Hartmut Rosa

La Découverte

París, 2022

75 págs.

¿Por qué la democracia necesita de la religión? es una conferencia pronunciada por el sociólogo Hartmut Rosa, invitado por la diócesis católica de Würzburg en su encuentro anual del año 2022. Rosa es el representante más renombrado de la tercera generación de lo que se conoce como la Escuela de Teoría Crítica de Frankfurt, fundada después de la guerra por Theodor Adorno y Max Horkheimer y cuya segunda generación estuvo comandada por Jürgen Habermas. Dos libros han sido cruciales en su trayectoria, Accélération (2010, con versión en castellano bajo el título Alienación y Aceleración, Katz Editores, 2016) y Résonance (2018, con traducción al castellano por Katz Editores, 2019), cuyas tesis se recogen sucintamente en esta conferencia.

De acuerdo con Rosa, vivimos en un mundo en que la exigencia del crecimiento económico se ha vuelto sistémica, es decir, imperiosa e insoslayable. Las sociedades modernas alcanzan un punto en que su estabilidad depende de su dinamismo (“estabilización dinámica”) como una bicicleta que se cae si se deja de pedalear y avanzar. Se ha llegado a un punto en que todas las alternativas de ralentización económica o de decrecimiento supondrían descontento, desestabilización y caos y nadie sensatamente querría correr ese riesgo. Todo el mundo solicita más recursos para cumplir con sus metas, más subvenciones para los desempleados, los artistas, los jóvenes que requieren capacitación, las industrias que tienen problemas de competitividad. ¿Quién podría desatender todos estos requerimientos, algunos de los cuales provienen del propio crecimiento que requiere de más infraestructura para seguir exportando o más ciencia y tecnología para mejorar la producción? Esto no ocurre solamente a escala de la economía global y de la sociedad, también es parte de la experiencia personal de cada cual, donde cada año nos proponemos nuevas tareas y queremos alcanzar un logro inédito.

La exigencia de innovación y cambio, el ansia de novedad y la curiosidad, el gasto creciente de energía para reproducir la vida casi en los mismos términos anteriores, constituyen lo que Rosa llama aceleración. Es una exigencia sistémica que golpea la vida de cada cual a través del burnout, el agobio y el cansancio que provoca una vida saturada de tareas, afanes y proyectos. La aceleración y el crecimiento económico sostenido estuvo antaño asociado con el optimismo de una vida mejor, sobre todo para las nuevas generaciones, de manera que se trabajaba arduamente para el bienestar de los hijos. En el capitalismo avanzado (cuyos méritos en prosperidad, bienestar y longevidad Rosa no desconoce en absoluto) cunde, sin embargo, la visión de un futuro opaco y sombrío, y la expectativa de dejar a la nueva generación un mundo mejor se ha derrumbado. Un mundo así –dice Rosa– ha dejado de resonar, se ha vuelto enteramente una materia inerte y muda, susceptible de control y manipulación, de modelamiento y gestión, pero que no tiene nada que decirnos salvo aquello que nosotros colocamos en este.

La resonancia implica varias cosas: que algo me interpele y me obligue a detenerme y prestar atención –la resonancia no es armonía y acuerdo, cacofonía como la campana que repica una y otra vez para anunciar lo mismo, la satisfacción de escuchar siempre lo que me agrada–; que algo me obligue, por su parte, a responder y salir al encuentro y tomar una parte activa (como cuando algo da que pensar y estimula el razonamiento), y finalmente que aquello induzca una transformación en la forma de actuar, de sentir o de pensar, que no solo añada algo a lo ya adquirido, sino que cambie y transforme. Rosa toma como modelo de la resonancia la experiencia de la natalidad en el sentido que le confiere Hannah Arendt como símbolo de la praxis y de la creatividad, es decir, de la capacidad de actuar y producir algo completa y maravillosamente nuevo –no en vano la desesperanza moderna asume la forma de una caída en la tasa de natalidad que ya no consiste solo en reducir el número de hijos, sino en negarse a concebirlos.

¿Por qué el mundo ha dejado de resonar? La democracia consiste en ampliar el número de voces de manera que todo el mundo pueda expresarse libremente, pero ¿qué sacamos con multiplicar las voces si ya nadie escucha? La política moderna ha entrado en una espiral de agresividad que se vuelve patente en las democracias avanzadas que asombran cada vez más por su intolerancia, cancelación y discordia.

El encuentro de la diócesis de Würzburg se había hecho ese año bajo la exhortación del rey Salomón, “Dame, Señor, un corazón que escuche”, que convenía perfectamente a la conferencia de Rosa. La resonancia, es decir, la capacidad de escuchar y de ser conmovido por algo que sucede fuera de uno mismo, estuvo siempre referida en la Escuela de la Teoría Crítica a la experiencia estética, al decir de Adorno de la eficacia mimética de la música que suspende la orientación instrumental hacia el mundo y envuelve al oyente en el misterio de lo que atrae, fascina y asombra. Rosa considera, sin embargo, y de manera novedosa, la alternativa de la experiencia religiosa. “Creo que es aquí donde la religión tiene su fuerza intrínseca, en el hecho de que ofrece una especie de promesa de resonancia vertical, en el hecho de que dice: mi existencia no se basa en un universo silencioso, frío, hostil o indiferente, sino en una relación receptiva” (p. 71). La democracia necesita un corazón que escuche y ese corazón puede proporcionarlo la religión, en cuanto experiencia de apertura radical hacia un mundo donde todavía habita Dios, es decir, Aquel que puede llamarme por mi nombre, tenderme una mano y solicitarme algo que transforme mi existencia, aunque sea un pequeño encargo o una enmienda ligera. Pone el caso de la oración: rezar es una experiencia interior, pero al mismo tiempo una disposición del espíritu que busca y espera algo que viene desde el exterior, colocarse en manos de Otro, escuchar, dejarse conmover y responder, al menos cuando la oración no es rezo monótono y puro afán de disponer de la voluntad de Dios, sino apertura hacia lo inaudito e indisponible.

La conferencia de Rosa se cierra con un evocativo agradecimiento “por haberme escuchado”.

Eduardo Valenzuela C.

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