La Iglesia en el Uruguay es una Iglesia pobre, libre, pequeña y hermosa

 La conversación sostenida con monseñor Daniel Sturla, cardenal y arzobispo de Montevideo, tiene lugar un día después de la Navidad de 2022. Termina un año de múltiples reformas dentro de la Iglesia y de la puesta en marcha del Sínodo sobre la sinodalidad. El cardenal respondió con claridad y sencillez las preguntas sobre el momento católico actual y sobre la Iglesia uruguaya, con un fuerte acento pedagógico, marcado por su carisma salesiano, y con la cercanía característica del sacerdote uruguayo. Sturla fue nombrado obispo en 2011 por Benedicto XVI y creado cardenal en enero de 2015 por el Papa Francisco, es también miembro de la Pontificia Comisión para América Latina y de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, así como también forma parte de la Secretaría General del Sínodo.

 El año 2010 usted publicó su tesis “¿Santa o de Turismo?” donde se refería a la inédita secularización del calendario en Uruguay, cuyo título hace referencia al cambio de denominación de la Semana Santa a la Semana del Turismo; a ella se refirió como “una de las características transacciones de nuestra historia”. Y es que Uruguay ha sido siempre una excepción dentro del católico continente latinoamericano, siendo históricamente el país más secularizado. ¿Cómo se ha dado ese ya madurado diálogo entre Iglesia y sociedad laica? ¿Qué papel y qué rol tiene la Iglesia en una sociedad secularizada y plural, especialmente respecto al no creyente?

-Toda esa lucha que se dio por la secularización a principios del siglo XX y a fines del siglo XIX fue muy exitosa para los laicistas, porque llegó a la raíz del pueblo. Hoy, para los que hemos nacido y crecido en este país, es parte de nuestra idiosincrasia. El diálogo que existe entre la Iglesia y la sociedad es positivo en general, sin embargo, cada vez que la Iglesia levanta la cabeza respecto a algún tema más controversial y habla de manera más fuerte y clara sobre el anuncio de Jesucristo, surge en algunos sectores el antiguo anti-clericalismo.

Nosotros en este momento estamos con un 40% aproximadamente de la población Uruguaya que es católica, para Latinoamérica este es un número bajísimo, pero además lo que crece en este país no son los grupos evangélicos, sino los creyentes sin Iglesia, los creyentes sin religión.

 Además de laica, la sociedad uruguaya ha tenido históricamente muy bajos niveles de confianza en la Iglesia si se la compara con otros países de la región. Sin embargo, llama la atención que en las últimas mediciones se muestra como este nivel de confianza ha aumentado, al contrario de lo que está sucediendo en la mayoría de los países. ¿A qué cree que se debe eso? ¿Ve usted en el Uruguay una valoración creciente de la población del rol que cumple la Iglesia en la sociedad?

- En estos años la Iglesia del Uruguay ha hecho un enorme esfuerzo evangelizador, hemos tratado de estar presente en todas las canchas y eso se ha notado. Siendo una Iglesia muy pequeña, somos una Iglesia con clara identidad católica. Yo creo que muchos católicos han captado esto y creo que eso es intentar ser fermento en la masa, pero ello no quita que la disminución de católicos continúa.

A la Iglesia en el Uruguay yo la defino con cuatro palabras, es una Iglesia pobre, libre, pequeña y hermosa. La Iglesia en Uruguay no tiene muchos recursos económicos, es una Iglesia pobre, donde los sacerdotes viven austeramente; la Iglesia es también libre, no tiene compromiso con ningún partido político, con ningún gobierno, con el ejército, con nadie. Es pequeña, porque a la vista está que si estamos hablando de una América Latina donde muchos países tienen el 80% de católicos más o menos, en este país somos el 40% los que nos decimos católicos y muchos menos los que practican la fe. Y es hermosa precisamente porque estas características hacen que el católico uruguayo sea bastante convencido y que esté presente en el diálogo político, en el servicio a los más pobres, en la educación, en la vida social. Los católicos del Uruguay no se achican, la Iglesia del Uruguay es pequeña pero no achicada, al menos eso es lo que nosotros queremos que viva.

En estos años la Iglesia del Uruguay ha hecho un enorme esfuerzo evangelizador, hemos tratado de estar presente en todas las canchas y eso se ha notado. Siendo una Iglesia muy pequeña, somos una Iglesia con clara identidad católica. […] Los católicos del Uruguay no se achican, la Iglesia del Uruguay es pequeña pero no achicada.

