Es un gran honor y una alegría comentar en presencia de un querido amigo, como es Rocco Buttiglione, un libro suyo que resulta de muchos años de meditación y estudio, y que con mucha razón recibe los elogios del Papa Francisco, quien dice ver en el autor al genuino filósofo. Al de quien practica la filosofía, diría, como se hacía en los primeros tiempos de la cristiandad, en la contemplación del misterio y en la oración, no necesariamente en la teorización, mucho menos en el lucimiento de una erudición. No obstante, hay que decir que el libro está teóricamente muy bien concebido y tiene como substrato mucha erudición.

En consonancia con esta primerísima intuición papal, formulada nueve años atrás, Rocco tiene el gran acierto de descubrirnos el significado que ella tiene para nosotros –los habitantes de esta región del mundo– y, más aún, alumbrar y animarnos a algo verdaderamente audaz, que viene a ser como una auténtica misión de Latinoamérica en el mundo actual: en el mundo de la fe religiosa y en el mundo de la positividad del ser.

Esta búsqueda del ser, en este caso de la positividad del ser latinoamericano –región del mundo a la cual atan al autor vínculos familiares y de la que se declara un enamorado–, desvela en seguida, por lo que dice respecto a nuestra tierra americana, lo que en Evangelii gaudium, el primer documento magisterial del Papa Francisco, se indicaba como una criteriología evangélica para este tiempo: “No conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites, tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates del secularismo actual”[1]. Ignorarlo, agregaba el Papa Francisco, allí donde una gran parte de la población ha recibido el bautismo, sería desconocer la siembra del Espíritu Santo.

En consonancia con esta primerísima intuición papal, formulada nueve años atrás, Rocco tiene el gran acierto de descubrirnos el significado que ella tiene para nosotros –los habitantes de esta región del mundo– y, más aún, alumbrar y animarnos a algo verdaderamente audaz, que viene a ser como una auténtica misión de Latinoamérica en el mundo actual: en el mundo de la fe religiosa y en el mundo de la positividad del ser. Arranca para ello de las reflexiones en las que participaba (como también Pedro Morandé, aquí presente) en los años setenta, en el entorno de Jorge Mario Bergoglio y de su amigo, el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré. Pondera en estas páginas la incidencia que todo ello tendría en Puebla y más tarde en Aparecida. 

Es una alegría y nos honra que, después de su sustancioso Prólogo, la primera parte del primer capítulo del libro sea un artículo publicado a finales de 2017, víspera de la visita del Papa Francisco a Chile, en nuestra revista Humanitas, texto que más de una vez había yo ponderado al autor como siendo de las mejores y más importantes colaboraciones recibidas por esa revista de la UC en los 23 años que la dirigí. De algún modo, me atrevo a decir, en ese magnífico texto estaba in ovo este profético libro. 

Esta búsqueda de una voz para Latinoamérica, que logre dar mundialmente expresión a su ethos, es un viejo sueño nuestro y, si ha llegado su hora, como postula el autor, es bueno confrontarlo brevemente con esfuerzos pasados para no tropezar de nuevo en la misma piedra o en otras parecidas. De ello nos interesa saber la opinión de Rocco en su posterior intervención.

Chile, por ejemplo, vivió ese sueño muy en consonancia con lo que se plantea en el Prólogo de este libro, ya desde los años 30 y hasta los sesenta. La figura clave de esa experiencia fue, a mi juicio, la de san Alberto Hurtado. Iniciado su noviciado en Chillán, se traslada a Barcelona en los años previos a la Guerra Civil española, lo que le obliga a mudarse a Lovaina, en Bélgica. No vamos a entrar en detalles de su biografía, tan conocida; todos sabemos de su fuego interior, capaz de encender otros tantos fuegos y de cómo ello tuvo lugar. San Alberto fue, en efecto, el primero que logró hacer conocer la Doctrina Social de la Iglesia en los sectores católicos cultivados de Chile, el gran apóstol del amor al pobre en el chileno siglo XX, el primero en hacer ver a Cristo en el desvalido y volcarse, arrastrando a falanges de jóvenes, en ir a ellos. El líder incomparable de la Acción Católica, lugar de oración y de acción, donde contó con la colaboración en la presidencia de la institución de jóvenes como Eduardo Frei Montalva y William Thayer Arteaga, el primero luego Presidente de la República y el segundo ministro del Trabajo y de Justicia del mismo gobierno. Fue este, Don Willie, su joven ayudante, formado por el mismo Hurtado, para la ardua lucha por el sindicalismo libre, batalla que daba frente al férreo sindicalismo partidista que promovía el Partido Comunista. 

