Charles de Foucauld, hombre solitario e inspirador de una espiritualidad de vasta repercusión en el siglo XX cristiano.

Charles de Foucauld© Humanitas 90, año XXIV, 2019, págs. 90 - 105. 


Charles de Foucauld murió asesinado el 1º de diciembre de 1916 en una remota aldea llamada Tamanrasset en la profundidad del desierto argelino. De Foucauld había decidido partir hacia el desierto sahariano quince años atrás para iniciar una experiencia inédita de evangelización de la población islamizada del desierto árabe. Primero estuvo en Beni-Abbés y luego en Tamanrasset en medio del pueblo tuareg del Hoggar argelino en la frontera marroquí (para estar cerca de Marruecos, donde había realizado trabajos de reconocimiento geográfico cuando joven que fueron reconocidos por las sociedades científicas de la época). Este hombre solitario que nunca pudo atraer hacia su ermita a ningún discípulo (a pesar de la perseverancia que puso hasta el final por construir una orden religiosa dedicada al Sagrado Corazón de Jesús) y que nunca convirtió a nadie (a pesar de haber sido reconocido como un morabito, una palabra musulmana que designa a una persona a la que se atribuye santidad) ha sido, sin embargo, inspirador de una espiritualidad de vasta repercusión en el siglo XX cristiano, sobre todo a través de lo que se conoce como espiritualidad de Nazaret y de la obra de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús que fundarían años más tarde el padre René Voillaume y la hermana Magdeleine Hutin respectivamente.

Del padre De Foucauld proviene el ideal de evangelización a través de la vida, “pregonar el Evangelio a través de su propio vivir”, predicar en silencio, simplemente con el testimonio de una vida buena y santa. En Tamanrasset logró estabilizar una regla de vida que combinaba la pobreza, la oración, el trabajo y la caridad. No construyó un templo sino una ermita, donde se ocultaba para orar —sobre todo en la tarde noche— y donde celebraba la Eucaristía con las licencias correspondientes para hacerlo solo. Tampoco vistió hábitos sacerdotales, solamente una túnica blanca a la usanza tuareg con el emblema en rojo del corazón de Jesús con la Cruz de Cristo en lo alto (del mismo modo que Teresa de Calcuta que se adentrará en los barrios pobres de Calcuta vestida únicamente con un sari indio). Trabajó arduamente en la elaboración de un diccionario tuareg-francés y en la recopilación y traducción de poesía local, siguiendo la huella de los grandes misioneros cristianos que admiraron, preservaron y acogieron las culturas diversas (en algo que después se llamará inculturación de la fe como método misional por excelencia del cristianismo). Su pobreza era proverbial y uno de los signos visibles de su santidad. Por lo demás, compartía con sus vecinos de igual a igual bajo los signos de la hospitalidad monástica, pero también a través de ayudas y favores que prestaba por doquier a los habitantes de su aldea, conocido y apreciado por todos. Su muerte se atribuye a la desestabilización de la frontera argelina custodiada por el ejército francés en plena guerra mundial y la emergencia de bandas seléucidas que asolaban los puestos fronterizos en nombre de la guerra santa del Islam y uno de cuyos objetivos pudo haber sido eliminar a los extranjeros especialmente apreciados por la población local.

