“Debo también advertir que he pasado mi vida mirando hacia delante y no hacia atrás, como lo hacen tantos que viven más de recuerdos que de anticipaciones. De mi padre he heredado esta disposición optimista, que podría comparar a la de un automovilista normal que, sin desatender el espejo que le permite mirar hacia atrás, avanza con la vista habitualmente fija en lo que se presenta por delante. En cambio, la mayoría de los que ya tienen cierta edad, parece que van manejando en marcha atrás, guiando sus pasos en lo que ven en su espejito, es decir contemplando el pasado con más interés que lo por venir. Mi padre y yo no somos ciertamente de ese tipo. Gracias a esa facultad de mirar hacia delante, se mantuvo joven y animoso hasta el final. Yo, me atrevo a decir, espero hacer lo mismo”.
(Memorias)
Este es un libro de arte, pero es más que un libro de arte. Es un libro de historia, de historia de los Benedictinos, pero también un libro de historia de la Iglesia, un libro de la historia de Chile a través de sus acontecimientos relevantes, pero también del ritmo de la sociedad chilena en un par de siglos Es la historia de una familia, artista y compleja, vista por su representante más genial: el padre Pedro Subercaseaux.
Verónica Griffin dividió su obra en cuatro grandes capítulos que siguen con cierta libertad la vida del padre Pedro.
El primero, “Infancia y Formación (1880-1902)”, relata los primeros años de Pedro en Santiago y sus alrededores, una ciudad de contrastes, una familia alegre y unida, pero probada por el dolor con la muerte de dos hijas.
A los once años sus padres lo internaron a él y a su hermano Luis en un colegio de benedictinos ingleses que funcionaba en Francia, en el pueblo de Douai. Todos los alumnos eran ingleses a excepción de Pedro y Luis. Ya a esa edad Pedro estaba siempre dibujando, “haciendo monos”, pero no se había despertado su vocación de pintor. Se veía como un futuro ingeniero, un constructor. A los catorce años viajó con sus padres y su hermano Luis a Tierra Santa, una experiencia fortísima al conocer los lugares donde había vivido Jesús y gozar de la belleza que su padre le enseñó a contemplar. Su madre escribió un libro sobre Tierra Santa y él lo dibujó.
A su regreso a Francia se entusiasmó con los museos militares y la gloria del Ejército Imperial, pero también conoció otra gloria humilde e invisible, la de Jesús escondido en el Sagrario de cualquier iglesia. “¿Habrá varios tipos de gloria o será una sola?”, se preguntaba.
La familia quería echar raíces en Chile, pero el padre fue nombrado embajador (ministro plenipotenciario) en Alemania e Italia y Pedro sintió que llegaba el momento de definir su vocación. “Seré pintor”, dijo, y fue apoyado entusiastamente por su familia. Su padre no cabía en sí de alegría, pensando que su hijo iba a realizar la vocación que él siempre había soñado.
Estudió en la Real Academia de Bellas Artes en Berlín y en talleres muy prestigiosos en Roma. A pesar de su carácter amable fue un alumno rebelde.
En la Real Academia enseñaban una técnica que consistía en sobar el dibujo con una estopa (tela gruesa) hasta fundir el contorno y lograr una blandura de terciopelo. Al año siguiente se seguía el mismo sistema con huesos humanos hasta que parecían imágenes fotográficas.
Pedro no aguantó más el sobado y la estopa y con el apoyo de su padre, se fue a Italia y allí volvió a pintar a su gusto. Más tarde la familia vivió en París y él ingresó a la prestigiosa Academia Julian. Era el año 1902 y se estaba gestando un nuevo rumbo en el arte europeo, pero el joven chileno no alcanzó a conocerlo.
Los años 1902 a 1920 Verónica Griffin los sintetiza en el capítulo “Creador múltiple y prolífico”. En el Diario Ilustrado lo contrataron como dibujante y caricaturista , firmaba con el seudónimo “Lustig”.
Al mismo tiempo pintaba sin descanso. Presentó catorce obras en el Salón oficial de Bellas Artes, doce cuadros al año siguiente, después una exposición individual de óleos y un primer remate de pinturas.
Fueron años tristes para la familia por la muerte de dos hijas, Rosario y María, a quienes Pedro retrató en un hermoso cuadro. Trabajó sucesivamente en Zigzag y en Pacífico Magazine. En Zigzag publicó la serie de Federico von Pilsener y su perro salchicha Dudelsackpfeifergeselle. De ese tiempo también es la caricatura de su padre en una campaña contra el alcoholismo.
El libro recoge pinturas famosas como Virgen de Andacollo, Abrazo de Maipú, Retrato de San Pío X, ¡Santiago! ¡Y a ellos! (una tradición hispánica que muestra al apóstol Santiago interviniendo en la lucha de los españoles contra los moros), Vendimia en la Chacra Subercaseaux, Pedro de Valdivia.
