La pregunta sobre la pertinencia y valor de la poesía religiosa en Chile enfrenta distintos factores, tales como la naturaleza misma del fenómeno religioso, la condición personal de los autores y la calidad estética del discurso poético. Sin embargo, parece existir consenso acerca de que solo un sabio equilibrio entre estas determinantes puede dar origen a una poesía religiosa digna de aprecio. Tal como en el artículo publicado en Humanitas n°104 nos basamos en la poesía de Esteban Gumucio, en esta ocasión trataremos de adentrarnos en el análisis del problema con la ayuda del poeta sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois, y su obra Poemas Dogmáticos.
Foto de portada: José Miguel Ibáñez Langlois ca. 1965. Biblioteca Nacional Digital.
Humanitas 2024, CVIII, págs. 563 - 579
La pregunta sobre la pertinencia y valor de la poesía religiosa en Chile enfrenta distintos factores, tales como la naturaleza misma del fenómeno religioso, la condición personal de los autores y la calidad estética del discurso poético. Sin embargo, parece existir consenso acerca de que solo un sabio equilibrio entre estas determinantes puede dar origen a una poesía religiosa digna de aprecio. Así como en el artículo publicado en Humanitas n°104 nos basamos en la poesía de Esteban Gumucio, en esta ocasión trataremos de adentrarnos en el análisis del problema con la ayuda del poeta sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois.
José Miguel Ibáñez Langlois: algunos datos biográficos
El libro Conversaciones con J. M. Ibáñez Langlois[1] entrega discretos datos familiares –padre no religioso pero devoto de la justicia y de la honestidad, madre con fuertes inclinaciones artísticas, cuatro hermanos y tres hermanas–, el clima reinante al interior del hogar –“mucho cariño, mucha libertad, mucha confianza”–, la vida de barrio con los amigos y las primeras f iestas –“carrete solo una vez por semana”–.
De sus primeros años de vida, rescatamos sus estudios en el colegio Saint George’s College: “aquel antiguo colegio de la Holy Cross en Pedro de Valdivia nos dio una educación cristiana de veras, más suelta y liberal –en el mejor sentido– que lo usual en colegios de curas de la época: nunca una misa obligatoria, buena doctrina católica, curas piadosos”. Es en este establecimiento donde a los catorce años vive una experiencia fundacional. Una tarde cualquiera y sin ningún propósito explícito escucha el disco “Alturas de Machu Picchu”, poemario recitado por Pablo Neruda, su autor. De esta experiencia, confiesa, “quedé como debe quedar uno al salir de una hipnosis”. Este encuentro visceral con la poesía se refuerza con su ingreso a la Academia Literaria del colegio, asesorada por el Premio Nacional de Literatura don Roque Esteban Scarpa. A la sombra del sello editorial institucional, “El Joven Laurel”, un grupo de alumnos, entre los que se cuentan Hernán Montealegre, Armando Uribe y José Miguel Ibáñez Langlois, publica sus primeros poemas, iniciando con ello una brillante carrera literaria.
Vendrá luego un extenso período de formación intelectual, que incluye estudios de periodismo, matemática, filosofía (dos doctorados) y teología, estudios realizados en Chile y Europa. Tanta ciencia acumulada lo habilita como profesor en diversas universidades europeas y nacionales y lo acredita como miembro de la Comisión Teológica Internacional y de la Academia Chilena de Ciencias Sociales. Su campo de intereses es amplísimo y abarca áreas tan distintas como la teoría y crítica literaria, el marxismo o la teología de la liberación. Atento a los signos de los tiempos, su mirada escudriña los rincones más ocultos de la vida contemporánea, incluyendo la economía, la política, las drogas, la moda y otros rubros propios de la contingencia. Pero lo que más le interesa es el ser humano y su relación con la divinidad, y esto, desde la perspectiva especialísima que le da su condición de sacerdote: “El noventa por ciento de mi conocimiento de la naturaleza humana proviene de la confesión. Confesar es algo todavía más apasionante que escribir. Es mi género literario favorito, por decirlo así”[2].
Atento a los signos de los tiempos, su mirada escudriña los rincones más ocultos de la vida contemporánea, incluyendo la economía, la política, las drogas, la moda y otros rubros propios de la contingencia. Pero lo que más le interesa es el ser humano y su relación con la divinidad, y esto, desde la perspectiva especialísima que le da su condición de sacerdote.
