El 30 de agosto de 2023 Nello Gargiulo, editor de Presenza, fue invitado a dictar una conferencia para los alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Temuco.
Me alegro de estar aquí esta mañana en vuestra Universidad, invitado por el decano Juan Pablo Beca Frei con el fin de abordar desde la Cátedra Santo Tomás Moro la problemática de la Economía en los caminos de la Doctrina Social de la Iglesia. Tomás Moro, un santo ecuménico —porque pertenece tanto a la Iglesia católica como a la anglicana— fue un hombre estudioso de los Padres de la Iglesia y de San Agustín que vivió los inicios de la época moderna y los cambios que comienza a generar la reforma de Martín Lutero, siendo uno de los primeros que, con fundamentos, expone su pensamiento, intuyendo desde temprano que las tesis del reformista cambiarían la concepción de la religión frente a la manera de abordar la postura de la Iglesia con los temas sociales y a la vida misma del hombre.
La Universidad Católica, y específicamente vuestra Facultad —aquí en una región que es el centro de numerosas problemáticas de convivencia cívica, de desarrollo socioeconómico y de protección medioambiental—, vive un trascendental momento histórico en el que se buscan soluciones para abrir o recuperar caminos de entendimiento con fórmulas nuevas que ya se están experimentando. Los diálogos promovidos por el Centro Nansen son para estos efectos un gran avance, y es posible que paulatinamente lleguen a delimitar el camino para un justo equilibrio entre el respeto a las exigencias de la naturaleza; las necesidades de las poblaciones locales, que deben pensar en su propio sustento, y los aportes de capitales y tecnologías que son necesarios a fin de mejorar la productividad de las tierras y las condiciones de trabajo.
Asimismo, para llegar a un ambiente de justicia y de paz, puede ser interesante también plantearse estos mismos desafíos a la luz del modelo de reflexión que la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia propone. Es desde esta perspectiva que se puede pensar en generar un espacio para una lectura de los acontecimientos de los cambios sociales y de la evolución de la historia de los pueblos y de sus propias culturas.
La reflexión que nos proponemos esta mañana, precisamente en la línea de seguir los caminos de la Economía en la mirada de la Doctrina Social de la Iglesia, se reviste aún más de actualidad en función de la misión misma y vocación de una universidad católica: hacer ciencia, hacer cultura y asumir la tarea de dar luces y respuestas a los problemas del hombre y de la sociedad.
Es desde la multidisciplinariedad que la luz de la fe debe penetrar en la tarea de los docentes laicos que están llamados a lo que el Concilio Ecuménico Vaticano II, en el decreto Apostolicam Actuositatem, indicaba como la “renovación del orden temporal, guiados por la luz del Evangelio y por el pensamiento de la Iglesia”. El mismo decreto señala la cooperación que debe haber con todos los ciudadanos y que la mirada última debe estar “en la búsqueda de la Justicia y del reino de Dios”.
La ciudadanía, entendida como parte integrante de la comunidad, conlleva valores también evangélicos, y en su estructura admite diálogos entre los distintos actores de todo el tejido social, político, cultural y religioso.
Hablar de Doctrina Social de la Iglesia desde las universidades católicas abre al compromiso de asumir una perspectiva también pedagógica, en la que se juega no solo la relación de la persona humana con Dios, sino también las relaciones de las personas con la comunidad en función de conducir a la edificación del bien común. El Camino Sinodal, en el cual el Papa Francisco ha enrolado a la Iglesia Universal, propone justamente vías de renovación tanto de la Iglesia, como de la sociedad. Las universidades católicas en esta ruta tendrán la oportunidad de repensar una dimensión más amplia de cómo llevar a cabo estas enseñanzas.
El Dios cristiano que es Uno y Trino tiene repercusiones en las relaciones sociales. La dimensión de la Santísima Trinidad es expresión que el Dios de los Cristianos es un Dios dinámico, porque se encarna en la naturaleza humana, y es por eso por lo que la comprensión de la esfera de lo social —en el tipo de relaciones humanas— no puede prescindir del sello de la Creación. El Dios creador, que al séptimo día descansa, se alegra y admira de su misma Obra con la creación del Hombre a su imagen y semejanza, cuando le confía a este la tarea de seguir desarrollándola, también le indica un estilo y un camino.
