Para Don Raúl eran tan importantes los jóvenes, que constantemente nos alentaba a participar en acciones sociales de una manera efectiva; por ejemplo, yo pertenecía a un grupo que acompañaba a los pobladores y él me pedía: primero preocúpate de cómo mejorar su vida familiar, porque hablarles de Dios a una familia que viven diez personas en una sola pieza donde realizan todo en común, ¿crees que eso es porque Dios no los quiere? Y nos estimulaba a que fuésemos responsables ante Dios de que “mi hermano comparta conmigo”.

Sellos Silva Henriquez 1Estas palabras son parte de un largo testimonio[1] que ofreció el ingeniero Alfredo Pesce –hoy cercano a cumplir cien años– acerca de su relación con el Cardenal Silva, cuando fue su alumno entre los años 30 y 40 en el colegio Patrocinio de San José.

Compartir, en el sentido de dar algo propio para que el otro viva el gozo de todo tipo de bienes, es la palabra que posiblemente más sintonía tiene con la figura de Raúl Silva Henríquez. La suya fue una trayectoria muy larga que puede dar vida a múltiples reflexiones, tanto en aspectos doctrinales y pastorales de la Iglesia, como para el chileno amante de su tierra y su gente.

Sobre él se ha escrito bastante. Títulos como El Cardenal Raúl Silva Henríquez luchador por la Paz de Oscar Pinochet de La Barra[2], o El Cardenal nos ha dicho 1961/1982, del padre Miguel Ortega, que recopila las principales exhortaciones realizadas por el cardenal; hasta libros con carácter de homenaje como Raúl Cardenal Silva Henríquez: aventura de una fe, Homenaje de la Academia de Humanismo Cristiano, y Caritas Christi Urget Nos. 90 años del Cardenal Raúl Silva Henríquez, de la Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez. Así también, en septiembre de 2007, para el centenario de su natalicio, alrededor de veinte entrevistados, de diferentes ámbitos, comentaron el emblemático texto “Mi sueño de Chile”[3]; la clave de aquella conmemoración fue una invitación a compartir esos mismos sueños, los que fueron recopilados en el libro La patria anhelada[4].

Hoy, cuando se recuerdan 50 años del Golpe de Estado y se encuentra en marcha también el segundo tiempo de un largo y tortuoso periodo para revestir al país de una nueva Carta Constitucional, nos encontramos ante un contexto propicio para analizar las circunstancias que fueron forjando profundas convicciones en Silva Henríquez para ponerse frente a las problemáticas sociales con los ojos de la fe y de la esperanza cristiana. Este es un buen ejercicio para reconocer y aprender cómo las respuestas y soluciones generan individualismos y antagonismos exacerbados cuando se alejan de la búsqueda de dignidad de todo hombre y de la construcción del bien común. Hoy como ayer, el país exige encuentros y no desencuentros, estabilidad y no volatilidad, diálogos y no pragmatismos.

El estilo de la Doctrina Social de la Iglesia que tiene su punto de partida en la lectura de las Res Novae (las cosas nuevas) sigue válido, como lo fue para Silva Henríquez frente a los profundos cambios que ya en la sociedad de la segunda mitad del siglo XX se presentaban con características no solo locales sino globalizadas. Los cambios requerían también de intervenciones siempre más complejas y para las cuales se necesitaba de un atento discernimiento y de una gran audacia para aplicarlos. Roles protagónicos y asertivos se perfilaban a todo nivel, incluyendo la Iglesia Católica. Silva Henríquez tuvo este perfil.

En tiempos de vacío de humanismo cristiano, un estilo y un pensamiento como el suyo asumen la dimensión de patrimonio cultural. Las fuentes culturales de las buenas tradiciones son indispensables para orientar criterios de juicios, tanto para la política y la economía como para los mismos pastores y laicos empeñados en repensar con nuevas categorías al bien común y la vocación humana en su conjunto. La dimensión de relacionalidad propia de las personas exige construir el bien común “con el otro”.