Al presente, Ibáñez está volcado a un intenso desempeño sacerdotal (conferencias, retiros, confesiones, dirección espiritual) y, ocasionalmente, a retomar la crítica literaria en el diario “El Mercurio”, cuando aparece un libro cuyo contenido le interesa comentar. En lo que a poesía se refiere, incluyendo la poesía religiosa, estamos en presencia de un cierto repliegue a zonas más reservadas. Por propia confesión, lo poco que escribe en este ámbito no lo satisface[3]. Incluso en lo que toca a su obra anterior, solo rescata escasos poemarios, entre los cuales destaca con clara potestad su Poemas Dogmáticos[4]. Esta opción preferencial que hace de su propia creación poética nos lleva a detenernos particularmente en ella. Aunque entre la primera edición de la obra (1971) y la actualidad medie medio siglo, el hecho de sostener su vigencia revela un cierto compromiso permanente y visceral con las posturas allí planteadas. Consiguientemente es dicha obra la que tendremos en particular consideración al referirnos a la poesía religiosa de José Miguel Ibáñez Langlois.
El autor
El análisis de la religiosidad de la poesía de José Miguel Ibáñez Langlois aconseja averiguar previamente el temple espiritual del autor. Un camino posible consiste en preguntarle al propio poeta lo que piensa de sí mismo. En Poemas Dogmáticos encontramos respuestas explícitas al respecto. Una que llama poderosamente la atención, por lo breve y aguda, es la que encontramos en el poema “Entrevista”:
¿Una definición? yo me defino
entre Dios y el demonio
cara o sello.[5]
Este brevísimo poema se impone por la contundencia y la fuerza inapelable del yo lírico : “Yo me defino”. La potencia del enunciado deriva no tanto del testimonio de autoridades literarias que ven en el autor a alguien que gobierna su imperio poético con mano firme, sino de la misma opción autoral que da cuenta de que es él y no otro quien fija el norte de su vida, esta vez centrada en Dios. No se trata de un determinismo ciego, sino de una verdadera elección, esencialmente voluntaria, que enfrentada a la disyuntiva Dios/demonio opta libremente por el primero. Resuelto este primer desafío, lo demás queda entregado a un azaroso cara o sello.
En otro momento particularmente ilustrativo, Ibáñez analiza más explícitamente el significado profundo de ese yo, vinculado a su oficio poético y firmemente anclado en la alternativa divina:
Creo que en esta antología se trasluce toda mi experiencia personal, desde los conflictos iniciales de la llamada divina, la despedida (a tirones) del mundo mundano, la iniciación ascética, el ministerio sacerdotal, la búsqueda absoluta del rostro de Dios, los problemas de la Iglesia actual, los treinta años de meditación de la Pasión del Señor, etc. ¿De qué cosa voy a hablar yo? Sólo de lo que sé, de lo que experimento, de lo que vivo. En la poesía sólo tiene derecho a aparecer lo más visceral de las experiencias, que en mi caso es la experiencia de Jesucristo.[6]
Llama la atención que en texto tan acotado aparezca cuatro veces el término “experiencia”, palabra cuyo sentido semántico apunta al conocimiento que se adquiere con la práctica frecuente de enfrentar al mundo con conciencia y discernimiento. Se trata por tanto de una postura reiterada, en la que el encuentro con Jesucristo pasa a ser lo que da vida al poeta. Interesa subrayar que el marco en que se da esta dimensión religiosa es de carácter ascético (“iniciación ascética”), lo que supone un ejercicio de “renuncia voluntaria y reglamentada a los placeres sensibles que implica una mortificación de las pasiones para el logro de la perfección moral y el ensanchamiento del espíritu”[7]. O sea, una fuerte dosis de voluntarismo derivada de una determinada concepción religiosa, asumida íntegra y radicalmente. Dicha postura, tenaz y obstinada, como muchas del poeta, se refuerza con otras expresiones, tales como “búsqueda absoluta del rostro de Dios” o “en la poesía solo tiene derecho a aparecer lo más visceral de las experiencias…”.
Llama la atención que en texto tan acotado aparezca cuatro veces el término “experiencia”, palabra cuyo sentido semántico apunta al conocimiento que se adquiere con la práctica frecuente de enfrentar al mundo con conciencia y discernimiento. Se trata por tanto de una postura reiterada, en la que el encuentro con Jesucristo pasa a ser lo que da vida al poeta.
En lo visto anteriormente, algo hemos rescatado de la percepción que Ibáñez Langlois tiene de sí mismo. Situado entre Dios y el demonio, su opción voluntaria es, a no dudarlo, Dios. Es su postura vital. Ahora bien, este mismo personaje, en cuanto poeta, reconoce que su centro de inspiración es la experiencia que tiene de Jesucristo. El hombre que ha clavado el norte de su brújula en Dios es el mismo que, como poeta, encuentra su fuente de inspiración en ese mismo Dios encarnado, Jesucristo. Estas dos situaciones se resuelven en una tercera: hombre y poeta se funden en una determinada condición, la condición sacerdotal (“Soy cura / y qué”.[8]), asumida de una vez por todas para siempre:
El Señor es tu herencia, tu casa, tu sepulcro,
tu perdición, tu suerte, tu sangre, tu corona:
sacerdote por siempre si duermes, si caminas,
si esparces o recoges, cuando abres, cuando cierras,
callando, de rodillas, pecando, sacerdote que
gime, que bosteza, que adora, que agoniza,
por los siglos eternos sagrado sacerdote.[9]
Primera edición de “Poemas dogmáticos”, 1971.