El ambiente de La Chacra era amable, venía gente joven, atraída por el encanto de la madre, Amalia Errázuriz. Allí Pedro conoció a Elvira Lyon Otaegui, se comprometieron y se casaron en 1907 en la parroquia de Viña del Mar.
Pedro, ya un artista consagrado, decidió llevar sus pinturas a Buenos Aires, donde tuvo mucho éxito y le encargaron otras, como el retrato de Mariano Moreno, Ensayo del himno nacional argentino en casa de María Sánchez de Thompson y Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810.
Este último tiene un antecedente curioso. Se lo habían encargado al famoso pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, quien organizó numerosas reuniones y asados para discutir sobre el cuadro que nunca llegó a pintarse.
Subercaseaux trabajó de otra manera. Tuvo una larga conversación con el doctor Adolfo Carranza, director del Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, sobre el sentido del Cabildo y regresó a Chile. Desde aquí pidió que le enviaran las medidas del Cabildo para hacer una maqueta y treinta rostros de los que participaron, que eran recortes de revistas. Leyó historia argentina y pintó el cuadro.
Para el Congreso chileno Pedro Subercaseaux pintó Descubrimiento de Chile por Almagro, una obra grandiosa que le costó muchos sinsabores.
“Descubrimiento de Chile por Almagro” por Pedro Subercaseaux, 1913(Óleo sobre tela). Antiguo Congreso Nacional. Fotografía de Fernando Balmaceda.
Era una pintura monumental, el mismo Pedro la llevó al lugar escogido y allí se encontró un ambiente muy pesado. Los que le habían encargado el cuadro ya no estaban y las nuevas autoridades no querían recibirlo por cuestiones políticas. Le hicieron una crítica feroz. Primero Diego de Almagro se veía bastante bien montado en su caballo y no era el personaje muy feo que recordaba un cronista, las nubes del cielo no parecían nubes de esa parte de Chile, los cactus tenían flores rojas y son verdes, el perro era de una raza de patas débiles, incapaz de cruzar la cordillera. Pedro se defendió bastante bien. Almagro no era tan feo, los cactus son verdes, pero tienen una flor parásita que es roja, el perro era capaz de cruzar la cordillera. Consiguió que le pagaran sus honorarios y con ese dinero viajó a Italia.
En 1911 Pedro y Elvira fueron a Asís. Sonaban las campanas en la ciudad del santo y Pedro las interpretó como un llamado especial, dirigido hacia él. Lo resolvió pintando una hermosa biografía de San Francisco de Asís, pero presentía que la llamada implicaba algo más.
“José Miguel Carrera” por Pedro Subercaseaux, 1915 (Óleo sobre tela). Colección privada. Fotografía de Fernando Balmaceda.
La Primera Guerra Mundial significó un desastre económico para Chile. La gente estaba muy pobre y señoras de la alta sociedad montaron un espectáculo para recaudar fondos. Presentaron Santiago Antiguo en el Teatro Municipal y Ramón Subercaseaux y su hijo estuvieron a cargo de organizar toda la presentación. Resultó muy bien, pero en medio de tantas bellezas vestidas de terciopelo y joyas, Pedro se sentía perdido. “Qué vano es todo esto, qué vacío”.
De estos años el libro recoge cuadros muy hermosos: José Miguel Carrera, murales para la Caja de Crédito Hipotecario, El Cid hace bendecir sus pendones, Paseo en carreta, Jesús crucificado con la Virgen, San Juan y San Francisco.
En su vida personal había llegado la hora de la gran separación. En 1919 Pedro le preguntó a Elvira: ¿por qué no hacemos ahora lo que hemos pensado tanto? Y meses después viajaron a Roma para pedirle al Papa su autorización. El pontífice les dio un documento que les permitía hacerse religiosos sin disolver el vínculo matrimonial.
Un cambio de vida desgarrador
El 15 de agosto de 1920, después de trece años de matrimonio, Pedro y Elvira se vieron por última vez y rezaron juntos el Magníficat. Ella ingresó al noviciado de las Damas Catequistas en Loyola y Pedro viajó al monasterio benedictino Nuestra Señora de Quarr en Inglaterra.
Desde el Monasterio escribió a sus padres para informarles lo ocurrido. A ellos les costó mucho aceptarlo, su madre le escribió conmovida y don Ramón, más vehemente, quería tomar cartas en el asunto: “Vi de golpe para mí la partida de un hijo ejemplar y queridísimo, y para mi país la de un artista formado y consagrado. Si hubiera obedecido a mi primer impulso, habría volado al priorato de Quarr en la isla de Wight y habría arrancado al postulante como fuera”.
