El reportaje muestra que Juan Pablo II jamás quiso declarar cismática a la Iglesia china, nacida a partir de 1957 bajo la tutela de la Asociación Patriótica, creada por el régimen. El Pontífice optó por el contacto personal, ofreciéndoles el retorno a la plena comunión con Roma a quienes lo desearan; muchísimos eligieron este camino. El país se encuentra en una situación inédita en la historia de la Iglesia y distinta a la vivida en cualquier otro régimen socialcomunista.
Foto de portada: El dragón, una de las formas visuales más antiguas y comunes de la China tradicional.
Humanitas IV, 1996, págs. 604 - 609
A partir de 1989, el comunismo mundial fue considerado como totalmente extinto. Una vez muerta la mitología marxista-leninista y derrumbados los sistemas colectivistas de una economía totalmente planificada, los regímenes políticos totalitarios y represivos de la Unión Soviética y de sus satélites, no sólo europeos, fracasaron, al menos por tres causas: la crisis irreversible y mortal producida por las manifestas y prolongadas contradicciones económicas y sociales internas; la desigual confrontación económico-militar con Occidente; y la gota que hizo rebalsar el vaso: la aceleración del enfrentamiento -insostenible para el mundo soviético- co-producido por el sistema de la “guerra de las galaxias” emprendido por la administración Reagan, compromisimo el renacimiento religioso y el papel moral decisivo jugado por la Iglesia Católica y el Papa Juan Pablo II. Pero en tanto el marxismo-leninismo, aparentemente, vuelve a dar algunos fuertes golpes (no sólo) en el Este -cambiando su estrategia contra todas las previsiones de los que cantaron, tal vez demasiado de prisa la muerte definitiva del comunismo- existen países de los cuales nunca se ha retirado. Cuba, Corea del Norte e Indochina, por ejemplo; pero por sobre todo, la China, donde para alrededor de mil doscientos millones de personas sigue siendo una pesadilla real más actual que nunca.
Aunque, de hecho, también en China parece haber pasado el cuarto de hora del mito y la pureza ideológica socialcomunista -“es bello ser rico”, confesaba cándidamente hace pocos años Deng Xiao-Ping, cuando se le pidió una justificación política por el “nuevo curso”, el dinosaurio de la burocracia estatal, sigue activo y eficiente, pero sobre todo, el aparato represivo y el colosal universo de campos de concentración impuesto por el régimen. Ciertamente, se ha debilitado; en ocasiones afortunadamente se ha resquebrajado; sin embargo, sigue excepcionalmente agresivo y extraordinariamente activo en la imaginación colectiva. Por lo tanto, vive y vegeta; aunque más no sea por el hecho de que tiene aún un récord de atrocidades, frente a la cual palidecen las ya horrorosas cifras del desastre humano soviético. 60 millones de chinos componen las fuerzas policiales que controlan al resto del pueblo, del cual una buena parte vive internada en los 11.000 campos de concentración (aquellos individualizados), de 8 a 15 mil personas cada uno.
23 años en Hong Kong
El padre Giancarlo Politi, sacerdote misionero del PIME, Instituto Pontificio de Misiones Exteriores, es quien nos recuerda estas cifras escalofriantes. El padre -hoy en día director del periódico mensual del instituto, Mondo e Missione, como también de la muy importante agencia editora, Cina oggi, relacionada con el periódico- ¡fue durante 23 años párroco en Hong Kong! Logró entrar a China por primera vez en 1978. La primera interrogante a la cual él y sus hermanos querían darle una respuesta era aquella relativa a la situación de la Iglesia Católica. “Hasta 1954”, dice el padre Politi, “era posible obtener noticias. Pero luego siguió un largo período de silencio, roto únicamente por algunas comunicaciones fragmentarias y con lagunas, hasta 1985. Con un trabajo que nos llevó años, logramos reconstruir, con bastante detalle, el mapa religioso de China, recogiendo materiales, testimonios, nombres y fotografías”. El país reposa sobre una historia alucinante, por decir lo menos. La locura de Mao Tsetung -que el misionero describe como un ideólogo incapaz y corrupto, cuyo mito fue construido pacientemente a lo largo de los años- ensangrentó a China a lo largo y a lo ancho: “Durante la llamada campaña de las cien flores de 1957, se permitió temporalmente, por ejemplo, expresar su propia opinión libre sobre la política del régimen. A esto le siguieron malares de críticas públicas: ahogaron, Mao decidió volver a conculcar la libertad de expresión, encarcelando a todos los críticos o sea a miles de personas definidas como, “revisionistas de derecha”. La reforma agraria costó entre 20 y 25 millones de muertos. La Revolución cultural alrededor de otros 15 millones.