Respecto a la crisis de abusos sexuales que ha sacudido a la Iglesia en el mundo, llama la atención como ya en 2013 la Conferencia Episcopal de Uruguay había publicado el “Protocolo relativo a las acusaciones contra clérigos respecto al abuso sexual de menores” siendo una de las primeras, si no la primera Iglesia en Latinoamérica en publicar un documento de esas características. Luego en 2016 desde la misma Conferencia Episcopal realizaron una investigación que dio cuenta de 44 denuncias de abusos sexuales a niños y niñas contra 40 sacerdotes, en un período de 70 años y publicaron el documento “Perdón y compromiso”. Llama la atención pues, sin tener una ola de denuncias como las que se han dado en otras partes del mundo, han sido bastante proactivos, y no reactivos, a la hora de abordar este tema.

- Conscientes de que cada caso genera dolor y que cada caso es una realidad que destruye vidas, la realidad es que aquí los casos han sido pocos. Nos ha golpeado mucho más todo lo que ha pasado en otros países. Yo creo que nosotros reaccionamos positivamente en el 2013 con el protocolo. Después hemos publicado una guía de protección de menores en prevención de abusos y estamos haciendo unos cursos que comenzaron el año pasado y que ya van 2.000 personas que lo han hecho y seguiremos aumentando esa cifra. La idea es que toda persona que trabaje a honorarios o remuneradamente en la Iglesia, tiene que hacer el curso. Este curso no solo está enfocado en la prevención sino también en la capacidad para detectar a niños que puedan estar sufriendo algún tipo de abuso. Este es un problema que tenemos como sociedad y que no afecta solo a la Iglesia, es una problemática social, durísima, dificilísima, que lamentablemente ha tocado también a la Iglesia.

¿Qué rol y qué actitud cree que debe tener la Iglesia frente a esta realidad tan dolorosa? 

- Yo creo que la Iglesia debe tener una actitud de total transparencia y total justicia. En muchos lugares, sin embargo, se ha ido más allá de la justicia. Debemos, por ejemplo, dar posibilidad de defensa al acusado. Nosotros en nuestra investigación no hemos publicado el nombre de los difuntos que han sido acusados, creo que eso es algo que no se puede hacer cuando se trata de personas que no se pueden defender. La Iglesia no puede ser el chivo expiatorio de una realidad social tan dolorosa.

Pasando a otros temas, hemos recibido la noticia de la próxima beatificación de Jacinto Vera[1], el obispo gaucho, como le llaman ustedes.

- Es una noticia que nos da mucha alegría. Jacinto Vera, aparte de ser el primer obispo del Uruguay, es una figura realmente excepcional. Él tiene mucho de uruguayo, en eso de la cercanía, de la sencillez del cura nuestro. Este es un obispo que estaba a la mano de la gente, siempre cercano y la gente no guardaba mayores distancias protocolares. Recorrió el Uruguay entero tres veces, a caballo, en diligencia, en carreta, y al llegar a un lugar, él era el primero en ponerse a confesar, después a hacer bautismos, regularización de casamientos, es una figura extraordinaria. Además, él organizó la Iglesia uruguaya. Cuando viene la independencia hacía muy poquito que estaba la colonización en el Uruguay, no había una Iglesia arraigada y su presencia se encontraba diluída. La primera fuerza organizadora de la Iglesia se da con Jacinto Vera que asume como Vicario Apostólico en 1859. Fue Vicario Apostólico hasta 1878, momento en que se constituye el Obispado de Montevideo, tres años después, él muere. En ese lapso de 22 años de gobierno, él fue el padre de la Iglesia uruguaya, así lo llaman.

Jacinto Vera, a parte de ser el primer obispo del Uruguay, es una figura realmente excepcional. Él tiene mucho de uruguayo, en eso de la cercanía, de la sencillez del cura nuestro. Este es un obispo que estaba a la mano de la gente, siempre cercano. […] Además, él organizó la Iglesia uruguaya.

A fines del año 2021 se realizó la primera Asamblea Eclesial de Latinoamérica y El Caribe. La Presidencia del CELAM suscribió una carta donde se refieren a la Asamblea como un “proceso de cambio paradigmático”. “¿Estaremos ante un punto de no retorno?”, se preguntaron, “la respuesta la encontraremos con el correr del tiempo, según los pasos que vayan dando las conferencias episcopales del continente y otras instituciones eclesiales”. Nos podría hablar sobre ese cambio paradigmático, sobre el significado que adquiere, en ese sentido, esta Asamblea Eclesial para América Latina y para la Iglesia Universal, especialmente en torno a la práctica de la sinodalidad.