Quedan todavía algunos rasgos por señalar en esto de definir el perfil de José Miguel Ibáñez Langlois. De los muchos que podrían nombrarse llaman la atención dos que marcan definitivamente su poesía. La primera es su fe inquebrantable en el Credo católico, y la segunda, su adhesión a la Iglesia en su versión más tradicional y canónica:
No se puede servir a dos señores.
O la Iglesia Católica Romana
o el vientre agusanado de la muerte
con todas sus glorias y seducciones.[10]
Interesa particularmente este segundo rasgo, pues él le permite a Ibáñez pasar de enunciados generales a fórmulas más concretas. Es el caso del poema “Credo”, que enumera los atributos de esta Iglesia en la que cree: sus miembros, pocos o muchos, los santos que la sustentan, los fieles difuntos y los futuros aún no nacidos, las entidades angélicas, la Virgen María, Jesucristo muerto y resucitado. Concluye Ibáñez:
Creo en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana (…),
a pesar de los tumbos que viene dando por dos mil años
y de los que dará todavía (pongo a la historia por testigo)
y a pesar de la estolidez de sus quinientos millones de fieles
incluyendo la del suscrito, modestia aparte.[11]
Creemos no traicionar el sentir profundo de Ibáñez al sostener que para él el Credo de la fe católica es uno, presente en el texto litúrgico de la misa y en la propuesta pedagógica que se encuentra en el “catecismo / de los hermanos / de las escuelas / cristianas”. Contenido de la fe, formulación litúrgica y catecismo que recoge sintéticamente su articulado constituyen un todo orgánico al cual José Miguel Ibáñez adhiere fuertemente. Es interesante esta alusión al Catecismo, pues él fija con exactitud las fronteras de la fe y preserva de las fluctuaciones doctrinales que dicha fe pudiera sufrir en el diálogo con otras propuestas emergentes:
El diálogo católico marxista
y el diálogo ecuménico y el diálogo
demócrata cristiano con la luna.
En materia de diálogos practico
uno solo, católico y lejano
al que asisten ángeles y demonios:
Decidme hijo ¿hay Dios? Sí padre, Dios hay.
¿Cuántos dioses hay?
¡Un solo Dios no más!
En el cielo, en la tierra
y en todo lugar.[12]
En síntesis, se diría que el perfil religioso de José Miguel Ibáñez se concentra en algunos rasgos, pocos pero fuertemente acentuados: voluntarismo inflexible sostenido por un superyó nunca claudicante, opción permanente por Dios y contra el demonio, conocimiento por experiencia del mundo natural y sobrenatural, juicio crítico a dicho mundo, adhesión a la concepción tradicional de Iglesia y apego sin matices al Credo católico tal como lo recoge el catecismo[13]. Esta plataforma explica, a nuestro juicio, la dimensión teológico-religiosa de los Poemas Dogmáticos, y le confieren esa asertividad que los caracteriza.
Su poesía
Por confesión propia, Ibáñez habla solo de lo que sabe, de lo que experimenta y de lo que vive[14]. Ello nos lleva a definir algunos de sus ejes temáticos, habitualmente más próximos a la realidad concreta que a la abstracción. Uno de estos ejes es el diseño del escenario donde transcurre la peripecia humana: la tierra y su cielo (pp. 46, 80, 84). Tierra y cielo conforman el mundo animado por Dios y habitado por el hombre (p. 25). Sobre estos cimientos se yergue el poeta e instala en él su discurso lírico religioso, que ahora quisiéramos sintetizar.
Por confesión propia, Ibáñez habla solo de lo que sabe, de lo que experimenta y de lo que vive. Ello nos lleva a definir algunos de sus ejes temáticos, habitualmente más próximos a la realidad concreta que a la abstracción. Uno de estos ejes es el diseño del escenario donde transcurre la peripecia humana: la tierra y su cielo.
En primer término y de acuerdo con la visión de Ibáñez Langlois, la tierra no es una masa de sustancias minerales que merced a una serie de estremecimientos cósmicos ha llegado a ser la que hoy conocemos, sino que, en su mejor versión, es la proyección de la terrible belleza de Dios (p. 25) y de su palabra (p. 27). La tierra es también el espacio en el que cielo e infierno se trenzan en batalla terminal (pp. 46, 84).