¿Qué dificultades encontró san Alberto en su camino y cuáles fueron sus logros, en la secuela del planteamiento que nos hace Rocco Buttiglione? 

Todavía no eran tiempos para una teología de la liberación de inspiración marxista y, en esa vertiente, el esfuerzo de san Alberto por construir un pueblo a partir del pobre se enfrentaba, desde la izquierda, con algo más rudo y primario: con el materialismo duro, con una visión de proletariado como mero resultado de un proceso productivo, en el que no se consideraba –y más bien se obligaba a renunciar a ella– la cultura propia y la religión. Era el Chile que, en el esquema marxista, debía subordinar la superestructura (cultural y religiosa) a la estructura (económica). Alberto Hurtado y su obra no podía naturalmente ser desde allí comprendido; muy por el contrario.

A su vez, desde la derecha, digamos, o desde los sectores ilustrados, incluso los católicos y hasta de algunos eclesiásticos, debía soportar otra clase de incomprensión. Para varios era un “cura comunista”.

Alguna vez dijo ese gran mexicano y latinoamericano que fue Octavio Paz que el problema esencial para entender a sus naciones que padecían las clases cultas latinoamericanas era que trasladaban la dialéctica ilustrada europea a esta tierra. Grave equivocación, agregaba, pues si bien es evidente que Europa es nuestro pasado y nuestro origen, no es nuestro presente.

Alguna vez dijo ese gran mexicano y latinoamericano que fue Octavio Paz que el problema esencial para entender a sus naciones que padecían las clases cultas latinoamericanas era que trasladaban la dialéctica ilustrada europea a esta tierra. Grave equivocación, agregaba, pues si bien es evidente que Europa es nuestro pasado y nuestro origen, no es nuestro presente.

A pesar de la incomprensión a su obra proveniente de una doble vertiente ilustrada –obra, la de Hurtado, muy identificable en el contexto de esos años con la teología del pueblo y de la cultura que expone Rocco Buttiglione–, la semilla fructificó. Sus jóvenes de la Acción Católica, entre tropiezos y equivocaciones, en décadas de grandes tensiones sociales, lograron ocupar el centro político del país, que por toda la década de los cuarenta fuera dominado por el Partido Radical (formación laica, muy similar a otras de su tipo en el continente) y transformarse en una mayoría absoluta a nivel nacional. Llegó así a haber aquí unos cuadros que representaban políticamente de modo casi incontrarrestable ese populus que trabajó por constituir Alberto Hurtado. Se hacía de este modo realidad una voz que habían alentado desde lejos, con una mirada europea, personas como Jacques Maritain, y que había cantado nuestra poeta y Premio Nobel, Gabriela Mistral, seguidora cercana de esa marcha.

Llegábamos ya a los años sesenta y me veo aquí, a estas alturas del relato, en el apremio de contar una conversación muy íntima, que tal vez sea algo ya escuchado por algunos de los presentes.

Lúcido siempre, pero ya avanzado en años, William Thayer Arteaga –a quien mencioné como estrecho colaborador del padre Hurtado en las tareas sindicales– me dijo un día estando solos en la Academia o en su casa:

Jaime, te voy a contar una cosa importante; tú no te puedes imaginar lo que fue para nosotros haber triunfado en 1964, obteniendo por mayoría absoluta la Presidencia de la República, ganando la mayoría en el Parlamento, viendo en ese momento en Roma la conclusión del Concilio que abría una nueva época, asistiendo al reconocimiento hecho en la ocasión de ese cierre a nuestro maestro e ícono intelectual, Jacques Maritain, y constatar luego, pasados cinco años, que no quedaba absolutamente nada...

papa

El Papa Francisco se prueba el sombrero vueltiao que le obsequiaron los niños y niñas que lo esperaban en el aeropuerto de Cartagena de Indias.