El “gran salto hacia adelante”, cuando entre 1958 y 1962 Mao decidió locamente que en poco tiempo la China debía igualar la producción siderúrgica de Gran Bretaña, causó -de acuerdo a una cifra oficial del gobierno- 43 millones de muertos. El absurdo político-ideológico del déspota llegó, incluso, a condenar a 25 años de cárcel a un niño que en un trabajo de la escuela, osó señalar al Mahatma Gandhi como a un gran hombre junto a Mao (…)”. Los datos entregados por el padre Politi son como un eco de aquellos documentados por el periodista americano, Daniel Southerland, enviado de The Washington Post, en una amplia encuesta que apareció serialmente en el cotidiano estadounidense, en julio de 1994. La política del “gran salto hacia adelante”, establecía que todos los ciudadanos debían contribuir al progreso de la nación, fundiendo, en los patios de sus propias casas, cualquier objeto de metal que tuvieran para alimentar los hornos caseros con cualquier cosa que fuera combustible. En poco tiempo se habían destruido todas las pertenencias: a esto le siguió una terrible carestía durante la cual -como informa Southerland- se vieron horrorosas escenas de canibalismo, incluso de padres con sus hijos... Esta herencia global terminó obligando al déspota Deng Xiao-ping -que volvió al poder después de un tercer alejamiento- a permitir, en 1979, una parcial liberalización económica: gracias a esta nueva situación, los misioneros pudieron intensificar su propia obra en el país. “Paradójicamente”, observa el padre Politi, “la liberalización deseada por el régimen para darle oxígeno a China, podría terminar obteniendo un efecto totalmente contrario. El ingreso occidental al mercado chino -ayudado por la cláusula que describe a China como “país favorito” para la ayuda económica-, si bien hoy en día, por primera vez y “gracias” a la administración Clinton, esto sucedía que la cuestión del respeto por los derechos humanos esté estrechamente vinculada a ella, podría también gatillar procesos que el régimen no logre controlar”.
El poder del mercado
Ciertamente, los joint venture y los business que los occidentales están preparando con el Hermano Grande de Pekín parecen verse dictados, en realidad, por intereses totalmente ajenos a los de terminar con el sistema fuertemente concentracionista del país, asemejándose más bien a aquellos “viajes rituales” descritos eficazmente en su momento por Paul Hollander. Sus protagonistas, durante los casi ochenta años de la Revolución socialcomunista, de facto no sólo toleraron, sino que contribuyeron -si bien de principio más que de hecho- a la vergüenza del siglo XX. “No me hago ilusiones”, responde el padre Politi, “acerca de las verdaderas intenciones y acerca de los principales intereses de los hombres de negocios. Pero es un hecho que, por ejemplo, las comunicaciones con China, antes inexistentes, hoy funcionan discretamente, tanto en el interior como con el exterior. Así, me ha sido posible tener noticias en Italia, en un tiempo casi real, de actuales acciones represivas del gobierno: con la lista de arrestados fue fácil difundir la noticia y obtener la liberación de los prisioneros en pocas horas. No tengo prejuicios optimistas ni pesimistas con respecto al “poder del mercado” ni con respecto a lo que sucederá después de que en 1997, Hong Kong -de hecho una especie de observatorio en el cual Pekín, en cierto modo, tiene la mirada puesta- le sea restituida a China (...) Sólo sé, de una manera realista, que hoy es posible entregar a los distintos businessmen que están dispuestos a encontrarse con las autoridades chinas ayuda memorias referentes a los hermanos y las violaciones de los derechos humanos. Hay políticos americanos que se prestan para hacer de “correo” de este tipo (...) Con este sistema armado obtenemos la liberación de algunos prisioneros (...). De hecho, de acuerdo al misionero, la China actual ya no se siente obligada con respecto a su propia especificidad ideológica, conservando sin embargo, un aparato represivo que funciona bastante bien, conforme a una especie de “mecánica de la revolución” que perpetúa un totalitarismo cada vez más con un fin en sí mismo. Durante las últimas décadas, los creyentes han sido en gran medida daos que han debido pagar y las víctimas de la política de eliminación de la religión efectuada por el gobierno desde los años cincuenta. Mao fue quien fijó los puntos esenciales, aún antes de asumir el poder; considerándola como algo inútil, el futuro despota rojo estableció que la religión: 1) Es bastante dañina y 2) Debe ser, por esta razón, “ayudada a desaparecer”, 3) A través de una política de “libertad religiosa” sui generis. Reducido a un hecho meramente privado -ámbito en el cual el régimen trató igualmente de interferir- el ejercicio de la fe debía desarrollarse dentro de límites fijados por el régimen.