El cielo es la contraparte de la tierra y con ella da forma al mundo en el que el hombre desarrolla su existencia. Pero el cielo no es solo la atmósfera que rodea nuestro planeta, sino que, en unión con la tierra, conforman el espacio donde se juega la suerte eterna del ser humano:
Tierra
oh tierra mía
me acusas de no amarte
ni saber tu hermosura.
Cómo no amarte
oh tierra si eres un trozo
vivo del cielo y del infierno.[15]
Tierra y cielo constituyen el mundo, cuya materialidad, a pesar de su espesor y viscosidad, deja ver a Dios:
Esta mañana se me apareció
como un dios
hizo brillar su rostro sobre mí.
Después de la lluvia apareció.
Este es el mundo,
dije deliraba: terrible es su belleza.
Esta mañana vi por la mirada
del mundo transparente
los pensamientos vivos del Señor.[16]
José Miguel Ibáñez Langlois.
Respecto del Dios que anima al mundo, lo primero que Ibáñez Langlois predica de él es su existencia pluriforme (23) y el hecho de ser causa de profunda alegría (22) y “grosero” gozo (43). Una vez establecidas su existencia y sus efectos en el ser humano, el poeta entra a señalar sus atributos: pese a que Dios habitualmente permanece silencioso (23, 42), cuando habla su palabra todo lo penetra (27); si bien a veces pareciera ausente, en los hechos siempre permanece (40), y su presencia enamora a los santos de un modo irresistible (81); su naturaleza divina lo constituye en Dios de todos los pueblos (101), pese a que el desarrollo de la tecnología, especialmente la de USA, tiende a sustituirlo (112); aunque el hombre rara vez reconoce su presencia, cuando irrumpe su acción suele ser terrorífica y violenta:
Terroristas del mundo, alucinados,
drogadictos, pilotos de la muerte,
pervertidos de la profunda noche:
habéis equivocado los caminos.
En Dios está el terror y la violencia
y la gloria y el sexo y la ignominia.
En Dios está la ciencia y la locura
y el fruto prohibido y el horror.
Venid, adoradores, al peligro
y a los vértigos de su santo rostro.[17]
Definitivamente, Dios es todo lo que el hombre necesita:
Y no hará falta sol ni luz de antorcha
porque el Señor será su luminaria.
Y no hará falta pan, almuerzo, vino
ni cama ni mujer ni agua caliente
porque el mismo Señor será tu plato, tu cama, tu mujer, tu borrachera.[18]
Por último, y en un despliegue portentoso de su singular naturaleza, el Dios encarnado se hace presente en las especies consagradas de la misa matutina (15). Celebrante y celebración –sacerdote y misa– constituyen una derivación del mundo conceptual desarrollado por el poeta y una aplicación de aspectos doctrinales a la realidad concreta del ser humano en el mundo. Es precisamente en este punto donde entra en juego el cuarto elemento del análisis teológico-antropológico de Ibáñez (tierra, cielo, Dios, hombre).
En lo que al “hombre” se refiere –figura genérica que a veces el autor asume como propia–, su ubicación no corresponde a una categoría evolutiva biológica, sino que se instala en el capítulo terminal de la escatología. Ello supone una especie de acción teatral sometida a ciertas convenciones dramáticas. El escenario es el mundo tal como se describió más arriba, pero tensionado entre dos polos diametralmente opuestos: cielo e infierno. Los actores son los mismos espectadores, que representan-viven sus propios dramas: hombres y mujeres de distinta índole, santos y pecadores, sacerdotes y laicos, autoridades y pueblo fiel, Dios y el demonio, instituciones. El argumento, o sea, aquello de lo que trata la obra, desarrolla una historia, la historia específica de la salvación, que recoge la eterna lucha entre el pecado y la gracia, con toda la variedad de eventos que ella supone.
La mujer: personaje protagónico
En el intento de una aproximación global a la poesía religiosa de José Miguel Ibáñez Langlois, el expediente de asimilar su universo poético-religioso a la construcción de una obra dramática ofrece interesantes perspectivas. Según lo recién visto, ello implica establecer un cierto escenario –tierra/cielo–, dentro del cual una serie de personajes –Dios, Jesús, demonio, hombres y mujeres, santos y pecadores, sacerdotes y laicos, el propio autor– desarrollan una determinada acción dramática –conflicto derivado del choque de fuerzas opuestas al momento de optar entre el bien y el mal, y cuyo desenlace es la salvación o la condenación–. Esta querella que se establece entre el bien y el mal remite necesariamente al Génesis 2 y 3, pasajes en los que el hombre y la mujer (Adán y Eva) desempeñan un papel protagónico. Sin mencionar a Eva, pero de alguna manera jugando con lo que ella representa, el poeta deja en evidencia el papel fundamental que asume la mujer en el desarrollo del drama humano. Es esta función protagónica la que llama la atención por el hecho de estar planteada en términos particularmente severos. Lo dicho obliga a detenernos en el tema.
