Los cristianos que hemos vivido en el último medio siglo hemos estado bajo el gobierno de una notable constelación de hombres como han sido los Papas de las últimas décadas a partir del profeta del Concilio Vaticano II, que fue Juan XXIII, hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes, creo, señalan definitivamente el rumbo del Concilio en el mundo de hoy. Vínculos de relación personal muy visibles entre esos hombres han contribuido a la continuidad y decantación del nuevo mensaje. Vienen a la memoria espontáneamente los tiempos de los grandes Padres de la Iglesia. Como ellos, especialmente los dos últimos Pontífices, han expresado su pensamiento en documentos esenciales como creo que son las dos Encíclicas de Juan Pablo II Veritatis splendor y Fides et ratio y las dos Encíclicas de Benedicto XVI Deus caritas est y Spe Salvi.

Fides et ratio plantea con profundidad y originalidad la relación que existe entre la capacidad cognoscitiva humana –la ratio, el espíritu– y su visión de Dios, la fe. Veritatis splendor muestra la relación radical dada en el hombre entre la verdad y la libertad, a la cual bien puede denominarse esplendor de la verdad. A partir de estos textos pudiera decirse que los Papas han planteado una fundamental doctrina acerca de las virtudes teologales, vale decir, de aquellas virtudes que Dios mismo infunde en el alma humana y que establecen esencialmente el encuentro del hombre con Dios. La fe, en primer lugar, y su implantación en la inteligencia y libertad del hombre, en las Encíclicas de Juan Pablo. La caridad y, ahora, la esperanza en las Encíclicas de Benedicto. De la caridad, del amor, dijo San Pablo que ha de permanecer siempre, sencillamente porque es Dios mismo. La fe y la esperanza se consuman en ella.

Esperanza y realidad

Yo quisiera centrar mi contribución a este foro sobre la última Encíclica acerca de la Esperanza refiriéndome a la relación que Benedicto XVI establece entre la fe y la esperanza al hilo de un pensamiento de San Pablo, que hace de ambas una sola y de la célebre definición de la fe que ofrece la Carta a los hebreos.

Esta es la espléndida idea que Benedicto XVI hace suya en su Carta Encíclica y a la que da un desarrollo teológico de esencial proyección metafísica y antropológica. Curiosamente para hablar acerca de estas virtudes el Papa acude primero a una emocionante evocación. La historia de la joven africana a quien Juan Pablo II recientemente canonizó. A los nueve años, en el siglo XIX, esa niña fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados del Sudán para terminar como esclava de la mujer de un general donde era a diario azotada hasta sangrar. Conoce, sin embargo, a Jesucristo, su fe abre la esperanza en su vida. Y ella llega a ser Santa de la Iglesia.

La fe, un acto performativo

Para hablar de la esperanza Benedicto XVI emplea una palabra muy significativa de la filosofía analítica contemporánea cuando dice que el encuentro con Jesucristo, como el que tuvo esa muchacha africana, es performativo. Fue el filósofo de Oxford, Austin, quien dio este nombre a ciertas palabras o frases cuya característica sería que, al decirlas, efectivamente ocurre lo que se dice. Si yo prometo algo quedo efectivamente obligado por mis palabras; si la reina Isabel bautiza el “Queen Mary” dándole este nombre junto con el botellazo de champagne, el barco pasa a llamarse así. Benedicto XVI dice que el acto de fe en el encuentro con Jesús efectivamente transforma la vida y la redime en la esperanza.

De los textos de San Pablo, Benedicto XVI se desplaza a la definición de la Fe que trae la Carta a los hebreos del Nuevo Testamento: la Fe es sustancia de lo que se espera y razón de lo que no se ve, dice ese pasaje bíblico. Voy a limitarme a examinar esta frase misteriosa a la luz del pensamiento filosófico que ciertamente lleva consigo. A primera vista el texto de la Carta a los hebreos resulta altamente paradojal. ¿Cómo puede darse una sustancia de lo que se espera? Sería la sustancia de algo que todavía ni siquiera existe; que solamente se espera que exista.

Por otra parte, la idea de una razón de lo que no se ve puede despertar la sospecha inclusive de un kantiano y hasta de un tomista, sedicentes.