- Yo creo que, lamentablemente, la Asamblea Eclesial Latinoamericana no ha tenido una resonancia especial, no logró convocar a la gente y generar entusiasmo. La verdad es que hablar de cambio paradigmático no responde a la realidad. La Asamblea quedó solapada con el Sínodo, entonces al final no se sabía si las preguntas para trabajar en las parroquias se trataban de las preguntas de la Asamblea Eclesial o del Sínodo. Frente al Sínodo, en cambio, yo creo que ha habido mayor organización por parte de las iglesias.

El texto que se desarrolló a partir de la Asamblea me parece que tiene muchas carencias y que no es representativo, es muy difícil de medir el sentir del Pueblo de Dios. Hay cosas muy llamativas, ausencias significativas de lo que significa la evangelización, la salvación, no aparece prácticamente el pecado, no aparece la Virgen María, salvo en una cita final. Esas ausencias me llevan a pensar que no se está respondiendo al sentir del Pueblo de Dios.

¿Qué cree usted que necesita el Sínodo para ser exitoso?

- Lo que hay que hacer es que la Iglesia realmente se dedique a su misión que es evangelizar. El Sínodo podrá cumplir su misión solo si realmente subraya el aspecto misionero de la Iglesia. En una entrevista que le hicieron al Papa Francisco a fines de este año, ha dicho que su legado más importante es la Evangelii gaudium. Precisamente una Iglesia en salida no es una Iglesia que se está mirando a sí misma. En este momento de abandonos masivos de la Fe, la Iglesia debe evangelizar, realizar aquello que el Papa nos ha pedido en el comienzo de su Pontificado, que es salir, no quedarnos, evangelizar, anunciar a todos, llegar a todas partes. Y el anuncio, es un anuncio salvador, pero la salvación que proclama el Evangelio es en Jesucristo, no una salvación de vivencia universal, sino que precisamos salvación porque somos pecadores. La sangre derramada es para el perdón de los pecados, es por nosotros, por nuestra salvación bajó del Cielo el Hijo de Dios hecho hombre. El Sínodo habla de “comunión, participación y misión”. Si el Sínodo solamente va a hacer una mirada de la Iglesia sobre sí misma respecto a temas que llamen la atención de los medios de comunicación masivos, va a ser un fracaso; si, en cambio, sirve para la misión, bendito sea Dios.

El Sínodo podrá cumplir su misión solo si realmente subraya el aspecto misionero de la Iglesia […]. Una Iglesia en salida no es una Iglesia que se está mirando a sí misma. En este momento de abandonos masivos de la Fe, la Iglesia debe evangelizar, realizar aquello que el Papa nos ha pedido en el comienzo de su Pontificado.

¿Ve usted en este acento en la Sinodalidad un aspecto necesario para la reforma de la Iglesia?

- Sí, pero yo creo que para que sea real, la sinodalidad no se realiza en las grandes concentraciones, sino en cada parroquia, en cada comunidad cristiana, ahí donde el Pueblo sencillo de Dios puede expresarse, donde puede estar a gusto. Esas preguntas complejas no llegan al Pueblo sencillo, en esas reuniones internacionales no creo que haya una gran renovación. Hay que llevar la sinodalidad al consejo parroquial, a los grupos juveniles, a los movimientos, ahí es donde tiene que realizarse, ahí es donde se da la práctica de la sinodalidad.

La sinodalidad no se realiza en las grandes concentraciones, sino en cada parroquia, en cada comunidad cristiana, ahí donde el Pueblo sencillo de Dios puede expresarse, donde puede estar a gusto.

Desde el inicio de su pontificado el Papa Francisco ha impulsado una reforma de la curia. La promulgación en marzo de la nueva Constitución Apostólica "Praedicate evangelium", unida a diversos mensajes -como “Desiderio desideravi”- y Motu Proprios, hablan de una manera muy clara de su búsqueda de unidad dentro de la Iglesia, por una parte, y de la necesidad de que efectivamente no existan distinciones entre los creyentes, y que quienes ostenten cargos sean los primeros en estar al servicio de una Iglesia en que todos sean parte. ¿Cómo ha sido para usted ser parte del colegio cardenalicio justamente en estos años? ¿Qué papel han podido jugar los cardenales –con toda su diversidad de orígenes y realidades– en estas reformas y cómo proyecta usted su implementación?