Sin mencionar a Eva, pero de alguna manera jugando con lo que ella representa, el poeta deja en evidencia el papel fundamental que asume la mujer en el desarrollo del drama humano. Es esta función protagónica la que llama la atención por el hecho de estar planteada en términos particularmente severos.
En el texto “Tren Nocturno”, Ibáñez Langlois hace una primera aproximación a las diversas posibilidades de lo femenino:
Bendita sea mi alma en el fondo de este carro
porque ha visto a través del vidrio la eternidad
posarse entre los restos de este oscuro naufragio.
Bendita esa mujer que lleva mil años esperando
porque un día parirá ella a un niño como Dios.
Bendito el viejo enfermo que gime, tose, escupe
su alma, la que un día será radiante esposa.
Bendita la prostituta que se hace la dormida
porque un día dormirá de veras en la paz del Señor.
Y benditos los faros de esta jaula rodante en la noche
porque ellos verán a Dios.[19]
Antes que nada, es preciso no dejar pasar la calidad estética de este poema. Es esa calidad la que le otorga la innegable nobleza que lo caracteriza. La vida y su transcurso, encarnado en un vagón de ferrocarril que circula por la noche, redime su condición de “oscuro naufragio” debido al descubrimiento que hace de la eternidad, presente justamente en su frustración y descalabro (!). Pasajeros de ese vagón son la mujer estéril que logra ser madre, el viejo enfermo cuya alma se convertirá en radiante esposa y la prostituta que por fin podrá dormir en la paz del Señor. Estas tres versiones de lo femenino, negativas en su raíz –esterilidad, enfermedad, prostitución– garantizan que el alma del poeta, al igual que ellas, verá a Dios.
Visión igualmente positiva como la señalada ocurre en el poema “Testimonio”. En este texto tenemos también un horizonte inicialmente negativo (…“los carbones negros y profundos / de la noche cerrada de la tierra”[20]) contra el cual destaca el resplandor que circunda a Santa Teresa de Jesús, la gran mística del Siglo de Oro español, al contemplar a la Virgen (“Santa Teresa contempló a la Virgen / y sus visiones dejaron en tinieblas / a las madonas del Giotto y de Fra Angélico”[21]).
Siguiendo el orden de los textos al interior del libro Poemas Dogmáticos, nos encontramos con un caso de referencialidad bíblica intratextual: “Parábola”. Tomando pie de la parábola de las doncellas necias, que no tienen aceite suficiente para sus lámparas a la hora de la llegada del novio, y las prudentes, que sí lo tienen[22], el poeta juega con este relato invirtiendo su línea argumental. Así, las vírgenes necias son las que “procrean y procrean sin ninguna responsabilidad”[23] (nótese la ironía), mientras que las prudentes resultan ser aquellas que “se acuestan y acuestan responsablemente porque han llenado sus lámparas de aceite y de píldoras su vientre sepulcral”[24]. La subversión lograda a través de este expediente permite un juicio de fuerte tono contradictorio: son las vírgenes necias las que aseguran la vida, mientras las prudentes, con su “vientre sepulcral”, son las encargadas de frustrarla.
En la misma línea se ubica el poema “Birth control”:
El que encuentre una madre de diez hijos
bese la tierra santa en que se posa.
Una madre de seis, sin ser del cielo
es sin duda una madre de la tierra.
Con la que tiene dos, nunca se sabe:
a lo mejor también es una santa.
Y la madre de un hijo, esa mujer.[25]
En este caso, la fuerza acusadora descansa en los dos polos del poema: el verso inicial aplaude a la madre de diez hijos, mientras el verso de cierre, “la madre de un hijo”, deja abierto un gran espacio de apreciación incierta. Como planteamiento de una determinada idea, la ambigüedad de lo que no se dice resulta ser un expediente eficaz para suspender el juicio, pero igualmente sirve para insinuar toda suerte de desgracias, sin establecerlas. En todo caso, “esa mujer” queda en entredicho.
En el poema 62, “New Morality”, Ibáñez Langlois alude a un caso de penosa ocurrencia:
Claudia, cuya virginidad cuidaron los ángeles
y el rocío de Dios corroboró por veinte primaveras
es hoy atravesada por el falo de su amigo López
con el complaciente O.K. de la divina providencia
que le brinda el oráculo de su confesor y padre
siempre que lo haga por elevado amor
y no por pura concupiscencia erótica.
