Es para mí un grato placer presentar el magnífico y complejo libro del profesor Rocco Buttiglione, querido amigo de más de cuarenta años y colega en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, titulado Caminos para una teología del pueblo y de la cultura. El libro trata de desentrañar una poderosa y creativa corriente teológico-pastoral de la Iglesia latinoamericana, cuyo mayor representante es el mismo actual Pontífice, el Papa Francisco. En un gesto que da una particular autoridad a esta obra, el propio Papa decide prologarla, haciendo suya su orientación y su propósito. Pero aclara Buttiglione que el libro no se refiere al Papa, ni a su persona, sino a la corriente teológica que está en la base de su pontificado y que desde América Latina se ha vuelto más universal, sin excluir ni desvalorar las otras corrientes pastorales vigentes en la Iglesia.

El mismo Papa Francisco no identifica esta corriente en su origen con América Latina, sino que la reconduce a Romano Guardini y su exhortación de no tratar a la teología solo como disciplina dogmática, sino considerando también su dimensión práctica, volitiva y hasta subjetiva, dependiendo de la fe real del pueblo creyente, de lo “concreto viviente” como lo llamaba él. No está de más recordar que la tradición católica ha reconocido siempre la valoración del sensus fidei de modo que no estamos aquí ante una novedad. Por ello, el Papa cita a este respecto a Dostoievski como epígrafe de su introducción:

Quien no cree en Dios, tampoco cree en el Pueblo de Dios. En cambio, quien no dude del Pueblo de Dios, verá también la santidad del alma del pueblo, aun cuando hasta ese momento no hubiere creído en ella. Solo el pueblo y su futura fuerza espiritual convertirá a nuestros ateos, desligados de su propia tierra.

El profesor Buttiglione, en cambio, quiere dilucidar de manera específica el aporte que ha traído la Iglesia latinoamericana a la configuración particular de las orientaciones del actual pontificado.

Así, aunque mencione a muchos de sus amigos latinoamericanos, el enfoque del Papa, en cuanto Papa, es universal. No solo está de por medio el recato propio del autor de esta orientación pastoral, sino antes aun la necesidad de considerar a la Iglesia en su universalidad.

El profesor Buttiglione, en cambio, quiere dilucidar de manera específica el aporte que ha traído la Iglesia latinoamericana a la configuración particular de las orientaciones del actual pontificado. Señala, al respecto, que se ha producido desde el Concilio Vaticano II una tendencia fuerte de globalización que incluye la organización eclesiástica, pero más aún sus orientaciones teológico-pastorales. Entre estas orientaciones, la más relevante es la que, siguiendo a otros, entre ellos sobre todo a Lucio Gera, ha denominado “teología del pueblo y de la cultura”, que habría tenido especial fuerza en América Latina dada su peculiar historia eclesial y secular vinculada por siglos a Europa y a la cultura occidental. Con el Concilio se habría producido una necesidad mayor de madurez y autonomía.

Esta fue la posición del jesuita brasileño Henrique Claudio de Lima Vaz, quien introdujo para ello la distinción entre “Iglesia matriz” e “iglesias espejos”, queriendo decir que mientras la Iglesia matriz toma como punto de referencia la fe de sus propios creyentes, las iglesias espejos reflexionan desde la fe de otras iglesias matrices, ligadas habitualmente a los centros hegemónicos, para imitar y reproducir desde ellas las orientaciones pastorales consideradas universales y exitosas. Desde el Concilio habría llegado la hora para la Iglesia de América Latina de orientarse pastoralmente desde sí misma, considerando el propio rol asumido en el proceso de globalización tanto para su propia autocomprensión como para ofrecer también su experiencia pastoral a la totalidad del cristianismo. Este rol le habría resultado difícil de asumir Incluso hasta el presente, argumentándose desde el Norte la supuesta amenaza de los grupos evangélicos, especialmente pentecostalistas y la necesidad pastoral de hacer frente a ellos. Pero la distinción de Lima Vaz no iba en esta dirección, sino en asumir sin ánimo de defensa la totalidad del horizonte cristiano para poner a su disposición la experiencia creyente latinoamericana.

Desde el Concilio habría llegado la hora para la Iglesia de América Latina de orientarse pastoralmente desde sí misma, considerando el propio rol asumido en el proceso de globalización tanto para su propia autocomprensión como para ofrecer también su experiencia pastoral a la totalidad del cristianismo.