La violencia ciega fue la manera de convencer a los creyentes. En los años cincuenta la Iglesia Católica fue despojada de todas sus pertenencias y de todos sus edificios y el clero desapareció por completo, incluyendo al Episcopado. Una vez obtenido el “efecto-terror” tan deseado, Pekín procedió luego con la organización de la “religiosidad limitada y controlada”, creando, en 1957, la Asociación Patriótica de los católicos chinos, sea, la tentativa de crear una “Iglesia” independiente de la Santa Sede y obediente al régimen, similar a lo que se intentó hacer en otros países del “socialismo real”, des- de Checoslovaquia hasta Vietnam. En 1958, se procedió a nombrar los primeros obispos “patrióticos” con la perspectiva de destruir la jerarquía católica legítima, signo de la unidad visible de la Iglesia. La Asociación filogubernativa procedió luego con la “reforma”: se redujo drásticamente el número de edificios sagrados y en cada una de las iglesias remanentes se instauró un comité local de la misma Asociación, compuesta por alrededor de cinco personas, elegidas entre los bautizados a los que poco les impor- taba su propia fe y la Iglesia universal.
La sabiduría de Pedro La Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista se ocupó finalmente de regular todo tipo de actividades. La lógica del régimen era la de alentar a las comunidades a deshacerse ellas mismas de la religión por una especie de automatismo interno, inducido por la onerosa y constante presencia, en todos los actos de culto, de comisarios del gobierno: la confesión, por ejemplo que debía efectuarse frente a la presencia del presidente del comité local fue abandonada durante muchos años...
“Pero 1979”, señala el padre Politi, “fue el año en el cual el liderazgo chino comenzó con la recuperación económica, usando incluso la mano de obra que ofrecían los profesionales- la “clase intelectual”- liberados de los campos de concentración y de las prisiones. Entre éstos se encontró en libertad también un cierto número de sacerdotes y 33 obispos, ocho de los cuales habían sido nombrados por el Papa Pío XII y, que eran, por lo tanto, legítimos. Entre ellos, dos prelados, particularmente preocupados por el futuro de la iglesia china -uno de ellos es el conocido monseñor José Fan, quien fuera luego secuestrado, horriblemente golpeado y asesinado en 1992- decidieron, después de mucha reflexión, proceder a la ordenación autónoma de algunos obispos. Sin el mandato apostólico y conscientes de la gravedad del hecho, tenían la convicción de que sólo la imposibilidad física de comunicarse impedía que el Santo Padre les confiriera la autorización deseada. Actuando de esta manera, no por odio o ruptura con la Iglesia universal, ellos solo trataron de asegurarle una continuidad apostólica a la jerarquía del país; también, en una carta, le pidieron perdón al Pontífice, en caso de que su gesto revelase un error”. De este modo, surgió una segunda línea apostólica de obispos “no regulares” junto a la “patriótica”.
“El Papa Juan Pablo II”, prosigue el misionero, “jamás quiso declarar cismática a la Iglesia china. Es la sabiduría de Pedro: no lleva mucho tiempo efectuar una cisma, pero luego sanarlo lleva siglos (...). Además, esto sería, precisamente, lo que buscaba el régimen (...). La situación es más articulada de lo que uno se pueda imaginar. Sólo algunos de los obispos patrióticos están en una postura de abierta ruptura con la Iglesia y sólo una pequeña parte del clero obedece los dictados del régimen. Ciertamente, no lo pueden decir abiertamente (...). La mayoría se encuentra en una situación impuesta por los acontecimientos y ha optado por este camino para poder continuar actuando en el país de alguna manera (...). El Pontífice optó por la táctica del contacto personal, ofreciéndoles el retorno a la plena comunión con Roma a quienes lo desearan; y muchísimos eligieron este camino (...). Por lo tanto, el país se encuentra en una situación inédita en la historia de la Iglesia y distinta a cualquier otra circunstancia análoga que se haya verificado en países de régimen socialcomunista. Posteriormente, el “nuevo curso” de Deng, demostraría no haber puesto fin por cierto a la amenaza para la Iglesia Católica.