Monseñor Tedeschini, amigo suyo, lo aplacó, diciéndole que esta decisión provenía en parte de la profunda educación cristiana que había recibido de sus padres.
“Monje y artista (1929-1938)”
Pedro amaba la espiritualidad benedictina, pero los primeros meses de su vida separados fueron muy difíciles para él y para su esposa.
Además, en la hermosa abadía de Quarr no había sitio para el arte. Otras abadías, como Beuron, eran centro de una escuela artística. Quarr no.
Esto cambió radicalmente cuando los monjes trasladaron la celda de Pedro a un espacio de mayor tamaño, donde se instaló un taller de arte para que trabajaran él y otros dos monjes. Todo era bastante precario. La cama de Pedro se instalaba en la noche debajo de la mesa de dibujo, pero no les importaba. Luego comenzaron a recibir pedidos de arte sacro. Además los tres monjes podían conversar a su gusto sobre sus inquietudes artísticas y culturales.
Un día el abad le pidió a Pedro hacer un encargo bastante engorroso en un juzgado civil de Londres. A la salida, unos amigos lo invitaron a almorzar y después fueron a la Tate Gallery que impresionó mucho al monje. Recordaba especialmente la famosa silla de Van Gogh y un vaso de flores silvestres de todos colores. “Nunca había creído que con tan poca cosa se pudiera dar tamaña impresión de belleza”.
Seguramente había visto reproducciones en revistas, pero encontrarse con ellas en persona le produjo un golpe…”cuya vibración perdura aún en mi ser”.
Comenzó nuevamente a pintar y su estilo se transformó. “Me he puesto más atrevido para pintar y más moderno para el color”.
Así nacieron sus quince acuarelas sobre la vida de San Benito, una Crucifixión y las imágenes de la cripta de la abadía de Quarr. También le pidieron encargos para parroquias vecinas.
“Santa Ana enseñando geografía a su hija” por Pedro Subercaseaux, 1934 (Óleo sobre tela). Colección privada. Fotografía de Fernando Balmaceda. Originalmente este cuadro perteneció a los padres de Elena Vial.El 29 de junio de 1927 Pedro fue ordenado sacerdote.
En esos años pintó Virgen de la estrella, para participar en la Exposición Iberoamericana de Sevilla.
Un golpe muy fuerte fue el fallecimiento de su madre que viajaba con don Ramón a retomar su puesto en la embajada de Chile ante la Santa Sede. Su padre quería volver en barco a Chile para enterrar allí a Amalia y Pedro lo acompañó en este difícil viaje.
Al llegar a Chile se encontró con una sorpresa: ¡Los benedictinos se habían puesto de moda en el país! Pedro tuvo que participar en una serie de encuentros, conferencias, dar entrevistas. Un ejemplo que recordaba con humor fue que lo invitaron a dar una conferencia en la Universidad Católica. Al presentarse a darla, la sala estaba abarrotada de gente y los guardias no lo querían dejar pasar… “Pero si soy yo el que da la conferencia”, protestaba.
Él y su hermano Juan recordaron la conversación que habían tenido tantas veces: ¿por qué no traer monjes benedictinos a Chile?
De regreso a Quarr participó en el Salón Oficial de Bellas Artes chileno enviando dos óleos, Santa Ana enseñando geografía a su hija y La Virgen y el Niño.
Mientras tanto, un grupo de amigos inició una fundación para traer a los benedictinos a Chile. Les ayudó mucho la transcripción de una conferencia de Pedro en la Universidad Católica que se editó en un pequeño folleto. Querían conseguir dinero para un terreno y la construcción de la abadía.
Por entonces, Pedro tuvo la gran alegría de que un chileno, Eduardo Lagos, ingresara a la Abadía de Quarr.
El monje realizó varios trabajos para una casa editora en Londres: Vida de san Benito para niños, libros infantiles sobre la Confesión, la Comunión y la Misa; pero las obras que lo hicieron famoso fueron dos acuarelas: El estallar de la tormenta y El último adiós de Tomás Moro a su hija Margarita.
Pedro fue muchos años hospedero del convento, un oficio de tradición benedictina. Como tenía mucha afinidad con los niños se encargó de atender campamentos de scouts que acampaban cada verano en las tierras del monasterio. Los retrataba en divertidas caricaturas.
Lamentablemente se ha extraviado su mejor caricatura. Un diario anticatólico publicó la noticia de que un monje se había arrancado de la abadía. Pedro dibujó al monje fugitivo, corriendo para llegar al ferry de la isla y perseguido por todos los habitantes de la abadía, perfectamente identificados. La obra colgó del muro del refectorio durante muchos años.