Aquí nos encontramos con la clave para comprender la dimensión del compartir que se fue forjando en Raúl Silva Henríquez: primero en una familia con diecisiete hermanos y luego en los patios de los colegios salesianos siempre llenos de entusiasmo juvenil. Después, en la responsabilidad que asumirá como pastor, donde este compartir se “tiñe de la dimensión de la comunión” que es el principal motor de la solidaridad y fraternidad. Estos últimos son los pilares esenciales de su larga trayectoria de evangelización.

Benedicto XVI en la encíclica Caritas in Veritate, despliega la idea de la cultura del don y de la gratuidad como los puntos de partida para superar la lógica de una economía pensada exclusivamente sobre la conveniencia y el lucro. Esta perspectiva tiene como espejo aquellas minorías proféticas que él mismo señala como fuentes de renovación. Sin duda que hay momentos claves en la vida de Silva Henríquez que tienen la connotación del perfil profético propio de quién, con convicción y coraje, denuncia que la pérdida de la libertad y de la democracia son contrarias a la vocación humana.

I. Algunos rasgos de la búsqueda de la vocación

Raúl Silva Henríquez, como pocos, vivió casi un siglo. La historia de la Iglesia y de la humanidad del siglo XX le pertenecen y fue parte de ella con intensa pasión. Fue un agente muy activo en los cambios y los desafíos del tiempo que le tocó vivir.

Perteneció a la Congregación Salesiana, la que llegó a Chile en la segunda mitad del siglo XIX –cuando Don Bosco aún estaba vivo– y desde entonces se ha dedicado a la educación y formación profesional de la juventud. En pocos años, desde Iquique a Punta Arenas, los salesianos abrieron numerosos colegios que han privilegiado la formación profesional de jóvenes para insertarlos en la sociedad con competencias en diferentes ámbitos laborales y también prepararlos para el ingreso a las universidades. Se enfocan en los sectores sociales más postergados y, junto con la formación de los estudiantes, han creado parroquias para evangelizar y centros de acogida para niños y jóvenes. También, como expresión de la memoria viva de los territorios que han evangelizado, han creado museos que recogen la historia y la valoración de los lugares de misiones y de evangelización.

Todo carisma que nace en la Iglesia aporta siempre alguna novedad, enriqueciéndola de dones especiales, de nuevas visiones, métodos y maneras diferentes de mirar el Evangelio y comprender la encarnación del mensaje cristiano en épocas y contextos diferentes. San Juan Bosco toma la inspiración y el nombre de san Francisco de Sales. La razón, la religión y la amabilidad son el fundamento de este carisma educativo que en una ciudad como Turín –muy anclada en la mitad del 1800 en una cultura laicista–, hacen del mensaje educativo cristiano el camino para no cerrar la formación de las escuelas a la trascendencia. Esta experiencia debe haber guiado a Monseñor Silva a oponerse a la reforma educativa que propugnaba la Unidad Popular, y haber reforzado el sentido de la Escuela Católica, creando también estructuras adecuadas para fortalecer los proyectos educativos centrados en la libertad y la educación del sentimiento religioso de niños y jóvenes.

El buen ambiente y el clima de caridad ayudan a perder inseguridades y miedos y abren la mente y el corazón a la trascendencia y a los grandes valores, no solo espirituales sino a todo lo que humanamente es bello y atrayente. Cuando el joven Raúl Silva, estudiante de Derecho en la Universidad Católica, en 1926, tiene su primer acercamiento con los Salesianos, tal como él mismo cuenta en sus Memorias[5], queda impactado por la figura de Don Bosco: “Me maravillé con su inusual experiencia de Dios. Había en su vida una relación sobrenatural, pero sin las apariencias clásicas, una relación carismática y al mismo tiempo intensamente humana”. Y después de señalar cómo intuye que, en el camino de Don Bosco, él podía encontrar el camino de su vocación, agrega: “me fascinó y me costó entender su posición respecto de los pobres. Decía [se refiere a Don Bosco] que tenía la misión de ayudarlos y capacitarlos para que fuesen ‘Buenos cristianos y honestos ciudadanos’”.