La espiritualidad de Nazaret

La espiritualidad de Nazaret se forma en el deseo de llevar una vida semejante a aquellos años ocultos de Jesús en Nazaret y que De Foucauld llevó a cabo como simple auxiliar y mandadero del convento que las monjas clarisas tenían en la ciudad. Dice De Foucauld: “Nazaret es humildad, Nazaret es también silencio; Nazaret es también oración; ¿Qué es también Nazaret? Trabajo. En fin, Nazaret es principalmente un lugar de obediencia” [1]. De Foucauld releva la extrema humildad de vida que debió haber llevado Jesús en “el pobre taller del carpintero José” con todas “las inconveniencias de la gente pequeña” y los bienes que resultan de vivir completamente apartado del “crédito, la influencia, los honores y el poder”. Respecto del silencio, imagina “¡cómo se callaba frecuentemente en la casa de María!”, lo que dispone el ambiente hogareño hacia la oración y la acción de gracias en el marco de una vida llena de serenidad y de paz. El trabajo debió ser asiduo y haber cubierto toda la jornada y por ello mismo el lugar de la oración debió tomarse “preferentemente por la noche, quitándoselo al sueño”, lo que recuerda la adoración nocturna al Santísimo, todavía en la ermita de Tamanrasset. Además, Jesús “vivía sujeto a ellos”, como dice el Evangelio, “sumiso como un niño, a dos de sus pobres criaturas”, María y José, lo que pone de relieve el inmenso valor de la mansedumbre cristiana. “Nazaret —dice De Foucauld— es la raíz y el tronco”, mientras que el “Calvario es el fruto”. Ya en esta época escribe acerca del deseo de morir mártir “despojado de todo, tendido desnudo en la tierra, irreconocible, cubierto de sangre y de heridas, muerto violenta y dolorosamente”, tal como ocurrirá años más tarde.

Foucauld

Primero estuvo en Beni-Abbés y luego en Tamanrasset en medio del pueblo tuareg del Hoggar.

 

La espiritualidad de Nazaret es evidentemente de cuño monacal por su énfasis en las virtudes pasivas de la humildad, la comprensión y la obediencia y la combinación característica de oración y trabajo. Por lo demás, De Foucauld provenía de los monasterios trapenses Nuestra Señora de las Nieves en Francia y Akbés en Siria, donde se practicaban habitualmente las condiciones más exigentes de ocultamiento, separación y silencio, y donde el deseo de mortificación era más intenso. Algunos contrastes con la vida monástica, sin embargo, aparecen en la elección de Nazaret que tiene que ver con la búsqueda de simplicidad y pobreza —el objetivo principal de casi todas las reformas monásticas— y con desbordar el régimen de clausura monacal. Dice el padre Voillaume, fundador de los Hermanitos de Jesús: “Toma como objetivo en todo y para todo la vida de Nazaret: en su simplicidad y en su extensión; sin hábito especial, como Jesús de Nazaret; sin clausura, como Jesús en Nazaret; sin querer buscar sitios aislados y solitarios, sino más bien junto a una aldea, como Jesús en Nazaret; no menos de ocho horas diarias de trabajo (trabajo manual o de otra clase, pero manual en cuanto sea posible) como Jesús en Nazaret; ni campos grandes, ni habitaciones espaciosas, ni grandes gastos, ni siquiera grandes limosnas, sino también una extremada pobreza en todo, como Jesús en Nazaret…” [2].

Las dos columnas vertebrales de la espiritualidad de Nazaret han sido la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y la adoración al Santísimo Sacramento, sin contar desde luego la lectura asidua del Evangelio.

Ambas devociones revelan el carácter intensamente cristológico de la piedad foucauldiana. La devoción al Sagrado Corazón (que en su forma moderna data de las revelaciones de Paray-Le-Monial de Santa Margarita María Alacoque, 1647-1690) introdujo un punto de inflexión entre la oración rogativa (característica de la piedad mariana) y la oración contemplativa [3]. Orar no es solamente pedir y agradecer el don recibido, sino también mirar el corazón de Jesús traspasado de bondad, a Aquel que es la fuente primordial del amor, el “Modelo único” como le llamó De Foucauld. Todo el camino de la devotio moderna y de la imitación de Cristo atraviesa este puente de la oración contemplativa, que crea una relación de amistad, intimidad y confianza con Cristo.

De Foucauld se dejará guiar por un sacerdote excepcional llamado Henri Huvelin (1830-1910), vicario de San Agustín en París. Según García Rubio, Huvelin le enseñará a De Foucauld la “ciencia del corazón” [4]. La devoción del Sagrado Corazón tuvo un fuerte sentido de expiación (incluso con ribetes políticos como en la edificación del Sacre Coeur en París después de la guerra franco-prusiana), pero Huvelin le da un sentido místico. Pío XII (Haurietis Aquas) define la devoción como la “síntesis del cristianismo”, en la medida que identifica a Jesús con el Amor (tal como aparece en el lema epistolar del padre De Foucauld, JESUS CARITAS) e introduce la certeza de haber sido amado por Jesús con un amor que antecede y sobrepasa cualquier amor humano. En ocasiones, el culto adopta un sentido expiatorio que insiste en la desproporción entre el amor divino y la ingratitud humana respecto de Aquel que nos ha amado y propicia la Eucaristía como sacrificio reparatorio correspondiente (también en Margarita María en un momento se impulsaba la comunión frecuente de los fieles). Pero la devoción adopta su sentido propio cuando el fiel se deja tocar por el Amor de Dios hasta el punto de “tener los mismos gustos que Jesús” y motiva la capacidad de ver a los demás con los mismos ojos de bondad y dulzura con que Jesús los vería.