Pero si uno piensa así, si uno sospecha que en esa afirmación de la Carta a los hebreos habría una doble paradoja, porque lo que se espera de suyo carece de existencia y no podría ser una sustancia y porque lo que no se ve de suyo carece de razón y no podría constituirse como un argumento, si uno piensa así, en realidad lo que hace, más que pensar o sospechar, es mala filosofía. Porque la verdad es que no hay en ese texto una negación de la existencia por el mero hecho de tratarse de algo que se espera. Todo lo contrario: hay una profunda afirmación de la existencia en el cuerpo de la fe que la esperanza trae. Tampoco se niega la razón porque se la atribuya a lo que no se ve. Todo lo contrario: se la exalta a su máximo poderío.

La sustancia de la fe

La palabra sustancia traduce desde el latín dos palabras griegas, ousia e hipóstasys que, en un sentido fundamental, significan en la Lógica de Aristóteles aquello que tiene existencia en sí mismo como una realidad individual y, por consiguiente, como algo concreto y actual. Cuando se dice, entonces, que lo que se espera es sustancia de la fe, lo que se está afirmando es que la esperanza cristiana que el Espíritu Santo infunde no es una mera expectativa, la pura posibilidad de que algo ocurra, sino que es una realidad actual y concreta. La fe es performativa y la esperanza contiene su realidad. La fe es una vida transformada y hecha real en la esperanza. Y en este mismo sentido ella es una razón real, un argumento verdadero de lo que no se ve, pero que no por ello no existe.

No se está hablando de cosas físicas que los ojos ven, ni de cuerpos que el tiempo constriñe. En la fe hablamos de una realidad que existe ya en la plenitud de la esperanza. Una fe y una esperanza que, en definitiva, se consuman en el amor.

Esta tesis tan profunda que Benedicto XVI extrae de la teología bíblica posee una significación que renueva profundamente la concepción del tiempo y de la mirada espiritual de la inteligencia en la visión de la fe. Una idea que puede rastrearse en ese núcleo metafísico del pensamiento que Juan Pablo II atrevida y resueltamente llamó filosofía, en Fides et ratio. Puede leérsela, en Platón, Aristóteles o Agustín, como en Descartes, Hegel o Heidegger.

Fe, Razón, Subjetividad

Pero esas dos alas de la existencia humana, como Juan Pablo II llamara a la razón y la fe, no sólo vuelan en Spe salvi a tan gran altura creativa. Lo hacen con excepcional valentía crítica e histórica.

Lutero, dice Benedicto XVI, no tenía mucha simpatía por la Carta a los hebreos. (Yo me tomaría la libertad de añadir: tampoco por el pensamiento de Aristóteles). De ahí que Lutero entendiera las palabras hypóstasis y sustancia en un sentido meramente subjetivo. Es decir, con ellas sólo se expresaría una actitud interior. Otro tanto ocurre con la palabra razón en la definición de la fe que ofrece esa Carta, la cual también sólo apuntaría a una disposición del sujeto. Esta manera de interpretar se difunde principalmente en Alemania y la sustancia se entiende más bien como la fuerza interna que hay en la fe; y la razón, como una convicción acerca de lo invisible. En otras palabras, la fe pierde su sentido objetivo y actual.

Privada de su carga esencial de realidad, que la esperanza confirma, la fe podrá tornarse nada más que en una disposición íntima y personal del sujeto. En ella radicaría la autonomía que se asigna al sujeto en la línea idealista del pensamiento moderno. Éste podrá, entonces, inclusive desentenderse de Dios, restarle toda posibilidad de existencia real, hacer de él un postulado trascendental. Y, lo que es peor, atribuirse su significado el hombre a sí mismo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en la antropología atea de Feuerbach. Este giro del pensamiento teológico será, en fin, el impulso secularizador que conduce al agnosticismo y al ateísmo modernos. Dios pasará a ser una entidad virtual, el producto de una creencia o de una cultura. La fe se convertirá en ideología privada y la esperanza, en el progreso que modernamente ha sido confiado más bien a la ciencia y que se abre hacia un infinito vacío. Kant pudo entonces afirmar que el reino de Dios del que Jesús hablara llegará allí donde la fe cristiana sea “reemplazada –dice Kant– por la fe racional”.

La tesis de Benedicto XVI

Concluyo mi exposición con unas palabras de Benedicto XVI en Spe salvi que clara y brevemente expresan la filosofía de su pensamiento:

La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente, la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una “prueba” de lo que aún no se ve. Esta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía no”.

El hecho de que este futuro existe, cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras.

Juan de Dios Vial Larrain ex rector de la Universidad de Chile

Juan de Dios Vial Larraín, ex rector de la Universidad de Chile.

 

 

 

 

 

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