El escritor británico recibió y envió cartas a miles de personas que le escribían pidiendo clarificación en su propia búsqueda espiritual. Tres cartas al pedagogo norteamericano Sheldon Vanauken dan cuenta del estilo claro y de la agudeza sin vaguedad ni doble sentido de sus argumentaciones.

Humanitas 1997 V, págs. 105-115

Clive Sinclair Lewis nació el 29 de noviembre de 1898 en la ciudad de Belfast. Murió el mismo día que asesinaron a John F. Kennedy, ese día también murió Aldous Huxley: el 26 de noviembre de 1963.

Para el cartero de Haedintong Quarry, en las cercanías de Oxford, no todos los residentes del vecindario eran tan famosos como C.S. Lewis. Durante veinte años diariamente entregó grandes cantidades de tarjetas y cartas en The Kilns, la casa del Sr. Lewis. La correspondencia provenía de toda clase de gente: famosa y desconocida, jóvenes y viejos. C.S. Lewis las contestaba todas personalmente, una por una, frecuentemente a mano con pluma. A veces era ayudado por su hermano Warren, quien después de su retiro del Ejército le sirvió de secretario. Todavía continúan llegando cartas...

C.S. Lewis ha sido uno de los escritores más populares de nuestro siglo: Sus libros de cuentos de hadas (las Crónicas de Narnia), ciencia ficción, apologí­a cristiana y crí­tica literaria, eran y son devorados por lectores de todo el mundo. Desde su perspectiva anglicana intentó en todas sus obras traducir al gran público -al hombre de la calle- la doctrina cristiana. A través de un aplastante y profundo sentido común comunicó ideas profundas con sencillez y claridad, con una elegancia en su estilo, una rica imaginación y un desarrollado sentido del humor. C.S. Lewis se esforzó por explicar la herencia cristiana a una generación mal instruida y equivocada. A través de la lectura de sus obras, muchos no sólo se despojaron de fuertes prejuicios contra el cristianismo, sino que incluso lo contemplaron por vez primera como algo interesante.

Lewis recibió y envió cartas a miles de personas que le escribían buscando clarificación en su propia búsqueda espiritual. Uno de ellos fue un pedagogo norteamericano procedente de Lynchburg, Virginia, profesor de Historia e Inglés: Sheldon Vanauken, quien tenía en su haber el servicio como oficial naval en la Segunda Guerra Mundial.

“Escribía sobre el cristianismo en un estilo tan claro como el agua clara, sin una pizca de mojigaterí­a, ni vaguedad, ni doble sentido, con una franqueza absoluta, uniendo argumento y agudeza”, anotó Sheldon Vanauken en su diario de vida.

A continuación se resumen trozos del diario de vida de S. Vanauken, algunas cartas enviadas a C.S. Lewis y tres cartas respuestas de éste al profesor Vanauken.