Una segunda inflexión se produce en el paso desde la Eucaristía hacia la adoración al Santísimo (también impulsada con gran vigor en la segunda mitad del siglo XIX europeo) que tiene el mismo sentido de la oración contemplativa. Tanto la comunión frecuente de los fieles (otrora reservada a los sacerdotes) como la adoración prolongada al Santísimo al margen de la misa y, por ende, en ausencia de un sacerdote, recibieron reparos eclesiásticos y debieron abrirse camino en el seno de la Iglesia con las dificultades correspondientes. En algún momento, De Foucauld se propuso crear una orden dedicada exclusivamente a la adoración perpetua al Santísimo, pero esto requería de varias personas y se desviaba del ideal de pobreza asociado al trabajo manual. Como buen monje, De Foucauld rehuyó el sacerdocio, aunque finalmente se ordenó antes de partir a la misión del desierto, seguramente para tener la oportunidad de celebrar la Eucaristía, y también —según Voillaume— porque descubrió que el sacerdocio no era incompatible con el ideal de pobreza. Al sacerdote se le concedería un rango y prestigio social que impide la abjección, un término expresamente utilizado por De Foucauld para designar la disposición a ocupar siempre el último lugar y pasar desapercibido, algo que en tierras extrañas podía conseguirse mucho mejor, puesto que nadie había visto nunca a un sacerdote católico en un lugar semejante.

El método misional de la caridad

De Foucauld HumanitasEl padre Huvelin, que lo asistió durante su conversión y lo acompañó epistolarmente toda la vida, le aconseja permanecer en Nazaret. “¿Dónde queréis cultivar mejor la humildad, el silencio, que en el jardín de Nazaret en el que estas virtudes han florecido como en ninguna otra parte? ¿Dónde queréis estar más oculto a las miradas de todos, excepto a la de aquel a quien buscáis, entregado a un mayor ocultamiento, a una entrega más olvidada?” [5]. Pero De Foucauld toma la decisión de salir de Nazaret “para imitar a la Santísima Virgen en el misterio de la Visitación” —aquel que la conduce a la casa de su prima Isabel— y elabora el ideal “de un pequeño grupo de almas dedicadas a la adoración perpetua al Santo Sacramento y a la práctica de la imitación de la vida oculta de Jesús” en medio de la multitud de los que no conocen a Cristo. Como en la Visitación, no se trata de permanecer siempre en casa, pero —también a imitación de la Virgen— el método misional consiste en mostrar a Cristo en el silencio, la humildad y el gozo de vivir en Dios que es propio de María, quien, por lo demás, ha misionado a medio mundo sin decir una palabra.

La decisión de instalarse en el desierto proviene de su experiencia previa como oficial del ejército francés en Argelia y luego como explorador en Marruecos. Al comienzo se instala en Beni Abbès (1901-1907) bajo el objetivo de preparar la evangelización de Marruecos a través de una asociación de hermanos confiados al Sagrado Corazón. La evangelización no puede hacerla solo escribía entonces: debe ser la obra de un grupo unido en la fraternidad y la oración. La obra misionera francesa de esa época estaba radicada en los llamados Padres Blancos [6], pero su alcance se limitaba a las cabeceras de la ocupación francesa en el Magreb. En algún momento, sin embargo, bajo la influencia del padre Guérin (1878-1910) decide enclaustrarse en Tamanrasset, en las profundidades del desierto argelino. Tanto la decisión de salir de Nazaret y partir hacia el desierto como esta última de internarse en el territorio remoto de los bereberes, donde prácticamente se perdía toda presencia francesa, constituyen el impulso más decisivo en la vida del padre De Foucauld de “pasar oculto por la tierra, como un viajero en la noche” [7].

