por la paz y el desarrollo humano.
La Fundación ACN (Ayuda a la Iglesia que Sufre) apoya a la Iglesia católica local apoyando la formación inicial y continua de los religiosos, la formación de los sacerdotes y la catequesis de los fieles. También ayuda en la construcción y renovación de iglesias, capillas, casas parroquiales y de religiosas, así como centros eclesiales y de formación. Más información sobre la situación en Myanmar y cómo ayudar en www.acn-chile.org.