El monje viajó por segunda vez a Chile con motivo de la consagración de su hermano Juan como obispo de Linares. La fundación para traer benedictinos a Chile había prosperado con generosas donaciones, especialmente de la señora Loreto Cousiño, donante de las más diversas instituciones religiosas que existían en el país. Ahora les ofrecía a los benedictinos un terreno, la construcción de la Abadía y el pago del traslado de los monjes de Europa a Santiago.
En 1937 fallecieron Ramón Subercaseaux y dom Emile Bouvet, prior de su comunidad, que había sido entusiasta de fundar en Chile. A fines de ese mismo año el Capítulo General de la Congregación de Solesmes aprobó por fin la idea de un Monasterio en este “lejano país”.
Fundador y pintor
Así se inicia el cuarto capítulo del libro “Fundador y pintor de iglesias (1938-1956)”. Cuán difícil y descorazonadora fue esta etapa de su vida para Pedro. El reducido grupo de franceses no se aclimató en Chile. No venían las esperadas vocaciones y no se identificaban con el país. Mientras tanto, el monje chileno pintaba y pintaba no sólo por gusto, sino para aportar dinero para la comunidad. La Segunda Guerra Mundial empeoró el ambiente para estos europeos, sin saber noticias ciertas de lo que estaba pasando en su tierra.
“Posuerunt me custodem” por Pedro Subercaseaux, 1942 (Óleo sobre tela). Abadía de Las Condes. Fotografía de Fernando Balmaceda.
De esa época son obras muy importantes. La imagen de la Virgen, Posuerunt me custodem, Lautaro, la decoración de la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús y de Nuestra Señora de los Ángeles. En la iglesia del Sagrado Corazón Pedro pintó él solo la figura del Padre Eterno con la técnica del fresco. Para evitar que la figura del Padre intimidara, se lo presentó a un niño, que dijo “está enojado”. El artista subió andamios y modificó el rostro cuantas veces fue necesario, hasta que el niño dijo “Ahora no está enojado”. También pintó el Vía Crucis de la parroquia, Nuestra Señora de Loreto y Los sacramentos.
Trabajó para la parroquia de Las Cruces y para la capilla San Miguel de Rangue en Aculeo.
Los problemas de los benedictinos franceses seguían latentes y en 1948 se acordó el cierre de la Fundación y el regreso de todos los benedictinos a Europa. Era un doloroso fracaso. Tres benedictinos, entre ellos el padre Pedro, se quedaron en Chile, encargados de liquidar los bienes. Entonces sucedió lo que Verónica Griffin llama un “hecho providencial”. Uno de los benedictinos franceses, volviendo a Europa, se detuvo en una abadía de Río de Janeiro, relató la historia y dos monjes alemanes decidieron involucrarse. Fueron al primer Capítulo general de la fundación de Beuron y allí expusieron el caso. El abad presidente, dom Raphael Moliton, viendo a los monasterios alemanes diezmados por la guerra, se negó a tomarlo en cuenta. Pero murió de un ataque al corazón, durante el Capítulo, y dom Bernhard Durst, fue elegido como sucesor. Quiso volver a estudiar la cuestión y se aprobó una nueva Fundación a cargo de un grupo de monjes alemanes, que comenzaron a llegar a fines de 1949. Dos años después tuvieron la alegría de la primera vocación chilena, el padre Mauro Mattei.
Ya en el tiempo de los franceses habían llegado al Monasterio chilenos atraídos por la espiritualidad benedictina y ahora se extendió esta corriente, que ha proporcionado tantos bienes a la Iglesia en Chile. El padre Pedro seguía pintando, ahora con dificultad a causa de su mala salud, pero participó en un proyecto grandioso. En el Templo de Maipú faltaba un cuadro que aludiera al voto, prometido por Bernardo O Higgins en gratitud por la independencia nacional. El Cardenal Caro llamó a un concurso que resultó desierto. Entonces Pedro presentó un cuadro con la Virgen del Carmen al centro y O’Higgins y San Martín a sus pies en el abrazo de Maipú, además de gran número de personajes. Le ayudaron a pintarlo los artistas Miguel Venegas y Claudio Bravo y estuvo listo en 1953.
En esos últimos años escribió también sus Memorias que quedaron inconclusas, llegan hasta la consagración de Obispo de su hermano Luis.
La víspera del año nuevo de 1956 fue internado en el Hospital de la Universidad Católica por una endocarditis infecciosa. Estaba con mucha paz y no perdía su humor. Le preguntó al Prior Haggenmüller si estaba listo el cementerio de la Abadía.
“En la madrugada del 3 de enero de 1956, posiblemente mientras dormía, Pedro, el benedictino, el pintor, se fue a contemplar la gloria de Dios”.
“Su cuerpo descansa hoy en el rústico cementerio de su abadía que, desde la cima de una colina, domina el hermoso valle de Las Condes entre montañas que hablan de eternidad”.
Elena Vial