- Como cardenal yo participo en varias comisiones y dicasterios de la Santa Sede, ahí es donde se realiza sobre todo el pequeño aporte que uno puede hacer, porque son pocos los consistorios de cardenales, hubo en el 2015 y el segundo fue en el 2022. Como tal los cardenales juntos no hemos participado mucho. De ahí la reforma de los Dicasterios Vaticanos. El Papa se ha puesto a sí mismo como Prefecto del Dicasterio para la Evangelización precisamente para subrayar la misión de la Iglesia, lo que va en la línea de Evangelii gaudium y en concordancia con lo que hemos hablado: la Iglesia se realiza si Evangeliza, si anuncia a Jesucristo Salvador, así que eso me parece muy positivo. Después, que haya laicos que puedan acceder a algunos de estos servicios me parece muy bueno y ya de hecho se ha dado, pero ahí hay un tema teológico que discuten los canonistas y los teólogos sobre el poder de jurisdicción unido al Sacramento del Orden. Me parece interesante que algunas discusiones se mantengan abiertas en la Iglesia.

Para cerrar, ¿cómo ve la misión de la Iglesia hoy es el momento católico que estamos viviendo y qué desafíos encuentra usted que existen para la Iglesia uruguaya?

- Para mí el gran desafío es si asumimos que la misión de la Iglesia es ser signo y portadora de la salvación que nos ha venido por Jesucristo el Señor, o sí asumimos el rol de la Iglesia como una ONG gigante que procura con otros un mundo mejor. Yo creo que ahí está el gran desafío. Cuando la Iglesia ha anunciado la salvación que nos trae Jesucristo, al mismo tiempo ha sido un factor removedor que se ha ocupado de los más pobres, que ha tenido en su corazón a los que sufren, que ha sido educadora. La Iglesia crea los hospitales, la Iglesia crea los hospicios, la Iglesia crea las escuelas y las universidades, pero si la Iglesia solo se queda en un cometido horizontal humano no va a hacer bien ni una cosa ni otra, ni va a cumplir su cometido, ni tampoco va a tener la fuerza para realizar ese plan humanista horizontalista que algunos pretenden que tenga.

Para mí el gran desafío es si asumimos que la misión de la Iglesia es ser signo y portadora de la salvación que nos ha venido por Jesucristo el Señor, o sí asumimos el rol de la Iglesia como una ONG gigante que procura con otros un mundo mejor. 


 

“¡Devuélveme la alegría de tu salvación!”

Por Cardenal Daniel Sturla

Resumen[2] de la Carta Pastoral del Card. Daniel Sturla sdb, arzobispo de Montevideo, del 3 de julio de 2021.

Queridos amigos:

Me han pedido que escriba una síntesis de esta Carta Pastoral que ha tenido mucha resonancia pero que algunos encontraron larga y por momentos difícil. Esta carta surge de mi corazón de pastor cuando ya estoy viviendo mi octavo año de arzobispo de Montevideo. Siento un clamor dentro mío, el de muchos hermanos, sobre todo en los ambientes populares, que nos dicen: “devuélvannos la alegría de la salvación”.

El centro del mensaje cristiano es precisamente que Dios salva y esto llena de alegría y paz el corazón del que cree. El Padre envió a su Hijo para salvarnos. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiere decir que Jesús nos salva? ¿De qué nos salva? Jesús nos salva del pecado y de la muerte. Su salvación es total: cuerpo y alma. Hoy estas palabras nos pueden resultar extrañas o lejanas. Cuando esto pasa perdemos el centro del anuncio que resonó en los oídos de los pastores la noche de Navidad: “Hoy en la ciudad de David les ha nacido un Salvador”.

La intuición de esta carta es que cuando sacamos de nuestro horizonte la salvación que Jesús nos ha obtenido por su muerte y resurrección, la fe cristiana pierde todo su sabor, se vuelve árida, vacía, estéril, su luz se apaga, su sal no sala. En cambio, cuando redescubrimos el don de la salvación, la alegría vuelve al corazón de la Iglesia, la fe se contagia, se hace fecunda, rejuvenece el ardor misionero y florece la vida cristiana.

Me parece que estamos viviendo una nueva era glacial secularizadora[3] que congela nuestros corazones y nuestra esperanza, como un viento frío que apaga la dimensión religiosa de la vida. Es como una ventisca que elimina todo vestigio de fe cristiana o la quiere reducir al ámbito de la conciencia individual. Parecería que este frío se ha colado en el interior de la Iglesia, que la ventisca ha soplado dentro de ella.

Esta carta quiere ser un llamado a recuperar el sentido de la salvación que Jesucristo nos ha dado muriendo en la cruz y venciendo la muerte con su resurrección. Estamos llamados a darnos cuenta y a actuar en consecuencia. Nos sostiene la esperanza de saber que la felicidad que todos buscamos solo se encuentra en la fe verdadera que es fuente de alegría y de paz.

