El autor aborda el tema de la convivencia universitaria desde la ética, planteando que una de las claves para potenciar esta dimensión es desarrollar una comunidad compuesta por personas que cultivan el hábito del sentimiento ético y que intentan actuar éticamente en su relación con los otros, para así instalar una cultura de respeto y de buen trato.

Imagen de portada: “Heian n°16” por Kazuya Sakai, 1971 (Acrílico sobre tela).

Humanitas 2024, CVI, págs. 78 - 87

El 10 de octubre, en la celebración con motivo de los diez años de la Oficina del Ombuds, se llevó a cabo el panel “Convivencia en la UC: Una tarea de toda la comunidad”, en el que participaron la directora del Programa de Mediación y Resolución de Conflicto de la Universidad Alberto Hurtado, Rosa María Olave; el director del Instituto de Éticas Aplicadas UC, Juan Larraín; la ex Consejera Superior UC Florencia Vildósola, y la académica de la Escuela de Psicología UC Paula Luengo, moderado por la Mediadora Estudiantil de la universidad, Valeska Grau. Compartimos a continuación la intervención del profesor Juan Larraín.

Agradezco mucho la invitación y la posibilidad de poder participar en este panel que celebra los diez años del Ombuds en nuestra universidad. Iniciativa visionaria impulsada por el rector Ignacio Sánchez y que busca aportar a nuestra vida y convivencia en comunidad. A continuación quiero compartir con ustedes una muy breve reflexión sobre lo que se nos pidió para este panel, esto es, discutir sobre cuáles podrían ser algunas claves para avanzar en nuestra convivencia universitaria. Para ello quiero reflexionar desde la ética introduciendo dos elementos que pienso pueden ser claves para la convivencia en comunidad.

Primero discutiré la importancia central que tiene la confianza para la vida en comunidad y cómo la ética es esencial para lograr dicha confianza. Y como un segundo punto proponer el desarrollo de una ética del cuidado como elemento central para promover la convivencia en las instituciones de educación superior.

Ética y confianza

Un primer elemento que es central para la convivencia en cualquier comunidad o grupo de personas es la confianza tanto en la institución que nos acoge como también, y de forma muy importante, la confianza entre las personas que componen dicha comunidad.

Si vamos a la definición de confianza podemos ver que está a la base y es clave para lograr una adecuada convivencia en comunidad. Por una parte, Sissela Bok, filósofa moral de Harvard, nos dice que “la confianza es la atmósfera en que prospera todo aquello que importa a los seres humanos”[1]. En palabras de Francis Fukuyama, “la confianza es la expectativa que aparece dentro de una comunidad que espera como conducta regular por parte de otros miembros de la comunidad una conducta honesta y cooperativa basada en normas comunes y compartidas”[2]. Todas las definiciones de confianza tienen en común tres conceptos: la expectativa de que otros se comportarán de una manera predecible, que actuarán considerando nuestros intereses, y que violar dichas expectativas rompe la confianza.[3] La creencia de que los demás no actuarán de manera oportunista es otra manera de definir confianza[4], la cual se puede dar a nivel personal, organizacional o societal.

Un primer elemento que es central para la convivencia en cualquier comunidad o grupo de personas es la confianza tanto en la institución que nos acoge como también, y de forma muy importante, la confianza entre las personas que componen dicha comunidad.

Lamentablemente, uno de los problemas más profundos que presenta nuestra sociedad actual a nivel global es la denominada crisis de confianza. Como es por todos sabido, existe una gran desconfianza en las instituciones, pero además algo que a veces se destaca menos, y que creo es de gran relevancia para una buena convivencia, es la profunda desconfianza que existe entre las personas a nivel individual. La encuesta CEP de diciembre del año 2022 muestra que un 91% de las personas encuestadas considera que casi siempre o normalmente hay que ser cuidadoso en cuanto a confiar en la gente, porcentaje que ha aumentado diez puntos en los últimos cuatro años. Algo similar ocurre en América Latina, en que, al igual que en nuestro país, solo una de cada diez personas considera que se puede confiar en los demás.[5]

¿Qué podemos hacer para mejorar la confianza, y de esa manera contribuir a una mejor convivencia en comunidad? En la respuesta a esta pregunta es donde la ética puede jugar un papel importante.

Para ello, lo primero es entender bien qué son la ética y el hábito del discernimiento ético. La ética se refiere al modo de ser y carácter que las personas se van forjando a lo largo de la vida y que determina nuestra capacidad de reflexionar racionalmente sobre qué es lo correcto y lo bueno, y actuar en base a ello. Corresponde a un saber práctico que se esfuerza en guiar nuestra conducta por buenas razones. Por ende, la ética no se satisface con las intenciones, sino que implica actuar, corresponde a la relación virtuosa de la reflexión, que en general es dialógica, seguida de la acción. Por ello es importante que como comunidad nos formemos en el hábito del discernimiento ético, esto es, la aspiración de que nuestras conductas y la forma en que tratemos a los demás se basarán siempre en una reflexión previa sobre qué es lo correcto y de que actuaremos en base a ello.