Para comprender el peso del carisma de Don Bosco, dedica varios meses a leer su vida y sus escritos, y cuando advierte con claridad que había encontrado su camino, procura hablar con quienes lo habían conocido personalmente, y hasta llega a entrevistarse con don Abdón Cifuentes, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Católica, que en esa época fue uno de los impulsores en Chile del conocimiento de la Rerum Novarum, con cierta distancia de la mentalidad conservadora de esos tiempos.

Las palabras con las cuales sintetiza la decisión de responder al Señor nos ofrecen una clave de comprensión de cómo en él se hace inseparable el amor y la entrega a Dios con la caridad vivida y encarnada en el quehacer de todos los días: “Don Bosco me ha conquistado: un hombre moderno, un hombre ante Dios, amante de su patria, amante de los pobres…”.[6]

En 1927, cuando todavía no terminaba los estudios de Derecho, en el internado del Patrocinio de San José, todas las tardes junto al padre Panzarasa se dedica a profundizar el espíritu de san Francisco de Sales y el papel del religioso en el mundo. Es este un interesante momento de la vida del joven Raúl que permite comprender de manera muy efectiva cómo se forma la base de su pensamiento social y su gran sensibilidad y pasión por la justicia, los pobres y la patria. Estos temas siempre estarán presentes bajo cualquier circunstancia. En la creación de dos importantes instancias de la Iglesia chilena –Incami (el Instituto Católico de Migración) y Caritas– se hace explícita esta profunda adhesión a los principios y visión de una fe evangélica que, para ser efectiva y propiamente tal, debe mirar y amar al hombre en todas sus vicisitudes.

Los grandes problemas que sufrían los emigrantes, los exiliados y los pobres, la falta de una vivienda digna y de trabajo para obtener los recursos para mantener a la familia, llegaron a convertirse en sus grandes preocupaciones. Más tarde, cuando lo entrevistan durante una pausa de los trabajos conciliares, así se refiere a la pobreza sufrida por el hombre, en unos apuntes de los Padres Conciliares que preparaban para intervenir en las diferentes comisiones de trabajo: “esta pobreza sufrida por el hombre la hemos llamado subhumana, vale decir, una pobreza que hace del hombre un esclavo de las necesidades. En contra de esta pobreza tenemos que luchar y, si es posible, desarraigarla de la Humanidad”[7].

Este breve relato describe un tipo de pobreza que es consecuencia del hambre, del pecado y de la falta de una buena organización social. Sin embargo, no solo denuncia la pobreza, también propone una respuesta a partir de los comportamientos que la Iglesia debe asumir, sobre todo en su jerarquía. Así se expresa en otro de estos esquemas:

Practicar esta pobreza evangélica, porque es la única manera para estar cerca de los hombres y la única manera para ayudar a los pobres, porque solo los que son pobres de espíritu, como dice el Evangelio, son los que comprenden las necesidades de los pobres, son los que tienen la posibilidad real de ayudarles[8].

Desde el Concilio hasta hoy han pasado 60 años y, mirando a Chile, la pobreza tiene rostros diferentes. El sistema económico que se ha implementado ha logrado reducir la pobreza extrema, pero no así en términos de una distribución igualitaria, persisten, por lo tanto, fenómenos de desigualdades muy difíciles de desarraigar. Con frecuencia, aparecen motivos de descontento que, cuando superan ciertos límites, abren el camino a insurrecciones sociales. Este fenómeno no se produce tan solo en Chile y es muy probable que suceda cuando la dimensión de la justicia y de la dignidad de la persona no son consideradas en el proceso productivo. Silva Henríquez fue un atento observador de estos fenómenos y reaccionó con voz decidida y firme cuando fue necesario y, sobre todo, con acciones concretas. Dejó huellas proféticas de estilo y eficacia creando la forma para enfrentarse a la solución de problemas cuando éstos se relacionan con la verdadera vocación humana.