Don Willie, que abandonó entonces el Ministerio de Justicia para asumir la rectoría de la Universidad Austral de Valdivia, conversó largamente con el Presidente Frei Montalva antes de dejar el gabinete, me contó, y llegaron a la conclusión de que fuerzas incontrolables para ellos –las que dieron cuerpo al estallido cultural de 1968 en todo Occidente, podemos decir hoy– habían descarrilado el tren.

Yo era entonces un joven estudiante, que además no participaba de ese proceso. Pero, mirado en retrospectiva, me asiste la idea de que allí se jugó un momento histórico crucial para nuestro continente y que otra cosa podría haber pasado si esa realidad a que me refiero no hubiese abortado.

Mario Vargas Llosa ha levantado la hipótesis de que la alternativa latinoamericana a la revolución castrista, que debió haberla opacado y sustituido, venía más bien del norte, del proceso reformista encabezado en los años cincuenta en Guatemala por el Presidente Jacobo Arbenz, finalmente derrocado en 1954 por influencia de la CIA y la United.

Fruits Company, dueña de gran parte del suelo agrícola de ese país. Las circunstancias trágicas de ese proceso, muy inmerso en el conflicto de la Guerra Fría, con Ernesto Che Guevara allí presente y con un triste exilio cubano del Presidente depuesto, no permiten configurar, en este caso, el camino hacia la positividad del ser de un populus latinoamericano. “El pobre latinoamericano tiene una cultura”, reza uno de los subtítulos de este libro. Ni la CIA ni Guevara, ni la solución liberal intermedia a título de transacción, llegan a comprender la especificidad cultural intrínsecamente religiosa de estos pueblos.

Insisto por tanto en que, aunque se hayan desviado y colapsado, las premisas para hacer el camino venían del sur, y estuvieron aquí, entre nosotros, no tanto en el norte del continente.

Nos dice el autor, y esto me parece muy importante, que ante el fracaso a que estamos asistiendo de la versión secularizada de la modernidad –de origen protestante, puntualmente calvinista– “se abre la posibilidad de proponer de nuevo la otra modernidad; la modernidad católica, y ese camino es quizás el único que puede salvar las adquisiciones positivas de la modernidad” (pp. 69-70).

¿Cómo hacer ese camino hacia la necesaria modernización sin perder el alma? Rocco Buttiglione nos recuerda que la filosofía del Concilio Vaticano II es la del “redescubrimiento de la modernidad católica”.

¿Cómo hacer ese camino hacia la necesaria modernización sin perder el alma?[2]

Rocco Buttiglione nos recuerda que la filosofía del Concilio Vaticano II es la del “redescubrimiento de la modernidad católica”.[3]

No puedo extenderme en exceso, pues lo que a todos interesa es escuchar al autor, profesor Rocco Buttiglione, mas permanece la pregunta crucial: ¿cómo habrá de caminar esta indoamérica, entre trancos y barrancos, para alcanzar dicha meta?

Glosando al autor en su hermoso capítulo segundo, cuarta parte, dedicado al misterio de Guadalupe[4] – y s in e spacio a quí y a hora p ara entrar al sustancioso tema de la cosmología de los mexicas y la Virgen de Guadalupe que él desarrolla–, me remito a una entrevista que hice muchos años atrás, probablemente en 1988, cuando oficiaba de joven editor de “Artes y Letras” de El Mercurio, al gran escritor mexicano ya citado, Octavio Paz, más tarde premio Nobel de Literatura. Sus palabras consuenan con las de Rocco, él nos lo confirmará. Así dice textualmente Paz a cierta altura de la conversación:

Muchos se admiran de que México, a pesar de tener al frente al país más poderoso de la tierra, haya resistido con cierta fuerza la invasión de la cultura norteamericana, que es una cultura moderna. Hemos resistido por la fuerza que tiene la organización comunitaria, sobre todo la familia, la madre como centro de la familia, la religión tradicional, las imágenes religiosas. Creo que la Virgen de Guadalupe ha sido mucho más antiimperialista que todos los discursos de los políticos del país. Es decir, las formas tradicionales de vida han preservado, en cierto modo, el ser de América Latina. Pero es peligroso confiarse en las tradiciones cuando ellas son puramente paciencia.