 1. La entrega en la misión y la escasez de frutos

La Iglesia en el Uruguay, es libre y pobre, pequeña y hermosa. Nuestra Iglesia testimonia la fe en una diversidad de obras que manifiestan el amor de Dios: obras educativas, sociales, asistenciales, comedores, Caif, clubes del niño, hogares, refugios, obras para adictos, cottolengos, pastoral familiar, social, carcelaria, etc.

El desafío es si sigue siendo madre fecunda que engendra nuevos hijos en la fe o el viento de frío secularismo, presente en todo el mundo, la ha alcanzado y la ha vuelto estéril. Pensemos en un médico que es muy buena persona, amable, trata bien a los pacientes pero que no los sana; o en un carpintero que es un vecino solidario, atento, pero no sabe hacer ni una mesa. La Iglesia puede hacer mucho pero si no evangeliza, si no es una madre que engendra hijos, no realiza su misión.

Algunos datos objetivos que nos deben llamar la atención:

  • Disminuye el número de fieles, la mayoría de estos, especialmente en los barrios populares de Montevideo, son mujeres de edad.
  • La ignorancia religiosa es generalizada. Los elementos básicos de la fe católica ya no forman parte de la cultura general de la población.
  • Entre los mismos católicos hay un escaso conocimiento de las verdades fundamentales de la fe.
  • Muchas parroquias no tienen niños en catequesis o grupos de adolescentes o de jóvenes.
  • El relativismo frente a temas morales es creciente.
  • La mayoría de los colegios católicos tiene serias dificultades a la hora de evangelizar.
  • Es muy difícil encontrar personal católico para las obras de la Iglesia.
  • La escasez de vocaciones sacerdotales y consagradas.
  • Desaparece ante nuestros ojos gran parte de la vida religiosa que ha sido un elemento clave para nuestra iglesia.

 2. El Señor se ha fiado de nosotros

¿Qué hacemos frente a esto? ¿Lo vemos pasar? ¿Nos bajoneamos? Eso es del mal espíritu. Estamos llamados a aceptar el desafío del tiempo que nos toca vivir. Tenemos la suerte de haber nacido en este tiempo y que el Señor, como dice San Pablo en la carta a Timoteo, se ha fiado de nosotros. Dios sigue actuando en medio nuestro. Aún cuando en la Iglesia tengamos diversas miradas y sensibilidades estamos llamados a caminar en la fe con el ancla de la esperanza fija en el Señor.

Los jóvenes nos desafían a una fidelidad creciente. Hoy hay un consistente grupo de jóvenes con un anhelo de ser fieles a Cristo y de evangelizar. Un aliciente especial lo constituyen los jóvenes que ingresan al seminario o a la vida religiosa con el deseo de entregarse a Jesucristo y anunciar con audacia el Evangelio.

3. El don del Concilio Vaticano II y la dificultad de su aplicación

El Concilio Vaticano II se realizó entre 1962 y 1965. Dio respuesta a las inquietudes del mundo católico de su época y supuso un avance en cantidad de temas que la Iglesia demoraba en asumir. Los aportes más significativos fueron:

  • Una nueva concepción de Iglesia vista no tanto desde su aspecto exterior sino como una sociedad visible con su estructura en su realidad más profunda, como sacramento de comunión y de salvación.
  • La apertura ecuménica.
  • El diálogo con el mundo.
  • La vuelta a las fuentes bíblicas y patrísticas.
  • La reforma litúrgica.
  • La libertad de conciencia y la libertad religiosa.
  • El “aggiornamento” de la Iglesia a los cambios rápidos de la sociedad.

Cuando ya ha pasado más de medio siglo de su culminación estamos llamados a tener una mirada sanamente crítica de su aplicación. Para algunos se trataba de comenzar todo de nuevo como si el modo de ser cristiano de antes no tuviera ningún valor. Benedicto XVI nos enseñó a asumir el Concilio con una hermenéutica de la continuidad[4] y no de ruptura con el pasado. Es decir, a interpretar sus documentos y resoluciones en continuidad con la tradición viva de la Iglesia.

Muchos católicos con el deseo de dialogar y comprender al otro dejaron de lado su identidad católica. De una Iglesia que quería encender el mundo con el fuego del Espíritu, se pasó a una Iglesia que daba testimonio, de allí a una Iglesia que solo quería ser una presencia amable entre otras, tan válidas como ella. De allí a la ausencia es solo un paso. Si Jesucristo es un camino entre varios, una verdad entre otras, una vida más. ¿Vale la pena la misión? ¿Entregarle la vida? ¿Vivir según el Evangelio? Pero el Señor ha tenido la pretensión de decir: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

 4. Custodiar la fe frente al peligro de la autosecularización

El drama que vivimos es que se ha dado una secularización de la fe. Muchos se dicen cristianos porque adhieren a valores humanistas y admiran al hombre Jesús de Nazaret, pero no creen en Él como el Hijo de Dios ni esto les interesa. Algunos hablan de una fe “a la uruguaya” que es un humanismo deísta o agnóstico imbuido de valores humanos positivos pero que, al irse alejando de la fuente evangélica, se vuelve en contra de la misma fe.