Claudia, cuyas lágrimas los ángeles recogen.
Probablemente, con este texto Ibáñez logra uno de los momentos cimeros de su discurso poético. Difícil concentrar en solo ocho versos tanta humanidad y tanta historia, en la que se dan cita una pareja de enamorados, la divina providencia, la autoridad paterna y la del confesor, los ángeles, la justificación mañosa de la relación sexual y un final lacerante. La gloria de la virginidad, la brutalidad de una violación y el arrepentimiento posterior se dan la mano para dar cuenta de una situación penosa en extremo, poetizada con sintética maestría. El poema en su integridad ofrece otra de las múltiples facetas de la mujer, pero con la salvedad de que tal logro poético se alcanza al precio del enlodamiento de su perfil angelical.
Otro caso propio de la modernidad contemporánea y que tiene a la mujer como centro de interés es el de los concursos de belleza. Esta modalidad permite al poeta emitir un juicio reprobatorio, que destaca por igual la estupidez del evento y el elevado precio que hubo que pagar por pechos, ancas y ojos. La ironía presente en la mención de las distintas partes del cuerpo femenino modeladas por la intervención quirúrgica, así como el recurso al castellano antiguo (aquestos), no oculta la dureza de un juicio que reduce dicha corporeidad al mundo de los objetos de lujo:
Estos cuerpos, oh Gala, estos objetos
han costado millones de galaxias.
No menos han costado aquestos pechos
y esas ancas, oh Gala, y esos ojos.[26]
Siempre moviéndose en el ámbito de la ironía, pero esta vez en un plano acentuadamente antropológico, Ibáñez Langlois coloca a la mujer una vez más en la mira de sus ráfagas críticas:
No tengo nada contra ti, mujer.
Me pareces sagrada y misteriosa
y más próxima al cielo que a la tierra.
Y que amarte es más dulce que la miel.
No tengo nada contra ti, si no es
que un día se te caerán los dientes,
que no eres Dios, que engordas, que te mueres.[27]
Este poema deja al descubierto la maestría poética del autor al tiempo que la acidez mordaz de su ironía, coronada esta vez con el contraste entre la plenitud de la novia y su decadencia y muerte finales.
Como si lo dicho no bastara, el poeta emite un nuevo juicio contra la mujer, esta vez desde la perspectiva de las sustancias que sus glándulas elaboran y segregan. Se trata aquí de sondear en lo más íntimo de la realidad biológica de la mujer, entregada esta vez a Afrodita, diosa griega de la belleza y del amor. Pero esta plenitud afrodisiaca se esfuma con el paso de los años:
(…) adivino que con la menopausia
se te verá postrarte ante la Virgen.
Cuando venga el Espíritu y el fuego
te juzgarán tus glándulas, mujer.[28]
Lanzado en esta ruta, Ibáñez no ceja en su empeño de denunciar las penosas posibilidades que tiene la mujer de degradar con su presencia el entorno amoroso en el que se mueve. El poema “Musa” describe crudamente el tránsito del juego seductor a la deslucida excitación, que convierte al galán presuntamente enamorado en “orangután sombrío”. Si de este encuentro deriva un matrimonio, el anillo de oro será reemplazado por “otro anillo de plástico / en la boca del útero infecundo”[29].
Jugando con su capacidad excepcional de contrastar realidades, el poeta convoca a una “primorosa muchacha de veinte / y una vieja limosnera desdentada”[30], para denunciar los estragos que el tiempo opera en la transitoria belleza juvenil. Hasta aquí, una simple constatación que no admite dudas. Pero lo que sigue alcanza niveles excesivos:
Toda bella que excite el deseo de un pobre
con sus presas visibles entre cuello y rodilla
podrá ser requerida por el hombre a la acción
y deberá entregársele en el acto
en la forma y lugar que él estime conveniente.
Toda bella que oponga resistencia a su víctima
por tres días y noches será ofrecida al gusto de
un regimiento de caballería.[31]
Por la desmesura del castigo, magnificado por la excelencia poética, imposible no sentir en estos versos una violenta denuncia profética a la par del resabio de una remota Inquisición.