II. El pensamiento social de la Iglesia que marca un estilo

Los estudios que realizó en Turín (1931-1938) no se limitaron solo a la teología y a la profundización de la espiritualidad salesiana. El joven estudiante Raúl fue un atento observador de lo que acontecía en Italia y el resto de Europa. Italia y Alemania vivían bajo los regímenes autoritarios de Mussolini y de Hitler. El fascismo y el nazismo, dos ideologías totalitarias que cultivaron para todo el decenio de los años 30 la ambición de un nuevo imperio, que tanto Hitler como Mussolini soñaban con miradas diferentes. Sin embargo, establecieron una alianza militar y de amistad que denominaron Pacto de Acero (1939), y que duraría hasta el año 1943, cuando con un golpe de Estado cae Mussolini y el nuevo gobierno italiano establece un armisticio con Estados Unidos y comienza el término de una larga Segunda Guerra Mundial.

Raúl Silva vive este acontecimiento desde su llegada a Turín, en 1931, hasta su regreso a Chile, en 1938. Interesante es lo que él mismo relata en sus Memorias: “así es que era muy difícil mantenerse totalmente al margen de lo que se vivía en Italia, por más que las normas de la Congregación, la decisión del Instituto Teológico y la vigilancia de los Padres intentaron impedir que nos distrajéramos con el acontecer político”[9].

Su mirada y participación en aquellos años de esta realidad sociopolítica estaba iluminada por el Papa Pío XI, del cual esencialmente hay dos dimensiones que lo marcan. La primera se desprende de la lectura de la Encíclica Quadragesimo anno, en la cual se explicita la convicción de que la Iglesia debe entregar la visión desde la fe y a la luz del Evangelio a la solución de los problemas de la sociedad. En aquel documento se expresa explícitamente el principio de la subsidiariedad. Este principio, junto al de solidaridad, que había desarrollado de una manera clara el Papa León XIII, constituye el segundo gran pilar sobre el cual la Iglesia dialoga con la sociedad y estimula a los católicos a un rol activo en lo social, “promoviendo iniciativas de solidaridad y construyendo un asociacionismo en el cual pudiesen mantenerse vivos las componentes culturales y espirituales de la sociedad, sin que el totalitarismo de los Estados termine absorbiendo el tejido sociocultural que solo las democracias pueden asegurar”[10], escribe don Raúl en sus Memorias, para remarcar la importancia y el alcance de la aplicación de estos dos principios en la construcción de sociedades democráticas con profundas raíces de organizaciones civiles.

III. La Iglesia y la Patria. El alma de Chile

En el marco de la actualidad sociopolítica chilena, en camino hacia una nueva Constitución –que comienza en 2016 con los cabildos de Bachelet, continúa con el intento fallido del texto propuesto a la ciudadanía por la Convención Constituyente en septiembre de 2022, y sigue hoy con el Consejo Constituyente–, la Homilía en el Te Deum de septiembre 1974, asume el significado de no dejar al margen un momento importante de la memoria histórica. Este texto merece ser profundizado bajo diferentes perspectivas, para penetrar la historia y soñar el porvenir de la humanidad con los ojos de la fe, la luz de la inteligencia y la audacia, siempre necesaria cuando se trata de afirmar y sostener con fuerza principios y convicciones.

“La Iglesia y la Patria”[11], como se conoce aquella homilía, configuran de una manera muy directa aquellos aspectos que fueron clave para mantener vivo el sentido de libertad y cautelar también el tejido cívico-social de los partidos políticos que fueron silenciados por el gobierno militar. La Vicaría de la Solidaridad que Monseñor Silva crea en 1975 –además de ser un lugar de acogida de los perseguidos y la defensa de los derechos humanos–, asume una función de primera línea cuando se trata de custodiar los valores de la memoria histórica de la nación.

En aquella memorable homilía del Cardenal en 1974 –y que más tarde en 1987 retomará de nuevo en un contexto diferente–, surgen tres conceptos claves que terminan para Silva Henríquez configurando el “Alma de Chile”: una profunda fe que no se deja contaminar por falsos ídolos; una libertad que debe crecer ajena a toda forma de opresión; y un apego al Derecho que aleje todas las tentaciones de anarquismo que siempre están para seducir bajo diferentes formas.