Estos llamados “valores cristianos” se encuentran también en muchas corrientes humanistas ateas, o en otras que admiten un Dios que sobrevuela la historia sin meterse en ella (deísmo). En general esa llamada “fe a la uruguaya” no engendra cristianos.

5. Tres propuestas de conversión pastoral

Lo que me parece está en la raíz del error es el desvanecimiento de la fe en Jesucristo Salvador tal como la Iglesia lo ha entendido desde siempre a partir de las Escrituras. Un anuncio salvador que siempre implica un compromiso humano, temporal, social, de transformación, pero que mira hacia el Cielo, hacia la salvación definitiva que es un don que recibimos para gozar eternamente. Por ello propongo tres “conversiones” o caminos a seguir para tratar de revertir esta situación y vivir con alegría el don de la fe y la dulce tarea de evangelizar.

5.1 Recuperar el discurso básico de la fe

El discurso básico de la fe cristiana que integraba la cultura occidental hoy es desconocido por la mayoría de nuestra gente. En los ambientes católicos tampoco hay un discurso creído y aceptado por todos. Es como si fuéramos a un supermercado de fe donde me sirvo lo que me gusta, me cae bien, me resulta atractivo, potable y me fabrico así un surtido propio de fe. Esta fe subjetiva que cada uno se arma sin una referencia objetiva a las verdades que definen al católico, es estéril, porque es falsa. Como si la fe fuera un invento humano que cada uno construye como quiera

Si de verdad Dios existe y se ha revelado en Jesucristo, yo no puedo inventarla, tengo que descubrirla. Un escritor inglés convertido al catolicismo, Chesterton, decía: “no quiero a un Dios que me he hecho, sino a un Dios que me ha hecho a mí”.

Entre las verdades de la fe más olvidadas se encuentran dos de las que hoy no se habla pero que son básicas y estructuran y dan sentido pleno a la vida y al compromiso cristiano: la inmortalidad del alma y la salvación eterna. No se trata de un retorno al “salva tu alma” que nos suena individualista y que los antiguos misioneros plantaban en los lugares donde hacían una misión; pero sí de no dejar de lado elementos básicos que hacen a la responsabilidad personal intransferible de toda persona humana. Al final de mi vida seré juzgado personalmente por lo que hice con los talentos recibidos. El cristianismo aportó al mundo el concepto de persona que ve al ser humano como un individuo en relación e invita a la superación del individualismo por el amor.

Un elemento básico de conversión es entonces redescubrir la fe, profundizarla, saber dar razón de ella.

5.2 Recuperar el sentido del pecado original: su doctrina y sabiduría

Lo contrario de la salvación cristiana es el pecado y la muerte. La secularización de la fe hace desaparecer la noción de pecado. La Iglesia nos enseña que el hombre lleva en sí la herida del pecado original que lo empuja hacia el mal y hace que necesite la redención. La pérdida de esta noción tiene grandes consecuencias. A nivel social ha llevado a los errores antropológicos que están en la base de los totalitarismos del siglo XX como lo denunció san Juan Pablo II que conoció los horrores del nazismo y del comunismo en su patria.

¿Qué sabiduría clave, antropológica, al alcance de cualquier persona nos da este “dogma del pecado original”? Lo que constatamos empíricamente en nosotros y en los demás:

que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo.[5]

Cuando caemos en la ingenuidad de creer que somos naturalmente buenos y que es la sociedad la que nos hace malos, nos llevamos grandes decepciones de los demás y también de nosotros mismos. Caemos en reclamar derechos sin ton ni son, como si todos nos debieran algo que nos han robado. Según esta concepción, el “pecado original“ no está en el hombre sino en la sociedad y la cultura, que debe ser deconstruida para que los individuos sean verdaderamente libres y pueda desarrollarse todo lo que hay en ellos que es puro y noble cuando no es contaminado desde fuera. El sesgo totalitario con el que se van imponiendo estas ideas se hace cada vez más evidente.

A nivel personal esta ingenuidad sobre la naturaleza humana nos confunde porque no se condice con la realidad y nos hace perder el sentido de la libertad responsable. Paradójicamente, como decía Chesterton, “La vida se hace verdaderamente alegre y ‘vivible’ cuando creemos en el pecado original”.