Lo ya señalado no agota la visión que Ibáñez Langlois tiene de la mujer. Avanzando en esa línea, el poeta expresa su asombro ante “la forma en que algunas (mujeres) parecen / ángeles / y / serpientes”[32]. La mención de la “serpiente” como una de las posibilidades que asume la naturaleza femenina no es inocente. Dicha criatura está presente ya en el Génesis (3,1) como seductora[33], astuta, mentirosa y homicida[34]. Esa capacidad de tentar al varón a través del engaño queda de manifiesto en el modo como una joven se comporta en el ámbito de la “Vida Social”:
Aunque finges estar en la inocencia
es lo cierto que el tema secreto de esta charla
y el sol más secreto que alumbra este salón
y el cálido motor de esta fiestecilla
residen en la parte visible de tus pechos.[35]
Los textos ya vistos –algunos que incluyen extensos desarrollos críticos y otros solo menciones al paso– insinúan una conclusión muy en la línea del libro del Eclesiástico[36]: la mujer, su belleza y el amor que despierta son realidades cargadas de misterios y peligros, frente a lo cual el hombre debe ser particularmente cuidadoso. De ahí todas las prevenciones que tanto el texto sagrado como el poeta establecen al analizar la relación del hombre con la mujer. En el caso de Ibáñez Langlois, las cautelas a las que se refiere aluden a situaciones muy concretas. Por de pronto está la usura del tiempo, capaz de invalidar la belleza de una joven hasta convertirla en un “oscuro naufragio”. Están también las vírgenes prudentes “que se acuestan y acuestan responsablemente porque (…) han llenado de píldoras su vientre sepulcral”. A ellas se une la madre de solo un hijo, cuya maternidad sagrada queda en tela de juicio justamente por dar a luz al único hijo, fruto de un “descuido de su madre”. Semejante condena a una situación, quizás demasiado frecuente, es vista desde una perspectiva más grave aún cuando el posible embarazo de una joven virgen es el resultado escabroso de haber sido “atravesada por el falo” de un amigo. La dureza de la condena de la violación busca su justificación en el hecho de que el amor se ha convertido en mera excitación, provocada por el uso de vestidos indecentes, que cubren malamente la desnudez de las mujeres. Lo dicho está en sintonía con la denuncia de los concursos de belleza, ejercicios de estúpida vanidad que reducen las mujeres a “objetos de lujo (…) de corta inteligencia”.
Los textos ya vistos –algunos que incluyen extensos desarrollos críticos y otros solo menciones al paso– insinúan una conclusión muy en la línea del libro del Eclesiástico: la mujer, su belleza y el amor que despierta son realidades cargadas de misterios y peligros, frente a lo cual el hombre debe ser particularmente cuidadoso.
No termina aquí esta especie de libelo que el poeta esgrime contra la mujer. Quizás la denuncia más rigurosa y severa sea aquella que encuentra en ciertas muchachas “la forma en que algunas parecen / ángeles / y / serpientes”. Sabemos el trágico papel que desempeña la serpiente demoníaca en el drama del paraíso[37]. Si la mujer se parece a la “serpiente antigua” quiere decir que participa de sus otros nombres “Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo”. El significado de los nombres que identifican a la serpiente ilustra adecuadamente el alcance de dichas nominaciones. Diablo significa “calumniador”, al tiempo que Satanás, “adversario”. La sombra que estos atributos proyectan sobre la mujer termina por perfilarla en términos ásperos y violentos. Semejante afirmación, sin embargo, se atempera con otra propuesta del poeta, esta vez positiva:
De las hembras malignas dije mal.
Pero a ti, dulce hermana de la tierra
te bendigo porque salvas al varón
y tus pechos proclaman la infinita piedad
de Dios sobre este mundo
y tu rostro se esparce por todo el universo
como la buena nueva del reino de Dios
y tu cuerpo es de pies a cabeza un sacramento
que los hombres reciben en sueños como el don
del espíritu santo.
De ti diré alabanza
mi hermana de la tierra
que olvidas y bendices y perdonas,
que durmiendo te nutres, misteriosa
de la gracia de Dios,
y en tu propia substancia la conviertes
y a los aires la ofreces noche y día
en tu grávido cuerpo.