¿Cómo se combina este afán de ocultarse y callarse con cualquier propósito plausible de evangelización? El método misional del padre De Foucauld consiste en instalarse en las inmediaciones de una aldea, aprender la lengua y apreciar las costumbres y hacerse lentamente conocido solo por la bondad del carácter y del trato. La benevolencia, mansedumbre, pobreza y humildad debe ser suficiente para reconocer la santidad de una vida que ha sido dedicada a Dios a través de Jesucristo, antes de pronunciar incluso su nombre y de anunciar a viva voz su evangelio. La oración y la celebración eucarística permanecen en la oscuridad del encierro claustral, reservada a la intimidad de quienes alojan en casa, mientras que la caridad es lo que se da a conocer y ver a los demás. De Foucauld no se instala en tierras árabes, sino bereberes, apenas islamizadas —como él mismo indica— y en continuas disputas con grupos árabes. Y dentro de todo, tenía suficiente protección del ejército francés para emprender una misión tradicional, a pesar de que terminó instalándose en la frontera más remota del colonialismo francés. Su método misional se asienta en la espiritualidad completamente original que De Foucauld había experimentado en Nazaret y que se consolida en el ardiente deseo de comunicar a Jesucristo únicamente a través de la fuerza testimonial de la bondad. “Yo quisiera ser —dice De Foucauld— lo bastante bueno para que ellos digan: Si tal es el servidor, ¿cómo entonces será el Maestro…?”. Esta posibilidad misional descansa en la capacidad innata de todos los pueblos —y de cualquier persona— de reconocer y apreciar el bien, cualquiera sea su fuente, incluso cuando esta proviene de alguien extraño y desconocido.

De Foucauld se asienta en la confianza en el poder absoluto de la bondad y en la convicción —específicamente cristiana— de que Dios puede ser enteramente conocido a través del amor al prójimo. “El amor a Dios es el más importante… pero el amor a los hombres está tan unido al otro, que no pueden ir separados. Cómo amar a Dios si no amamos a sus hijos… el mejor medio para alcanzar el amor a Dios es practicar la caridad con los hombres… Contemplemos a Nuestro Señor en cada ser humano” [8]. La fórmula monástica de la caridad consistió siempre en ver al prójimo a través de Dios, por ejemplo, en una formulación clásica de Elredo de Rivaux: “Debemos elegir para nuestro gozo a Dios y al prójimo, aunque de modo diverso. A Dios para disfrutar de Él en sí mismo y por Él mismo; al prójimo para gozar de él en Dios, o mejor para gozar de Dios en él” [9]. De tal forma, se ama en el prójimo lo que hay de Dios en él, lo que entre otras cosas limita la caridad al anillo de la comunidad monástica y de la fraternidad de los cristianos. De Foucauld, en cambio, pertenece a una tradición de desenclaustramiento monástico que utiliza la fórmula inversa, ver a Dios a través del prójimo, y que ha hecho posible el despliegue moderno de la caridad como donación inmoderada hacia los demás, cualquiera sea su condición, tal como se aprecia en los grandes maestros de la fraternidad desde San Francisco hasta Teresa de Calcuta en el segundo milenio cristiano. El deseo ardiente de sobrepasar los límites de la hospitalidad monástica y salir directamente al encuentro del mundo se sostiene en esta revalorización de la presencia viva de Dios en el rostro de los más pobres y desamparados, que sigue la intuición básica del apóstol Santiago, “la fe sin obras es fe muerta”, no se puede amar a Dios genuinamente sino a través de las obras de amor que se dedican a los hermanos.