Vanauken escribe en su diario de vida: “Emprendí el camino de la conversión, supongo, en el momento de abandonar el cristianismo de mi infancia y volverme un pequeño ateo y además agresivo. Parece que en la vida de bastantes intelectuales y, en general, de la gente independiente, el avance se realiza en tres pasos. Primero, el abandono, a menudo provocado por la rebeldí­a, de un cristianismo imperfectamente entendido, pueril, apoyado sólo en la autoridad de los adultos; segundo, un retorno, gradual, a muchos de los principios morales y algunas de las ideas del cristianismo; y, tercero, la conversión. Pero, claro está, cada paso puede ser el último que se dé. Como explica el adagio: “Para creer firmemente en algo, hay que empezar por dudarlo”. Yo veía cuatro inconvenientes en el único cristianismo que yo conocía: no resultaba atrayente, no positivo, carecía de grandeza, y no tenía los pies en la tierra. “No resultaba atrayente: atrayentes eran los griegos de la historia, con su pasión por la verdad y la belleza, pero este cristianismo, con sus relatos fragmentados de hazañas oscuras, e incomprensibles en Palestina, y su tono solemne y sin gracia, resultaba demasiado envarado para entretener, demasiado monótono para conmover, no era positivo: los cristianos que morían en los circos romanos habían muerto por algo; los caballeros cruzados, cabalgando bajo la cruz de oro, habían luchado por algo, pero este cristianismo no predicaba la cruzada: la cruz sólo estaba ahí para ser venerada. Todo era negativo y, a la postre, represivo; uno trabajaba por un cielo bastante insulso, e incluso las ocasiones en las que se suponía que alguien había llegado allá se vivían con una tristeza inconsolable. Le faltaba grandeza: Este cristianismo, sencillamente, carecía de la suficiente grandeza para abarcar todos los mundos que giraban alrededor del sol y todos los mundos que probablemente giran en torno a la friolera de un millón de soles. Este cristianismo se quedaba demasiado pequeño para ser la verdad. Por último, no se acomodaba a la vida. “¡Qué alivio! ¡Qué libertad! Pero uno debía creer en la no existencia de Dios. Y eso, también, es un modo de fe. Así que renuncié al ateísmo. El siguiente paso era el agnosticismo: yo sabía ser escéptico sobre la posibilidad de saber. Al mismo tiempo empecé a pensar que quizá se pudiera llegar a conocer algo, un poquitito. Buena prueba de ello eran los axiomas. ¿Habría axiomas que tuvieran que ver con el sentido de las cosas? Resolví que algo había creado el universo: esto resultaba evidente, axiomático. Capté un orden. Me empezaron a parecer axiomáticas la inteligencia e infinitud que había de poseer aquel poder creador del universo. Y la conciencia de la belleza, unida al reconocimiento de la hermosura que había en todo, excepto en lo que el hombre había echado a perder, me persuadieron de que tal belleza reflejaba la belleza de aquel poder. (Fue mucho más tarde cuando leí a Platón y me entusiasmé al ver eso mismo). Durante mi primer año en la universidad vacilé; durante los años subsiguientes me entregué, con devoción, a la belleza y al amor de una persona; y teniendo juventud y buena suerte, era feliz, sobre todo gracias al amor. En general, buscaba la bondad, entendiéndola como parte del tao o del camino. Entretanto, el cristianismo, con el que no pretendía tener la más mínima relación, seguía presentándose como una religión ilusoria que proclamaba unas cosas bastante increíbles sobre un valiente y fanático judío. Y aunque había una cierta belleza en la historia cristiana (como la había en un cuento de hadas), no así en las iglesias, entre otras cosas, un montón de horribles edificios.

“Una noche de insomnio me encontré desgranando una serie peligrosa de pensamientos. Qué raro que gente como T.S. Eliot, y otros de tan aguda inteligencia, al parecer, crean de verdad en el cristianismo. Al día siguiente pensé ¿para qué? Sólo por honestidad intelectual. ¿Quién me había metido esa idea en la cabeza? Naturalmente, el cristianismo no era verdad: precisamente era increíble, y los cristianos un horror”.

Por aquel tiempo Vanauken estudiaba historia en Yale y daba algunas clases. Estaba preocupado por la tendencia en tantas partes del mundo a erigir el Estado, o la comunidad, en un monstruo sin alma al que se le concedía mayor importancia que a los individuos. Cayó en la cuenta de que la Iglesia Cristiana proclamaba con fuerza la prioridad del individuo. El siguiente influjo le vino por el lugar: Inglaterra y Oxford. En esta antigua universidad, madura por la fuerte vida intelectual de todo un milenio, muchas cosas que en la ajetreada vida académica americana parecen anacronismos (la toga y el birrete, las agujas góticas, las inscripciones latinas, las ideas clásicas griegas), le parecieron estar en la esencia: aquella pared que fue parte de una gran abadía; los enormes y maravillosos edificios que forman el claustro de una facultad, construidos por los benedictinos; el angosto pasadizo donde se compraban infusiones y que se había llamado durante siglos "entrada de los frailes"; los colegios universitarios que se llaman cosas como "Iglesia de Cristo", "María Magdalena", "Jesús", "Corpus Christi" y desde ellos, así como desde medio centenar de iglesias, el repique de las campanas que lanzan su clamor por toda la ciudad. En un instante le pareció que volvían a la realidad los siglos de fe en los que la gente creía de veras, cuando las agujas les levantaban los ojos a Dios.

