Foto de portada: El Santo Padre en el acto de veneración a la Inmaculada Concepción en la Plaza De España, 8 de diciembre. ©Vatican Media

A los ojos del mundo entero este Pontífice no pasa indiferente por el gran esfuerzo que hace para caminar, pero sobre todo por la fuerza de la mente que, desde el comienzo de la pandemia, hasta el estallido de la guerra en Ucrania aparece, voz de esperanza y punto de referencia para muchos: creyentes y no creyentes y fieles de otras religiones.

Posiblemente las próximas vacaciones sean el momento adecuado para rendirle homenaje y proponernos una vez más la lectura de las dos grandes encíclicas de su pontificado: Laudato si’ (2015), donde aborda la relación del hombre con la creación y Fratelli tutti (2020), que a la luz del principio de fraternidad motiva a encontrar caminos para las relaciones de amistad cívica dentro de la política y la colaboración entre los pueblos.

Esta es nuestra Humanidad que en el tercer milenio continúa recurriendo a las armas para la solución de los grandes conflictos. Los caminos de diálogo de todas las diplomacias, incluyendo al Vaticano, están luchando por poder producir al menos una tregua en esta situación.

Ni siquiera las religiones, en este caso ortodoxas rusas y católicas, en la fe común de los apóstoles Pedro y Andrés y del primer milenio de la historia que fue de unidad de todo el mundo cristiano, logran generar la energía para encontrarse, hablar entre sí y buscar una salida.

"Hoy más que nunca la experiencia cristiana profesada y vivida se presenta como una luz en medio de la oscuridad que irradia, desde la belleza que significa ser un ser humano, a creyentes y no creyentes”.

En Piazza di Spagna, frente a la Virgen coronada con doce estrellas –que simbolizan la mujer de la Apocalipsis que describe los “doce privilegios” que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo le conceden, y que reflejándose en toda su vida indican un verdadero camino en el sendero cristiano del mundo que parte con la encarnación del Verbo de Dios que en María encuentra la disponibilidad– el Papa elevó su imploración. 

El Papa Francisco, el único hombre que dio valor a toda la humanidad cuando en soledad en la Plaza de San Pedro hizo vivir al mundo cristiano la Semana Santa de 2020; esta vez, en la fragilidad de las lágrimas, se convierte en el intérprete de un mundo desorientado e indefenso frente al tema de la paz. 

Encontrarse con las manos vacías ante esa imagen de la Virgen es esta vez una súplica para pedirle que transforme la dureza de los corazones y de las posiciones en caminos de paz. “Pon flores en tus cañones porque no queremos moléculas enfermas en el cielo”, así cantaban los Gigantes en 1967 en el festival de San Remo. Fueron los años de protesta juvenil en Europa, pero también de la utopía de un mundo mejor. ¿Dejará de soñar el mundo de hoy y especialmente el de los jóvenes? 

La mirada hacia el cielo de la Virgen con la mano izquierda que la acompaña no se separa por cierto de la derecha más bien orientada hacia la tierra casi para remarcar su rol de mediadora e intercesora que comprende, recoge los dolores, las incomprensiones y tragedias de la humanidad y así mueve de alguna manera el corazón de Dios a intervenir justamente cuando la libertad y la capacidad humana no lo es. 

En la humilde gruta de Belén comienza a escribirse también un camino propio de María como la primera cristiana.

En esta mirada podremos en cada hogar escribir una página especial para recordar esta Navidad como la oportunidad para rodear el pesebre con un acto de súplica y convertir cada flor que regalaremos en una munición de paz.

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