La caridad del padre De Foucauld era modesta y sencilla, pequeños regalos (que conseguía con sus parientes), tiempo abundante de conversación en lengua tuareg, compañía frecuente y siempre una sonrisa en los labios, el símbolo corporal de la acogida. La estrategia misional del padre De Foucauld descansa también en la radicalidad del compromiso con los demás, la de aquel que ha abandonado familia y amigos, bienes y poder, y se ha decidido a vivir enteramente en Cristo, aunque al margen de toda conciencia escrupulosa sobre las posibilidades del amor puro. Se conserva algo de su examen de conciencia en las cartas que dirige al padre Huvelin, por ejemplo, desde la ermita de Tamanrasset, en que se reprocha “un gran fondo de orgullo” puesto que a veces aparenta ante los demás más de la bondad que realmente existe en su corazón (que puede ser el riesgo de una sonrisa falsa). De Foucauld no tuvo períodos prolongados de sequedad espiritual, que son tan comunes en los místicos, incluso en los místicos de la caridad como Teresa de Calcuta, pero igual se reprocha la dificultad de mirar a Jesús y permanecer en su compañía, incluso en la soledad del desierto, donde se pueden evitar mejor las distracciones humanas. Según él, se deja llevar demasiado por ensoñaciones que lo distraen de la oración, “ensoñaciones que sobrevienen constantemente en mis horas de oración y que estoy lejos de poder expulsar rápidamente” (y que incluyen también la dificultad de saltar de la cama apenas uno se despierta). Un último motivo de confesión es que “yo no veo suficientemente a Jesús en todos los hombres, no soy lo bastante sobrenatural con ellos, lo bastante dulce, y humilde, ni suficientemente dispuesto a hacer el bien a su alma cada vez que puedo” [10]. Con todo, De Foucauld recomienda continuamente no detenerse en el mal realizado y pertenece a aquellos que consideran que el Mal se corrige haciendo el Bien, siempre en la creencia en la eficacia purificadora de la bondad, algo que él mismo podría testimoniar con su propia vida, marcada por una juventud disparatada en humores y afectos (lo que le ha hecho más difícil el camino de su canonización).

Hermanitos y Hermanitas de Jesús

De Foucauld murió apenas conocido y apreciado por un puñado de oficiales que servían en la frontera argelina (sobre todo por el comandante Laperrine, compañero suyo en la escuela militar de Saint-Cyr). Durante años mantuvo correspondencia con algunos pocos sacerdotes (Huvelin y Guérin que a la sazón habían muerto), algún amigo —Louis Massignon— y sobre todo con su hermana, Marie de Blic, y su prima hermana, Marie de Bondy, cuyos apellidos compuestos recuerdan la procedencia noble de los De Foucauld. Esta literatura epistolar contiene lo mejor de su testamento espiritual. Entregó una o dos indicaciones para el momento de su muerte. Había escrito y corregido un montón de veces las reglas de una asociación religiosa que, no obstante, fueron apenas conocidas y jamás consideradas seriamente por la autoridad eclesiástica. De Foucauld será conocido sobre todo por el libro que muy pronto (1921) le dedicara Rene Bazin (un escritor católico de renombre en ese entonces) que tuvo un enorme éxito editorial [11]. El padre Voillaume (1905-2003) —como muchos otros— se entera de la existencia del eremita por el libro de Bazin, que todavía se puede leer con provecho, a pesar de las objeciones del padre Six que considera que Bazin explota excesivamente el talante aventurero de De Foucauld y el enorme atractivo que ejerce el desierto sobre la mentalidad europea, relegando la profundidad espiritual del mensaje foucauldiano que bien podía realizarse completamente en la rutina del trabajo obrero de cualquier ciudad [12].

En los años veinte surgen pequeñas iniciativas foucauldianas, entre las que destaca el esfuerzo de Suzanne Garde (1896-1954) por crear una asociación laica que penetrara el mundo árabe a través de la caridad, finalmente establecida bajo la forma de un orfanato en Dalidah tras un reguero de incomprensiones eclesiásticas. Según Voillaume, el propio de Foucauld habría querido una asociación de “enfermeras laicas, vestidas como laicas… sin nombre ni hábito religioso” [13] (preanunciando la fundación de las Hermanas de la Caridad, aunque la madre Teresa de Calcuta, a diferencia de Suzanne, era una religiosa) que pudieran construir una obra evangelizadora, algo completamente inaudito en una época en que la responsabilidad y la iniciativa laical estaban apenas reconocidas. El esfuerzo de Suzanne Garde lo continúa Magdeleine de Jesús (Magdeleine Hutin, 1898-1989), que funda la fraternidad de las Hermanitas de Jesús en 1939 y se instala en Touggourt, un oasis del Sahara argelino.