La inspiración de una fe encarnada, como verdadera esencia de las enseñanzas sociales de la Iglesia, se encuentra aquí con un maestro y un testigo. Un maestro, porque con la palabra ilumina, y un testigo, porque asumirá también en su persona el peso de los cambios que se producen, el dolor de los pobres y perseguidos, sin dejar de lado la esperanza que es alimentada y fruto de la Caridad de Cristo, que había escogido como su lema episcopal: “Caritas Christi urget nos”.

La fraternidad universal que para Silva Henríquez se desprende de la paternidad de Dios, en su Sueño de Chile, con el arte escultórico de las palabras y con la decisión de quien tiene apuro, invita a ser actores para construir un entorno fraterno al interior del cual se pueda efectivamente practicar la solidaridad, vivir el amor y respetar la dignidad de toda persona humana.

IV. La audacia para grandes realizaciones

Dos iniciativas: una reforma en las tierras de propiedad del Arzobispado de Santiago, y la creación nada menos que de un banco, nos parecen interesantes de considerar con el fin de destacar tanto su visión de los cambios hacia los cuales se encamina la sociedad chilena, como su fuerte carácter dispuesto también a enfrentar oposiciones y para poder servir a la causa de mejorar las condiciones de vida de la gente más humilde y modesta.

De inquilinos a dueños

Al comienzo de los años 60, Chile vive los primeros síntomas para salir de su condición de país económicamente dependiente de la minería del cobre, a un país diversificado y capaz de poner también en producción enormes extensiones de tierras que eran poco productivas.

Un cambio que requería partir con la renovación del sistema estructural y productivo y de una adecuada preparación de la mano de obra, como de la misma dirigencia campesina. El mismo Cardenal, en sus Memorias, hace un recuerdo del por qué tenía su “urgencia esta tan significativa experiencia, como muchas otras que implementó. “Estas tierras durante mucho tiempo sirvieron para ayudar al culto de Dios, a las obras de apostolado, a la mantención del clero. Pero consideramos que por encima de estas necesidades está el porvenir de los trabajadores de la tierra, su dignidad y sus posibilidades de cultura”[12], explica él mismo, cuando relata las razones que lo motivaron a emprender esta iniciativa.

El historiador Fredy Timmermann, en el libro El Cardenal Silva Henríquez y el mundo campesino. Una experiencia de desarrollo y promoción humana[13], desarrolla ampliamente, desde un punto de vista histórico, todo el proceso desde sus orígenes y los efectos que produjo en la cultura de la época. El libro permite hacerse una idea muy clara de las motivaciones y los pasos seguidos por el Cardenal, y además destaca algunos rasgos que nos permiten relacionar cómo, en el pensamiento social de don Raúl, se combinan dos importantes dimensiones. Por una parte, la fuerza y claridad de la palabra, frente a los hechos que provocan preocupación cuando la dignidad y los derechos humanos no son respetados. Además, hay una profunda convicción de que estas acciones también vivifican y dan coherencia a la fe. Por otro lado, el Cardenal Silva es un atento observador de los cambios históricos y, de una manera especial, también del paso de la Sociedad Chilena de una cultura campesina a un primer encuentro con la modernización y la industrialización. Sus intuiciones y preocupaciones por las condiciones de vida en los campos tienen sintonía con lo que el Papa Juan XXIII explicita en la Mater et Magistra: “Aquí conviene observar cómo hay no pocas naciones en las cuales existen palmarias desigualdades entre territorio y población. Efectivamente, en unas hay escasez de hombres y abundancia de tierras laborables, mientras en otras abundan los hombres y escasean las tierras cultivables”[14].

Estos cambios pasaban por modificar el tipo de relaciones existentes. Esto solo se podía dar si los campesinos sentían la tierra que cultivaban como algo que les pertenecía. Necesitaban, al mismo tiempo, conocer las nuevas tecnologías para aumentar la productividad de los campos. En esto el Cardenal Silva está convencido de que la tierra y los campesinos pueden más.