La ética se refiere al modo de ser y carácter que las personas se van forjando a lo largo de la vida y que determina nuestra capacidad de reflexionar racionalmente sobre qué es lo correcto y lo bueno, y actuar en base a ello.

Esto es esencial para lograr relaciones de confianza. Adela Cortina, en su libro del 2013 titulado ¿Para qué sirve realmente la ética?, nos dice que la ética entre otras cosas es necesaria para promover la confianza en las personas e instituciones para así poder construir comunidades que puedan florecer.[6] La ética ayuda a construir confianza, las personas confiarán si ven que otros individuos o instituciones actúan de manera consistente en base a ciertos principios y valores éticos. En una relación personal, por ejemplo, si alguien muestra constantemente honestidad y respeto será más confiable. La confianza es el resultado de normas éticas compartidas entre las partes y abarca aspectos como reciprocidad, obligación moral y compromiso hacia la comunidad.[7]

Esta relación entre ética y confianza ha podido ser demostrada empíricamente. Análisis de percepción que comparan distintas ciudades de Estados Unidos muestran que hay una mayor percepción de confianza en ciudades en que hay una mayor impresión de conductas éticas.[8]

Por ello es importante que como comunidad nos formemos en el hábito del discernimiento ético, esto es, la aspiración de que nuestras conductas y la forma en que tratemos a los demás se basarán siempre en una ref lexión previa sobre qué es lo correcto y de que actuaremos en base a ello.

Por ello, a mi parecer, una clave para potenciar la convivencia es desarrollar una comunidad compuesta por personas que tienen el hábito del discernimiento ético. Y que intentan actuar éticamente en su relación con el otro y así instalar una cultura del respeto y del buen trato.

Ética del cuidado

Lo segundo que quisiera indicar como posible clave para potenciar una buena convivencia es el trabajar para instalar una ética del cuidado. Esta corresponde a una teoría ética normativa que como toda teoría normativa nos orienta en nuestro discernimiento y actuar ético. Fue impulsada en la década de los 80 por autoras feministas como Carol Gilligan que en su trabajo de escuchar a otras voces se da cuenta de que con una mayor frecuencia las mujeres consideran como un elemento central en su orientación la preocupación por los demás y la relación con las personas, el estar atentas a los intereses de otras personas, preocupándose por ellas y asistiéndolas, es decir, a tener en consideración el cuidado del otro como elemento central en su actuar ético.

La ética del cuidado reafirma y da sustento a la prioridad natural que damos a la familia y amigos, que no es un deber, sino que es fruto de dicha relación. Dentro de estas relaciones cercanas se puede considerar también la comunidad donde uno trabaja o vive, donde se espera que prime una ética con estas características.

Lo central por tanto en la ética del cuidado es “la atención, la empatía, el apego, la compasión, el sentir con otros, el ser sensible a los sentimientos de otros, la preocupación por las redes personales, el interés por el bienestar del otro. Estas, propone esta teoría normativa, serían mejores guías para las decisiones morales que reglas meramente abstractas”[9]. Es además esencial para comunidades diversas como la nuestra ya que se requiere de nuestra capacidad de empatizar con esos otros diversos.

La ética del cuidado reafirma y da sustento a la prioridad natural que damos a la familia y amigos, que no es un deber, sino que es fruto de dicha relación. Dentro de estas relaciones cercanas se puede considerar también la comunidad donde uno trabaja o vive, donde se espera que prime una ética con estas características. Aunque nace desde el feminismo, es importante aclarar que esta teoría ética aplica para todos los miembros de la sociedad y aspira a hacer del cuidado una cualidad de todo el género humano. La ética del cuidado nos ayuda a enfrentar la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano y nos obliga a todos. De esta forma, el cuidado va más allá de lo privado y adquiere una dimensión pública, invitándonos a construir sociedades cuidadoras así como instituciones cuidadoras, como nos dice la filósofa española Victoria Camps.[10]

Un elemento muy relevante de la ética del cuidado es que requiere de la relación personal, de la interacción directa entre quien es cuidado y quien cuida. Por esta razón, creo que el desarrollar una buena convivencia bajo una ética del cuidado requiere de reforzar la necesidad de encontrarnos; con esto me refiero a potenciar los encuentros físicos entre los miembros de la comunidad. En esta época pospandemia en que gozamos de los beneficios que, sin duda, nos aporta el trabajo virtual, debemos también tener en consideración la necesidad del contacto cercano para construir una comunidad con una convivencia sana; por ello debemos buscar los equilibrios adecuados entre los beneficios del trabajo remoto, junto con la necesidad de encontrarnos como comunidad. Para cuidarnos es necesario encontrarnos.

