En esta reflexión de comienzo de año académico, el vicepresidente del Comité Permanente de la CECh, invita a profundizar en la verdadera misión de cada vocación, los valores que deben marcar las elecciones y el compromiso social: "Para lograr este ideal, se ha de promover una política de educación superior en la cual las universidades sean realmente el lugar donde se forja la sociedad en un contexto de un sano espíritu crítico y atento a los profundos cambios que se viven en la sociedad para comprenderlos y orientarlos positivamente".
Quienes tenemos responsabilidades en el ámbito de la educación hemos de reflexionar con más intensidad lo que significa formar hoy a un joven que ingresa a la educación superior.
Los jóvenes que llegan a nuestras casas de estudios vienen con una formación de muchos años. Y en general es positiva. Desde la experiencia familiar y escolar de cada uno de ellos, junto a un legítimo interés por su futuro, logran el anhelo de seguir estudiando. Aquello es loable, meritorio y digno de destacar.
Estos jóvenes quieren ser técnicos o profesionales, es decir, aspiran a algo más en sus vidas y lo asocian a su esfuerzo personal, al de sus padres, que con grandes dificultades suelen apoyar a sus hijos para que sigan estudiando, y al de los profesores que los acompañaron en la educación básica y media.
Si bien es cierto ha aumentado la cobertura, no menos cierto es que aún estos jóvenes pertenecen a una élite, porque son muchos los que no terminaron la educación básica o media, y otros tantos que no lograron cumplir con los requisitos para seguir estudiando. Quienes acceden a la educación superior son un grupo privilegiado, porque existen muchos jóvenes que siendo capaces para ingresar a la educación superior no tuvieron la educación que los habilitara para obtener los puntajes exigidos, en general, por falta de recursos económicos e incentivos en su entorno más cercano. A ello hay que agregarle el fenómeno de la deserción universitaria que sigue siendo un asunto por analizar y resolver, especialmente entre los jóvenes más pobres.
Podemos afirmar que quienes están en la educación superior son los que han tenido más y, por lo tanto a los que se les debiese exigir más de cara a la responsabilidad profesional, humana y social que recaeré sobre sus hombros. Estos jóvenes son el espejo de lo que será nuestro país en el futuro. Sus aspiraciones son el anteproyecto de lo que quieren que sea nuestra sociedad. Hay que escucharlos con más atención. De cara al futuro del país, la pregunta por el cómo formar a estos jóvenes ha de tener presente la responsabilidad que gravará sobre ellos en sus labores profesionales.
Desvincular el acceso a la educación superior con la responsabilidad social que lleva inscrito un título académico será, en mi opinión, una fuente de injusticias, desigualdades y conflictos. Hay consenso que el saber es poder, y el poder sólo se justifica en la medida que sea para servir. Para ello se requiere convertir el poder en autoridad, antesala del liderazgo. Hay personas que han tenido y tienen mucho poder, pero por sus actos –que han atentado contra el bien común– han perdido el respeto al interior de la sociedad y su autoridad. Desde ese punto de vista es muy grave que los escándalos de corrupción que hemos apreciado en este tiempo provengan de personas con formación superior. La autoridad y el liderazgo se ganan día a día. Los conocimientos llevan implícito una hipoteca social que adquieren un talante genuinamente humano cuando se comprenden como posibilidad de servicio a los demás. Por ello, en el contexto de la búsqueda del bien común propia del hombre en cuanto ser social, el estudio es una fuente privilegiada para comprenderse como un ser para los demás, para humanizar el mundo, para superar los graves problemas que aquejan a la humanidad. Caminar en el sentido opuesto es corromper su significado más profundo puesto que se le reduce a su aspecto meramente técnico y se le despoja de su dimensión ética y estética.
Desde este punto de vista los desafíos que presenta la cultura imperante al quehacer universitario están vinculados al tipo de profesional que queremos formar y las razones que les damos para que se esfuercen, para que puedan sacar lo mejor que hay en cada uno de ellos. ¿Por qué estudias? ¿Cuál es el objetivo de tu esfuerzo? Aprender, ser más y servir, debiesen ser las respuestas. Hoy lamentablemente el conocimiento se asocia a la posibilidad de tener más y prueba de ello es que las carreras con mayores expectativas económicas son las más solicitadas.
Creo que hemos de centrar los programas de estudios para que los futuros profesionales vean sus capacidades, conocimientos, aptitudes, virtudes, destrezas y habilidades como la condición de posibilidad de aportar en la construcción de una sociedad más justa y bella. Para ello es indispensable vincular su profesión –hacer– a su proyecto de vida –ser– y por ende a la sociedad que quieren ir consolidando con su ser y su actuar en el mundo.
Es pobre comprender la profesión y los conocimientos como un mero medio para obtener los recursos que le permitan logros personales asociados al dinero. Esa concepción materialista y utilitarista del saber ha hecho mucho daño.
Creo que quienes estamos involucrados en la formación de las futuras generaciones es mucho lo que podemos hacer.
Por de pronto, debiéramos promover con mayor fuerza la carrera académica. Son muchos los profesores que están contratados para impartir una asignatura en tal o cual carrera, pero que no forman parte de una unidad académica, ni de la comunidad universitaria. Estos profesores en general, para poder vivir realizan clases en muchos lugares, lo que merma el contacto con los alumnos y la profundidad de los contenidos. Un profesor que no estudia, que no investiga dejará de ser un buen profesor en el corto plazo. Es por ello por lo que es tarea de toda la sociedad generar las instancias y proveer los recursos para promover la carrera académica, formando una comunidad universitaria con profesores que desplieguen lo mejor de sí mismos y de su tiempo a la academia.
Una formación integral implica un contacto entre el profesor y el alumno del tipo maestro discípulo, y no del tipo yo cumplo con hacer la clase y usted cumple aprobando el curso. Para lograr este ideal, se ha de promover una política de educación superior en la cual las universidades sean realmente el lugar donde se forja la sociedad en un contexto de un sano espíritu crítico y atento a los profundos cambios que se viven en la sociedad para comprenderlos y orientarlos positivamente. Ello exige investigación en todos los ámbitos del saber. En definitiva, las universidades están llamadas a ser el alma intelectual de la sociedad.
Otro aspecto que se debe inculcar en la formación de los jóvenes es un sentido de responsabilidad más grande y más comprometido con la sociedad, de modo especial con los más pobres. Hoy la rebelión de los jóvenes frente a un mundo que se ha pauperizado en sus valores se manifiesta en la apatía e indiferencia frente al servicio público y a la política. No le creen a la mayoría de los adultos, especialmente a los que ostentan el poder. Es lamentable, pero es cierto. Para ello, sin lugar a duda, es importante reflexionar acerca de la cuestión social e insistir en el sentido trascendente de la vida, donde los principios como la búsqueda de la verdad, la justicia, el diálogo y la auténtica libertad son fundamentales.
En medio de una discusión al interior del mundo universitario centrada casi exclusivamente en lo meramente económico, espero haber contribuido con esta reflexión para que nos concentremos en ese alumno único e irrepetible, lleno de sueños y anhelos que estamos llamados a potenciar y no a pauperizar. El ambiente universitario que intenta generar una cultura superior en sus espacios, sus tiempos y sus programas, dará pie a un conjunto de líderes que lo transmitirán explicita e implícitamente en el lugar donde se encuentren el día de mañana. Lo aprendido y asumido en la etapa de formación se irradia, y ejemplos de ello hay muchos.
*Arzobispo de Concepción, Chile.
Gran Canciller de la Universidad Católica de la Santísima Concepción