¿Cómo percibe usted el momento católico actual?

Humanitas 2022, C, págs. 334 - 337

Imagen de portada: “Jesús consolado por el ángel” por Claudio Di Girolamo, 1970 (Grafito sobre papel).

Aunque habitualmente perdamos este hecho de vista, católica significa universal. Y si bien es fácil, y me atrevo a decir comprensible, reducir la actualidad de la Iglesia Católica al instante que estamos viviendo, cada uno en su contexto actual, es importante tener en cuenta que la realidad de la Iglesia es poliédrica.

La Iglesia Católica no es solo Chile y los escándalos de abuso sexual por parte del clero, el subsecuente encubrimiento y los loables intentos por parte de muchos para erradicar estos crímenes.

La Iglesia Católica no es solo Canadá, con una jerarquía que intenta reparar el escándalo de haberse unido al Estado para dirigir escuelas residenciales que buscaron erradicar la identidad indígena de cientos de miles de niños, un abuso en sí mismo empeorado por los abusos físicos, psicológicos y sexuales cometidos en estas instituciones.

Aunque habitualmente perdamos este hecho de vista, católica significa universal. Y si bien es fácil, y me atrevo a decir comprensible, reducir la actualidad de la Iglesia Católica al instante que estamos viviendo, cada uno en su contexto actual, es importante tener en cuenta que la realidad de la Iglesia es poliédrica. 

La Iglesia Católica es mucho más que un escandalosamente lento juicio por corrupción en el Vaticano que involucra a un cardenal y varios oficiales por una vergonzosa transacción por la compra de una propiedad en Londres.

La Iglesia Católica es mucho más que un escandalosamente lento juicio por corrupción en el Vaticano que involucra a un cardenal y varios oficiales por una vergonzosa transacción por la compra de una propiedad en Londres.

Sin negar la importancia de estos temas candentes, a menudo se exagera su centralidad en la vida de los católicos en el día a día. En realidad, una buena parte de la energía de la Iglesia proviene de los individuos y grupos menos implicados en los debates internos.

Sobran los motivos para decir que la Iglesia tiene problemas. La división ideológica; el escándalo de sus miembros, la jerarquía, por cometer crímenes y encubrirlos, y el mirar para otro lado de demasiados laicos durante demasiado tiempo; la pérdida de fieles ante el avance del pentecostalismo y el ateísmo, y el tribalismo, son todas cuestiones en las que se puede focalizar para describir la situación actual de la Iglesia.

Sin embargo, aunque sea fácil olvidarlo, universal significa que la Iglesia es también África, donde los religiosos –hombres y mujeres, sacerdotes y monjas, diáconos y misioneros– convierten a la institución en sinónimo no solo de fe, sino de educación para niños y niñas, de acceso a una salud de calidad, y de manera generalizada, pero en ninguna medida reductivista, a un futuro mejor.

Sobran los motivos para decir que la Iglesia tiene problemas. La división ideológica; el escándalo de sus miembros […]; la pérdida de fieles ante el avance del pentecostalismo y el ateísmo, y el tribalismo.

En países como Madagascar o la República Centroafricana, entre los más pobres no solo del continente africano sino del mundo, la Iglesia Católica es, literalmente, la última en apagar la luz en regiones en conflicto a las que el Estado ni siquiera llega.

En países como Sudán del Sur, entre los más jóvenes del mundo, la Iglesia es sinónimo de diálogo y de paz: gracias a los esfuerzos de los obispos cristianos, apoyados por el Papa Francisco y el arzobispo anglicano Justin Welby, el país logró al menos pausar la guerra civil que devastó a la nación desde su independencia.

En países como Irak o Nicaragua, la Iglesia Católica es resiliente, capaz de sobrevivir violentas persecuciones –genocidio en el caso de los cristianos en Medio Oriente–, y política, como es el caso de la Iglesia en este país centroamericano donde la institución es acusada de golpista por el presidente Daniel Ortega por abrir las puertas de las iglesias para proteger a jóvenes estudiantes de los tanques desplegados por el gobierno nacional durante la revuelta social del 2018.

En países como Venezuela, la Iglesia Católica, a través del trabajo de Cáritas, es de las pocas organizaciones capaces de brindar ayuda a un pueblo que, según estadísticas de Naciones Unidas, se está muriendo de hambre.

En regiones como la Amazónica, la Iglesia Católica es sinónimo de protección para los cientos de comunidades indígenas que se ven amenazadas por la tala indiscriminada, el abuso de empresas mineras y la proliferación semilegal de pozos petroleros. 

Como escribió el historiador Arnold J. Toynbee en su libro Civilization on Trial, 

las cosas que hacen buenos titulares están en la superficie de la corriente de la vida, y nos distraen de los movimientos más lentos, impalpables, imponderables, que funcionan bajo la superficie y penetran en las profundidades. Pero son realmente estos movimientos más profundos y lentos los que hacen la historia, y son ellos los que destacan enormemente en retrospectiva, cuando los sensacionales acontecimientos pasajeros se han reducido, en perspectiva, a sus verdaderas proporciones.[1]

Aunque es tentador hacer una radiografía de la Iglesia hoy y reducir su presente a, literalmente, su presente, teniendo en cuenta el sinfín de elementos y situaciones que hacen a la Iglesia Católica, es contradictoriamente necesario e injusto. El presente de una institución que tiene más de dos mil años y más de mil millones de fieles, representada en todos y cada uno de los continentes, depende, en gran medida, de dónde esté parado quien lo interprete.

Sin embargo, la realidad es que, si el catolicismo ha de generar la imaginación necesaria para afrontar los retos que enfrenta y de mantener su celo evangelizador, esta no es una tarea que puede dejarse exclusivamente en manos de la jerarquía. Debe llevarse a cabo en comunión con la dirección de la Iglesia, por supuesto, pero no puede depender de ella. Pensar que los cardenales y obispos son el presente –o el futuro– de la Iglesia Católica es sucumbir a una especie de «eclesiología del purpurado », reduccionista e inadecuada.

Sí, los obispos son necesarios, pero lo cierto es que también pueden a veces abusar de su autoridad, y sofocar artificialmente las energías creativas. Su natural cautela se traduce a veces en rigidez o cerrazón. Sin embargo, el tiempo y la marea no se detienen para nadie, y las buenas ideas perdurarán sea cual sea su recepción inicial por parte de los poderes fácticos.

Es importante recordar que tanto el presente como el futuro de la Iglesia Católica, sea donde sea que uno esté parado, no está en las manos de los obispos, sino en la fe, formación y compromiso de los fieles, que deben preguntarse a sí mismos si están a la altura de los retos del siglo XXI.

En este sentido, es importante recordar que tanto el presente como el futuro de la Iglesia Católica, sea donde sea que uno esté parado, no está en las manos de los obispos, sino en la fe, formación y compromiso de los fieles, que deben preguntarse a sí mismos si están a la altura de los retos del siglo XXI.


Notas

* Inés San Martín, argentina, es coeditora y responsable en Roma del periódico Crux.
[1] Toynbee, Arnold J.; Civilization on Trial. Oxford University Press, 1948.

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