Claustros del Magdalen College Oxford siglo XV

Claustros del Magdalen College, Oxford (siglo XV).

"No me resistí más. Decidí meterme inmediatamente en la cuestión del cristianismo. Me detuve ante una librería y compré algunos libros. Afortunadamente, lo primero que leí fue una trilogía de ciencia-ficción (Más allá del planeta silencioso; Perelandra; y Esa horrible fuerza maligna), de un catedrático de Oxford, C.S. Lewis.

"...Tuvo la virtud de mostrarme cómo el Dios cristiano podía, cosa bastante razonable después de todo, abarcar las estrellas y la nebulosa, y eso venció una dificultad insuperable para mí. También Chesterton, con mucho ingenio exponía un lúcido y persuasivo caso de hombre cristiano. Charles Williams, teólogo y novelista, me abrió las esferas del espíritu cuya existencia ignoraba. Empecé a vislumbrar lo que Lewis realmente estaba diciendo en Miércoles de ceniza y Los Cuatro Cuartetos, y me asustó bastante”.

Se le quedó grabada la descripción del estado del cristianismo: “Condición de completa simplicidad / (que vale nada menos que todo)”.

“¡Todo! Sobre todo, allí estaba C.S. Lewis, en el “Magdalen College”, un clásico y toda una autoridad en Literatura inglesa; había sido ateo y ahora era cristiano y conocía mi lenguaje, el del escepticismo. La suya era quizá la inteligencia más brillante y ciertamente la más lúcida que había visto nunca”.

Escribió en su diario: “Nadie, que no se haya puesto frente a frente con la cuestión palpitante -¿es falso el cristianismo?- puede resolver por otro la pregunta contraria: ¿es verdad?”. Leyó todos sus libros, El gran divorcio, El problema del dolor, Milagros, Cartas del diablo a su sobrino, La marcha del peregrino, y más tarde Cautivado por la alegría. Le comenzó a alucinar lo que parecía ser la virtud de la alegría que le venía a los cristianos a través de su fe. Los no cristianos solían estar contentos, gastar bromas y ser felices cuando las cosas les iban bien, pero no había encontrado a menudo aquella alegría serena. Confiesa que “el mejor argumento en favor del cristianismo son los cristianos: su alegría, su seguridad, su... estar llenos. Pero también son los cristianos el argumento más fuerte en contra del cristianismo, cuando están apagados y sombríos, cuando se creen justos y están pagados de sí mismos, cuando se muestran estrechos y represivos. Entonces el cristianismo se desmorona. Existen impresionantes indicios de que el tipo de gozo que se da en el cristianismo posiblemente no exista en otra parte. Si eso fuera cierto, sería una prueba de orden muy alto”.

En años posteriores Vanauken se topó con gentes que ‘no creían en los puntos centrales del cristianismo más que en el conejo de pascua’, y seguían llamándose de todos modos cristianas, sobre la base, parece ser, de que iban a la iglesia y eran buenas personas: comprendí que esta gente probaba que podía haber “humo sin fuego”.

Finalmente decidió escribir a C.S. Lewis

A C.S. Lewis:

“Escribo por un impulso -que por la mañana quizá deseche por parecerme imprudente y presuntuoso-. Pero hace unos instantes sentí que me había embarcado para un viaje que me podría conducir a Dios algún día. Incluso ahora, cinco minutos más tarde, me inclino a añadir un “puede ser”. Hay un salto que no sé cómo dar; se me ocurre que usted, habiéndolo dado, habiendo hallado certeza en el cristianismo, podría, no ya hacerlo por mí, pero sí darme una pista de cómo hacerlo. Después de sentir el atractivo histórico y estético del cristianismo y de emprender su estudio, he llegado a tomar conciencia de la fuerza y la “posibilidad” de la respuesta cristiana. Me gustaría creerla. Deseo conocer a Dios, si es que es cognoscible, pero no puedo rezar con la convicción de que alguien me escuche. No puedo creer.