Poner al Hombre como dueño de lo que Dios crea es un acto de confianza y de reciprocidad que contiene el germen inicial de aquella subsidiaridad que está basada en otorgar por parte de quien posee los medios y la autoridad (como podría ser hoy, por ejemplo, el Estado) los elementos iniciales y necesarios para permitir el crecimiento de las organizaciones sociales intermedias, que son necesarias para asegurar el desarrollo y la consolidación de las democracias.
Este principio de la “subsidiaridad” —que tiene su fundamento a partir de la misma raíz latina de la palabra subsidium— muy discutido, y en Chile hasta controvertido, que dificulta entendimientos, como ocurre hoy, por ejemplo, en el proceso constitucional en curso, debe hacernos reflexionar y ver cómo otorgarle una dimensión equilibrada. En este sentido, ni un Estado centralizado, que tiende a absorber a la sociedad civil en su propia organización, ni un Estado liberal, que la coloca como un actor más del mercado y se limita a considerarla casi exclusivamente como proveedora de servicios sociales, son funcionales a este principio. Ninguna de estas dos posturas cuando es muy extrema ha demostrado hasta ahora generar medidas que permitan dar consistencia a una trama de estructuras sociales intermedias con personalidad propia; niveles de profesionalismo y madurez cívica para asegurar los equilibrios sobre los cuales se construye la cohesión y la paz social.
La subsidiaridad auténtica integra dos dimensiones: una vertical, que procede desde quién tiene mayor autoridad y poder, y una horizontal, que proviene desde la solidaridad, principio por el cual se establecen las condiciones para asegurar grados de una mayor igualdad. Los países que han alcanzado niveles de desarrollo elevados son los que justamente han integrado de una manera armónica: Estado, sociedad civil y mercado.
Esto, que podría pensarse como un juego de palabras, traza, sin embargo, la senda del ser humano, que se inicia con la creación, cuando con el Hombre y la Mujer, y la reproducción, se asegura la multiplicación del género humano, y continúa con la historia de Abraham y de Moisés, y luego con los profetas como testigos que preparan el camino a la irrupción en la historia de la humanidad de Jesús Cristo
Allí es cuando los planes de Dios llegan a plenitud, porque con la encarnación, Dios logra comprender mejor y más directamente las vicisitudes humanas, teniendo una madre, un padre y una familia; aprendiendo y llevando a cabo un trabajo, siendo parte de la vida de una aldea, y cumpliendo en este contexto la misión del anuncio de la Buena Nueva, abriendo el camino a la naciente era cristiana con la Iglesia que tendrá la Misión de custodiar y enriquecer este mensaje. Esta clave, los evangelios y todo el Nuevo Testamento, en continuidad con el Antiguo, constituyen la primera fuente de la que disponemos para interpretar los principios y criterios que están en la base de la Enseñanza Social de la Iglesia.
Según narran los Hechos de los apóstoles, en las nacientes comunidades cristianas, quienes tenían más bienes de los necesarios, los vendían, y llevaban el precio de lo vendido a los pies de los apóstoles para que fuera distribuido de manera justa entre los necesitados (Hechos, 4:32-35). De esta forma, aquello que era un bien sobrante para algunos, se convertía en algo útil para satisfacer la necesidad de otro. En este mismo relato se menciona los indigentes, y no a los pobres. Es muy probable que el mensaje de Jesús en Marcos 7:1 “a los pobres siempre los tendréis entre ustedes”, haga una diferencia clara entre la pobreza que de alguna manera a Dios le agrada, y otra, la indigencia, que decididamente no, porque ofende la dignidad humana y por eso se aparta de sus planes sobre la humanidad. Hoy, sin duda, esta historia tiene una mirada válida también desde la Economía, porque cuando la opulencia y la riqueza no circulan, se estancan y surgen áreas profundas de subdesarrollo y perímetros de grandes miserias. Allí nos encontramos frente a nuevas ofensas a la dignidad humana. Las primeras comunidades cristianas con el ejercicio de la Caridad habían encontrado la clave para solucionar este problema.
