Inaugurado por el Papa Francisco en octubre 2021, el Sínodo de los obispos sobre la sinodalidad es un proceso de varias etapas que culminará con dos reuniones con sede en Roma en octubre de este año 2023 y en octubre del 2024. Así, del 4 al 29 de octubre de este año, obispos y delegados, incluidos laicos, se reunirán en Roma para la primera reunión.

En una primera etapa y después de una consulta inicial con los laicos a nivel diocesano, se enviaron informes que resumían las conclusiones a las conferencias episcopales nacionales y se redactaron documentos como base de reflexión para la etapa continental. Durante este tiempo, también se desarrolló un llamado "Sínodo Digital", con grupos de discusión y participación en línea. Se presentó un informe final del sínodo digital junto con los informes de las asambleas continentales.

Este 20 de julio fue publicado el Instrumentum laboris del sínodo, el que buscó articular los contenidos de los Documentos Finales entregados tras las asambleas continentales, reflejando la experiencia de las iglesias de todas las regiones del mundo.

Una de las preguntas fundamentales que el documento buscó abordar es cómo la Iglesia puede caminar sinodalmente y en comunión, en medio de los desafíos actuales y las diferencias de opinión. “Hemos descubierto que, incluso en la variedad de formas en que se experimenta y se entiende la sinodalidad en las distintas partes del mundo, a partir de la herencia común de la Tradición apostólica, hay cuestiones compartidas: discernir cuál es el nivel más apropiado para abordar cada una de ellas es parte del desafío”, señala el documento, y continúa, “Igualmente se comparten ciertas tensiones. No debemos asustarnos de ellas, ni tratar de resolverlas a toda costa, sino comprometernos en un discernimiento sinodal constante: sólo así las tensiones podrán convertirse en fuentes de energía y no caer en polarizaciones destructivas”.

De esta forma, “Este texto nos ofrece la imagen de una Iglesia en la que reina una comunión perfecta entre todas las diferencias que la componen, que se mantienen y se unen en la única misión que quedará por cumplir: participar en la liturgia de alabanza que todas las criaturas elevan al Padre por medio de Cristo en la unidad del Espíritu Santo”.

El documento es un reflejo de aquello que se dijo en las fases de escucha y, en ese sentido, busca abrir puertas y discusiones más que descartar interrogantes a priori. Así lo advierte el mismo al señalar que,

Algunas de las cuestiones surgidas de la consulta al Pueblo de Dios se refieren a temas sobre los que ya existe un desarrollo magisterial y teológico al que remitirse: por poner sólo dos ejemplos, basta pensar en la aceptación de los divorciados vueltos a casar, tema tratado en la exhortación apostólica Amoris laetitia, o la inculturación de la liturgia, objeto de la Instrucción Varietates legitimae (1994) de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. El hecho de que sigan surgiendo interrogantes sobre puntos de este tipo no puede descartarse precipitadamente, sino que debe ser objeto de discernimiento, y la Asamblea sinodal es un foro privilegiado para hacerlo. En particular, deben investigarse los obstáculos, reales o percibidos, que han impedido dar los pasos indicados y lo que hay que hacer para eliminarlos. Por ejemplo, si el bloqueo se deriva de una falta general de información, será necesario un mejor esfuerzo de comunicación. Si, por el contrario, se debe a la dificultad de captar las implicaciones de los documentos para situaciones concretas o de reconocerse en lo que proponen, un camino sinodal de apropiación efectiva de los contenidos por parte del Pueblo de Dios podría ser la respuesta adecuada. Otro caso sería cuando la reaparición de una cuestión es signo de un cambio en la realidad o de la necesidad de un «desbordamiento» de la Gracia, lo que exige volver a cuestionar el Depósito de la Fe y la Tradición viva de la Iglesia.

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