“Simplemente, me parece que algún poder inteligente construyó el universo y que todos los hombres deben conocerlo, por axioma, y debe sentir temor ante la infinitud de su poder. Me parece natural que los hombres, conociendo y sintiendo así, intentaran elaborar algo a partir de una cosa tan sencilla: los profetas, el príncipe Buda, el Señor Jesús, Mahoma, los Brahmanes, y que así nacieran las religiones en el mundo. Pero, ¿cómo se puede escoger una como verdadera? Para un visitante inteligente de Marte, el cristianismo ¿no le resultaría meramente una religión de tantas?

“Dije al principio que me sentía como si fuera un largo camino que un día me conduciría al cristianismo; debo creer, pues, que lejos de ser un antojo es la verdad. ¿O es sólo que quiero creerlo? Pero al mismo tiempo, algo más, dentro de mí, me dice: “Desear creer conduce a la propia decepción. Vale más la honestidad que cualquier consuelo fácil. Ten el coraje de encarar el hecho de que todos los hombres pueden no ser nada para el Poder que hizo las estrellas”.

“Y aun así, me gustaría creer que el Señor Jesús es de verdad mi Dios misericordioso. Para los apóstoles que pudieron hablar con Jesús debió de haber sido fácil. Pero vivo en un mundo real de autobuses y ropa de nylon y bombas atómicas. Sólo tengo los relatos de la experiencia con la deidad dados por otros. Sin ángeles, ni voces, ni nada. O mejor, con una cosa: los cristianos vivos. Alguien como Ud., en este mismo mundo, de mi misma época, me resulta más accesible que los obispos de un pasado lleno de fe. Usted dio el salto del agnosticismo a la fe: ¿Cómo? No sé bien cómo me he atrevido a escribirle esto a Ud., un ocupado catedrático de Oxford, no un sacerdote. Pero sí lo sé: Ud. sirve a Dios, no a Ud. mismo; debe hacerlo, si es cristiano. Quizá sí llego a tener el valor de ver, mi respuesta radique en el hecho de haberle escrito”.

Respuesta de C.S. Lewis:

“Mi propia posición a las puertas del cristianismo era exactamente la opuesta a la tuya. Tú deseas que sea verdad, yo deseaba ardientemente que no lo fuera. Al menos, aquél era mi deseo consciente. Puedes sospechar que tenía deseos inconscientes de diferentes signos y que fueron éstos los que al final me empujaron. Cierto: pero entonces, también yo puedo sospechar que, bajo tu deseo consciente de que sea verdad, se oculte un fuerte deseo inconsciente de que no lo sea. Esto nos lleva a que todo ese material moderno sobre los deseos ocultos y los espejismos, por útil que pueda resultar para explicar el origen de un error que ya reconoces tú como tal, resulta perfectamente inútil para decidir, de dos creencias, cuál es la errónea y cuál la verdadera. Porque: a) uno nunca conoce todos sus deseos, y b) en las cuestiones importantes, como ésta, incluso los deseos conscientes están conectados siempre por ambos lados.

“Lo que sí pienso que se puede decir con certeza es esto: la idea de que a cualquiera le gustaría que el cristianismo fuera verdad y que por consiguiente todos los ateos son unos valientes que han aceptado el fracaso de sus más profundos anhelos, es sencillamente una rematada tontería. ¿Piensas que gente como Stalin, Hitler, Stapledon (un escritor formidable, dicho sea de paso), estarían contentos con levantarse una mañana y encontrarse con que no eran sus propios maestros, que tenían un Maestro y un Juez, para quienes no existía lugar alguno, ni siquiera en los rincones más escondidos de su mente, ante el que pudieran decirle: “Detente. Privado. Esto es asunto mío”. ¿De veras crees así? ¡Qué va! Su primera reacción sería (como fue la mía) de rabia y de terror. E incluso dudo mucho que tú lo encuentres simplemente agradable. ¿No es verdad que satisfaría algunos de tus deseos (algunos que en realidad sentimos muy pocas veces) y violentaría muchos otros? De modo que abandonemos el asunto del deseo. Todavía no le ha ayudado a nadie a resolver ningún problema.