Por el conocimiento que tiene del campo, por sus orígenes, considera que estos hombres eran capaces de un trabajo más intenso y calificado. Para esto necesitaban ser ayudados a confiar más en sí mismos, sentir dignidad por su trabajo y abrirse a los cambios. El apoyo necesitaba ser permanente y constante en el tiempo y no terminar con la pura entrega de la tierra. Para estos efectos, fueron ayudados a organizarse en cooperativas, de manera que con una acción de apoyo mutuo pudiesen también cumplir con las condiciones de pago de las tierras que se les entregaron.

La creatividad y la audacia, dos grandes fuerzas para la acción, fueron claves para provocar este cambio en las tierras pertenecientes a la Iglesia, no solo en Santiago, sino también en la Diócesis de Talca, con el obispo Manuel Larraín, en gran sintonía con monseñor Silva Henríquez en la mirada evangelizadora y de promoción humana, que fue el estilo que ambos practicaron.

“No queremos predicar un amor que es pasividad y resignación ineficaz; de este amor real y universal brota nuestro deseo de transformar las estructuras de la sociedad”[15]. Son expresiones del Cardenal Silva a las que a menudo recurre cuando manifiesta la convicción de que el transformar las estructuras de la sociedad depende de la formación de las personas capaces de provocar estos cambios.

Las finanzas al servicio del desarrollo socioeconómico

Silva Henríquez apreciaba tanto a sus sacerdotes como a los laicos. Para comprender este aspecto es interesante conocer cómo la iniciativa de crear una instancia financiera –que se conoce como el Banco del Desarrollo– en los años 80 nace de su amistad con el ingeniero Domingo Santa María. Con él y un grupo de jóvenes profesionales se abre camino la idea de crear una entidad financiera que estuviese al servicio del desarrollo de pequeñas y medianas empresas, para dar empleo a numerosos trabajadores que, al comienzo de los años ‘80 habían quedado cesantes por la crisis. Además, la nueva entidad financiera tenía que hacerse cargo de la vivienda para las familias más modestas. Las utilidades del paquete accionario de la Fundación para el Desarrollo (que actuaba en representación del Arzobispado de Santiago en el Banco) tenían como destino prioritario la formación de los trabajadores.

En una época en la cual las finanzas iban condicionando y dictando las reglas para un concepto de eficiencia y eficacia que solo era medido por los resultados de las utilidades; con los programas que el nuevo banco promovió se logró permitir el acceso a una vivienda propia a más de 500.000 familias en 25 años.

V. La subsidiaridad como camino al desarrollo,

Dos importantes intuiciones podemos identificar en esta iniciativa y que son muy útiles además para comprender las causas de ciertas crisis que, al interior de las economías y países, reaparecen con cierta frecuencia: la convicción manifestada por el Cardenal de que las finanzas deben estar también al servicio de la creación de estructuras para el desarrollo de las personas y de las comunidades; la confianza en las personas, especialmente las más humildes, que son capaces de cumplir los compromisos financieros adquiridos. De hecho, el Banco del Desarrollo abre el camino al crédito a sectores considerados poco confiables e inseguros en esa época.

No será posible comprender la figura del Cardenal Silva, como el Pastor de la Iglesia Chilena que se preocupa de la libertad de los perseguidos, de los derechos humanos de quienes sufrieron atropellos, si lo separamos del hombre que vive y sufre por la falta de trabajo de tantas familias y de las esperanzas que alimenta cuando apoya iniciativas de empleo para que los trabajadores, tanto individualmente, como en cooperativas, sean capaces de generar recursos con actividades propias. 

VI. Conclusiones

En la situación y en el contexto actual ¿cómo abordaría el Cardenal Silva determinados problemas y situaciones? Aun cuando una pregunta de esta naturaleza es comprensible y oportuna, a nuestro modo de ver se debería invertir: ¿qué podemos hacer nosotros frente a problemas reales? Sin lugar a duda la enseñanza de Silva Henríquez sigue siendo un ejemplo para ver los problemas y enfrentarlos con soluciones concretas.

El Ágape. Entendido como el amor sublime y gratuito, hoy requiere alinearse con la cultura del don, que se hace posible cuando somos capaces de reemplazar una visión del hombre economicus con una visión del hombre agapicus.