Muy cerca de nuestro tiempo hay una interesante intervención del cardenal Raúl Silva Henríquez en el Concilio ecuménico Vaticano II. En una de las llamadas “minutas”, que eran apuntes para presentar propuestas de reflexión en la asamblea general, escribió: “Esta pobreza sufrida por el hombre la hemos llamado subhumana, vale decir, una pobreza que hace del hombre un esclavo de las necesidades. En contra de esta pobreza tenemos que luchar y, si es posible, desarraigarla de la Humanidad”.
El mundo cristiano siempre ha tenido preocupación por estos temas, especialmente cuando las sociedades comienzan a complejizarse y cuando nacen corrientes que ofrecen soluciones a problemáticas que no se limitan solo a lo económico, sino también involucran la convivencia social en su dimensión más global, como el trabajo y la esclavitud; o la riqueza y su uso, el antagonismo entre las clases sociales, o la salvación de los ricos y la propiedad privada; todas materias que en los primeros cuatro o cinco siglos de la época cristiana, fueron abordadas por los Padres de la Iglesia en sus escritos y predicaciones.
Uno de los primeros tratados del comienzo de la época cristiana donde se abordan estas problemáticas es la obra El Pastor de Hermas. Hermas era un esclavo emancipado formado por su matrona que en sus relatos cuenta de sí mismo y aborda temas con significación social. Junto con la riqueza, introduce el significado de la suficiencia y de la comunicación, señalado que “las desigualdades terminan afectando tanto a los pobres como a los ricos, porque para la Economía es necesaria la comunicación, ya que cuando la riqueza no circula termina afectando al cuerpo social”. Asimismo, ataca a la indigencia como una grave enfermedad. Claramente, en el contexto de los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia ya abordaba estos temas con la predicación e invitaba a aquellos que “tenían” a no apegarse a los bienes materiales. En este sentido, el mencionado documento del Pastor de Hermas es el más antiguo del cristianismo que hace referencia escrita a estas materias. Evidentemente, se adelanta a la declaración de los derechos humanos de las Naciones Unidas de 1948, y a lo señalado en la Pacem in Terris, encíclica escrita en 1963 por Juan XXIII, justo hace 60 años –que dicho sea de paso hoy cobra especial vigencia cuando la búsqueda de una arquitectura institucional del universo parece ser el camino para consensuar principios de autoridad que aseguren la estabilidad de la justicia y de la paz–.
Desde el siglo I al V los Padres de la Iglesia fueron los testigos e intérpretes más inmediatos y autorizados de la tradición apostólica y de la Sagrada Escritura. Se caracterizaron, además, por su vida ejemplar, su santidad reconocida en la mayoría de ellos, y por su alta capacidad intelectual en la medida en que los procesos históricos y el desarrollo de la humanidad les permitieron responder con claridad y dar sentido y justificación a la fe. Ellos responden dando un sentido intelectual a la razón de la fe y de la caridad cristiana en lo que es el reflejo social del Dios de Jesucristo. Los Padres de la Iglesia en esta materia son la segunda fuente más importante sobre la cual se construye de manera dinámica y permanente la Enseñanza Social de la Iglesia, y entre ellos recordamos hoy a dos de sus representantes:
Por una parte, Clemente de Alejandría, quien nace hacia el año 150. Su obra más conocida es la que aborda directamente el problema de la licitud de la riqueza y la propiedad privada. Ya no nos encontramos frente a una homilía o sermón que señala el peligro de la riqueza y avaricia para la salvación, justamente porque estos temas asumen una función social, debido a que tienen repercusiones sobre el cuerpo social. En la sociedad de la época de este Padre de la Iglesia aparecen algunas herejías como la de Carpócrates, quien inspirándose en Platón ya propugnaba las primeras formas de comunismo. Así, Clemente de Alejandría aborda la riqueza no desde la prohibición o la ausencia de su uso, y en esto insiste que es la pasión desordenada del corazón de los hombres la que hay que desarraigar.
Asimismo, Orígenes, otro Padre de la Iglesia, manifiesta la necesidad de diversificar las artes y los oficios para responder a las exigencias del ser humano y a las sociedades en evolución, y lo explica cuando reconoce la licitud de las riquezas y, sin embargo, insiste en la obligación de comunicarlas y utilizarlas con el fin de buscar los medios para responder a estas necesidades del hombre.