“No estoy de acuerdo con la pintura que haces de la historia de la religión en cuanto a que Cristo, Buda, Mahoma, y otros, hayan desarrollado una idea simple original. Creo que el budismo supone una simplificación del hinduismo y el Islam una simplificación del Cristianismo. A lo que en realidad te refieres es al ritual, al mito, al misterio, la muerte y el retorno de Balder o de Osiris, a las danzas, las ceremonias de iniciación, los sacrificios, la divinidad de los reyes. Frente a ellos estaban los filósofos, Aristóteles o Confucio, difícilmente clasificables como religiosos. Los únicos sistemas en los que el misterio y la filosofía se dan la mano son el Hinduismo y el Cristianismo: ahí tienes tanto la metafísica como el culto (en continuidad con los cultos primitivos). Por eso es por lo que mi primer paso era asegurarme de que uno u otro de éstos tenía la respuesta. En realidad no puede haber nada que parezca o sólo cosa de salvajes o sólo cosa de intelectuales. Las cosas en la realidad no son así, los ejemplos materiales son de lo más obvio que puedas encontrar (la leche, los bombones, las manzanas, y también el objeto de la física cuántica). La cuestión no está en un montón de religiones desconectadas: la elección está entre: a) el mundo pintado por el materialismo: en el que no puedo creer. b) Las verdaderas religiones arcaicas primitivas: que no son bastante morales. c) El (pretendido) cumplimiento de éstas en el Hinduismo. d) La (proclamada) realización de éstas en el Cristianismo. Pero la debilidad del Hinduismo reside en que no une en sí realmente los dos ramales. Una religión salvaje se queda, sin remisión, en un pueblo; los filósofos ermitaños en el bosque; y en realidad no se relacionan mutuamente. Sólo el Cristianismo obliga a un intelectual como yo a tomar parte en el ritual de un banquete de sangre como obliga a un converso de centroáfrica a tratar de vivir un bien definido código ético universal”.

S. Vanauken responde a C.S. Lewis:

“He aquí mi dilema fundamental: no puedo creer en el Cristianismo a menos que tenga fe, pero no puedo tener fe a menos que crea en el Cristianismo. Este es el “salto”. Si ser cristiano es tener fe (y claramente es eso) puedo ir más allá: debo aceptar a Cristo para ser cristiano, pero debo ser cristiano para aceptarle. No tengo fe y todavía no creo; pero parece que el mundo dice: “Debes tener fe para creer”. ¿Y de dónde la saco? ¿O va a decirme Ud. algo distinto? ¿Hay alguna prueba? ¿Puede la razón pasarle a uno al abismo... sin fe?

“¿Por qué espera Dios tanto de nosotros? ¿Por qué exige este esfuerzo para creer? Si nos pusiera claro que Él es -tan claro como que el sol sale o como una piedra o como el llanto de un niño- ¿no sería bien gozoso optar por Él y por su ley? ¿Por qué en el recto ejercicio de nuestra libre voluntad ha de haber ese miedo a la falta de honradez intelectual?