Esta nueva visión pastoral encontró una muy favorable acogida en el magisterio conciliar y posconciliar con documentos como Pacem in terris de Juan XXIII y muy especialmente con la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI, que fue considerada como el documento base de la Conferencia Episcopal de Puebla. En esa reunión eclesial fue decisivo también el magisterio antropológico de Juan Pablo II que, recién asumido como Papa, confirmó tanto la necesidad de que hubiese una teología latinoamericana propia, que recogiese la opción preferencial por los pobres, marginados y excluidos, y que también plantease una evangelización que fuese una obra inculturada en la historia y el protagonismo de los pueblos de este continente. 

Durante toda la década del 80 esta visión pastoral se hizo dominante, incluso para aquellos que la consideraban poco ilustrada. Se vuelve muy aguda la polémica entre los partidarios de la teología del pueblo, que está en el sustrato de la América Latina católica y mestiza que se intentó expresar en la Conferencia Episcopal de Puebla, y los partidarios de la teología de la liberación, que asumían el marxismo como dialéctica histórica y que, en los casos más extremos, cuestionaban incluso a la religión fundada en la confesión de fe tradicional. Con el tiempo ha quedado claro el trabajoso empeño desplegado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, por encargo del Pontífice, para rescatar la raíz católica de la opción preferencial por los pobres criticando, a su vez, las deformaciones antropológicas de sus planteamientos marxistas. Juan Pablo II conocía de primera mano y por su misma experiencia, la debilidad antropológica esencial del marxismo, su visión distorsionada de la conciencia religiosa popular y su pretensión reductivista de lo humano al proceso de producción de mercancías. Ello llevó al Papa a reafirmar más que nunca la enseñanza social de la Iglesia y la dignidad del ser humano afianzada en su familia y en su cultura. Con todo, aún hoy persisten errores e insuficiencias en la interpretación de su magisterio y la visión interesada de alinearlo con el neoliberalismo y el triunfo del capitalismo después de la caída del Muro de Berlín y el término de la Guerra Fría. Me consta que el profesor Buttiglione realizó un inconmensurable esfuerzo de colaboración con el Papa Juan Pablo II en el desarrollo y discernimiento de la enseñanza social de la Iglesia en el contexto antes mencionado.

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Mientras visita Asunción, sostiene un encuentro en el barrio Bañado Norte, uno de los más pobres de la ciudad. 12 de julio del 2015. ©Paul Haring
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Multitud congregada para celebrar la misa en la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México, el 13 de febrero del 2016.

Conocí al profesor Buttiglione precisamente en la década de los 80. Además de interesarnos por conocer más directamente los sucesos de Solidarnosc y de Polonia, un grupo de intelectuales vinculados a Puebla y al magisterio antropológico y cultural de Juan Pablo II nos reunimos permanentemente detrás de muchos autores que este libro menciona, entre ellos Lucio Gera y Alberto Methol Ferré, fundando posteriormente con ellos la Revista Nexo. Esta revista, en la que colaboraría también algo después Jorge Mario Bergoglio, dio tribuna en sus páginas a quienes tomaban en serio el desafío de desarrollar una Iglesia matriz latinoamericana, asumían los desafíos de una Iglesia popular, incluidas sus formas concretas de piedad popular, y deseaban reconstituir la historia de América Latina desde la experiencia social, política, económica y cultural propias de la región, sin los habituales modelos de desarrollo que se imponían desde el Norte, especialmente desde la CEPAL y otros organismos internacionales nacidos de la Guerra Fría.

Alberto Methol Ferré señalaba que el desarrollo político y social de los países latinoamericanos se encontraba, aparentemente, con un catolicismo derrotado por la secularización sin haber sabido defender la tesis de la existencia de una modernidad católica a los inicios del mundo moderno.

El más destacado entre estos intelectuales fue, sin duda, Alberto Methol Ferré, quien señalaba que el desarrollo político y social de los países latinoamericanos se encontraba, aparentemente, con un catolicismo derrotado por la secularización sin haber sabido defender la tesis de la existencia de una modernidad católica a los inicios del mundo moderno. O bien el catolicismo había sido vencido por la Reforma protestante o bien por las nacientes ciencias empíricas, y en ambas hipótesis poco o nada tenía que ofrecer al desarrollo histórico moderno. Methol emprendió la tarea de dilucidar qué es propiamente el mundo moderno, no solo como cronología histórica, sino también en su significado político-social. En este proceso se encontró inesperadamente con el pensamiento de Augusto Del Noce que, no por coincidencia, fue también el mentor académico del profesor Buttiglione. Bajo su influencia hace una extensa y compleja exposición de la modernidad católica, que no es del caso reproducir aquí, pero que se encuentra esbozada, aunque no desarrollada, en el libro que presentamos.