Y agrega entonces Paz una invitación y una consideración de base: 

Pienso yo que esa fuerza debe convertirse en activa y creadora. Es lo que no encuentro en este momento en las tradiciones sudamericanas. (...) Yo creo que es el momento no solo de deshacerse de esos mitos [ideológicos e importados[5] que han vivido en las conciencias, sino de descubrir que existe una realidad histórica y cultural que se llama América Latina. Cualquiera que haya viajado por este continente habrá encontrado enormes diferencias entre Chile, Argentina, México y Bolivia. Sin embargo, hay rasgos fundamentales semejantes; esta unidad se da naturalmente a través de lo hispánico.

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Misa multitudinaria en el santuario mariano de Caacupé, el 11 de julio de 2015, durante el Viaje Apostólico a Paraguay.

Creo todo esto muy importante. No es mera coincidencia, además, que ese monumento en orden al rescate de la modernidad católica que es, como lo afirma Rocco Buttiglione, el Concilio Ecuménico Vaticano II, cierre su fundamental Constitución conciliar Lumen gentium, sobre la Iglesia católica, con un capítulo consagrado a la Virgen.

Joseph Ratzinger, experto del Concilio, luego Papa Benedicto XVI, comenta precisamente que ese capítulo sobre María se presenta como culmen de la eclesiología conciliar y nos remite a su punto de vista cristológico y trinitario: “es en ella [María] que está asegurada la habitación de Dios en el hombre y en el mundo”[6].


 Notas

* Rocco Buttiglione; Caminos para una teología del pueblo y de la cultura. Ediciones Universitarias de Valparaíso, 420 págs, Valparaíso, 2022.
[1] Francisco; Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 2013, n. 68.
[2] Es interesante recoger la siguiente cita de las páginas 73 y 74 del libro que comentamos: “La idea de resurgimiento (NdA: concepto que Methol Ferré recoge de Augusto Del Noce) se opone igualmente a la idea de revolución y a la de contrarrevolución. (...) La revolución resulta intrínsecamente atea porque niega, en general, la dependencia ontológica del hombre de un misterio más grande que él, es decir, el carácter simbólico de la realidad, y niega igualmente la subjetividad, pues su método es precisamente el reduccionismo a la objetividad pura. En este tema de la subjetividad a ser preservada —vs. la objetividad pura (NdA: la vía de Baruch Spinoza (p. 69), que toma una lectura del cartesianismo, distinta de la pascaliana, explica el autor)– es importante preguntar por la fuerte defensa de la subjetividad de la cultura que hace San Juan Pablo II en sus encíclicas Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus.
[3] Ver también, a contrario sensu, lo que dice el autor sobre el Concilio Vaticano II y el “redescubrimiento de la modernidad católica” (p. 68): “...la otra modernidad que, a partir de Descartes y a través de Malebranche y Vico, desemboca en Newman y Rosmini, grandes anticipadores del Concilio y no canonizados sino después de él”. Esta no fue la modernidad que condenó el Beato Papa Pío IX (encíclica Quanta cura), sino fue aquella la que sigue de Spinoza hacia Marx, la positivista e idealista. Es importante aquí el segundo párrafo p. 69: “Todas las interpretaciones equivocadas de la derecha y de la izquierda dependen de la obliteración de la categoría de ‘catolicismo en la modernidad’. Si la modernidad es solo la modernidad idealista y positivista, solo es posible o bien aceptarla, disolviendo el catolicismo en la modernidad, o rechazarla, confinando así el catolicismo en la premodernidad. Para entender el sentido auténtico del Concilio es necesario problematizar la noción de modernidad. Eso es precisamente lo que Del Noce hace”.
[4] Lo anticipa ya el autor en su Prólogo (p. 78): “Parece que la Virgen de Guadalupe (y más en general la devoción mariana de la religiosidad popular latinoamericana) nos ofrece un equivalente funcional. Hay que reflexionar sobre esto, especialmente en la víspera del quinto centenario de la aparición de la Virgen a San Diego”.
[5] Cfr. Antúnez, Jaime; Crónica de las Ideas - Para comprender un fin de siglo. Editorial Andrés Bello, Santiago, 1989. Entrevista con Octavio Paz: “Del Jacobinismo a la Gironda” (p. 31).
[6] Cfr. Ratzinger, Joseph; Convocados en el camino de la Fe. Citado en La eclesiología de Joseph Ratzinger - Licenciatura en Teología histórica, por Jaime Antúnez, Valencia 2021, p. 78.

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