San Juan Crisóstomo, San Basilio, San Agustín y los demás Padres de la Iglesia en sus escritos y obras dan razones también intelectuales de los reflejos de la fe cristiana en la esfera social. Las sociedades que se complejizan interpelan al mundo cristiano para que dé respuestas coherentes a las problemáticas emergentes, y este para ser coherente debe responder a partir de las implicancias de la fe, con el fin de generar modelos de vida social en sintonía con el mensaje cristiano.
Etapa Media 1100-1300
Ya en la Edad Media, con Santo Tomás de Aquino y la Escuela del pensamiento Franciscano, nace una nueva propuesta de un modelo de orden social. Se trata de la Economía de mercado. Los mercados ya existían antes como lugares de intercambio favorecidos por las grandes abadías de los Monasterios Benedictinos, cuyo lema de vida era Ora et Labora —la Oración y el Trabajo—, donde los monjes se ocupaban no solo de rezar y trabajar, sino también de conservar la cultura. Gracias a ellos es que tenemos los ilustres libros escritos a mano por Gli amanuensi (los escribas). Sin embargo, lo que aquí nos interesa es ver cómo alrededor de estas abadías surgen diversas actividades y, junto con los oficios que se enseñan, se originan los primeros artesanos que producen e intercambian sus productos.
Con la reflexión tomista y el carisma del movimiento franciscano se aporta un paradigma bien claro al mundo de la economía y la cultura de la época: el bien común como objetivo de las actividades económicas. En esta visión, estas últimas actividades no se apartaban de la finalidad de tener que generar lo que en el 1700 Antonio Genovesi denominó en Napoli, en la primera cátedra de Economía política, la “felicidad pública”. Es muy posible que en aquella época la idea del bien común —que en los últimos siglos ha casi desaparecido en el lenguaje de los economistas—, pudiese identificarse como una atmósfera de felicidad y armonía en la convivencia social.
¿Se preguntarán a qué me refiero? Los frailes de San Francisco tenían como regla principal vivir de la limosna. Visitaban a las familias y allí recogían lo necesario para la vida de la comunidad, a la que llamaban “convento”; palabra que viene del término “convivir”. Al convento solo entraba lo necesario para la vida de la comunidad; y el resto de lo que recibían lo dejaban para los necesitados. Cuando se trataba de comida, la repartición de las raciones era bastante fácil, sin embargo, los monjes también recibían donaciones en dinero, y aquí era un poco más compleja la distribución.
Es precisamente frente a los problemas impactantes de la usura en la época, que los frailes —en su observación de las familias necesitadas y especialmente de los artesanos que estaban obligados a recurrir a préstamos con altos intereses difíciles de pagar—, buscan promover capitales que, bien organizados y administrados, funcionarían como microcréditos para familias y artesanos. Nacen así los primeros bancos, como Monti di Pietá, donde los préstamos se hacen a bajos intereses que sirven solo para cubrir los gastos que la gestión del dinero generaba. Lograr salir del dominio de los usureros significaba para las familias reencontrar dignidad y libertad.
De esta forma, las finanzas se ponen aquí al servicio del trabajo humano, genera riqueza, servicios e innovaciones. El gran comerciante de época era frecuentemente el mecenas que, además de hacer comercio, también se preocupaba del arte, de la vida de la Iglesia y de dar forma a la ciudad de la Edad Media.
Ya hacia finales del 400, Fray Antonio Pacioli inventa una fórmula geométrica y aritmética para hacer cuadrar las cuentas y mantener el control sobre el dinero, llamada “la partida doble”. La comunidad necesitaba transparencia.
Asimismo, San Bernardino da Siena, también franciscano y consagrado obispo, fue un predicador que frente al lujo que comienza a verse en las ciudades de Italia y al uso desenfrenado del dinero, advierte los peligros no solamente para la vida personal cuanto para las sociedades que se van formando. Anticipa de alguna manera lo que serán las consecuencias de la reforma protestante.