El Discernimiento. Entendido como una virtud humana que nos permite distinguir una cosa de otra y otorgar a cada cosa su sentido y valor, hoy asume relevancia también en lo social y en lo económico. El método de “mirar-juzgar -actuar” sigue siendo de actualidad.

La Audacia. Entendida como la virtud humana que conjuga la capacidad de atreverse a realizar cosas, aun cuando el ambiente parece adverso, tiene que ser practicada en una época como la nuestra, cuando solo las incertidumbres parecen ser los patrones y los orígenes de todo cambio cultural.

Recuperar la unidad entre el pensar y la acción requiere hoy la práctica de virtudes cristianas humanas y sociales... Silva Henríquez fue un buen ejemplo digno de ser valorizado y estudiado.

Sellos Silva Henriquez 3


Bibliografía

Baeza, Jorge y Raúl Silva Henríquez; “Una sistematización de elementos comunes en sus textos y la vigencia de su palabra”. Enero 2020. www.cardenalsilva.cl.

Blanco, Guillermo y Mónica Blanco. Aventura de una Fe. Academia de Humanismo Cristiano. Santiago 1987.

Silva Henríquez, Raúl; Memorias. Cardenal Raúl Silva Henríquez. Editor: Ascanio Cavallo. Ediciones Copygraph, Santiago 1991.

Silva Henríquez, Raúl; Escritos y homilías del cardenal Raúl Silva Henríquez. En www.cardenalsilva.cl, 2007.

Varios autores; Caritas Cristi Urget Nos. Ediciones Fundación cardenal Raúl Silva Henríquez, 1997.

Varios autores; El Ágape, el discernimiento y la audacia en Raúl Silva Henríquez. Ediciones Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez y UCSH, Santiago, 2012.

Varios autores; El Concilio Ecuménico Vaticano II a 50 años de su inicio (1962-2012). Ediciones Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez y UCSH, Santiago, 2013.


Notas

* Sellos postales lanzados en agosto del 2007 con ocasión del centenario del nacimiento del cardenal Raúl Silva Henríquez.
[1] En una entrevista-testimonio que recogió el Secretario ejecutivo de la Fundación Raúl Silva Henríquez Nello Gargiulo, en su casa en agosto del 2017. 
[2] Editorial Don Bosco, 2006.
[3] 19 de noviembre de 1991.
[4] Gargiulo, Nello (coord.); La patria anhelada: Cardenal Raúl Silva Henríquez en la senda del bicentenario. Fundación Raúl Silva Henríquez, 2008. Seis aproximaciones, veinticuatro entrevistados y tres testimonios acerca de “Mi sueño de Chile”.
[5] Silva Henríquez, Raúl Cardenal; Memorias 1907-1999, tres volúmenes. Editor: Ascanio Cavallo. Ediciones Copygraph, Santiago, 1991, 1994 y 1999.
[6] Fuente- Memorias 1907 1999.
[7]  Varios autores; El Concilio Ecuménico Vaticano II a 50 años de su inicio. Ed. Fundación cardenal Raúl Silva Henríquez y UCSH Santiago, septiembre 2013.
[8]  Ídem.
[9] Op.cit. Memorias
[10]  Ídem.
[11] Así se conoce al texto de la Homilía del Cardenal Silva Henríquez para el Te Deum de septiembre de 1974. Disponible en: https://www.cardenalsilva.cl/pdf/43_iglesia.pdf
[12] Op.cit. Memorias
[13] Timmermann, Freddy; El Cardenal Silva Henríquez y el mundo campesino Una experiencia de desarrollo y promoción humana. Ediciones Fundación cardenal Raúl Silva Henriquez y UCSH. Santiago, 2008.
[14] Juan XXIII; Carta encíclica Mater et Magistra, sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana. 15 de mayo 1961, n.153.
[15]  Varios autores; El ágape, el discernimiento y la audacia en Raúl Silva Henríquez. Ediciones Fundación Silva Henríquez y UCSH, Santiago 2015.

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