Visitación Charles de Foucauld

“La Visitación”, dibujo de “Charles de Foucauld [En Annie de Jésus, Charles de Foucauld. Sur lespas de Jésus de Nazareth”. Nouvelle Cité, Bruyères-le-Châtel, 2001.]

 

Al igual que Magdeleine, Voillaume y sus compañeros fundaron en los años treinta la fraternidad en El-Abiodh-Sidi-Cheikh, en el Sahara argelino, para misionar en tierra árabe, tal como quería el padre De Foucauld a través de comunidades de contemplación y trabajo. Después de la guerra, sin embargo, el nacionalismo árabe (acicateado por los resultados en la Indochina francesa que conseguiría rápidamente su independencia) y la corrupción administrativa del colonialismo francés, ensombrecerá las posibilidades de las misiones. El Abiodh quedó en medio de la zona de guerra presionado por las bandas insurgentes (que llegaron incluso a asesinar a un Hermanito en una emboscada similar a la que le costó la vida a De Foucauld) y la represión militar francesa. Las fraternidades intentaron en vano preservar un clima de entendimiento y amistad, consiguieron que los sacerdotes no fueran movilizados (en una actitud que contrasta con el nacionalismo exacerbado de las guerras mundiales que incluyó el entusiasmo patriótico del padre De Foucauld, deseoso de servir a su país durante la primera guerra), pero no alcanzaron a retener la confianza de la población musulmana y quedaron expuestos a represalias que los obligaron a abandonar Argelia en la segunda mitad de los años cincuenta [14].

Charles de Foucauld Eduardo ValenzuelaLa posibilidad de establecer fraternidades en el ambiente obrero francés fue apenas entrevista por el padre De Foucauld. Según Voillaume esta iniciativa surge doblemente del retroceso de la misión árabe y del auge de las misiones católicas obreras, sobre todo en el catolicismo francés. La idea de insertar un espíritu misionero en el corazón de un país católico está inspirada en el libro de Godin La France, pays de mission (1943), que observa la descristianización de las masas obreras que se desplazan hacia las ciudades industriales y pierden contacto con la parroquia rural de antaño, la misma preocupación que hizo al padre Hurtado escribir su libro ¿Es Chile un país católico? unos años antes (1941). La posibilidad de establecer pequeñas comunidades de oración y trabajo en las ciudades que utilizaran el mismo método de evangelización del desierto, es decir que se mantuvieran al margen de la vida sacramental del templo y de las obras de caridad, recibió asimismo una inspiración definitiva con el libro del padre Voillaume, Au coeur des masses [15], cuyo título fija la novedad de toda la espiritualidad foucauldiana, el desafío de trasladar la tradición monástica del “ora et labora” e insertarla en medio de la multitud. La enorme reserva religiosa de la vida monacal –característica del catolicismo francés, a diferencia del latinoamericano, que prácticamente carece de monasterios– podía ponerse en juego en la evangelización de las masas del mundo moderno.

