¿Cómo podemos vivir en el mundo digital con amor al prójimo, estando presentes de manera auténtica, atentos los unos a los otros en nuestro viaje común por las ‘autopistas digitales’?
En torno a esta pregunta reflexiona el Dicasterio para la Comunicación en un documento titulado “Hacia la plena presencia” y publicado el lunes 29 de mayo. El objetivo del documento es “afrontar algunas de las principales cuestiones relativas al modo en que los cristianos deberían participar en el mundo digital”.
1. Cuidado con las trampas en las autopistas digitales
El primer apartado del documento está inspirado en la figura del hombre que cayó en manos de los ladrones en la parábola del Buen samaritano. En las redes sociales tampoco debemos olvidar a aquellos que quedan atrás: “Como en la parábola, en la que se nos cuenta lo que ha visto el herido, la perspectiva de los marginados y los heridos digitales nos ayuda a entender mejor el cada vez más complejo mundo de hoy”.
La primera trampa de la que nos advierte el documento es la lógica comercial subyacente en las redes sociales, de la que debemos ser siempre conscientes. Esta lógica transforma a los usuarios tanto en consumidores de publicidad personalizada, como en mercancías que, a través de sus interacciones, proporcionan datos que luego son vendidos a otras compañías.
También se nos advierte de las sofisticadas herramientas de personalización de los resultados, que generan verdaderas burbujas de información parcial que corroboran nuestras propias ideas, refuerzan nuestras creencias y nos conduce a un aislamiento progresivo, impidiéndonos encontrar a ese prójimo que es diferente a nosotros.
¿Cómo fomentar el diálogo, la escucha y la compasión en el ambiente digital? El documento del Dicasterio nos invita a ver siempre a aquel que está detrás de la pantalla, como persona y no como mera expresión de un cierto punto de vista. “Como creyente, estamos llamado a ser comunicadores que se dirigen intencionalmente hacia el encuentro”, señala.
2. De la conciencia al verdadero encuentro
Si el primer punto se centró en la figura del hombre que quedó herido en el camino, el segundo punto nos invita a mirar a aquel buen samaritano que tuvo compasión, a pesar de las diferencias, no mirando de dónde era aquel herido, sino comportándose como hermano: “La capacidad de escuchar y de estar abierto a recibir la historia de otra persona sin adecuarse a los prejuicios culturales de la época impidió que el hombre herido fuese abandonado a morir”. Por ello, la parábola es inspiradora de relaciones entre desconocidos, entre diferentes, que va más allá de la división social y de los límites del acuerdo y el desacuerdo. Pero ello, ser prójimo para otro, en las redes sociales requiere de intencionalidad, “y todo comienza con la capacidad de escuchar bien, de dejar que la realidad del otro nos toque”.
Si bien la disponibilidad de información de la red tiene diversos beneficios, el Dicasterio advierte de algunos problemas, como son la sobrecarga de información y la sobrecarga de interacción social. Ello produce una atención dispersa y parcial, que pasa de un asunto a otro, sin silencio ni espacio para pensar, para profundizar, para actuar con propósito. Con ello, “corremos el riesgo de perder no sólo las capacidades cognitivas, sino también el espesor de nuestras interacciones, tanto con los demás como con Dios. El espacio para la escucha, la atención y el discernimiento de la verdad es cada vez más escaso”.
La posibilidad de hacernos prójimo requiere de escucha, y la escucha surge del silencio. “Mediante la escucha acogemos al otro, le ofrecemos hospitalidad y le mostramos respeto. Escuchar es también un acto de humildad por nuestra parte, puesto que reconocemos la verdad, la sabiduría y el valor más allá de nuestras propias perspectivas limitadas. Sin la disposición para escuchar, no somos capaces de recibir el don del otro”. Y el tipo de escucha a la que se nos invita como creyentes es a la escucha “con los oídos del corazón”.
En cuanto al tipo de presencia de los católicos en las redes sociales, se recuerda que, “desde la perspectiva de la fe, qué comunicar y cómo comunicar no es solo una cuestión práctica, sino también espiritual”. Es por ello que se señala que
un buen "examen de conciencia" sobre nuestra presencia en las redes debería incluir tres relaciones vitales: con Dios, con el prójimo y con el ambiente que nos rodea. Nuestras relaciones con los demás y con el ambiente deberían nutrir nuestra relación con Dios; y la relación con Dios, que es la más importante, debe ser visible en nuestra relación con los otros y con el ambiente.
3. Del encuentro a la comunidad
¿Cuál es el sentido de la comunicación? Citando la instrucción pastoral sobre los medios de comunicación social preparada por mandato del Concilio Vaticano II, Communio et progressio, el documento recuerda que la comunicación comienza con la conexión y se dirige hacia la relación, la comunidad y la comunión. Se propone dejar de mirar a las redes digitales como opuestas a las relaciones cara a cara, sino verlas como complementarias. “la web social complementa -pero no sustituye- el encuentro en persona, que cobra vida a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada y la respiración del otro”.
La pandemia mostró la gran utilidad de los medios digitales para mantener vivas a las comunidades eclesiales, y la gran relevancia de las pequeñas iglesias domésticas, de los hogares familiares. Sin embargo, se reconoce que aún se debe reflexionar sobre lo que significa la participación en la Eucaristía, la que requiere de nuestra participación total, donde interviene el espíritu, la mente y el cuerpo:
La liturgia es una experiencia sensorial; entramos en el misterio eucarístico a través de las puertas de los sentidos, que son despertados y alimentados en su necesidad de belleza, significado, armonía, visión, interacción y emoción. Ante todo, la Eucaristía no es algo que podemos simplemente "mirar"; es algo que nos nutre verdaderamente.