Diré que te pareces a la Iglesia
y a la virgen y novia que pasa por el mundo
con el beso de Dios sobre sus párpados.[38]
Conclusión
Si en este ensayo sobre la poesía religiosa de José Miguel Ibáñez Langlois se ha dado tanto espacio al tema de la mujer es porque efectivamente dicho tema ocupa un lugar destacado en los Poemas Dogmáticos. El enfoque del poeta es en parte antropológico y en parte sociológico, pero la dureza de su juicio condenatorio recuerda más bien las invectivas de los profetas del Antiguo Testamento contra las infidelidades del pueblo escogido.[39] En esas circunstancias bíblicas, la “ira de Dios” se descarga con inusitada violencia contra su pueblo, y esta pareciera ser también la opción preferencial del poeta frente al deterioro moral que percibe a su alrededor. Pero semejante elección deja en segundo plano la contrapartida de tal postura: la ira no será eterna, sino que será sustituida por la misericordia. Si Israel ha procedido como una mujer infiel a su marido, Yavé, es este mismo esposo el que la redime por amor:
En unos momentos de ira te oculté mi rostro, pero con el amor que no tiene fin me apiado de ti, dice Yavé, que te viene a rescatar. Voy a hacer como en el diluvio de Noé, cuando juré que las aguas no pasarían más sobre la tierra. Así, juro yo no enojarme más contigo ni amenazarte nunca más (…). Eras como una esposa joven abandonada y afligida, pero tu Dios te ha vuelto a llamar y te dice: Por un corto instante te abandoné, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo. En un arranque de enojo, por un momento, me oculté de ti, pero con amor eterno te tuve compasión.[40]
En síntesis, la estrictez dogmática que se percibe en la poesía de Ibáñez Langlois dialoga acremente con la posibilidad de otras propuestas teológicas, igualmente interesadas en dar respuesta fiel al llamado del Señor y de su Iglesia:
Que has pensado una forma razonable
para el misterio de la Encarnación
dices…
Pero tus pensamientos, oh teólogo
como vientos de un día ante el Eterno
pasan. Y con letras de polvo, tus palabras
se escriben en el libro de la Muerte.[41]
Lo que Ibáñez Langlois afirma en el plano teológico se proyecta en la severidad del juicio moral centrado en la mujer. Es cierto que hay poemas de alto nivel estético que la dignifican[42], pero el peso del discurso global se orienta hacia lo peligroso o negativo. Estimamos que semejante postura podría haber sido cotejada con el otro polo de la fe, abierto a una mirada donde primará la exaltación misericordiosa:
Yahveh es ternura y gracia, lento para la ira y abundante en misericordia; no disputa a perpetuidad, no guarda rencor para siempre; no nos trata según nuestras faltas… Cuan tierno es un padre con su hijo, así lo es Yahveh para con el que le teme; sabe de qué hemos sido amasados, se acuerda del polvo que somos.[43]
Es esta última dimensión la que uno quisiera más presente en los, por otra parte, excelentes Poemas Dogmáticos.
Notas
* Felipe Espinoza es sociólogo y licenciado en Estética UC. Doctor en Filosofía mención Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile y profesor asistente adjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Posee intereses disciplinarios orientados a la filosofía, estética, literatura, cultura tradicional, teología, expresión y creación escritas. Jaime Blume es profesor de Castellano y doctor en Filosofía con mención en Literatura General por la Universidad de Chile. Durante veinte años impartió cursos de literatura en diferentes universidades, y cuenta con decenas de publicaciones a su haber.
[1] Fernández Biggs, Braulio, Fernández Ugarte, Patricio, Urruticoechea Ríos, Sebastián; Conversaciones con J. M. Ibáñez Langlois. Santiago, Editorial Universitaria, 2015.
[2] Entrevista en Revista Nuestro Tiempo, octubre de 1989, pp. 44-51.
[3] Cf. Diario La Tercera, 12 de septiembre de 2015, Sección Cultura: “…ya no soy capaz. Solo escribiría peor lo que antes hice mal”.
[4] Ibid.
[5] Ibáñez Langlois, José Miguel; Poemas Dogmáticos. Santiago, Editorial Universitaria, 1995, p. 44.
[6] Ibid.
[7] Morfaux, Louis-Marie; Diccionario de Ciencias Humanas. Barcelona, Grijalbo, S.A., 1985, p. 29.
[8 ]“Oficios” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 48.
[9] “Sacerdos” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 30.
[10] “Dilema” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 31.
[11] “Credo” en op. cit., Poemas Dogmáticos, pp. 88-89.
[12] “Diálogos” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 121.
[13] Hay que recordar que José Miguel Ibáñez resumió el Catecismo Católico elaborado durante el papado de Juan Pablo II.
[14] Cf. supra.
[15] Op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 126.
[16] Ibid., p. 25.
[17] Ibid., p. 119.
[18] Ibid., p. 14.
[19] Ibid., p. 28.
[20] Ibid., p. 29.
[21] Idem.
[26] “Concurso” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 63.
[27] “Mujer” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 64.
[28] “Glándulas” en op., cit., Poemas Dogmáticos, p. 72.
[29] Op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 73.
[30] “Diferencia” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 74.
[31] “Edicto” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 75.
[37] Génesis 3, 14-15; Apocalipsis 12,9.
[38] “Hermana” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 83.
[39] “¡Miren cómo viene de lejos el Nombre de Yavé. Su ira es una llama, su presencia es aplastante. En sus labios se nota su furor y su lengua es como un fuego que devora” (Isaías 30, 27).
[40] Isaías 54, 6-9.
[41] “Nouvelle Théologie” en op. cit., Poemas Dogmáticos, p. 39.
[42] Ver, p. ej., en op. cit., Poemas Dogmáticos, pp. 28, 29, 65, 83.
[43] Sal 103,8ss.; 13ss.