De inmediato se planteó el problema del trabajo en la vida sacerdotal. Muchos pensaban que debía ser un trabajo artesanal que retuviera la libertad del sacerdote y evitara la alienación del trabajo industrial, pero la inmersión en el mundo obrero exigía una experiencia de trabajo asalariado. También se planteaba la cuestión de la participación sindical y de las luchas obreras, en las que el sacerdote podría verse involucrado más allá de lo razonable, cuya frontera quedaba trazada por el rechazo de la violencia y la exigencia de amor universal que exige amar incluso a enemigos y adversarios y respetar enteramente su dignidad y derechos. En los años cincuenta la espiritualidad de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús se entremezcló con la de los curas obreros que provenían de diversas órdenes religiosas o incluso del clero secular, alguno de los cuales despertaron reticencias y críticas dentro del episcopado de la época [16]. Voillaume y los suyos compartían el acento en el trabajo y reaccionaron, por ejemplo, contra la disposición que limitó alguna vez el trabajo de un sacerdote a un máximo de tres horas diarias (en el esfuerzo del episcopado francés por contener la inmersión obrera), recordando entre otras cosas que ganarse la vida trabajando, antes que vivir de las limosnas, fue común en el clero secular durante el primer milenio. Se recordaba el ejemplo de San Pablo, que se dedicó expresamente al oficio de tejedor y exhortaba a todos a ganarse el pan con el sudor de su frente y de evitar ser una carga para otros, algo que reaparece en la regla monástica de San Benito. En la tradición católica, fue realmente novedosa la prohibición de trabajar, que pesó sobre los sacerdotes post-tridentinos. El trabajo del sacerdote tiene también un sentido evangelizador, “permite que los pobres se acerquen familiarmente a un sacerdote que comparte su género de vida”, en un mundo en que se había perdido la confianza y la antigua familiaridad rural con los sacerdotes. Tiempo después, Pablo VI resolverá favorablemente la posibilidad de que los sacerdotes trabajen incluso tiempo completo bajo condiciones que debían aprobar los obispos y superiores.

La definición contemplativa de las comunidades debía, sin embargo, mantenerse a toda costa. El principal enemigo de la oración para aquel que trabaja es la fatiga, así como el mal que acecha al orante que no trabaja es la acedia, la melancolía que proviene de hacer siempre lo mismo en un clima de excesiva tranquilidad y calma. El ideal de la adoración eucarística nocturna se torna difícil después de una jornada larga y fatigosa de trabajo, pero las comunidades debían reservar las vísperas del sábado y la mañana del domingo para la oración y la reflexión comunitaria (que incluye la “revisión de vida”, poner en común la experiencia personal de la semana). También se procuraba reservar una quincena del año para un retiro espiritual o un año sabático para experiencias más profundas de renovación espiritual. La vocación contemplativa y la fidelidad a la Iglesia serán las dos notas más profundas de las hermandades foucauldianas, según el juicio que hace Voillaume hacia el final de su vida. La espiritualidad de Nazaret es sobre todo clausura, silencio, oración prolongada, trabajo y pobreza, no solo inmersión en un medio pobre y el deseo de compartir las condiciones de vida de los demás. “Los discípulos del eremita del Hoggar están llamados por encima de todo a vivir y manifestar una fe viva, una fe humilde vivida como una obediencia de la inteligencia humana a la verdad divina manifestada en la plenitud del misterio de Cristo”. El test de esta fe —dice Voillaume— es “nuestro comportamiento vis-à-vis de la Eucaristía”. De la adoración eucarística frecuente y prolongada Charles de Foucauld obtuvo toda su espiritualidad —que no logró cuajar en ninguna doctrina, puesto que apenas escribió notas y cartas, y de ninguna institución, ya que no consiguió jamás un discípulo ni una aprobación episcopal—. Pero de la devoción al Corazón de Jesús obtuvo “la qualité d’humble charité envers tout homme” [17], el impulso decisivo de la caridad hacia todos los hombres.

El ideal de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús consiste en “querer ser pequeños, pobres, viviendo del fruto de un trabajo humilde, entregados al prójimo en los humildes servicios de la caridad amistosa para todos, generosos en la práctica de la obediencia, sinceramente deseosos de ser despreciados y tenidos como nada por el nombre de Jesús, a fin de esforzarse por realizar este ideal en el seno de comunidades íntimamente fraternales, pero mezcladas completamente con la masa humana para llevar el testimonio del Salvador” [18]. Queda pendiente la cuestión de la eficacia evangelizadora de este método misional. No obstante, el impulso evangelizador del Hermanito —dice Voillaume— no debe medirse por la eficacia, las actividades exteriores y las obras organizadas (que no se desdeñan, sin embargo), sino por el amor que es capaz de brindar (y con el que es capaz de brindarse) a los demás, independientemente de si tiene éxito apostólico. Después de la muerte de Charles de Foucauld no quedó aparentemente nada, solo silencio y frustración, ninguna obra reconocible ni tangible, pero la semilla sembrada en el desierto terminó por florecer de un modo que nadie pudo haber previsto. Lo mismo sucede con cada uno de sus discípulos que parecen haber malgastado su vida en un esfuerzo inútil. Durante la beatificación de Charles de Foucauld en 2005 el cardenal Saraiva Martins ha recogido su lección como la de aquel que ha querido “acoger el Evangelio en toda su sencillez, evangelizar sin querer imponer, dar testimonio de Jesús respetando las demás experiencias religiosas, reafirmar el primado de la caridad vivida en la fraternidad”. El llamado “apostolado de la bondad” tiene un camino trazado por este monje singular de la era moderna. 