Su línea principal de argumentación es que Descartes tendría dos diferentes interpretaciones de su pensamiento. La primera da origen al racionalismo y considera las descripciones objetivas de las ciencias como el ejercicio de la “duda metódica” que desconfía de todo aquello que pueda ser presupuesto por el conocimiento de la ciencia cognoscente. La segunda, en cambio, se abre al “cogito” como supuesto del autoconocimiento, lo que le llevaría en la dirección del subjetivismo de Pascal, complementario y no antagónico de la duda metódica: “hay verdades del corazón que la razón desconoce”.

Se trata de la introducción de un principio antropológico al cual también se había visto obligada la Escuela de Salamanca al querer pensar un universalismo globalizado por las circunstancias de la conquista, reconociendo la humanidad del indio y el derecho a desarrollar su propia cultura. El barroco católico así resultante sería la expresión mayor de la modernidad católica que no es ni anticientífica ni antirreformista, sino propositiva de un mundo social de unidad en la pluralidad. Un ejemplo elocuente en América Latina es la existencia de la Virgen de Guadalupe, Virgen madre de los nuevos pueblos mestizos, que solo tiene palabras de amor y comprensión para el indio Juan Diego. Ella será considerada desde temprano como estrella de la evangelización y será un verdadero programa para todos los misioneros.

Profundamente vinculado al punto anterior, especialmente a la positividad de Dios, el libro de Buttiglione desarrolla uno de los temas más complejos existentes en la divulgación del Evangelio de Cristo a lo larg de la historia, a saber, las tendencias gnósticas en la filosofía, la teología y las culturas que enfrentó la Iglesia tanto a partir de la filosofía griega y oriental como, pasando el tiempo, también con la cultura occidental. Me recuerda un capítulo de mi propia tesis doctoral de 1979 dedicado precisamente al estudio de la gnosis en el mundo antiguo. ¿Se puede hablar de la positividad del Ser y de Dios mismo o solo comprendemos su negatividad, el vacío, la nada, la inconsistencia, la suerte o la fortuna de la vida humana de cara al misterio? El libro se apoya fuertemente para el desarrollo de este punto en la original discusión que hace Joseph Seifert sobre el platonismo y sus dificultades para referirse unitariamente a los “trascendentales del ser”, como se denominó el tema en jerga filosófica. Pero el neoplatonismo católico de los “padres de la Iglesia” habría posibilitado considerar al Espíritu Santo como la fuerza divina de la superación de la inconsistencia de los “trascendentales”, resaltando con ello la figura de Cristo redentor del mundo y del hombre.

El libro de Buttiglione desarrolla uno de los temas más complejos existentes en la divulgación del Evangelio de Cristo a lo largo de la historia, a saber, las tendencias gnósticas en la filosofía, la teología y las culturas que enfrentó la Iglesia tanto a partir de la filosofía griega y oriental como, pasando el tiempo, también con la cultura occidental.

Sin embargo, la discusión sobre la gnosis llega también al mundo moderno encarnada en los fenómenos del “nihilismo” y del “panteísmo”, de los que escribió Nietzsche agudamente, los cuales se han popularizado en la cultura y reflexión contemporáneas. Otra vez fue Augusto Del Noce quien planteó el rol político del nihilismo al hablar del “Suicidio de la Revolución” para el caso del radicalismo terrorista que asoló Europa en la década de los 70 y que tuvo influencia también en la discusión pastoral latinoamericana. El vacío de este suicidio se ha intentado llenar con el “panteísmo”, pero con resultados bastante efímeros dada la multiplicidad de dioses que comparten el foro. Sin abandonar estas tesis, Methol Ferré habló siguiendo a Del Noce del “ateísmo libertino”, al que personalmente he preferido llamar, sin embargo, “nihilismo libertino” para referirnos a la negatividad y autodestrucción que surgen de la idolatría del mercado, del subjetivismo, del espectáculo, del carpe diem y de la reivindicación de la sensualidad y del placer como finalidad de la existencia.

Por todos estos argumentos, correspondía que el último capítulo del libro fuese dedicado al “Destino de Occidente y el Papado Latinoamericano”. Su orientación hacia la convivencia e igualdad de los pueblos que surge de la orientación barroca latinoamericana adquiere una dimensión eminentemente cultural, como queda de manifiesto en los textos del Papa Francisco Evangelii gaudium y Fratelli tutti. Como ya había sostenido Juan Pablo II ante la UNESCO en París, la cultura es lo que hace hombre al hombre, es decir, pertenece a su ser, proporcionándole un sentido a su existencia que solo puede cumplir al interior del pueblo al que pertenece. La Iglesia acompaña con su experiencia y sabiduría este proceso cultural para permanentemente “recomenzar desde Cristo”, como acentuó la Conferencia de Aparecida. 

* Rocco Buttiglione; Caminos para una teología del pueblo y de la cultura. Ediciones Universitarias de Valparaíso, 420 págs, Valparaíso, 2022.

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