“Debo escribir más sobre el tema de mis “ganas de que sea verdad”, aunque admito que probablemente tenga ganas de una cosa y de la otra, y que mi deseo no me ayude a resolver ningún problema. Su afirmación de que Hitler y Stalin (y yo) se horrorizarían al descubrir un Maestro al que nada se le oculta, es muy fuerte. Ciertamente, nada hay en el Cristianismo que me repugne tanto como la humildad, el doblar una rodilla. Si yo llegara a saber por encima de la esperanza o la desesperación que el Cristianismo es verdad, mi lucha en adelante sería ir en contra el orgullo del "me rompo pero no me doblo". Y, aún así, ¿no aceptaría yo (y también Stalin) la humillación de un Maestro para escapar del horror de dejar de ser, de la nada, al morir? Además, el saber que Jesús era de verdad Señor no sería una mera noticia agradable que satisficiera uno de nuestros raros anhelos. Sería arrollador: a) que el materialismo fuera tan falso como feo; b) que algunas de las repugnantes predicciones formuladas por los marxistas, los freudianos, y las manipulaciones de los sociólogos, no fueran verdad (incluso aunque se produjeran); c) que el crecimiento propio hacia la sabiduría no va a perderse, y d) sobre todo, que la bondad y la belleza sobrevivirían. Y entonces, desearía que fuera verdad y pienso que aceptaría cualquier humillación con tal que lo fuera. Lo malo de desear que sea verdad es que miro con recelo cualquier impulso que siento hacia la fe, como derivado de las ganas, pero lo bueno es que el deseo sí da el salto. Así que adelante; he de seguir tan lejos como pueda”.

Interior del Magdalen College de Oxford

Interior del Magdalen College de Oxford.

C.S. Lewis le responde:

“La contradicción ‘debemos tener fe para creer y debemos creer para tener fe’, es del estilo de aquellas con que los filósofos eleáticos probaban la imposibilidad del movimiento. Existen muchas otras. No puedes nadar si no sabes mantenerte en el agua y no puedes mantenerte en el agua sin saber nadar. O, de otro modo, en un acto de volición (p. ej., levantarse por la mañana) ¿el principio de tal acto es en sí mismo voluntario o involuntario? “Si es voluntario, entonces debes haberlo querido,... tú ya lo estás queriendo,... no fue realmente el principio. Si involuntario, entonces la continuación del acto (habiendo sido determinado por el primer momento) es involuntaria también. Pero independiente de esto, de hecho nadamos y salimos de la cama.

“No creo que haya una prueba (como la de Euclides) terminante, del Cristianismo, ni de la existencia de la materia, ni de la voluntad ni la honestidad de mis mejores y más antiguos amigos. Pienso que las tres cosas son (excepto la segunda) mucho más probables que las opuestas... y sobre el por qué Dios no lo hace evidente: ¿estamos seguros de que ni siquiera a Él le interesa un tipo de teísmo que consistiera en un consentimiento lógico a un argumento incuestionable? ¿Nos interesa a nosotros en asuntos personales? Exijo de mi amigo que crea en mi buena intención, que ciertamente carece de una prueba perentoria. Si él esperara una prueba apodíctica es que no confía en mí. ¡Caramba, todos los cuentos de hadas esconden una verdad! Otelo creyó en la inocencia de Desdémona cuando quedó probada: pero demasiado tarde. Lear creyó en el amor de Cornelia cuando se demostró: pero era ya demasiado tarde”. Pierde su premio quien espera a que todo salga a la luz.

“Se nos pide que tengamos la magnanimidad, la generosidad de fiarnos de una probabilidad razonable. Pero, ¿y si se cree y al final no es verdad? Porque, entonces, habrías mirado al universo como no le correspondía. El error entonces sería, incluso, más interesante que la realidad. ¿Y entonces, cómo podría ser? ¿Cómo podría un universo idiota haber producido criaturas cuyos solos sueños son mucho mejores, más vigorosos y sutiles que él mismo?

“Fíjate que la vida después de la muerte, que todavía te parece lo esencial, fue en sí misma una revelación tardía. Dios preparó a los judíos durante siglos para que creyeran en Él sin prometerles una vida después y, con su gracia, me instruyó a mí de la misma manera durante un año. Es como el príncipe disfrazado del cuento que gana el amor de la heroína antes de que ella sepa que es más que un leñador. Y si viniera primero lo que debe venir después, sería una especie de soborno.