5.3 Recuperar el sentido integral de la salvación y anunciarla con alegría

San Juan Pablo II en Redemptoris Missio nos advierte en el ya lejano 1990 que se ha dado una “gradual secularización de la salvación” (n.11). Esto hace del cristianismo no un acontecimiento de gracia, un hecho que irrumpe en la historia humana y que le da pleno sentido, sino una ideología entre otras. Este acontecimiento central de le fe es que Dios se ha hecho hombre en Jesucristo y que este Dios-hombre por puro amor ha asumido, ha cargado, con los pecados de todos los hombres y nos ha obtenido el perdón y la salvación por su muerte en la cruz y su resurrección.

Cuando al cristianismo se le quita esta dimensión de salvación queda como una propuesta moral con preceptos que hay que cumplir y no como un don que nos llena el alma de alegría y de ganas de vivir, y que es consuelo en la fatiga. El mensaje de salvación queda diluido en una confusa moral de la solidaridad y del buenismo a la que me invita Jesús como pueden invitarme otros prohombres de la humanidad. No es necesario entonces ser cristiano.

La secularización de la experiencia básica cristiana tiene consecuencias en todos los órdenes: vacía de sentido la vida sacerdotal y religiosa, hace absurda la celebración de los sacramentos, destruye el fervor misionero y la pastoral vocacional. Si no tenemos noción del pecado original, tampoco tenemos muy claro el sentido del pecado personal. Si nos salvamos porque nosotros somos buenos, ¿para qué necesitamos la fe, la misericordia, la gracia?

La fe nos dice que la salvación es el don de la vida nueva que Cristo nos ha obtenido por su muerte y resurrección, me salva y nos salva del pecado y de la muerte. Me da su vida nueva por los sacramentos de la Iglesia. Me inserta en la vida dichosa de su Pueblo. Al crearme libre y al redimirme por su gracia me hace partícipe con otros de su obra de salvación por la acción del Espíritu Santo, dándome la posibilidad de ser testigo de su Reino de verdad, libertad, justicia y amor. Me espera como Juez Misericordioso al final de mi camino terreno y me da la posibilidad de ocupar el lugar que me ha preparado en su reino eterno, de purificarme de mis pecados si lo necesito o también podrá rechazarme como a aquellos cabritos de la parábola que no lo supieron reconocer en el hermano que sufre. Finalmente, si he sido salvado, por su bondad me resucitará para la vida gloriosa al final de los tiempos. Esta es nuestra esperanza y anhelo, pero es también el desafío permanente a nuestra libertad y a nuestra búsqueda de la verdad que nos hace libres.

6. El combate de la fe: defender la fe de los sencillos

La fe de la gente sencilla, de la gente normal, en combate con las consecuencias del pecado original, necesita claridad y no confusión. Necesita experimentar que la fe en Cristo lo salva porque le perdona los pecados y le da la vida eterna. Cuando en lugar de anunciar a la persona de Jesucristo anunciamos solo los valores cristianos, esta fe antropológica, cargada de ideología, termina siendo una fe para pocos y una fe infecunda.

No estamos llamados a ser un “club de perfectos”, de los pocos iluminados que sabemos de la fe frente a la multitud de ignorantes que viven más o menos. Los cristianos somos siempre un pueblo peregrino de pecadores perdonados. El mensaje de salvación del Evangelio está destinado a todos.

En la sociedad laica y plural en la que vivimos, lejos de todo sentimiento de superioridad o de vanas nostalgias de cristiandad, el cristiano consciente del don recibido inmerecidamente de la fe y de la gracia, está llamado a dar testimonio con su vida de la alegría de la salvación recibida. Es un don que es para todos[6] pero que supone la libre aceptación del camino de la fe o la vivencia, iluminada misteriosamente por el Espíritu Santo, de fidelidad a la ley natural descubierta en el ámbito de la propia conciencia (Cf. Lumen gentium, n. 16).

 7. Hay victoria en el nombre de Jesús

Llena de entusiasmo ver la entrega de tantos en el ministerio y en la vida consagrada y de muchos laicos que se le juegan en el mundo, en sus familias o en servicios eclesiales, de los jóvenes que se la juegan por Cristo en el servicio a los más pobres, en la catequesis, en las misiones. Por eso mismo da aún más pena cuando al diluirse el sentido de la fe en Jesucristo Salvador se contribuye a hacer ineficaz nuestra propuesta pastoral. Esta carta quiere ser un llamado a sacudirnos el laicismo que muchas veces tenemos introyectado y ser capaces de una clara identidad católica en la sociedad plural y felizmente laica.