“En 1992 se convocó la Conferencia de los Representantes Católicos chinos, instrumento de la Asociación Patriótica compuesta por 272 delegados -sacerdotes, religiosos, laicos- entre los que se encontraban 50 obispos. Dicho organismo fue declarado soberano en lo que se refiere a materias de fe (...). Un inmenso peligro (...).
Sin embargo, hay señales reconfortantes. Aunque en la Iglesia china sustancialmente se permite “sólo” rezar, existe un buen número de seminarios -patrióticos y no patrióticos- plenamente operantes. La cantidad de católicos es de alrededor de 6 y 10 millones, el triple de los que había durante la persecución violenta. Hay miles de sacerdotes y religiosas.
“En una ocasión una mujer”, concluye el padre Politi, “me preguntó incrédula si yo era realmente un sacerdote; ella encontraba sospechoso el hecho de que yo, un extranjero, supiera hablar su lengua. Cuando le respondí afirmativamente, alabó al cielo diciendo: ‘Hace 39 años que no veo a un sacerdote. Hoy Dios me ha bendecido (...). Ahora puedo morir en paz (...)’.
Marcos Respinto
HONG KONG: LOS CRISTIANOS ESPERAN INQUIETOS EL TRASPASO A CHINA
El 1 de julio de 1997 Hong Kong dejará de ser una colonia británica para convertirse en región administrativa especial de China. La futura Constitución prevé que pueda mantener bastante autonomía y que se respete la libertad religiosa. No obstante, para los cristianos el futuro resulta inquietante, en vista de la situación de la China continental.
A mediados de junio, los principales responsables del departamento de Asuntos Religiosos de Pekín viajaron a Hong Kong para tratar sobre la libertad religiosa a partir de 1997. No hubo acuerdo concretos. En principio, la Constitución de Hong Kong garantizará la libertad. Pero si los líderes chinos no cambian de táctica, intentarán dividir a los cristianos. En lo que respecta a la Iglesia católica, no está descartado que traten de someterla al gobierno, introduciendo la “Iglesia patriótica” en la nueva región.
Si las autoridades chinas desean recortar la influencia de los cristianos en Hong Kong, tendrían que hacer un esfuerzo considerable. Pues señala Newsweek (10-IV-96), aunque una minoría de los 6 millones de habitantes, gestiona el 50 por ciento de los colegios, el 60 por ciento de los servicios sociales y con una parte de las clínicas y hospitales. La Iglesia católica, con 250 mil fieles, atiende 113 centros asistenciales y 280 centros de enseñanza confesionales, donde estudian 315.000 alumnos, solo un 8 por ciento católicos.
De hecho, entre los cristianos no hay unanimidad sobre cómo actuar frente a las autoridades de Pekín. “Debido recelo que los católicos de Hong Kong están profundamente divididos sobre la actitud que hay que adoptar frente al trato de 1997”, ha declarado a La Croix J.B. Tsang, sacerdote de la catedral. Por parte de la Iglesia católica, el cardenal John Wu ha enviado a las parroquias unas “Orientaciones pastorales para la transición de 1997”, donde recuerda “que ser un buen cristiano también significa ser un buen ciudadano”. La jerarquía no se niega a cooperar con el nuevo poder, mientras respete su independencia y sus instituciones.
Uno de los puntos en discusión es si la Iglesia católica debe tener un representante en el Comité político chino de selección que deberá escoger al próximo gobierno de Hong Kong después de 1997. Una planesa que un cierto independencia. Por parte de una estrategia política con los comicios chinos, y no se puede criticar nada y la Iglesia en pendiente se acepta formar suerte, el Consejo cristiano de Hong Kong, que reúne a varias Iglesias, ha decidido participar en el Comité. Mientras el Consejo celebraba la reunión donde aprobó esta decisión, otras organizaciones cristianas, entre ellas la Comisión católica y Pez, hacían una sentada en protesta contra lo que consideran una pérdida de la autonomía de las iglesias.
Al igual que otros habitantes de Hong Kong, no pocos católicos están marchando en ser a ver qué pasará. La tasa de emigración casi duplica la media general de los últimos años. La disminución de católicos se compensa en parte con los nuevos bautizos -unos 4.500 anuales- de niños y, sobre todo, de conversos.