Estos dos ejemplos bien claramente configuran que todo proceso económico que genera dinero que circula debe también tener apropiados controles tanto aritméticos contables como de la comunidad,
La Época Moderna con la reforma protestante
Cuando Martín Lutero quería combatir los lujos que comienzan a darse también al interior de la Iglesia, y junto a Calvino hacen que el centro del pensamiento teológico desde Roma se marche hacia los países del norte de Europa, se generan enormes impactos con sus planteamientos. En este sentido, surge una corriente de pensamiento que deja la misma palabra de Dios a la libre interpretación personal, y la Salvación es asegurada por la fe y la Gracia de Dios, y no necesariamente debe considerarse unida a las obras de Caridad. San Santiago apóstol en su carta a los creyentes señala que “la fe, sin las Obras, está muerta” (Santiago 1:2).
La Época Moderna y el mercado capitalista
Dividir la fe cristiana de las Obras facilitó también el tránsito de una separación entre las actividades mercantiles y la ética de comportamiento, que era lo que el pensamiento de los Padres de la Iglesia tomista y carisma franciscano habían desarrollado como fundamento de la convivencia y del quehacer económico. La consecuencia de esto se verá en los años 1600 y 1700, cuando, con la Primera Revolución Industrial, la Economía de mercado asuma el color de la nueva cultura del capitalismo que ya no tiene como fundamento el bien común, cuanto —como sostiene el economista Stefano Zamagni— el bien total.
Este “bien total”, según Zamagni, sería la sumatoria de los bienes individuales y, por lo tanto, la sumatoria es siempre positiva, sin considerar que en el listado de esta sumatoria puede haber quien en términos de beneficios tiene un valor cero. El economista, en tanto, sostiene que aún hoy en muchas circunstancias se confunden estos dos conceptos que son totalmente distintos.
Esta etapa de reflexión sobre la Doctrina Social de la Iglesia que comienza después de la segunda guerra mundial, se distingue porque el pensamiento social de la Iglesia analiza no tanto los efectos negativos que el mercado de tipo capitalista ha provocado, sino más bien cómo abordar las causas de las desigualdades.
A partir de la primera Encíclica Social Rerum novarum se inicia la sistematización orgánica de criterios para abordar la comprensión de las Res novae. Y aquí hay una evolución muy significativa, porque en referencia siempre a la Economía capitalista, el padre de esta encíclica, León XIII, analiza la realidad del choque también entre Capitalismo y Marxismo, y propone remedios correctivos especialmente para las grandes problemáticas que afectan a los trabajadores. Nacen así sindicatos de inspiración católica; y surgen también el movimiento cooperativo y las universidades católicas para acrecentar los centros de pensamientos de raíz cristiana-católica.
Precisamente hace 60 años, cuando Juan XXIII proclama al mundo la Pacem in Terris, la propuesta de la Iglesia busca ir a las causas de la pobreza. La Populorum progressio, de Pablo VI, va en la misma línea y con ella por primera vez las ciencias sociales entran a pleno título en los aportes necesarios para la comprensión, el análisis y las causas profundas de las desigualdades, no solamente al interior de cada sociedad sino también entre países. “Los pueblos ricos deben ayudar a los pueblos pobres”, dice esta carta encíclica, anunciando con esto ya los primeros efectos de la globalización, como resultado de la Tercera Revolución Industrial, de la época de la informática, de la tecnología y de los medios de comunicación.
Con Juan Pablo II, el Papa Benedicto y, hoy, Francisco hay un hilo común expresado en sus encíclicas sociales —Solicitudo rey social; Caritas in veritate, y Laudato si’ y Fratelli tutti—, donde en cada una se destaca la necesidad de avanzar en las causas que generan las grandes problemáticas que afectan a la humanidad, pero ya no en la Tercera, sino la Cuarta Revolución Industrial, que es la que está definiendo el partido que la humanidad ha comenzado a jugar en este inicio de siglo y milenio.
