José Luis González Gullón y John F. Coverdale 

Historia del Opus Dei 

Ediciones RIALP

700 págs.

Madrid, 2021 

La aparición de este libro ha suscitado gran interés entre los miembros y colaboradores del Opus Dei y el público aficionado a temas relativos a la Iglesia Católica y a la historia del siglo XX en general.

Es verdad que como asunto ya ha sido tratado en las biografías que existen sobre Josemaría Escrivá de Balaguer, algunas de ellas excelentes, como la de Andrés Vázquez de Prada. Pero las biografías se limitan a la persona del fundador. Este libro incluye, además, el desarrollo de la Obra durante su vida, continúa con los años 1975 a 2021, después de la muerte de Escrivá de Balaguer, y analiza el influjo de esta institución en ambientes muy diversos.

Ambos autores pertenecen al Opus Dei y su investigación se inició en 2016 cuando González Gullón dictaba un curso sobre el tema en una universidad romana. Coverdale se interesó en el trabajo y ambos investigaron juntos, lo que significó estudiar diversos archivos, cartas y testimonios y entrevistar a personas de los cinco continentes. Incluyeron en el libro críticas y polémicas acerca del Opus Dei.

Hoy día pertenecen a la Obra –traducción al castellano de Opus– 93 mil fieles y 175 mil cooperadores de todo el mundo, hombres y mujeres, casados y solteros, laicos. Todo esto comenzó en 1928 con una persona sola. Un sacerdote joven, muy amante de la Virgen, que hacía unos días de retiro espiritual en Madrid y vio que Dios le mostraba lo que había de ser el Opus Dei.

Josemaría Escrivá fue una persona muy atrayente.

En su adolescencia, comenzó a percibir que “Dios me pedía algo grande y que fuese amor”. Desde 1928 se lanzó a encontrar personas que entendieran este mensaje de buscar la santidad en medio del mundo. Tenía una manera de ser muy paternal. Sus primeros seguidores, jóvenes universitarios, se sentían como una pequeña familia dentro de la gran familia de la Iglesia. “Os quiero porque sois hijos de Dios, porque habéis decidido libremente ser hijos míos, porque tratáis de ser santos, porque sois muy majos y guapos, todos mis hijos lo son, os quiero con el mismo cariño con que os quieren vuestras madres, con vuestros cuerpos y vuestras almas, con vuestras virtudes y vuestros defectos”.

A la vez, fue una persona de gran energía y mente amplia para impulsar grandes proyectos apostólicos, que hacía compatible con el cuidado de los detalles, las “cosas pequeñas”, como él las llamaba. Mucho de él mismo se refleja en Camino, el libro de “la madurez de su juventud” como lo definió un Papa.

La búsqueda de seguidores trajo alegrías y también los primeros problemas. Por una parte, se dijo que les quitaba vocaciones a las órdenes religiosas, especialmente a los jesuitas. Por otra, se criticó el fondo de su mensaje, pensando que “buscar la santidad en medio del mundo” era un gran error. El sacerdote Carrillo de Albornoz, eximio predicador de esos años, decía: “un seglar de chaqueta y pantalón no puede, es que no puede, ser hombre de una entrega total”.

El apostolado con las mujeres resultó más difícil. De hecho, salieron “al tercer intento”, decía su fundador.

El Opus Dei vivió, como toda España, los horrores de una guerra civil que desangró al país. Concluida esta, y tras la Segunda Guerra Mundial, comenzó a difundirse por toda España y también por otros países, primero los de Europa occidental, más tarde América del norte y del sur.

La Casa Central se estableció en Roma, como también el Colegio romano de la Santa Cruz para hombres y el Colegio romano de Santa María para mujeres.