Un elemento muy relevante de la ética del cuidado es que requiere de la relación personal, de la interacción directa entre quien es cuidado y quien cuida. Por esta razón, creo que el desarrollar una buena convivencia bajo una ética del cuidado requiere de reforzar la necesidad de encontrarnos (…)

Otro elemento importante es que la ética del cuidado, al igual que la ética de la virtud, más que una ética de principios tiene que ver con cómo promover la forja de personas con un cierto tipo de carácter. Esto implica que una ética del cuidado se puede adquirir mediante la formación y educación. En esa línea, la autora Nel Noddings, profesora de Stanford, en su libro La educación moral: propuesta alternativa para la educación del carácter, desarrolla la ética del cuidado como propuesta pedagógica en diálogo con la educación del carácter.[11]

Noddings coloca el diálogo al centro de una educación en la ética del cuidado. Entendido como el camino para conectar con los otros, ya que respondemos mejor como cuidadores cuando entendemos qué es lo que el otro necesita y la historia de esa necesidad. Diálogo que sin duda requiere del encuentro, algo central para la ética del cuidado, como indicaba hace poco.

Y lo que es muy importante, la profesora Noddings precisa que la educación del carácter no debe ser reducida ni solo a emociones ni solo al pensamiento racional, como dice Clive S. Lewis en su libro La abolición del hombre: “la emoción es central para la vida moral, pero la vida moral no puede ser reducida a la emoción, ni tampoco al pensamiento racional”[12]. Por eso el foco debe estar en equilibrar el corazón y la cabeza.

Es interesante además constatar que una ética del cuidado está al centro de la identidad católica. Lo encontramos ya en el Génesis cuando el Dios creador nos encarga el cuidado de la creación, o en los evangelios cuando se describe a Jesucristo como el Buen Pastor que cuida de sus ovejas. Es por esto que el Papa nos habla de la cultura del cuidado como camino de paz en su mensaje de principios de 2021 en el contexto de la pandemia que nos hizo visibilizar con más claridad que nunca la necesidad de cuidarnos los unos a los otros.

Es interesante además constatar que una ética del cuidado está al centro de la identidad católica. Lo encontramos ya en el Génesis cuando el Dios creador nos encarga el cuidado de la creación, o en los evangelios cuando se describe a Jesucristo como el Buen Pastor que cuida de sus ovejas.

En sus palabras, Francisco nos hace ver que los principios de la Doctrina Social de la Iglesia son fundamento de una cultura del cuidado. Esta gramática del cuidado se funda en el cuidado como promoción de la dignidad y los derechos de la persona, el cuidado del bien común, el cuidado mediante la solidaridad y el cuidado y protección de la sociedad. El Papa nos llama a tomar esos principios como la brújula para seguir un rumbo verdaderamente humano, y a educar en una cultura del cuidado. Por esto nos pide comprometernos a “formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan unos de los otros”[13].

En resumen, pienso que dos elementos claves para promover una buena convivencia son el desarrollo en nuestra comunidad de un hábito del discernimiento ético que guía un actuar ético y que nos permita generar puentes de confianza, y por otra parte, trabajar en la construcción de una comunidad educada en la ética del cuidado para conformar una institución cuidadora, lo que nos permitirá desarrollar una sana convivencia.


Notas 

* Juan Larraín es director del Instituto de Éticas Aplicadas UC. Es bioquímico y PhD en Biología Celular y Molecular por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es Master en Philosophy, Science and Religion en la University of Edinburgh.
[1] Bok, Sissela; Lying: Moral Choice in Public and Private Life. Pantheon Books, New York, 1978.
[2] Fukuyama, Francis; Trust. The Social Virtues & the Creation of Prosperity. The Free Press, Nueva York, 1995.
[3] Feldheim, Mary Ann y Wang, Xue; “Ethics and public trust: results from a national survey”. Public Integrity 6, 2014, pp. 63-75.
[4] Keefer Philip y Scartascini, Carlos; Confianza: la clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe. Banco Interamericano de Desarrollo, 2022, p. 2.
[5] Keefer y Scartascini, op. cit., p. 4.
[6] Cortina, Adela; ¿Para qué sirve realmente la ética? Paidós, España, 2013.
[7] Marulanda, Natalia y Rojas, Miguel D.; “Ética en instituciones de educación superior para la construcción de relaciones de confianza con grupos de interés (stakeholders)”. Información Tecnológica 30, 2019, pp. 269-276.
[8] Feldheim y Wang, op. cit.
[9] Gilligan, Carol; In a different voice: psychological theory and women’s development. Harvard University Press, Cambridge, Ma., 1980.
[10] Camps, Victoria; Tiempo de cuidados. Arpa & Alfil Editores, Barcelona, 2021.
[11] Noddings, Nel; La educación moral: propuesta alternativa para la educación del carácter. Amorrortu Editores, España, 2009 (primera edición 2002).
12 Lewis, Clive Staples; La abolición del hombre. Harper Collins Español, California, 2016 (publicado originalmente en 1943).
[13] Francisco; Mensaje para la celebración de la 54 Jornada Mundial de la Paz “La cultura del cuidado como camino de paz”. 1 de enero de 2021.

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