Y en este punto la Economía, entendida como la ciencia que se ocupa de la administración de la casa, toma un gran desafío a partir de la encíclica Laudato si’, que la impulsa a buscar también el cuidado de sí misma. Tanto “economía” como “ecología” tienen una misma raíz en la palabra griega oikos —o “casa”, comprendida no solo como conjunto de bienes, sino también de personas que constituyen la unidad básica de la sociedad. Aquí, la propuesta es cambiar el cómo y dónde poner el acento. Lo cierto es que el enfoque para abordar las problemáticas económicas y ecológicas recurrentes deben tener una mirada multidisciplinaria y multidireccional. El criterio que podemos pensar es un enfoque “eco”: económico-ecológico-ecuménico y ecosistémico. Así recuerdo que lo definimos también aquí en Temuco en octubre de 2016 cuando presentamos esta encíclica, Laudato si’, en una universidad laica, con la presencia del recordado Mons. Héctor Vargas, haciéndonos intérpretes de unir también La Araucanía y los aspectos económicos y ambientales con este método de “los cuatro eco”, para estudiar el tema desde una perspectiva multidisciplinaria. Una propuesta que puede seguir vigente si cada año en el mes de mayo se dedica un momento a reactualizar la enseñanza de esta encíclica. Más aún si esto pudiese hacerse efectivo con una reflexión desde la historia y cultura mapuche y del aporte franciscano a la evangelización.
Podemos terminar entonces consensuando algunos problemas que afectan a todos los sistemas socio-económicos de un mundo que está reequilibrándose desde la geo-política en nuevos bloques de influencia, que han visto cómo los países de Asia son protagonistas y condicionan la economía y la paz en un contexto de “democracias autocráticas”, al estilo de las grandes potencias asistidas.
En este nuevo contexto vamos a destacar que las desigualdades ya no solo se curan con la filantropía y las beneficencias. Un nuevo orden mundial debe hacer respetar las reglas de la explotación de los recursos naturales; de los impuestos y los salarios. Esto, es solo para mencionar algunos temas básicos.
Asimismo, debemos mencionar el inminente cambio climático y la emergencia medioambiental, con lo cual los países deberán hacer efectivos los compromisos para reducir las emisiones de CO2 en los tiempos programados antes de que sea demasiado tarde.
El invierno demográfico es otra arista, y vale sobre todo para las naciones occidentales. Si efectivamente se quiere mantener una identidad, es necesario abrir la política a intervenciones a favor de la familia y de un tipo de trabajo donde no se margine a la mujer —y para eso no puede considerar su aporte laboral como cualquier otro factor de la producción— y al que, siguiendo lo postulado en la Encíclica Laborem exercens, podríamos definir como “un trabajo decente”.
Por último, no podemos dejar de mencionar el hallazgo de la inteligencia artificial y las interrogantes sobre cómo esta se desarrollará a futuro; cómo será capaz de llevar a cabo los procesos sin que el hombre intervenga. ¿Cuáles serán los efectos? No podemos gozar y darnos por satisfechos solo con los beneficios, también debemos preguntarnos acerca de los efectos que esta tendrá si las instrucciones que el hombre imparte a los instrumentos y programas que actúan no son los más adecuados.
El hombre, por suerte, es un ser racional y, volviendo al comienzo de nuestra conversación cuando nos referimos a la imagen y semejanza de Dios, debemos recubrirnos de certeza que el Dios Creador no permitirá la devastación de su Obra. Para esto cada uno de nosotros debe hacer su propia parte en el presente y en el espacio de tiempo que la historia humana nos reserva, y tener la convicción de que siempre el bien y la verdad triunfan, y que la vocación humana es a la felicidad y no a la destrucción.
Les agradezco una vez más por el tema elegido y que sea de buen auspicio para abordar desde vuestra vocación de académicos la formación de los jóvenes a ser aquí en esta tierra constructores de una Economía y Ecología donde sea posible integrar tradiciones y progreso. Sobre esto, un signo de esperanza en nuestros días es la Jornada mundial de la Juventud de Portugal, donde el Papa Francisco llama a los jóvenes a “no tener miedo, brillar y escuchar”: tres expresiones que buscan invitarlos a hacer del presente y el futuro algo mejor que el pasado.
Esto vale también para todos nosotros:
No tener miedo a buscar y proponer soluciones adecuadas a las problemáticas del territorio, aun cuando el viento sople en contra.
Brillar, distinguiéndonos como generadores de comunicación y participación a los diferentes niveles.
Escuchar los planteamientos y los aportes de sectores diferentes, mostrándonos como promotores de soluciones consensuadas y asertivas.