Estaba aprobado por la Iglesia desde 1947, cuando el Papa Pío XII publicó la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, alabando el surgimiento de los Institutos Seculares, de los cuales el Opus Dei fue el primero. Para su fundador fue un gran apoyo este reconocimiento, pero también le significó una lucha que iba a durar toda su vida. Los Institutos Seculares estaban encuadrados dentro de lo que se llama “estado de perfección” dentro de la Iglesia, y para eso exigían de sus miembros votos de pobreza, castidad y obediencia. Escrivá de Balaguer pensaba que la realidad del Opus Dei era otra: no tenían que vivir votos sino virtudes, eran laicos comunes y corrientes que no se asimilaban a un estado de perfección, no eran religiosos.

Con el tiempo, se vio que el Opus Dei era un Instituto Secular de derecho, pero no de hecho.

En los documentos del Concilio Vaticano II (1963-1966) se confirma la creación de organizaciones eclesiásticas flexibles para los nuevos tiempos de la Iglesia; por ejemplo, las prelaturas personales. Juan Pablo II instituyó al Opus Dei como Prelatura Personal en 1982.

El apostolado del Opus Dei se inició preferentemente entre universitarios, por lo cual promovieron en España varias residencias de estudiantes, pero no eran estas lo único ni lo más importante. Los fieles de la Obra se sentían como “una organización desorganizada”, porque lo importante era la amistad persona a persona, que llevaba a seguir a Jesucristo más de cerca. “Conocer a Jesucristo, hacerlo conocer, llevarlo a todas partes”.

El libro estudia también las obras corporativas, resultado del esfuerzo de personas del Opus Dei junto con otras que comparten sus ideales. En educación, quizás la más conocida sea la Universidad de Navarra. En los últimos años han proliferado los colegios, pero estos en su mayor parte pertenecen a padres de familia que le entregan la responsabilidad de la formación cristiana al Opus Dei. Otros ejemplos de obras corporativas son el hospital Monkole en el Congo, la fundación Hacer Familia de alcance internacional, el Campus Biomédico en Roma, el santuario de Torreciudad en Aragón.

En junio de 1975 murió inesperadamente el fundador. Asumió como sucesor Álvaro del Portillo, quien había sido su más estrecho colaborador desde los inicios. Le correspondió estar a cargo en momentos fundamentales en la historia de la Obra, como la beatificación de Josemaría Escrivá, la consolidación de la Obra en Prelatura Personal, dos congresos generales y la llegada del Opus Dei a veinte nuevos países. Asumió la costumbre de escribir una carta mensual a la gente de la Obra y visitó más de tres docenas de países. Cultivó una relación muy cercana con Juan Pablo II, a quien tenía mucho que agradecer. Sin embargo, no puede decirse que el Papa “discriminara” a favor del Opus Dei, porque Juan Pablo II tuvo una actitud magnánima frente a muchas realidades eclesiales.

Monseñor del Portillo murió en 1994, después de un viaje a Tierra Santa, y le sucedió Javier Echevarría, que había participado en el gobierno de la Obra desde muy joven. Durante sus años de Prelado vivió la canonización del Fundador y la beatificación de don Álvaro y de Guadalupe Ortiz de Landázuri, una de las primeras Numerarias. Realizó numerosos viajes pastorales, la Obra llegó a dieciséis nuevos países, entre ellos a varios de Europa del Este, como Rusia y Kazajistán, donde se pudo comenzar después de la caída del Muro de Berlín.

Su período coincidió con la triste difusión de escándalos sucedidos en la Iglesia y secundó activamente a los Papas Benedicto XVI y Francisco para remediar esta situación.

En 2017, después de la muerte de Javier Echevarría, asumió como Prelado el sacerdote Fernando Ocáriz, que representa una nueva etapa en la historia del Opus Dei, coincidente con un fuerte cambio en el mundo y también con un período de dificultades y esperanzas en la Iglesia.

Al referirse a las prioridades de este nuevo tiempo, recalcó que es necesario “cuidar con delicadeza de enamorados nuestra unión con Dios, partiendo de la contemplación de Jesucristo, rostro de la Misericordia del Padre. El programa de san Josemaría será siempre válido: “Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo”.

Elena Vial

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