“Y ahora, otra cosa sobre los deseos. Un deseo puede llevar a falsas creencias, te lo concedo... Pero ¿qué sugiere la existencia del deseo? Una vez me impresionó una frase de Arnold: “Tener hambre no prueba que tengamos pan”. Pero lo que es seguro, aunque no prueba que un hombre concreto tenga comida, sí prueba que existe la comida. P. ej., si fuéramos especies que normalmente no comemos, ¿sentiríamos hambre? Dices que el mundo del materialismo es “feo”. Me pregunto cómo has descubierto eso. Si tú eres realmente fruto de un mundo materialista, ¿cómo es que no te encuentras a gusto en él?, ¿se quejan los peces del mar por estar mojados? Y si lo hicieran, ¿no indicaría este hecho por sí mismo que no han sido siempre unas criaturas acuáticas? Date cuenta de cómo continuamente nos sorprendemos del paso del tiempo. (¡Cómo vuela el tiempo! ¡Parece mentira que fulanito ya sea tan mayor y se case! ¡Casi no puedo creerlo!). En nombre del cielo, ¿por qué? A menos que, en realidad, haya algo en nosotros que no sea temporal

“Pero piensa que tú ya estás cogido en la red. El Espíritu Santo va tras de ti. ¡Dudo que te escapes!”.

Tuyo, C.S. Lewis.

Estas cartas de Lewis -escribe Vanauken- me dieron mucho que pensar y también me asustaron, especialmente el chocante párrafo último. Pero ya admitía que había un lugar para la emoción, como para la razón.

Escribió en su diario:

“Parece que el Cristianismo requiere las dos cosas: un asentamiento emocional y uno intelectual. Si sólo hay emoción, la cabeza plantea preguntas, que si no se contestan pueden conducir a errar el camino, porque el amor no puede sostenerse sin comprensión. Por otro lado, hay un espacio que debe llenarse con la emoción. Si iba a apostar toda mi vida por Cristo Resucitado, quería certeza; deseaba una prueba; quería una señal del cielo. No la tenía y esperé. Estaba al borde del sí: el Cristianismo me parecía probable”.

“No aguantaba más. Sólo podía hacer una cosa. Me lancé al vacío”.

Y escribió a C.S. Lewis:

“Elijo creer en el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, en Cristo, mi Señor y mi Dios. El Cristianismo suena a ser la única verdad. La verdad esencial. Por Él, la vida queda llena y no vacía, llena de sentido, en vez de sin sentido. El cosmos se hace hermoso en su interior, en vez de espantosamente feo bajo el agradable sentimiento de la primavera. Pero el vacío, el sin sentido y la fealdad sólo pueden verse, pienso, cuando uno ha vislumbrado la plenitud, el sentido, la belleza. Cuando, tanto cielo como infierno, han dejado entrever que no puede darse marcha atrás. Pero también el dar el paso adelante parece imposible. Barruntar no es ver. Hay que elegir: no hay certeza. Sólo se puede elegir una cosa. De modo que yo..., ahora me toca a mí escoger: escojo la belleza; elijo lo que amo. Pero optar por creer es creer. No puedo hacer más: elegir. Confieso mis dudas y pido a Cristo que entre en mi vida. No sé qué Dios sea, pero le digo: Haz en mí según tu voluntad. No afirmo que no dude, dudo, pero pido ayuda, habiendo elegido, para superarlo. Dudo pero digo: Señor, creo, pero ayuda a mi incredulidad”.

“Ahora -afirmó Vanauken- soy cristiano. Yo, cristiano! Yo, que solía mirar a los cristianos con lástima y disgusto. Siento una curiosa mezcla de sentimientos: el humano embarazo ante los no cristianos; una extraña forma de orgullo, porque había desertado de su precario campo; como si a Jesús le hubiera hecho un gran favor, que la luz hacía vano y tonto, y un gran gozo que me vino con la luz”.