El Señor nos permite vislumbrar la victoria final en las pequeñas victorias de nuestra vida cristiana.

Acoger en nuestra vida la salvación de Cristo nos hace pasar de la moral de esclavos, donde cargamos una pesada mochila de preceptos a cumplir, a la vida de la gracia en la que el Espíritu Santo nos abre horizontes infinitos de libertad y gratitud.

8. El esfuerzo misionero y la confianza en la gracia que actúa

El Papa Francisco invitó a toda la Iglesia a una conversión misionera. En la Arquidiócesis en estos años se han implementado diversos programas evangelizadores que se suma a la pastoral de cada día.

En principio fueron cinco “programas evangelizadores”: la renovación del DECOS (Departamento de comunicación Social); el Instituto Arquidiocesano de Formación, el Equipo Primer Anuncio, el Ministerio de Música, y el proyecto Puertas Abiertas.

Más adelante se fueron sumando otros: “Navidad con Jesús”, la “Misión de la esperanza” el 2 de noviembre, la misión de Navidad de Iglesia Joven y la misión “Casa de Todos” enmarcada en el “Proyecto Misionero Jacinto Vera”. En este año 2021 comenzó el Programa “Fe viva” que procura el fortalecimiento evangelizador de las actividades parroquiales.

La preocupación por la situación de los colegios católicos de periferia llevó a que se fundara la Fundación Sophia. De ese modo se daba continuidad al trabajo de muchos para procurar una educación académica y pastoral de calidad.

 9. Preguntas y propuestas

Contentos del tiempo en que vivimos, porque es en el que la Providencia nos ha colocado, es bueno hacer una reflexión como integrantes del Pueblo de Dios. Son muchas las preguntas que nos podemos formular. Les propongo estas tres:

¿Cómo profundizar en el misterio de la salvación y sacar las conclusiones personales y pastorales de esta realidad aquí descrita?

¿Cómo distinguir el laicismo secularizador de una sana laicidad? ¿Cómo estar presentes en esta sociedad plural desde una clara identidad católica?

¿Qué cosas de la carta me cuestionan? ¿Con cuáles estoy más de acuerdo o con cuáles discrepo y por qué? 

10. Conclusión: la esperanza de la fe

Estamos llamados a anunciar la alegría de la salvación que sólo Jesucristo puede dar. Entre tantos misioneros que han sembrado el Evangelio entre nosotros destaca Mons. Jacinto Vera, el obispo que salió y fue a buscar las ovejas perdidas; la Madre Francisca Rubatto, próxima santa[7] que sembró de alegría y Evangelio tantas barriadas de Montevideo.

Hace 100 años la Iglesia en el Uruguay separada del Estado comenzaba una aventura de libertad y riesgo. Nuestros “abuelos en la fe” no se quedaron con los brazos cruzados, actuaron y fueron creativos y audaces, como hoy lo son tantos y tantos que dan testimonio hermoso de la fe, desde las “todoterreno” que en su veteranía no aflojan por nada a los jóvenes que misionan con entusiasmo y coraje.

Vale la pena gastarse por Jesús y el Evangelio y saber que, como para Mons. Jacinto Vera, la victoria llegará de la mano de María. ¡Ven Señor Jesús! 


 

Notas

[1]  La beatificación de Jacinto Vera será el 6 de mayo de 2023 en Montevideo, Uruguay, fecha en que se conmemora el aniversario de su fallecimiento (muere el 6 de mayo de 1881, en plena misión apostólica).
[2]  La presente, es una versión resumida el mismo año por el mismo autor de su carta pastoral.
[3] No me refiero aquí obviamente a la saludable laicidad, ni a la conveniente separación de la Iglesia y el Estado, sino a la secularización de tipo jacobino que supone al arrinconamiento de lo religioso en el ámbito de la conciencia individual y el esfuerzo progresivo por la desaparición de lo religioso del ámbito público hasta hacer de la religión un vestigio del pasado.
[4] Cf. Benedicto XVI, “Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana” (discurso, 22 de diciembre de 2005). https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia.html
[5] Benedicto XVI , “El pecado original en la enseñanza de san Pablo”, (audiencia general, 3 de diciembre de 2008).https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20081203.html
[6] “No hay, hubo, ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro aunque no todos sean redimidos por el misterio de su pasión […] la bebida de la humana salud […] si no se bebe, no cura”. Sínodo de Quierzy (853), en “El libre albedrío del hombre y la predestinación”, cap. 4. (Denzinger 624).
[7] María Francisca de Jesús Rubatto fue canonizada el día 15 de mayo de 2022 en la Plaza de San Pedro, Vaticano.

 

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