Notas 

[1] Tomadas de sus Notas destacadas de Espiritualidad escritas en Tierra Santa entre 1897-1900, p. 29 y ss. en Viajero en la Noche. Notas de Espiritualidad. Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1994.
[2] Voillaume, René, En el Corazón de las Masas. Ediciones Stvdium, Madrid, 1956, pp. 27-28.
[3] Beck, Victor ss.cc. Neuf Siècles d’Histoire du culte du Sacre Coeur. Paris Alsatia, 1963.
[4] García Rubio, Antonio, Perlas en el desierto. Evangelizar hoy con el latido de Carlos de Foucauld. PPC Editorial, Madrid, 2018.
[5] Op. cit. Viajero en la Noche, p. 137 y más adelante, p. 118.
[6] Instituto misionero dedicado a la evangelización de África, fundado en la época por el padre Lavigerie.
[7] Según el lema varias veces inscrito en su carnet de notas: “Jesús, María, José / aprenderé de ustedes a callarme, a pasar oculto por la tierra/ como un viajero en la noche”.
[8] Tomadas de sus notas de espiritualidad en de Foucauld, Charles, Viajero en la Noche. Notas de Espiritualidad. Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1994, p. 29.
[9] de Rieval, Elredo, El Espejo de la Caridad, p. 193.
[10] Tomado de Père de Foucauld, Abbé Huvelin. Correspondance inédite. Desclée, 1957. Carta enviada desde Tamanrasset en 1907, pp. 269-270.
[11] Bazin, René, Carlos de Foucauld. Explorador de Marruecos. Ermitaño en el Sahara. Fundación Charles de Foucauld, Santiago de Chile, 1996. Esta edición cuenta con un Prefacio del padre Voillaume que evoca una visita que le hiciera el padre Hurtado en Aix-en-Provence en la primavera de 1947 “preocupado de la evangelización de la clase obrera en su patria”. La primera traducción en castellano del libro de Bazin data de 1953, Editorial Difusión, España.
[12] Six, Jean Francois, Carlos de Foucauld. Itinerario espiritual. Editorial Herder, Barcelona, 1962. Jean Francois Six acaba de escribir también Lettre au pape Francois pour Charles de Foucauld. Le centenaire mis sous le boisseau. Médiaspaul Éditions, 2018, un texto de conmemoración del padre de Foucauld con ocasión del centenario de su muerte.
[13] Esta observación aparece en Voillaume, René, Charles De Foucauld et ses prémiers disciples. Du desert arabe au monde des cités. Bayard Editions/Centurion, 1998, pp. 73-74.
[14] Del mismo modo como sucedió en la última guerra argelina de los años noventa que costó la vida de varios monjes y sacerdotes cristianos, entre ellos los monjes trapenses del monasterio de Thiberine recientemente beatificados (ver en este mismo número en sección Apuntes y Notas los detalles).
[15] Del padre René Voillaume, En el Corazón de las Masas. Ediciones Stvdium, Madrid, 1956, con prólogo del obispo de Talca, Manuel Larraín, primera traducción en castellano del libro Au coeur des masses. La vie religieuse des Petits Frères du Père de Foucauld. Cerf, París, 1950.
[16] Entre los sacerdotes obreros chilenos cabe destacar sobre todo al padre jesuita Ignacio Vergara, de gran recuerdo en la zona poniente de Santiago.
[17] Citas tomadas de Charles de Foucauld et ses prémiers disciples, op.cit. Capítulo final.
[18] Op. cit. En el Corazón de las Masas. Pp. 496-497.

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