Finalmente, en este tercer apartado se realizan algunas advertencias para los cristianos que tienen una presencia hostil en las redes sociales:
Tanto en las encrucijadas digitales como en los encuentros cara a cara, ser “cristiano” no es suficiente. En las redes sociales se pueden encontrar numerosos perfiles o cuentas que proclaman contenidos religiosos pero que no participan en las dinámicas relacionales de manera auténtica. Las interacciones hostiles y las palabras violentas y degradantes, especialmente en un contexto en el que se comparten contenidos cristianos, gritan desde la pantalla y están en contradicción con el Evangelio.
Y es que los conflictos y divisiones no son extrañas a la Iglesia y muchos grupos que se presentan como católicos, fomentan la división en las redes sociales. Por el contrario, se propone que los católicos den testimonio en las redes del encuentro, del diálogo y la reconciliación.
4. Un estilo característico
¿Cuál debe ser el estilo de un cristiano? El estilo del cristiano debe ser el estilo que aprendemos de Cristo, el que se debe reflejar en todo aquello que realizamos y compartimos en las redes sociales. Cristo “transmitió su mensaje no sólo con palabras sino con todo su modo de vida, revelándonos así que la comunicación, en su nivel más profundo, es la entrega de sí mismo en el amor”. El cómo decimos algo es tan importante como el qué decimos, donde ambos, el cómo y el qué, deben corresponderse: “En otras palabras, solo podemos comunicar bien si ‘amamos bien’”.
En este sentido, algunos puntos relevantes que se nos recuerda el documento son, en primer lugar, transmitir información veraz, cerciorándonos de que somos una fuente fidedigna. En segundo lugar, se señala la necesidad de actuar y comunicar más como comunidad, no solo como individuos: “Estamos llamados a testimoniar un estilo de comunicación que fomente nuestra pertenencia mutua, y que reavive lo que San Pablo llama las "coyunturas" que permiten a los miembros de un cuerpo actuar en sinergia (Col 2, 19)”. También se valora el comunicar a través de historias, las que se encuentran “más encarnadas que una pura argumentación” y “ayudan a recuperar las relaciones humanas”. Este mismo fue el estilo de Jesús al contar la parábola del buen Samaritano, en lugar de discutir sobre a quién debemos considerar nuestro prójimo, Jesús contó una historia.
Todos los cristianos y todos aquellos que participamos en las redes sociales, advierte el documento, somos “micro influencers”, todo influimos potencialmente en otros, independiente de nuestro número de seguidores. Este hecho debe tomarse con responsabilidad, la cual aumente a medida que aumentan nuestros seguidores.
El estilo del cristiano, señala el documento, debe ser un estilo reflexivo y no reactivo, “debemos estar atentos a no publicar y compartir contenidos que puedan causar malentendidos, exacerbar la división, incitar al conflicto y ahondar los prejuicios”. Esto aplica especialmente para los líderes de la Iglesia, como obispos, pastores y líderes laicos: “Éstos no sólo causan división en la comunidad, sino que también autorizan y legitiman a otros a promover un tipo de comunicación similar”.
Finalmente, se propone un estilo activo y sinodal. No se nos invita a apartarnos de las redes sociales sino que estar ahí para
participar en proyectos que inciden en la vida cotidiana de las personas: proyectos que promueven la dignidad humana y el desarrollo; que tienen como objetivo reducir las desigualdades digitales; que promueven el acceso digital a la información y la alfabetización; que promueven iniciativas de cuidado y de recogida de fondos para los pobres y marginados; y que dan voz a los que no la tienen en la sociedad.
Y sinodales, puesto que urge que aprendamos a actuar como comunidad, tejedores de comunión, compartiendo conocimientos y haciendo sugerencias.
Los cristianos, a fin de cuentas, debemos llevar el signo del testimonio en todo lo que hacemos. Nuestra presencia en los medios no busca vender un producto sino para comunicar la vida que se nos ha dado en Cristo.
Los cristianos deberíamos ser conocidos no solo por nuestra capacidad para llegar a los demás con contenidos religiosos interesantes, sino también por nuestra disponibilidad para escuchar, para discernir antes de actuar, para tratar a todas las personas con respeto, para responder con una pregunta en vez de con un juicio, para permanecer en silencio en lugar de suscitar una controversia, y para ser "diligentes para escuchar y tardos para hablar y para la ira" (Stg 1, 19).
Dar testimonio, ser testigo, significa ser mártires, esto es, disminuir nosotros para atestiguar a Otro, buscar seguidores no para nosotros, sino para Cristo.
La fe conlleva, sobre todo, dar testimonio de la alegría que nos dona el Señor. Y esta alegría siempre brilla con fuerza sobre el telón de fondo de una memoria agradecida. Contar a los demás la razón de nuestra esperanza y hacerlo con dulzura y respeto (1 Pe 3,15) es un signo de gratitud. Es la respuesta de quien, a través de la gratitud, se hace dócil al Espíritu y, por tanto, es libre.
***
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, vertiendo sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino.
(Mensaje del Papa Francisco para la XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro, 24 de enero de 2014).
Leer el documento completo aquí