C.S. Lewis le contestó:

“Mis oraciones han sido escuchadas. No: barruntar no es ver; pero para un hombre que camina por una montaña de noche, el vislumbrar los tres siguientes pasos del camino puede importarle más que una panorámica del horizonte... Y quizá, para que una elección sea libre, siempre debe faltar precisamente una certeza probatoria: ¿qué otra cosa podríamos hacer sino aceptarla, si la fe fuera como la tabla de multiplicar? Puedes tener ataques en contra, ¿sabes?, de modo que no te alarmes si te vienen. El enemigo no presenciará que te pierdas para él por Dios, sin una intentona por reclamarte. Preocúpate de aprender a rezar... Que Dios te bendiga. Bienvenido. Sírvete de mí como desees: recemos el uno por el otro siempre”.

Días después Vanauken escribió:

“C.S. Lewis profetizó el contraataque del enemigo y, como siempre, tenía razón. Los sentimientos se encrespan gritando que son mentiras, que todo es mentira; el duro pavimento bajo los talones, el esplendor del árbol en mayo son las únicas realidades. Pero eso no es todo. No sólo puede salirse al paso de las dudas, van mejor no sólo las oraciones, sino que las dudas vienen con menos frecuencia y, cuando lo hacen, a menudo se topan con un arranque de inexplicable confianza en que la elección fue acertada. Nosotros ganamos”.

Lewis llegó a ser un gran amigo para Vanauken. “Durante dos años apenas hubo una tarde que antes o después -escribe Vanauken- no nos reuniéramos unos cuantos para leer poesía, estudiar la Biblia y, sobre todo, hablar: sosteníamos vivaces conversaciones hasta altas horas de la noche sobre cualquier aspecto de la fe y las relaciones de la fe con otras cosas. Venían también no cristianos, y algunos de ellos se convirtieron. Pero llegó un momento en que, uno por uno, nos fuimos marchando de la universidad, a África, Canadá... y a Virginia.

“En Virginia no fue tanto como yo esperaba. Había iglesias, verdad, y todo el mundo iba allí, pero ¿dónde se manifestaba la vida cristiana? Mi parroquia y cuantas iglesias visité estaban como muertas para Cristo. Habría cristianos, no lo dudo. Pero yo no los encontré. A la mayoría de la gente con que hablaba le interesaba más el éxito del club o el radicalismo de las ideas raciales del obispo o el dinero o la posición de los fieles, pero nadie hablaba de Cristo. Uno sentía como si fuera de mal gusto hablar de Él o sugerir que la Iglesia había de ser algo más que un club social o un símbolo de respetabilidad. Sin duda allí se encontraba Cristo, en algún lugar, pero también se le encontraba en el mundo. “Un cristiano es un explorador que nunca debe encontrar, o deja de ser un explorador”.

“De repente me vino a la mente un comentario casual de hacía tiempo, cuando en Oxford, un amigo que volvía de una larga estancia en Italia, me contó con una sonrisa: “Todos los sacerdotes de Italia creen con bastante seguridad que el Protestantismo está muriendo”. “Mira”, dicen, “mira el crecimiento del materialismo y la debilidad de la fe en Inglaterra y América; no se preocupan más que de enriquecerse. La religión se les muere. Es el sarmiento cortado de la Verdadera Vid, que se agosta. En uno o dos siglos habrá desaparecido, ¿y qué es un siglo o dos para la Iglesia? Nos habíamos reído y deseado que aquellos sacerdotes italianos hubieran visto la iglesia de San Ebbe. Pero ahora la cuestión ya no me hacía gracia. Empecé a pensar seriamente en la Madre Iglesia y a plantearme la cuestión que todo cristiano debería preguntarse alguna vez: ¿es aquella enorme Iglesia, tan fervorosa y doctrinal, tan heterogénea excepto en lo referente a su fe, fuerte, inmutable? ¿Es ella, después de todo, la Iglesia? ¿Es la propia Iglesia Católica Romana, incluidos los fieles que están afuera, la Iglesia? Admití que una vez que la primera cuestión -¿es Cristo Dios?- había sido respondida afirmativamente, debía encararme con la siguiente pregunta formulada por la existencia en la historia y la afirmación invariable de la Iglesia Católica.

 Danilo Sánchez Villasmil

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